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Caballito... caballito rojo (Medellín, Colombia)

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En un pequeñísimo prado de Manrique descansa solitario un caballito de juguete, y mientras lo hace sueña con las grandes cabalgatas, que siempre acompañan las aventuras más apasionantes, en las que ha participado de las riendas de tantos niños.

Nubes y estrellas (Medellín, Colombia)

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En el tradicional punto de la Avenida Oriental con La Playa una muñeca que flota sobre un colchón de nubes y estrellas saluda a los medellinenses y a todos los visitantes. Desde noviembre se empieza a armar la figura principal del alumbrado del centro. El espíritu de los que pasan por este lugar, comienza a aligerarse con la expectativa de un mes que, para casi todo el mundo, está asociado con la maravilla de la luz y la esperanza.

Verde mandarín (Medellín, Colombia)

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Los edificios también pueden volver a sus orígenes; esta vieja edificación recientemente restaurada e iluminada de verde, funcionó durante mucho tiempo como un colegio para niñas después de haber pertenecido a la Universidad de Antioquia. Hoy ha vuelto a su vocación de claustro del Alma Mater. Pero en sus corredores ya no se oyen los argumentos de los estudiantes de derecho, sino los balbuceos incomprensibles de quienes se adentran en el laberinto chino del idioma mandarín.

Desafío a la realidad (Medellín, Colombia)

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El hombre que se desliza frente a las paredes del edificio, es aparentemente uno de los encargados del aseo. Aunque no se sabe si es eso lo que hace en realidad: es posible que las figuras que se adivinan detrás de lo que parece vidrio, sean el resultado de su pintura y que los dos objetos a su lado sean algo más que simples baldes, tal vez son dos aparatos que le permiten desafiar la gravedad… y la realidad.

Pepito (Medellín, Colombia)

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Durante unas semanas este marranito estuvo en el mostrador del lugar donde se toma el mejor café en Medellín. Fiel a la fama de omnívoros de los de su especie, recibía monedas y billetes de todas las denominaciones y de cualquier divisa. Hace mucho tiempo que Pepito fue reemplazado, pero el sabor del tinto que hacen allí no cambia.

El ojo de metal (Medellín, Colombia)

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Una de las tantas esculturas que se aparecen en las esquinas o en los andenes de esta ciudad, se convierte en un filtro para ver la realidad de otra manera.

Exuberancia (Medellín, Colombia)

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En estas latitudes las plantas crecen con tal rapidez y de una manera tan excesiva, que no es descabellado pensar que están planeando tomarse la tierra de nuevo, arrebatándosela sin aspavientos a sus depredadores.

Natividad (Medellín, Colombia)

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El nivel de detalles le hace olvidar a uno que está frente a una escena en miniatura. Imperceptiblemente uno se transporta a otra época y presencia el misterio con el que la vida se perpetúa cada vez que nace este niño.

Brillante y opaco (Medellín, Colombia)

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En esta ciudad aparecen edificios nuevos constantemente. Lo hacen a un ritmo tal que parece que surgieran por generación espontánea o que los construyeran de la noche a la mañana. Mientras tanto las viejas edificaciones que aún permanecen en su sitio, esperan impasibles el momento de dar paso a las grúas y a los gritos de los albañiles. El brillo de los vidrios nuevos y las paredes recién pintadas contrasta con las superficies opacas y desvaídas de los muros que llevan décadas a la intemperie.

Una estrella mostrará el camino (Medellín, Colombia)

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Desde el firmamento, simulado por esta cúpula de cristal, una estrella cumple su tarea de mostrar la ruta a los peregrinos de Belén, una vez más.

Pesebre II (Medellín, Colombia)

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En un rincón de una sala se hizo este pesebre. Las paredes de adobe sirven de horizonte a la representación ideada por San Francisco en el siglo XIII. El colorido de las figuras anima el paisaje desértico y monocromático del medio oriente. A un lado de la gruta, adonde se dirigen José y María inexorablemente, está el librito con la novena que se reza por las noches, matizada con los versos tan repetidos y conocidos, pero que nunca pierden el encanto que evocan.

Pesebre (Medellín, Colombia)

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Los nacimientos en México o belenes en España son los mismos pesebres que se hacen por todas partes y en todos los estilos en esta ciudad. En una calle de Campo Valdés, una ramada protege uno cuyas figuras son tan especiales que su autora las guarda en la casa y sólo las saca por las noches, cuando se va a rezar la novena o, como en este caso, aparece alguno con una cámara fotográfica. Entonces le pide el favor al fotógrafo que espere, entra en la casa y vuelve a salir con sus tesoros y los ubica en el lugar que les corresponde.

Como el agua que juega (Medellín, Colombia)

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Otro lugar de la ciudad donde el juego del agua se confunde con el sonido de la risa clara y espontánea de los niños.

Tres perfiles contra el cielo (Medellín, Colombia)

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Los perfiles que frecuentemente nos ofrece la ciudad cuando miramos al cielo (tan fríos, tan mínimos), a veces son rotos por el desorden lógico de un árbol y la figura un tanto desgarbada de un animal, y aunque la imagen no gana en color si gana en movimiento.

Los módulos de la espera (Medellín, Colombia)

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Esos módulos a sus espaldas fueron abandonados hace tiempo, sin embargo ellos permanecen a la espera. No se sabe si lo harán indefinidamente o si al darse cuenta de que sólo quedan ellos, abandonarán el lugar para irse con sus expectativas a otra parte.

Supervivencia en lila (Medellín, Colombia)

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Indiferente al cemento que cubre la tierra y al muro que limita sus posibilidades de extenderse, esta planta medra en una grieta que ha formado el tiempo. Paradójicamente, se llena de flores para afirmar el derecho que tiene la vida a brotar en cualquier parte.

El hombre que encontró su sombra (Medellín, Colombia)

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Aunque parezca cosa de fábula o de Las mil y una noches , a veces la sombra se embolata entre tantas sombras estáticas o en movimiento que hay por ahí. Se pone a seguir a cualquier otro o se queda quieta, fundida con la de un edificio o un poste. Pero siempre siente la necesidad de encontrar a su dueño. Este hombre que mira hacia atrás con la confianza de quien sabe que tiene una sombra como cualquier objeto sólido, no sabe que esa sombra a sus pies pudo haber estado perdida o revuelta con otras… y hasta es posible que no sea la suya.

El perfil de las montañas (Medellín, Colombia)

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Las estructuras del primer plano de esta fotografía, parecen una evocación estilizada del perfil de las montañas que rodean el Valle de Aburrá y que se repiten ad infinitum en todas direcciones.

Ventana (Medellín, Colombia)

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Cuántos habrán mirado a través de esta ventana, buscando respuestas en la luz que la atraviesa. Sin recordar que el exterior siempre se ve con el color que le ponen los ojos de quien mira.

Azul y piedra (Medellín, Colombia)

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La combinación de materiales y colores en esta fachada da origen a una serie de imágenes que, si se miran fuera de contexto, le hacen creer al observador que está frente a una obra de arte cubista, colgada en la pared de un museo.

El vendedor de viento (Medellín, Colombia)

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Un hombre recorre por caminos repetidos el perímetro de este parque, acompañado por el constante zumbar de las hélices. Pero el aire, que es su aliado, a veces no se mueve con suficiente fuerza para generar el sonido de siempre. Entonces el hombre antes que dudar del viento, duda de sus propios oídos.

Direcciones (Medellín, Colombia)

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La señalización común de una calle conocida puede convertirse en una indicación sugerente, gracias al espíritu creativo de un transeúnte anónimo.

El Turibus (Medellín, Colombia)

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La imagen de este bus se ha hecho familiar a todos los que utilizamos diariamente las calles de la ciudad. Para los que lo usan es otra manera de entrar en contacto con sus múltiples facetas. Los lugares que se ven por primera vez o que nunca se habían mirado dos veces seguidas, adquieren en el recorrido esa pátina cosmopolita que les da el asombro o la admiración.

Una rosa es una rosa (Medellín, Colombia)

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En cualquier lugar y en cualquier tarde, una rosa se apropia de toda la luz y encandila hasta el objetivo de la cámara que quiere captar su forma y su color. Esa rosa que siempre será todas las rosas y que con su aparición marca en la memoria el jardín anónimo donde florece y se hace eterna.

Color local (Medellín, Colombia)

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Mientras la ropa de la familia se seca en el balcón, Lucas es sometido a la ignominia de un baño en público. El perro que ha sobrevivido a dos envenenamientos se encoge melindroso con el fin de conmover a su joven amo, pero éste no se deja impresionar con una actuación tan conocida y continua impávido su tarea; no importa que más tarde el perro corra gozoso por toda la calle para secarse y darle rienda suelta a la sensación maravillosa de sacudirse al sol o que después escoja una de esas cinco sillas azules, para echarse a la sombra y desbaratar todos los esfuerzos de su dueño por mantenerlo inmaculado.

Atardecer sobre una zona de bodegas (Medellín, Colombia)

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Los atardeceres que quitan el aliento no son exclusivos de las llanuras, los desiertos o las costas, entre las montañas también es posible ver a las nubes y al cielo establecer ese contraste dramático entre color y sombra. Este sector de la ciudad que se caracteriza por una arquitectura plana, funcional, se convirtió en un lugar evocador gracias a la luz que en esta tarde, resaltó por oposición el blanco de las fachadas, el gris oscurecido de los techos y el azul opaco de las montañas.

Alas (Medellín, Colombia)

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Al parecer una bandada de gigantescos pájaros antediluvianos se posó en una sección del techo de un conocido centro comercial, con tan mala suerte que quedaron detenidos en el tiempo sin poder seguir el vuelo, como tantas otras criaturas que a lo largo de la historia han perdido para siempre su movilidad a causa de hechizos o de maldiciones. Queda por indagar cuáles fueron sus razones para aterrizar allí, pero sobre todo falta saber porqué quedaron paralizados, convirtiéndose en una parte más de la cubierta del edificio.

El sonido del sabor (Medellín, Colombia)

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En un primer momento sorprende que una palabra como chirimoya, evoque tantos sabores y texturas, pero si se lo piensa bien no es tan extraño. Al decir de los estudiosos cuando se nombra un objeto, ese objeto pasa por nuestra boca. Es por eso que su sola mención le hace sentir, a quienes la han probado, el sabor que para muchos puede ser exótico, pero que para otros puede ser tan cotidiano y habitual como un jugo de naranja o de guanábana.

Los árboles del otro lado siempre son más verdes (Medellín, Colombia)

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Una estructura metálica reduce la imagen del exterior a una serie de pequeños planos, como si fuera el instrumento de un pintor que quisiera copiar, de la manera más exacta, la vida del otro lado, que uno siempre se imagina es mucho más intensa.

Teatro Lido (Medellín, Colombia)

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Unas siluetas carnavalescas y medio picasianas bailan eternamente, mientras el cielo y los árboles se mezclan en los reflejos del vidrio, formando una escena que más que al cubismo se acerca a las imágenes paradójicas de los cuadros surrealistas. Como en un sueño ininterrumpido, los cristales de la fachada de este teatro, presagiaban las maravillas que se encontrarían dentro, cuando el edificio estaba consagrado al cine, a la proyección de ilusiones.

Pueblito paisa (Medellín, Colombia)

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En esta copia se reproducen no sólo las construcciones que rodean el parque de un pueblo paisa, sino también las actividades que se realizan allí un día de fiesta. Los turistas, locales o extranjeros, se convierten por un rato en los habitantes de esta población en miniatura, cuya belleza se ve resaltada por el amarillo excesivo de un guayacán en flor.

Persistencia en la memoria (Medellín, Colombia)

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Las necesidades de una ciudad como ésta, siempre en crecimiento, obligan a sus habitantes a cambiarle el aspecto constantemente, como ha sucedido con esta avenida que atraviesa uno de los barrios más tradicionales; pero algunas casas o sus dueños se resisten a cambiar, alimentando los recuerdos de quienes vivieron en su entorno… Las aprensiones que producía esta casa de Manrique, revestida de granito, cuyo color gris es inmutable, fueron tan intensas que permanecen en la memoria de muchos de los niños que alguna vez fuimos a la farmacia del primer piso, para ser atendidos por Pablito: el hombre sombrío que avivaba nuestra imaginación con su aspecto, haciéndonos pensar en las oscuras maquinaciones que con toda seguridad llevaba a cabo detrás de unos paneles de madera, desde donde salía a atendernos cuando nos tocaba ir a comprar algún jarabe para la tos, o a encargar una de esas inyecciones dolorosas que recetaban los médicos. Tal vez Pablito ya no exista, sin embargo la puerta de la a

Estación de paso (Medellín, Colombia)

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Una estación de metro en el centro de la ciudad se ve animada por el flujo incesante de la gente. A veces parece como si inundara todos los rincones y en otros momentos es como si la marea se retirara y sólo dejara sobre la superficie los desechos que las olas de cualquier tipo llevan consigo.

Neogótico (Medellín, Colombia)

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Desde una arquitectura sin concierto surge la belleza nítida y aérea de la iglesia gótica de Manrique. El contraste entre la falta de coherencia espacial de estas casas y la pureza de líneas en el diseño del templo, entre la erosión causada por el tiempo en el adobe y los calados simétricos de la torre, contribuyen a crear un punto de referencia, profundamente estético, en este sector tradicional de la ciudad.

Una casita en Manrique (Medellín, Colombia)

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Esta casa que ha visto pasar tantas generaciones frente a su puerta, permanece en el mismo lugar, pero no en el mismo estado; el techo se sostiene precariamente y la fachada se ha ido empequeñeciendo como le pasa a todos los ancianos. Sin embargo, la vida que siempre ha albergado continúa: Los ocho escalones que conducen a la calle se siguen gastando con los pasos de los jóvenes o los viejos que van haciendo historia bajo sus tejas.

Juan Valdez... en Campo Valdés (Medellín, Colombia)

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No sólo en los aeropuertos o en los eventos internacionales de cualquier ciudad del mundo es posible ver a Juan Valdez. Usted se lo puede encontrar en una calle de barrio en esta ciudad. Con la calma de los arrieros acostumbrados a las largas caminatas, espera frente a una casa el momento de empezar a andar, otra vez, su camino errante e infatigable.

Los turistas (Medellín, Colombia)

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Un carro destartalado se desplaza por los andenes de la ciudad y a nadie le parece extraño que su conductor sea un muñeco inflable o que sus pasajeros sean otros muñecos que en alegre algarabía se suben unos sobre los otros, para tener una mejor vista de la ciudad por donde pasan. Nadie escucha sus risas ni sus expresiones de asombro, de la misma manera que nadie nota el movimiento imperceptible con que se mueve su transporte. Tal vez un hombre se acerque y coja uno de ellos y lo deposite en una bolsa negra y se la entregue a alguien, pero los muñecos seguirán admirando y haciendo esa bulla silenciosa que se refleja en los colores de sus cuerpos. Afortunadamente la memoria de los juguetes es corta y el que se ha ido es olvidado con rapidez. De pronto algún soñador los mire con el interés del artista y vea en ellos algo más que un montón de mercancías a la venta; vea un grupo de turistas de algún mundo paralelo a éste, que por alguna extraña concurrencia de fenómenos pudimos ver antes

Un nido para las estrellas (Medellín, Colombia)

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Sólo aquí las estrellas que brillan sobre la ciudad se pueden ver siempre con nitidez. Se han recogido en esta esfera para hacer que aparezcan a voluntad y nos deslumbren no sólo con la luz que emiten, sino también con el misterio arcano de su origen.

Árboles modulares (Medellín, Colombia)

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Como una evocación de las copas de los árboles, esta estructura modular emerge de la vegetación, para integrarse sabiamente con las ramas y las hojas de la verdadera naturaleza.

El chorro del tiempo (Medellín, Colombia)

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Las frágiles rutinas (que componen la vida en una ciudad) se ven resquebrajadas constantemente por accidentes que sorprenden la atención adormecida de los transeúntes. El tiempo sin embargo continúa su marcha incesante, mientras el agua irrumpe de manera imprevista y los niños, amantes de cualquier cosa que subvierta el orden, hacen causa común con ella.

El vigilante (Medellín, Colombia)

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Este valle donde tantas generaciones de buitres han ejercido con celo el papel que la naturaleza les ha asignado, permanece bajo su mirada alerta. Sin importarles la mala imagen que llevan a cuestas están siempre dispuestos a desplazarse de un lugar a otro, con vuelo seguro, por el cielo de una ciudad que tiene mucho que ofrecer a su avidez.

El abrazo de un árbol (Medellín, Colombia)

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En una ciudad donde pasan tantas cosas de manera simultánea, no es extraño que estos pocos peatones ni siquiera perciban que sobre sus cabezas, un árbol y un edificio se abrazan permanentemente, confirmando una amistad de décadas.

Los amigos y los libros (Medellín, Colombia)

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Estos tres niños parecen haber encontrado la manera de conjugar dos de las mayores riquezas de la vida: la amistad y la lectura. Aunque suena redundante, puesto que, en el transcurso de una existencia, los amigos se convierten con frecuencia en libros que acompañan con su sabiduría y estos últimos casi siempre terminan por ocupar entre los amigos los puestos más señalados.

Duelo de agua (Medellín, Colombia)

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Cualquier pretexto es válido para darle salida a las ganas de competir y ejercitar además, todas esas otras habilidades que el ser humano desarrolla desde la infancia.