Como tantas frutas que se consumen en nuestro
país, la mandarina llegó de lejos, de muy lejos. Según dicen los historiadores es
originaria de China e Indochina donde su cultivo empezó cientos de años antes
de Cristo.
Esta fruta debió llegar a Colombia por las
mismas épocas que a otros países de América y con el sello de lo exótico que se
le imprimió en Europa, cuando se le dio un nombre inspirado en los famosos dignatarios
del Celeste Imperio. Ahora se vende hasta en las carretillas que recorren calles y avenidas
de esta ciudad.
Pero lo interesante de esta fruta es que de entre
todas las que consumimos a diario -autóctonas o foráneas- la mandarina es la única
que se ha convertido en sello de distinción para algunos sitios representativos
de la ciudad. Quizá se deba a su fuerte sabor o a que en nosotros hay todavía un deseo
atávico de saborear lo exótico representado en una fruta.
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