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La ciudad secreta (Medellín, Colombia)

A quién le fue enviado este mensaje, se pregunta uno en un primer momento cuando ve esta hermosa composición de colores y se da cuenta que en cada cuadro hay una letra.
Pero quizá no sea tan importante saberlo como averiguar las motivaciones que puede tener una persona para comunicarse mediante un elemento público como éste.
Además quién podría garantizar que el mensaje real sea el que se puede leer directamente, quizá esté encriptado como esas comunicaciones que se envían los espías, sólo que no conocemos la clave para descifrarlo, ni siquiera tenemos un indicio de la posible misión a la que alude.
Y es que en las ciudades se generan, de manera constante, una serie de códigos incomprensibles y manejados por grupos tan cerrados que a veces los demás ni se enteran de su existencia.
Aunque no sean sólo esos pequeños grupos los que establecen contactos de manera críptica, son tal vez los que pueden llegar a ser los más creativos en su forma de concebir la comunicación.
Es como si de pronto afloraran, aquí y allá, indicios de las múltiples dimensiones de la ciudad que se superponen sin mezclarse, aunque a veces se manifiesten frente a nuestros ojos de manera trivial o fascinante.

Op art (Medellín, Colombia)

Como si fuera una de las obras del estilo artístico que difundió Vasarely el pintor húngaro, este muro se inscribe en la mejor tradición de la ilusión óptica como forma de arte. Un muro que parece combarse en los extremos debido a la deformación que el objetivo de la cámara hace de la superficie calada por unos adobes hechos de manera inusual.
Es como si el arquitecto hubiera querido trasladar a la forma tridimensional esas maravillosas ilusiones que para el ojo crearon en dos dimensiones Vasarely y sus seguidores.
Pero la ilusión no se queda sólo en la superficie, se integra con el mundo reducido que se alcanza a ver a través de los pequeños espacios entre las piezas de barro.
Como siempre que se entrevé una realidad, la curiosidad nos lleva a adivinar el resto o a inventarlo para calmar la necesidad de saber. Una manera inusual de darle vida a una forma de arte que para muchos pecaba de frio e impersonal.

Barco pirata con helechos (Medellín, Colombia)

Hoy me sorprendí al ver un barco pirata que lentamente ha empezado a ser invadido por los helechos.
Tal vez por eso los barcos de piratas jamás deben detenerse, pensé. Les salen plantas en los costados o cosas tan terribles que uno no se atreve siquiera a nombrar por temor a que se conviertan en realidad.
Será que los felices piratas que se ven sobre la cubierta no se han dado cuenta de lo que le está pasando a su barco o tal vez su alegría se deba al hecho de que ya lo saben y han decidido partir: arrojarse a la quebrada que pasa por allí, desembocar al río Medellín y después a cualquier río más grande hasta llegar al Magdalena o al Cauca y por fin al mar, de donde no debieron haber salido nunca.
Buscaban quizá una vida más tranquila. Pero las vidas tranquilas no garantizan que uno esté a salvo de que le salgan helechos u otra de esas plantas que se aprovechan de los sedentarios.

Arte de corazón (Medellín, Colombia)

Unos cuantos trazos azules perfilan en segundo plano la imagen de la ciudad mientras los colores fuertes, como los que se utilizan en las pinturas murales que aparecen de manera espontánea en cualquier pared, dan vida a una extraña figura femenina como esas que describe la mitología egipcia con cabeza de pájaro.
Tanto por la técnica como por el tema esta obra remite a los asuntos eminentemente eclécticos de los murales callejeros, donde el espectador tiene la libertad de establecer cualquier tipo de relación entre lo que ve y el entorno en donde ha sido elaborada.
Al momento de tomarse esta fotografía el autor no había terminado su obra, que como dato curioso estaba siendo ejecutada sobre la superficie de un corazón.

Mercurio (Medellín, Colombia)

Desde sus comienzos esta ciudad ha tenido una vocación comercial.
Por eso no es de extrañar que en uno de los lugares más concurridos, la estación San Antonio del metro, se haya erigido esta escultura del maestro Arenas en honor al dios del comercio.
Como si quisiera recordarnos, a quién le debemos las bendiciones que han caído sobre la ciudad y unas cuantas amonestaciones de los hados, para frenar la ambición que muchas veces los designios de esta villa ponen en la mente de sus adoradores.
De un lado a otro vuela Mercurio influyendo en el ánimo de los habitantes de la ciudad, impregnándolos a todos de una pasión por los negocios, por el comercio, que a veces brota y da frutos en los oficios más corrientes o más peregrinos.

El impacto del Cristo (Medellín, Colombia)

Para muchos de los habitantes de la ciudad las imágenes del culto católico guardadas durante todo el año en las iglesias adquieren por estos días, toda su relevancia. Además de las esculturas de mármol o las reproducciones de escayola, casi siempre la imaginería religiosa está representada en figuras de madera pintada o cubiertas con yeso, de excelente o regular factura.
Pero no sólo hay que acudir a las iglesias para verlas, uno se las puede encontrar, todo el año, en una calle, en una esquina, en los altares que construye la gente en cualquier lugar, para conmemorar algún acontecimiento de carácter luctuoso o festivo.
Esta efigie de un Cristo “plantada” entre unos arbustos en el barrio Campo Valdés, al que una mano desconocida ha puesto como ofrenda un pequeño ramo de flores, va más allá de la devoción religiosa y pisa los terrenos del arte.
El trabajo minucioso del metal sumado al buen manejo de la anatomía ha dado como resultado una figura que impacta por su realismo.

El arte del anonimato (Medellín, Colombia)

En esta ciudad se encuentran composiciones visuales de tal belleza que uno no puede menos que pensar en algún artista anónimo, alguien que se tomó el trabajo de ubicar los colores y las formas en un lugar determinado, aunque poco convencional, para que a alguna persona se le ocurriera ver allí un objeto artístico.
Aunque lo más factible es que deben haber sido varios los “creadores”; a lo mejor fueron muchos los que contribuyeron, de manera inconsciente, a hacer esto posible. Con toda seguridad cada elemento fue ubicado allí en períodos de tiempo distintos por personas que ni siquiera tuvieron en cuenta el entorno en el que estaban trabajando. Pero lo que importa es el resultado, independientemente de la intencionalidad de los autores.

Los tesoros en la intimidad (Medellín, Colombia)

Un muro que se abre es una tentación para la curiosidad humana, sobre todo cuando la primera vez que uno mira, lo único que ve es otro muro: un muro dentro de otro. La siguiente vez la mirada se detiene durante más tiempo, el suficiente para que la imaginación empiece su trabajo demoledor de barreras. Es entonces cuando el ojo entrenado para esos menesteres, puede ver lo que debió haber visto un hombre que se hubiera asomado por una rendija a la cueva de Alí Babá o lo que hubiera contemplado si le hubiese hecho compañía, aunque fuera con la mente, a los héroes de las historias de las Mil y una noches en su recorrido por palacios deshabitados, llenos de puertas que sólo se abrían mediante complicados mecanismos. En su interior permanecían los tesoros más sorprendentes, tanto que las palabras son incapaces de describirlos.
Mientras este muro se abre completamente (hasta ahora su movimiento ha sido tan lento que nadie lo ha percibido), sería bueno que quienes sólo ven un muro abriéndose continúen entrenando su imaginación para que puedan descubrir las maravillas que permanecen allí detrás, tan ocultas como los pensamientos más secretos de un ser humano.

El misterioso mensaje del octágono (Medellín, Colombia)

En la verja que da acceso a una casa del barrio Prado, dos medallones octagonales enriquecen su sencillo diseño. El relieve que altera su superficie es paradójico en muchos sentidos, bueno al menos en dos sentidos: la efigie de un escultor que talla una obra invisible es a su vez borrada, pero no por el deterioro del metal sino por las sucesivas capas de pintura que unas manos, con muy poca delicadeza, le han aplicado a esta pequeña y hermosa obra de arte. Cada vez que la brocha pasa por su superficie desdibuja la imagen, hasta que llegará el día en que nadie podrá ver algo más que la figura geométrica del exterior.
Al interior del octágono el escultor continuará con su trabajo impalpable. Pero el observador sólo podrá ver y meditar tal vez, sobre la simbología de esta figura geométrica utilizada para construir hitos arquitectónicos tan importantes como la mezquita de Al-aqsa en Jerusalén o el castillo del emperador Federico II en la provincia de Bari, Italia. Sin olvidar las figuras que se utilizaron, en los mosaicos de algunas iglesias de los principios del cristianismo, para simbolizar la eternidad y la totalidad.
Mientras llega el momento de su desaparición sólo es posible, para nosotros los legos, admirar la armonía de esta figura que con pocas líneas ha creado un artista desconocido.
Aunque no sería extraño que algún buscador de misterios se sienta intrigado por el hecho de que un escultor, es decir un creador, se dedique a tallar eternamente algunas palabras o símbolos reveladores, ocultos para el mundo por la pintura, que accidentalmente o de manera premeditada, cubre un mensaje que sólo los iniciados podrán desvelar, si alguna vez se libera esta obra de todas las capas de pintura acumulada durante décadas.

All that jazz (Medellín, Colombia)

Si… el show debe seguir, aunque no haya acudido nadie a ver el espectáculo. Pero la necesidad que sentía esta artista de expresarse era mucho más fuerte que la cantidad de personas que presenciaran su actuación.
Aunque es posible que esas sillas estuvieran vacías sólo en apariencia. Tal vez el público para quien actuaba esta niña era visible sólo para ella. Un público tan etéreo que ni siquiera sus siluetas lograron ser captadas por la cámara fotográfica. Únicamente ella escuchaba los aplausos atronadores que arrancaba con su desempeño.
No importa que para la gente ésta hubiera sido una actuación solitaria, o que nadie la entendiera o que ni siquiera se hayan dado cuenta de haber sido interpelados por uno de esos seres que sienten la necesidad imperiosa de interpretar la realidad desde su punto de vista. Por fortuna esas sillas vacías aparentemente estaban llenas de seres invisibles que aplaudieron una actuación memorable.
Porque el mundo del arte está ahí, al alcance de la mano, para quien quiera ser transportado a un lugar donde todo es posible, hasta hacer un show para un público fantasma.

El arte de la complicidad (Medellín, Colombia)

Mientras las miradas se posen en el cuerpo de la mujer desnuda o intenten ignorarla, la pareja que se esconde detrás permanecerá invisible a los miles de ojos que recorren el lugar. Ella los observa disimuladamente y les transmite con palabras inaudibles un sentimiento de seguridad.

La cantante que surgió de un muro (Medellín, Colombia)

Esta ciudad siempre nos asalta los sentidos. A veces se vale del color o de la arquitectura. Esta vez lo ha hecho por medio de Sally Bowles, la cantante del famoso Kit Kat Club.
La imagen maravillosa de Liza Minelli interpreta en silencio para el público de Medellín, desde un muro en la calle Maracaibo, el desgarro emocional de la Alemania de entre guerras.

La dama de la hoz (Medellín, Colombia)

Desconocido para la mayoría de los transeúntes, este altorrelieve permanece sobre la puerta de uno de esos edificios viejos de Junín, donde funciona una institución bancaria. El tema parece hacer referencia al trabajo: en una pose de reminiscencias egipcias una mujer manipula con gesto delicado una hoz; el pelo, amarrado en una trenza, cuelga sobre el hombro poniendo un toque de coquetería en toda la escena.

Bajo el cielo antioqueño (Medellín, Colombia)

Las ramas retorcidas de un árbol colonizado por las melenas evocan, en sus formas y en la composición que presentan contra el cielo azul, alguna imagen japonesa pintada en la seda de un kimono o en la ilustración de una novela del mundo flotante, que pudo ser plasmada hasta por el mismo Hokusai.

La Madremonte -detalle- (Medellín, Colombia)

Esta escultura de José Horacio Betancur ronda por entre la vegetación de Medellín desde 1953.

La Madremonte (Medellín, Colombia)

Semioculta entre los helechos la Madremonte sueña con la hojarasca desmenuzándose a su paso y con el olor de la tierra que se descompone. Permanece estática al sol en un jardín botánico como una rareza más entre las que allí se conservan. Espera la noche que le volverá a traer sonidos y visiones arcanas.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...