Una puerta en Boyacá (Medellín, Colombia)

Cuando uno camina por la calle Boyacá, a la altura de la iglesia de la Candelaria, lo hace por necesidad. Pocos habitantes de la ciudad deciden ir a dar un paseo por esta calle que constantemente se atesta o se vacía de personas que van y vienen. Los vendedores que nunca se alejan demasiado tiempo ofrecen todo tipo de pequeñas mercancías y el ruido de sus pregones es casi ensordecedor.
Casi nunca uno gira la cabeza para mirar los paredones de la iglesia que ha estado ahí flanqueando la calle y viendo los cambios de la ciudad durante los últimos doscientos o trescientos años.
La puerta que se abre a un espacio oscuro y fresco la cruzan diariamente cientos de fieles que sacan un rato a su tiempo de preocupaciones para detenerse en la frescura del interior, pero ni siquiera ellos dejan que su atención se la robe la hermosa puerta lateral ni los cambios de color que periódicamente le infringe el sacerdote de turno.
La iglesia está ahí, simplemente, como uno de esos mojones que señalan a los viajeros el recorrido o algún acontecimiento que ya nadie recuerda. Inamovible, al menos durante unos cuantos siglos más la iglesia y su puerta lateral seguirán formando parte de esta calle Boyacá que de tanto en tanto cambia su especialización. Tal vez en unos años, otra vez se puedan encontrar en ella los viejos negocios comerciales de antes o la gente haya decidido que allí no se venderán sino relojes o celulares como en otras calles del Centro, o que los vendedores de películas piratas van a tener un status oficial.
Independientemente de las tareas que se le asignen, esta calle seguirá reflejando, en sus edificios y en la gente que pasa o que cruza la puerta de la iglesia, otra faceta del alma de la ciudad.

La invasión silenciosa (Medellín, Colombia)

Calladamente y a una velocidad imperceptible la naturaleza incansable trata de recuperar el terreno que ha perdido frente al avance humano.
Las casas y las construcciones abandonadas dan cuenta de este proceso. Pero a veces ni siquiera se trata de edificios abandonados los que son presa de esta compulsión por adueñarse de nuevo de aquello arrebatado por el hombre a las demás especies del planeta.
Una enredadera en cuestión de días es capaz de apoderarse de toda una fachada. Desafortunadamente el hombre siempre vigila y muy seguramente esta planta desaparecerá antes de que pueda esconder la transparencia del vidrio entre sus ramajes.
Los insectos no podrán usar este tallo que se estira flexible aferrándose a cualquier resquicio. Los pájaros tampoco podrán hacer sus nidos en esta planta. De un momento a otro la mano del jardinero se encargará de frustrar otro intento de apoderarse de este balcón.
Aunque las plantas nunca cejarán en su intento y volverán a aferrarse lentamente a cualquier grieta o espacio para adueñarse al fin de la Tierra.

¡Qué nube! (Medellín, Colombia)

La espectacularidad de la nube opaca la desmesura del edificio que en el primer plano de la foto pretende robarse todo el protagonismo, sin lograrlo.
La naturaleza siempre se lleva las palmas en eso de asombrarnos con sus creaciones.
Es como ver uno de esos pájaros que recorren los cielos buscando un lugar específico para detenerse. El lugar adonde se dirigen a pasar el verano olvidándose de los rigores del clima y de las preocupaciones que la especie impone. Es como si el cielo quisiera recordarnos esas existencias que corren paralelas a las nuestras y que pocas veces se cruzan con nosotros: las de las aves migratorias para las que la ciudad es sólo un hito en el recorrido de miles de kilómetros al que deben enfrentarse cada año.
Nosotros nos contentamos con mirar la nube e imaginar un gran pájaro para el cual el edificio que pretende ser desmesurado, sólo es una ínfima representación del orgullo humano.

En las noches (Medellín, Colombia)

En las noches llenas de destellos y de sombras esta casa se entrega a los recuerdos.
Se evade así del presente que se le ha deparado: ser un objeto de gran belleza que a duras penas consigue evocar con su aspecto remozado los tiempos en los que fue un lugar donde vivía gente.
Cuando en esta casa se oían las risas, los llantos o los suspiros con los que la vida matiza la existencia de las personas, la luz no brillaba con tanta intensidad y los corredores y el jardín se llenaban en las noches de muchas más sombras que ahora.
Tal vez la luz dorada de las lámparas le diera a esta fachada un aspecto de postal amarillenta, de esas que se guardan durante mucho tiempo en los baúles bajo llave para que el tiempo no se robe las memorias o para que no se gasten demasiado si se rememoran con demasiada frecuencia.
Ahora le es fácil acceder a esta casa a todo aquel que quiera visitarla. Infortunadamente, sucede con ella como sucede con esos lugares llenos de historia que a pesar de mantener un aspecto tan poco deteriorado, le es difícil al observador revivir el ambiente que los verdaderos habitantes crearon y respiraron en ellos.

Una mujer en contravía (Medellín, Colombia)

Una escena callejera tan cotidiana y tan vieja como la vida misma: un hombre observa como una mujer se aleja. Ella con el gesto le indica al mundo, aunque él no lo entienda, que lleva en la mente su imagen o las palabras que acaba de escuchar.
Él la ve irse mientras espera que ella gire el rostro. Espera que aunque sea por una sola vez una de las mujeres a las que se ha dirigido en la calle voltee la cabeza y lo mire, dándole a saber con una acción tan simple como esa que sus palabras no fueron en vano, que su voz pudo al fin tocar alguna fibra en la sensibilidad de ellas.
Sin embargo, la mujer sigue su camino. El único indicio de que algo en ella se perturbó es ese gesto atávico de las mujeres de tocarse el pelo en cualquier situación.
Tal vez en ese momento, aunque no lo sepa, se siente conmovida por el hombre que solitario la ve perderse por una ruta equivocada, porque no se atrevió a sugerirle que la verdadera vida la espera en otra dirección.

Los testigos (Medellín, Colombia)

En una ciudad hay tantos acontecimientos simultáneos que es imposible darse cuenta de la mayoría de ellos.
Una persona común y corriente se enterará durante un día normal de un uno por ciento de todos los hechos relevantes para la ciudad. Claro que no se incluyen en ese estimado los sucesos individuales o particulares que sólo involucran e interesan a un pequeño grupo de personas.
A veces se levanta la mirada para ver un cielo huérfano de nubes y los ojos se encuentran con las aristas de un edificio blanco que se recorta contra el azul. Pero su imagen se desdibuja para el observador cuando repara en las cabezas que sobresalen del borde de una terraza.
De espaldas a la calle los dueños de estas cabezas muestran un interés absoluto en lo que está sucediendo frente a ellos. Quizá están siendo testigos de algún ritual sólo conocido por los maniquíes y que debe llevarse a cabo bajo un cielo despejado y de un azul tan puro como los cielos que cobijan los mares del sur en las novelas de aventuras.
O tal vez no suceda nada en esa terraza; mientras los seres humanos se dedican a moverse frenéticamente y en todas direcciones, los maniquíes permanecen así imperturbables, soñando con los paraísos y nirvanas que se les reservan a quienes son capaces de mantenerse quietos y en silencio.

Como una mariposa (Medellín, Colombia)

Con la misma incertidumbre con la que comienza el vuelo una mariposa empezamos este blog hace un año.
Esperamos tener la fortaleza de sus alas para resistir el viento y poder seguir mostrando esta ciudad desde nuestra particular manera de ver y entender el mundo.
Con menos titubeos, damos comienzo hoy al segundo año de esta publicación que para muchos se ha vuelto ya un punto de referencia y de acercamiento a la ciudad de un modo diferente: al menos con nuevos elementos de juicio para volver a mirar lugares muy conocidos o para dejarse llevar por la inquietud de mirar sus propios sitios con otros ojos, tal vez más inquisitivos o más soñadores.
De todas maneras este blog ha sido un gran motivo de satisfacción para sus creadores, que durante mucho tiempo sintieron la inquietud de presentar al mundo la ciudad donde habitan y han encontrado en este medio una excelente forma de hacerlo.

Invasión (Medellín, Colombia)

Nada puede contra la fuerza de la naturaleza. Los helechos invaden cualquier lugar desprotegido o abandonado de la ciudad, como éste pequeño rincón en uno de los puentes más emblemáticos de la ciudad. A la vista de todo el que quiera mirar crecen sin control aparente.
Las esporas encontraron un suelo fértil, tanto que ya otras plantas han aprovechado la ventaja del aislamiento de este lugar y la indiferencia de los que pasan para echar sus raíces, literalmente.
La naturaleza no descansa, siempre está al acecho de los descuidos que cometemos para ejercer derechos de posesión sobre la tierra de la que tan olímpicamente nos hemos apoderado. Independientemente de la belleza o no de estas plantas nos unimos al gesto que reivindica sus derechos a medrar en cualquier parte.

Burritos (Medellín, Colombia)

No se sabe aún cuál es el “gancho” que tienen este par de burritos para seducir o convencer a sus clientes infantiles e inducirlos a que se trepen en sus lomos y den un paseo imaginario basado solamente en el balanceo de sus cuerpos artificiales.
Uno piensa que a la fértil imaginación infantil se la lleva a extremos casi de ruptura cuando se les pide imaginar una gran cabalgata en una pradera de esas salvajes, donde corrían libres como el viento los indios norteamericanos o los caballos de los mogoles conquistadores, sólo porque llevan las riendas plásticas de unos muñecos que con muy poco esfuerzo pueden transformar, en cualquier momento, su sonrisa inocua en un gesto asustador.
Lo cierto es que independientemente de las razones de su éxito pocas veces se ven estos animalitos así sin trabajo, descansando detrás de una sonrisa de cartel publicitario.

La curiosidad del pequeño saltamontes (Medellín, Colombia)

Siempre se ha dicho que los grillos o saltamontes, como han aprendido a llamarlos los que se dejan llevar por la terminología de la televisión, son grandes músicos, es como si lo llevaran en la sangre por así decirlo, algo de familia. Pero además, en esta ciudad, los grillos son curiosos, una característica que todos sabemos es la madre de los conocimientos; así que estos insectos a la música han añadido la sabiduría.
Ojalá que todos los que compartimos este cielo tuvieramos la curiosidad del "saltamontes".

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...