Entre las hojas y el viento (Medellín, Colombia)

En el fondo, el edificio de Plaza Mayor sirve de contraste a esta planta abierta como un abanico para airear un ambiente no muy caluroso, aunque de todas maneras se refresca con la sola presencia de sus hojas de intenso color verde.
A su vista se rememoran durante un momento antiguos atavismos: de cuando el hombre se entregaba al placer del viento empujando plantas y palmeras en los viejos oasis, donde el sonido seco de las hojas debió competir con el canto milenario de las dunas, arrastrándose unas sobre otras para dar un aspecto siempre nuevo y diferente al paisaje.
En este lugar el viento apenas si logra estremecer a los árboles y las plantas, pero sin embargo la sabiduría de la naturaleza, comunica de alguna manera al observador sensaciones que no por arcaicas permanecen completamente olvidadas.
Al fondo la silueta del edificio parece adquirir significación sólo en la medida en que su color uniforme contrasta con la inmensa variedad de verdes.

Parque Berrío (Medellín, Colombia)

En el sitio más emblemático de la ciudad, el hombre que le da nombre al lugar observa el desfile la historia. Dándole la espalda al viejo edificio de la Bolsa, Pedro Justo Berrío atestigua el paso del tiempo y los cambios radicales que ha sufrido la pequeña Villa que él conoció.
Los árboles, escasos, ya no son los mismos; la gente ha variado bastante sus costumbres, aunque en realidad la humanidad cambia poco, sólo se altera su apariencia.
Las mismas pasiones que movían a la gente hace más de cien años, deben seguir impulsando las acciones de sus descendientes.

A escondidas (Medellín, Colombia)

Para la imaginación infantil cualquier lugar sirve para recrear otros espacios donde es posible sustraerse a la vista de los demás y repetir la emoción de desaparecer en otro mundo.
Un lugar cualquiera se puede convertir en un desierto o en oasis o playa tropical dependiendo de los lugares imaginarios que pueda tener en la mente o de los lugares atávicos que lleva cualquier ser humano en su interior.
Lo cierto es que la gente, como los niños, puede inventarse tantos sitios y situaciones para vivir otras realidades, como su deseo lo permita. Tal vez esa sea la esencia de la literatura donde los espacios imaginarios se vuelven tan reales como las palabras que los describen.

La música es así (Medellín, Colombia)

En esta ciudad, donde todavía quedan vestigios de la vieja Villa, aparecen por ahí en una plaza o en un banco algunos de esos cantores que ha conocido la humanidad desde antes de aprender a tener memoria.
Tal vez sean ellos los encargados de mantener viva la verdadera música, aunque sus instrumentos desafinen y sus voces cascadas hayan perdido la sonoridad de antaño.
La música es así, encuentra las vías aparentemente más peregrinas para manifestarse. A veces la gente alrededor finge indiferencia, pero el sonido los invade y de pronto alguien se siente obligado a echar un vistazo para comprobar que no es un mundo irreal el que percibe su oído.

La belleza de lo simple (Medellín, Colombia)

La belleza simple de estas flores amarillas, así como la profusión con la que aparecen en los campos, le hace olvidar a uno todas las propiedades terapéuticas y hasta culinarias que desde siempre se le han asignado al diente de león, una planta de diseño sencillo que siempre causa impacto, tal vez por el fuerte contraste entre el color de sus flores y el verde intenso de las hojas que les sirven de fondo.

Rosa, rosa (Medellín, Colombia)

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Cada flor que se abre a la luz repite el milagro de la naturaleza. Sin más razón que la supervivencia, quizá lo único importante, las flores entregan sus colores y fragancias y de esa manera se ubican en el escenario de la vida como uno de los productos más bellos, además de inquietantes si es que uno quiere desvelar su arquitectura o la funcionalidad de sus formas y colores.
Cada vez que se abre un capullo, la rosa declara su libertad de abrirse sin explicaciones, ni siquiera se pregunta si es observada y admirada o si ha dejado atónito a alguien con su apariencia.
De todas maneras esta imagen lleva a repetir otra vez con el poeta: la rosa sin porqué, florece porque florece.

La carta (Medellín, Colombia)

Acaso existe un lugar mejor para leer una carta.
Las palabras, susurradas apenas, se dejan acompañar por el murmullo de las hojas al vibrar unas con otras sobre la cabeza de la lectora.
En este momento no existe otro mundo que el descrito por esa hoja de papel que, contrariamente a las costumbres de la época, no utiliza el espacio virtual para desplazarse.
Quizá una flor anaranjada cae con estrépito cerca de ella y apenas logra que levante la mirada.
¿De donde podrá venir esa carta y de qué medios se habrá valido para llegar hasta las manos de esta muchacha, que absorta se sumerge en algún pueblo, o ciudad o incluso algún país lejano, tan exótico para nosotros como podría ser esta imagen para algún habitante de las antípodas? Sólo ella lo sabe, y es mejor que nunca lo averigüemos, así nos podemos entregar a cualquier tipo de elucubraciones, todas posibles.

Tonos de feria (Medellín, Colombia)

Por estos días, cuando la gente se prepara para intervenir en la feria de las flores, los tonos de la naturaleza se perciben más intensos, como si la mirada de muchos de los habitantes de esta ciudad adquiriera una sensibilidad especial para descubrir nuevas formas y tonalidades en las flores que nos rodean durante todo el año.
A veces son las especies nativas que se han visto en la ciudad desde que la gente tiene memoria y a veces son esas flores de color y forma exótica que apenas hace algunos años empezaron a dejar los bosques y las selvas del país, para invadir los jardines citadinos.
De cualquier manera, esta pasión por las flores hace de esta ciudad un lugar digno de verse y de visitarse, por supuesto.

El patio de los pájaros (Medellín, Colombia)

Hay en las ciudades lugares públicos que pasan desapercibidos al observador, tal vez porque no encuentra en ellos una gran escultura o acaso una fuente que refresque la mirada.
Sin embargo, allí suceden constantemente encuentros que parecen de gran importancia para sus protagonistas, aquellos que estiman en lo que vale un sitio donde los árboles, las plantas y las construcciones humanas se combinan para formar el escenario más propicio.
No sabe uno a que juegos o tramas de la vida se entregan estas criaturas pequeñas y nerviosas, pero siguen sucediendo, independientemente de que nos demos cuenta o no.

Zona de calma (Medellín, Colombia)

En esta ciudad hay seres a los que se les ha encargado la tarea de refrescar el ambiente. Casi siempre son árboles como éste, que florece en abundancia con el fin explícito de crear una zona de calma, en un lugar donde todo tipo de vehículos se apiñan cada tanto cuando el semáforo se pone en rojo, para precipitarse después cuando cambia a verde.
Todos aquellos que pasan por allí ignoran la gran valla que les anuncia en letras blancas sobre fondo verde que sobre sus cabezas es posible entrar, así sea nada más con la mirada y durante treinta segundos, en un lugar calmado como esos descritos por aquellos que hablan de meditación. Quién sabe, es posible que en esos cuantos segundos uno pueda pasar a otra dimensión de la realidad y abstraerse de la urgencia que le inocula el tráfico desesperado de una ciudad.

Perdidos en el paraíso (Medellín, Colombia)

Por entre la ramazón de unos árboles se dejan ver unas figuras de bronce que se esconden o aparecen a su antojo, dependiendo del interés con que el ojo del observador se pose en ellas.
A veces se convierten en imágenes de recuerdo para las cámaras de los turistas. Pero en otras ocasiones se integran tan bien con la vegetación que hasta quienes las ven todos los días se imaginan que están en otro lugar.
Como este Adán que se mantiene estático mientras la naturaleza parece crecer a su alrededor, y el ruido de la gente que visita la pequeña plaza calca los sonidos de la selva con gritos como las llamadas de los pájaros y hasta con rugidos que en nada difieren de los que lanzan al viento los leones o los tigres en la espesura.

Los colores de la bandera (Medellín, Colombia)

Las banderas (la de Colombia y la de Antioquia) a las que el viento se ha negado por el momento a agitar y desplegar, añaden sin embargo el color que le falta a la arquitectura futurista de este edificio.
Concreto y acero se combinan para darle ese aspecto de lugar perdido en el futuro, pero cuando la atención se centra en los colores el observador vuelve al presente.
Para muchas personas las banderas tienen una gran carga de emotividad, son la declaración explícita de la pertenencia a un lugar determinado de la tierra.
Por eso, además del contraste evidente entre la frialdad de las superficies que rodean estos símbolos, resalta con fuerza la referencia a la patria que en mayor o menor medida mueve a cada ser humano.

Simplicidad (Medellín, Colombia)

Una mínima silueta rompe con el regular perfil de los listones que cubren esta fachada. Un hecho que se repite constantemente en los distintos espacios citadinos.
Es como si en las ciudades los pájaros y aves de todo tipo tuvieran el propósito de enriquecer con su presencia las arquitecturas antiguas o modernas que las conforman.
Siempre están ellas quebrando las formas rectas que invaden el diseño actual o continuando las sinuosidades de la línea que el diseño antiguo utilizaba.
De todas maneras la fauna siempre añade ese toque de vitalidad a tantos ángulos y superficies que de otra manera se verían como áreas desprovistas de vida e interés.
Una simple tórtola cambia el aspecto de todo un edificio.

La seducción del plástico (Medellín, Colombia)

Apilados al azar un montón de símbolos de la cultura pop infantil cuelgan en un desorden escandaloso llamando la atención, interesada o no, de quienes pasan por allí.
En una ciudad que históricamente se ha dedicado al comercio, a nadie le extraña encontrarse con este tipo de ventas callejeras donde la profusión de colores hace las veces de estrategia publicitaria. Con sus matices artificiales estos objetos compiten en este parque con la naturaleza que, aunque no lo parezca, contribuye con su aparente aspecto monocromático a resaltar el variopinto colorido del plástico.

El color de la ciudad (Medellín, Colombia)

Apareció de nuevo el sol bañando la ciudad y los colores que, durante la temporada de lluvias habían permanecido en una como hibernación, se revitalizan y devuelven la luz transformada en el colorido al que estamos acostumbrados los habitantes de la Bella Villa, desde sus comienzos hace más de trescientos años.
Al parecer siempre ha sido la vocación de esta ciudad entregarse apasionadamente a todas las gamas de la naturaleza que para fortuna nuestra se presenta profusamente en calles, balcones, parques y en cuanto lugar se pueda sembrar una planta.
Hasta se olvida el calor sofocante que arropa la ciudad cuando “Jaramillo” brilla en el cielo sin obstáculos y a través de una atmósfera tan transparente que le hace a uno figurarse cómo pudo ser en esas épocas donde bosques y marjales cubrían gran parte de lo que es ahora la gran urbe.

Un cielo de verano (Medellín, Colombia)

A veces sólo basta mirar hacia arriba para ver un árbol, de esos que han escapado al hacha criminal que por temporadas se desplaza por la ciudad, intentando combinar sus miles de verdes con los azules del cielo.
Aunque el cielo visto así, a través de un vidrio, le hace pensar a uno que podría no ser más que un color pintado para engañar pequeñas plantas, para convencerlas de que afuera el tiempo es el ideal para su desarrollo.
Pero el calor que hacía esta tarde en la ciudad no tenía nada de ficticio, era uno de esos calores de trópico con tendencia a convertirse en agobiante, como esos que describen los exploradores de selvas o bosques donde los retazos de azul o de gris son tan escasos, que quienes se mueven a ras del piso tienen que recurrir a la imaginación o a los sueños para no olvidarse del cielo.
Afortunadamente los que vivimos en esta ciudad sólo tenemos que levantar la cabeza para ver árboles combinando sus colores con el azul, que siempre da la impresión de ser infinito.

Bronce y acero (Medellín, Colombia)

Acariciada por el sol de la tarde una escultura se proyecta hacia el cielo del Centro de la ciudad, mientras los metales parecen perder consistencia gracias a las formas que les dio el escultor, al imitar con sus manos el momento de la creación.
Dependiendo del ángulo desde donde se la mire, esta escultura puede convertirse en una mezcla de volúmenes diferentes donde apenas se adivinan siluetas reconocibles, como debió ser la materia cuando empezaba a volverse sólida.
Las palmeras y los árboles se estiran y retuercen para impedir que la mezcla de bronce y acero se escape, se eleve y desaparezca en el cielo. Hasta ahora lo han conseguido, y con cada día que pasa la escultura se ve atrapada más y más por la vegetación que crece a su lado.

La solidez de la luz (Medellín, Colombia)

La luz que entra por una ventana abierta al exterior parece solidificarse, convertida en la fluidez de la tela que aunque flexible y suave, nunca llegará a igualar la espectacularidad con que la luz deja su impronta donde quiera que aparece.
En un lugar excavado en la tierra no deja de sorprender la aparición de estos cortinajes que capturan la luz, convirtiéndola en ese intenso color amarillo tan querido por los emperadores chinos, quizá porque les recordaba el oro o tal vez porque pensaban que de todos los colores era el más luminoso.
Pero no sólo despiertan interés el color y los largos telones que descienden desde la altura, están también los tragaluces por donde se deja ver un cielo tan pálido que uno apenas lo percibe. Aunque su diseño es novedoso, casi toda la atención de la mirada se la roban los lienzos y su color donde la luz adquiere mayor intensidad.

Entre el amor y la magia (Medellín, Colombia)

Esta imagen lo empuja a uno a sospechar que ha interrumpido un ballet interpretado por flores, que parecen mariposas, haciendo el papel de cisnes.
Sólo falta la música de Tchaikovski para asegurar que se está en presencia de una peculiar representación, dedicada a los seres que pueblan los bosques en los cuentos de hadas.
En cualquier momento las flores empezarán a moverse de nuevo, imitando a los cisnes encantados por el malvado mago Rothbart que esta vez aparece en medio de las aves, disfrazado de escarabajo, para impedir que la hermosa Oddette reciba el juramento amoroso de Sigfrido, el príncipe, y ella pueda recuperar su forma humana.
Una vez más se confunde uno sin saber quién imita a quién, si el arte a la naturaleza o ésta al arte.
Aunque dilucidar esta incógnita no tiene relevancia si es posible contemplar un resultado como éste.

Donde viven los sabios (Medellín, Colombia)

Pocas veces uno se encuentra lugares como éste donde sólo con subir unos cuantos peldaños, excavados en un barranco, se penetra en una atmósfera que mueve a la reflexión.
En el Ramayana, una de esas epopeyas indias donde los bosques son frecuentados por todo tipo de criaturas, diabólicas y benéficas, se dice que el bosque es el lugar donde habitan los sabios.
Y es que desde la antigüedad y en muchas civilizaciones se ha identificado el equilibrio que se percibe entre todos los seres que pueblan la espesura, con esa actitud mental donde las pasiones y las emociones humanas se nivelan de tal manera que es posible emprender el camino de la sabiduría.

Una foto para el duende (Medellín, Colombia)

Aunque las criaturas que suelen frecuentar los bosques son reacias a dejarse ver por ojos humanos, según cuentas las leyendas, en este parque cercano a la ciudad no es extraño encontrarse con un duende deambulando tan tranquilo como si nadie lo observara. Es más, son capaces hasta de atravesársele a los visitantes y juguetear con ellos, a su manera claro está.
Este duendecillo que usa sombrilla o paraguas según el caso y que se dedica a retozar con la gente que pasa por allí, parece no darse cuenta del interés que despierta en los inveterados tomadores de fotos.
Tal vez en ese momento se haya detenido a escuchar el bosque y a interpretar los sonidos que le trae el aire transparente, permitiendo por un instante, el que dura apretar el obturador de la cámara, capturar su imagen perturbadora.

Bajo tierra (Medellín, Colombia)

Bajo tierra, en un auditorio de concreto, cuatro muchachos se entregan a la fascinación de la música de cámara y hasta salen de sus instrumentos las notas de un bambuco alegre y cantarín.
Desde este auditorio sui géneris, enterrado en una pequeña colina, se escapa la música hacia el bosque que la rodea. Aunque en realidad no llega muy lejos, el ritmo propio que tienen las espesuras se traga las notas.
Pero aquí en este lugar, de diseño impecable, uno siente que puede alcanzar ese estado de la mente tan necesario para permitirle a la música que toque nuestro espíritu.

La huella de la naturaleza (Medellín, Colombia)

No es usual encontrar la oportunidad de fotografiar esas imágenes que a veces lo impactan a uno por su belleza o porque no se las puede contemplar con facilidad en las rutas que se siguen regularmente en los laberintos rutinarios de una ciudad.
Estas hojas que parecen reflejar en su superficie la impresión de un mapa de las regiones montañosas y profusamente parceladas de Antioquia, sólo se ven en esos bosques que todavía quedan por ahí entre ciudad y ciudad. Sin embargo no es más que la huella con que la naturaleza ha marcado esta planta.
En ella pueden verse con detalle las formas aparentemente caprichosas que adoptan algunas plantas para recibir la luz en sus hojas. O para resistir sin claudicar las inclemencias del clima.

Una silleta emblemática (Medellín, Colombia)

Quizá una de las imágenes más fotografiadas, por aquellos que visitan el Parque Arví, son estos jardines plataforma cuyo diseño se basó obviamente en las silletas que representan como ningún otro objeto la vocación floral de esta ciudad.
El desfile de silleteros, evento emblemático, inspiró a los arquitectos para darle una solución bastante audaz a las terrazas que cubren los restaurantes y locales que se encuentra uno mientras recorre este parque.
Una manera ingeniosa de intervenir el paisaje, respetando la conformación natural del terreno, además de realzar la belleza del lugar con una gran variedad de plantas nativas.

Una medusa en el cielo (Medellín, Colombia)

Cuando uno cree que ya nada lo sorprenderá en esta ciudad, que lo único que le falta es encontrar la oportunidad de fotografiarlo, se aparece en medio del cielo una imagen nunca vista, como ésta que no se puede comparar más que con una medusa gigante, detenida por algún azar sobre uno de los lugares más interesantes de la ciudad: el Parque Arví.
Aunque apenas está abriendo sus puertas a todo aquel que quiera maravillarse con la naturaleza y recargar sus pulmones con verdadero oxígeno, ya se perfila como uno de los atractivos más importantes en una ciudad que además de asfalto y concreto ofrece ya un parque donde fácilmente se olvidan las multitudes y las aglomeraciones de todo tipo.

Tormentas a las seis (Medellín, Colombia)

Uno de esos cielos que parecen presagiar tormentas se cierne, cargado de nubes, sobre el centro.
Se imagina uno esos nubarrones cabalgando el viento a gran velocidad para tomar posición sobre la ciudad, preparándose para la siguiente tormenta como en los cielos de las películas de piratas o los que aparecen en las novelas del siglo XIX, donde los truenos acompañaban las invocaciones que mujeres desesperadas lanzaban al viento.
Sin embargo en esta ciudad un cielo así cubre un laberinto de casas y edificios donde, a esta hora, comienza a realizarse el rito milenario de los hogares: la reunión en torno a la luz para espantar la oscuridad que amenaza desde afuera.

Ciudad con árbol (Medellín, Colombia)

Un árbol solitario ha asumido la tarea de reforzar la vida con la que apenas cuatro personas intentan impregnar un rincón de la ciudad donde la ausencia de multitudes, tan características de las metrópolis, enfatiza la frialdad que pueden llegar a tener las construcciones humanas.
En el contraste entre árbol y arquitectura, siempre llevará las de ganar el árbol, aunque en las ciudades su importancia se vea reducida a un mero agente decorativo.

Al calor de la música (Medellín, Colombia)

Como para afirmar la calidez del aire de la tarde un grupo de músicos irrumpió en las conversaciones y entre el ruido habitual que siempre se produce, de una extraña manera, en un lugar donde hay mucha gente.
No se necesitaba nada más para dibujar sonrisas de aprobación en todos los rostros. Como si de alguna manera todos estuvieran necesitando rebajar un poco el agobio que el calor desacostumbrado producía en los cuerpos.
Hasta ese día habían sido tantos los aguaceros y las lloviznas pertinaces que el sofoco húmedo de la tarde parecía por contraste una molestia menor.
El aire de fiesta con el que los músicos y su ritmo alegre impregnaron el ambiente nos hicieron creer a todos que el calor era la atmósfera adecuada para la música que traían.

Lugares con vida (Medellín, Colombia)

Algunos de esos lugares asépticos, por donde pasa uno a veces en esta ciudad, no dejan de llamar la atención por pequeños detalles que si bien son parte del espacio y no se pretende que tengan importancia en sí mismos, adquieren relevancia tal vez porque de alguna manera rompen con la monotonía que se le ofrece a la vista.
La incongruencia de una planta en medio de tantos materiales y superficies inorgánicos captan la mirada y uno se deja llevar por la imaginación hasta encontrar una explicación para su supervivencia en un medio aparentemente hostil. Quizá uno de esos jardineros de corazón se encarga de sacar periódicamente esta planta a cualquier terraza para que se reconcilie durante algunas horas con el universo. Durante ese tiempo hasta una oruga mañosa tiene ocasión de hartarse con un pedazo de una de sus hojas, la más vieja.
En algún lugar estará dormida ya en su capullo recordando la vez que devoró incontrolablemente parte de una hoja y de donde estuvo a punto de ser desalojada dejando inconcluso el proceso para el que están destinadas todas las orugas.

En vos confío (Medellín, Colombia)

A la sombra de una de esas incontables casetas que se arremolinan como la gente en los andenes de la ciudad, un hombre vende todo tipo de afiches y carteles. Hasta uno de Jesús para que quien lo compre exprese su confianza incondicional en Él. Pero a su lado se deja ver, no se sabe si subrepticiamente o a causa de esos giros irónicos que tiene la casualidad, una colección de fotos de armas de fuego que no sería extraño vaya a adornar una pared cerca de la imagen religiosa, en la sala de alguna casa.
Las paradojas en la imaginería de consumo para la gente son el reflejo de las paradojas que se viven a diario en la ciudad.

Un universo plegable (Medellín, Colombia)

No es la primera vez que una fotografía sorprende a quien la toma enseñándole un panorama completamente nuevo y distinto al que observaba a través del visor de la cámara.
Hubo una época en la que esas sorpresas tardaban bastante tiempo si se lo compara con la inmediatez de la era digital.
Antes uno tenía que esperar a que los rollos de película pasaran por los laboratorios fotográficos donde mediante un proceso químico, muy parecido a la magia o a la alquimia, aparecía sobre la superficie del papel una imagen.
El fotógrafo se asombraba, no pocas veces, con lo que veía en el papel. Era como si en algunas ocasiones otra imagen se apoderara de lo que él había visto e intentara suplantarlo sin contradecir por eso la realidad.
Sin embargo, y a pesar de esas aparentes contradicciones entre la realidad fotográfica y el recuerdo, se le creía más a la foto que al ojo y que a la memoria.
Por eso en esta fotografía donde la calle se dobla de manera inverosímil, uno tiende a aceptar lo que ve y a buscar una explicación que elimine la incertidumbre: tal vez en ese preciso instante el espacio se plegaba para que algún viajero intergaláctico pasara de un extremo del universo a otro. Y por fortuna la cámara se activo en ese preciso instante y de forma simultánea mostró al  observador una escena pocas veces contemplada por ojos humanos en una ciudad y en pleno día.

Número equivocado (Medellín, Colombia)

Las palomas, esas criaturas que más se acercan en este valle al concepto de ubicuidad, rompen con su presencia la serie aritmética de la numeración en este edificio.
Tres palomas decidieron detenerse en el piso equivocado y añadir así un toque de interés a la vista de un lugar donde prima la función sobre la estética.
Estas aves, tan citadinas como cualquier habitante, que repasan constantemente la ciudad en todas direcciones y que se les encuentra asentadas sobre las superficies más peregrinas, le hacen creer a uno que tal vez su función sea la de agregar vida, con su movimiento incesante, a tantas construcciones inanimadas y poco estéticas.

Cuadro a cuadro (Medellín, Colombia)

Una ventana cuadriculada secciona el panorama y es como si le dieran a uno la oportunidad de observar la realidad de afuera cuadro a cuadro; como si así se pudiera fijar la atención en sectores del exterior que de otra manera, invadirían la mirada dispersando la atención, haciendo casi imposible detenerse en los detalles.
Tal vez gracias a esta ventana, uno se puede dar cuenta del avance inexorable de la naturaleza. Es como si los árboles de esta plaza hubieran decidido empezar a moverse como esos otros de los bosques encantados que dan un paso cada cinco años, según me contó hace poco un niño, bien informado al parecer sobre el asunto.
A lo lejos, los edificios que se ven obstruyen tranquilamente el paisaje, pero tarde o temprano los árboles también llegaran hasta ellos.

Una jardinera... un símbolo (Medellín, Colombia)

El símbolo, tan conocido, de la cruz es el motivo de esta jardinera que parece haber sido diseñada para enfatizar únicamente la presencia del árbol, que aunque no se alcance a ver del todo ha marcado el paso del tiempo por este patio que en otra época perteneció a un seminario y que ahora es el lugar por donde pasan innumerables personas, ajenas a su presencia aunque se aprovechen de la sombra que genera.
Otro de esos lugares que tienen las ciudades de los que uno se aprovecha sin percibir siquiera como está diseñado ni que mensajes implícitos o explícitos transmite.

Siluetas de la ciudad (Medellín, Colombia)

A cualquier hora del día pueden verse, recortadas contra el cielo, las palmeras que abundan en esta ciudad. Aunque las imágenes más inspiradoras sean siempre esas donde las siluetas oscuras se recortan contra el azul profundo de los atardeceres.
A veces la luz eléctrica que se enciende antes de tiempo contribuye a crear un ambiente de película o de escenario y es posible que la imaginación eche mano de algún tópico árabe o isleño para evocar un ocaso fresco y misterioso.
No importa a que imagen sugestiva se remita el observador, las palmeras de la ciudad son una de esas características que han definido su perfil, sin que a nadie se le hay ocurrido hasta ahora enfatizar en ellas.

El valor de una ilusión (Medellín, Colombia)

Cuantas miradas ávidas se habrán fijado en estas urnas que contienen una serie de objetos que para los niños adquieren la categoría de deseable, al menos durante el momento en que se encuentran cerca de estas fuentes de ilusión.
Cuantas manos habrán girado con ansiedad la palanca que activará el misterioso mecanismo que deposite en sus manos uno de esos simples juguetes, que tal vez por encontrarse confinados detrás del vidrio generan en el observador una necesidad más intensa de poseerlo.
Y si por fin se sucumbe al deseo, siempre está presente en el ánimo de quien deposita la moneda la aprehensión de que el dinero sólo no basta, que de alguna manera hay que reforzarlo con una actitud mágica para que por fin la pequeña semiesfera aparezca en el lugar indicado. En su interior, alguna chuchería de plástico servirá para entretener durante un rato a quien se dejó llevar por la ansiedad posesiva.
Hasta la próxima vez.

Secretos de balcón (Medellín, Colombia)

A veces una mirada inquisitiva permite encontrar esos lugares que comúnmente están a cubierto de la curiosidad de la mayoría de la gente. Aunque casi siempre los ojos de los transeúntes se quedan en el limitado horizonte que los edificios y la gente les permiten y pocas veces se dirigen hacia las alturas.
En estos espacios que se proyectan al vacío se esconden pequeñas evidencias que dan cuenta en su cotidiana sencillez de la intimidad de las personas.
Es como si de alguna manera la vida íntima que se desarrolla en el interior de los apartamentos generaran, tarde o temprano, una especie de excrecencias que se van depositando lentamente en los balcones. En ocasiones es posible verlas desde la calle, pero casi siempre permanecen ocultas, como si la ciudad se avergonzara de esas pruebas anodinas de quienes a fin de cuentas, son tan reales como los que caminan por la calle, aunque uno nunca los vea.

El teatro de la calle (Medellín, Colombia)

No se sabe si uno está contemplando una escena de esas en la que los actores se intercalan con la gente común y corriente que habita los espacios de la calle o si es una de esas actuaciones aparentemente espontáneas donde unos actores intentan sorprender o entretener, aunque sea, a un público apático.
Aunque la realidad de esta ciudad es tan sui géneris que es posible que el acto principal esté a cargo de las dos niñas que miran con detenimiento toda la parafernalia que suele acompañar a quienes actúan en los parques.
Tal vez la verdadera obra esté siendo interpretada por todos nosotros, los que pasamos y por los que se quedan allí sentados, escenificando sus propias vidas en aquello que tantos escritores han llamado el teatro de la vida.
Quizá la desacompasada música de los intérpretes es apenas el abrebocas o el episodio introductorio para el evento principal que todavía no se ha escrito y para el cual el público no se ha congregado todavía.

Un canto a la piedra (Medellín, Colombia)

Casi siempre los jardines se caracterizan por la profusión de plantas y la aparición casual de alguna piedra o de un poco de arena para matizar la exuberancia de la naturaleza en la ciudad.
En este caso, sin embargo, el jardín aprovecha el impacto visual de las piedras y el granito para crear una hermosa imagen donde las escasas plantas son las que se encargan de poner el tono de contraste.

La libertad de la luz (Medellín, Colombia)

Madera, plástico y metal se confabulan para atrapar la luz, pero ésta se dispersa por el lugar y hasta juega con nuestras percepciones haciéndonos creer que esas superficies rectas y perfectamente organizadas se curvan con sutileza y forman figuras que ni los diseñadores ni los constructores se imaginaron.
Se trata de un techo que aunque en un principio estaba destinado a proteger el edificio que cubre parcialmente y a la gente que lo habita, se ha convertido, gracias a esos juegos que la luz instaura con los objetos, en una imagen intrigante que pocos miran pero que permanece ahí para descompensar en algo la estabilidad que lo cotidiano impone en las gentes de las ciudades.
Así es la luz, libre y como toda entidad libre se atreve a jugar con las normas y reglas que los otros deben seguir.

Una gardenia para ti (Medellín, Colombia)

Hay cosas que evocan siempre recuerdos queridos, felices o tristes, como los atardeceres o como las flores cuyo perfume puede traer a la mente situaciones de la propia historia que uno creía perdidas para siempre en el curso de la vida diaria.
Las gardenias son de esas flores de gran belleza que además tienen el poder de convocar a la memoria desde otros ámbitos de los sentidos. Se le viene a uno a la mente la famosa canción que le canta a un amor total y que atravesaba el aire en las tardes templadas y lánguidas de los viejos barrios de la ciudad, haciendo soñar a los románticos con una pasión devastadora.

El arte de las devociones (Medellín, Colombia)

Todos los elementos para la devoción estaban ahí: la Virgen con el niño, la rosa, la lámpara y hasta la espiga que una mano infantil debió poner en las manos de yeso a la imagen de la Virgen. Hasta la expresión escéptica de las imágenes que le recuerdan a uno esas representaciones medievales y bizantinas de los íconos religiosos de Europa y Constantinopla.
Sólo faltaba el detalle de las cejas y las pupilas que una mano desconocida pintó de un negro absoluto, creando un intenso alto contraste.
Con ese acto individualizó esta Virgen de los cientos de vírgenes que con el mismo rostro habrán salido de algún taller anónimo, donde las expresiones iniciales han ido cambiando lenta y sutilmente en el proceso de la repetición.

Abstracción (Medellín, Colombia)

Basta girar la cabeza para que un moderno muro se convierta en una evocación de esos sectores modulares de la ciudad, donde las casas parecen pequeños bloques amontonados unos sobre otros. A veces con una regularidad alucinante y en otras con una apariencia tan caótica que uno cree perder la razón.
El detalle que permanece, en cualquier caso, es el color del barro que campea en esta ciudad, como si a pesar de todas sus pretensiones de metrópoli los habitantes se resistieran a abandonar el estrecho lazo que los une con la tierra.

Un rayo de sol (Medellín, Colombia)

Entre las oscuridades que pueblan tantas construcciones en esta ciudad se cuela a veces, por una ventana mal cerrada o por una de esas hendijas que el tiempo abre en las paredes o en las puertas desvencijadas, un rayo de sol y al hacerlo es como si resaltara la penumbra que invade.
En esta catedral donde la oscuridad se aloja perezosa en los rincones y en las alturas se pueden ver, en ocasiones, unos rayos que juguetean por las ventanas y se precipitan en su interior asustando sombras y pintando por unos minutos las paredes con tonos de ocre desconocidos por allí.
Sólo la suerte le permite a algunos cuantos privilegiados observar este fenómeno que por escaso se vuelve novedad para quienes lo ven: una catedral iluminada por la luz del sol y no por los viejos candelabros que emiten desde las alturas un brillo tan cansado que a los feligreses consuetudinarios ni siquiera les parece que sea luz.

Entre el color y la aridez (Medellín, Colombia)

En esta ciudad donde las flores están presentes siempre, no dejan de asombrar esos contrastes, que se ven por ahí en las mangas, entre un prado que se resiste a morir y una flor de colores lujuriosos.
Es como una alusión a ese forcejeo constante donde la naturaleza que no deja de hacer notar su presencia en esta ciudad, impone el color al tono monocromático que parece querer ser la tendencia de las arquitecturas citadinas actuales.
En este valle las plantas y su capacidad de resistencia aventajan en fortaleza al concreto que campearía feliz, si no fuera por el síndrome de trópico que aqueja, por fortuna, estas tierras.

Cielo en clave de música (Medellín, Colombia)

Faltan algunos elementos para que esta imagen se parezca a una de esas hojas donde los músicos leen el lenguaje mágico del solfeo para convertirlo en sonidos: otra cuerda para completar el pentagrama, además del símbolo caligráfico, dibujado a la izquierda, indicando que la música está en clave de sol.
Una imagen como esta se presta a que uno se deje llevar por el prurito de la metáfora fácil e identifique a las palomas con notas musicales.
Aunque sea una metáfora obligada, no deja de ser cierto que esos cables eléctricos que atraviesan el cielo de esta ciudad en todas direcciones afeando casi siempre el panorama, se convierten a veces, gracias a otros elementos en impactantes composiciones; por lo pronto, en este caso, parece como si uno estuviera viendo una partitura que, si alguien se decidiera a interpretar, produciría tal vez el verdadero ritmo de la naturaleza.

Los árboles de la colina (Medellín, Colombia)

Un optimista diría, al ver esta imagen, que la naturaleza por fin está recuperando terreno y que desde la cima de esta pequeña colina ha empezado a devolver el proceso de invasión que durante siglos se ha llevado a cabo en el valle.
Diría, porqué no, que los árboles y los arbustos y todas esas plantas con funciones tan específicas como mantener la humedad de la tierra, encontraron por fin la fórmula ganadora, esa estrategia que las especies triunfadoras en el proceso evolutivo aplican para vencer a sus opositores.
Parece imposible que eso suceda cuando se observa el gran número de casas que rodean esta diminuta isla de verde, pero no hay que olvidar esas ciudades milenarias que fueron sepultadas por el paso inexorable de la naturaleza.

Un velo de agua (Medellín, Colombia)

En esta ciudad como en cualquier lugar del mundo los elementos se confabulan, a veces, para hacerle sentir a uno la pequeñez del ser humano frente a la naturaleza.
En esta ciudad de mañanas soleadas y tardes calurosas, en este valle donde casi siempre el aire es suave y te acaricia, puede suceder que todas las furias del cielo se desaten y aunque las tormentas que nos azotan no se puedan comparar con los monzones que asolan otros parajes del globo, si difuminan dramáticamente la silueta que vemos recortada contra las montañas todos los días.
Uno cree de verdad que nunca más volverá a ver a través de ese aire que todavía conserva algo de la transparencia que vieron los primeros exploradores hace más de trescientos años cuando se asomaron a este valle.
Aunque la experiencia nos dice que todas las tormentas acaban tarde o temprano, el temor a que la ciudad permanezca tras ese velo de agua siempre nos atemoriza.

Soledades (Medellín, Colombia)

La soledad siempre se asocia, aunque sea inconscientemente, con la espera. Es como si de alguna forma uno quisiera llenar ese vacío que la soledad evoca.
Tal vez no hace mucho que las sillas y las mesas fueron abandonadas y tal vez la gente volverá muy pronto a ocupar este lugar, pero en este momento parece imposible que las risas, los susurros o las palabras vuelvan a recorrer esta atmósfera. Al menos durante el tiempo que dure esta fotografía nadie alterará la quietud mantenida artificialmente.
Cada vez que una persona contemple este pedazo de tiempo, que un artilugio humano se encargó de aislar del resto, la soledad se hará presente en este rincón de la ciudad, y en su ánimo se generará el deseo de ver que alguien atraviese el patio para ocupar su puesto en cualquiera de las mesas.

Entre vista (Medellín, Colombia)

Por entre la rugosidad de un viejo tronco y la textura regular de una pared se deja ver el color intenso de una azalea. Es como si la planta, hubiese escogido ese momento para florecer y enlazar por contraste a la antigua y sabia naturaleza con el concreto moderno y temporal, a pesar de su aparente solidez.
No está de más hacer notar, aunque sea una vez, que entre tantas esquinas y recovecos de la ciudad siempre aparecerán las imágenes sencillas que adolecen del sello de la espectacularidad: una de esas características que se asocian casi siempre con las fotografías en las ciudades.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...