Con la misma velocidad con la que la mirada se precipita en esta fotografía hacia el abismo, que parece incitar al precipicio, se construyen edificios en la ciudad. Parece como si brotaran del suelo como esos géiseres que a una hora precisa y con la misma intensidad se pueden observar en determinados lugares, dando cuenta de las fuerzas que se mueven al interior de la tierra.
Pero estas construcciones que aparecen cada vez con más y más frecuencia no dan cuenta de alguna fuerza subterránea, más bien son la manifestación de la actividad febril, que acompaña los días y las noches, sobre la superficie de esta ciudad, mientras se acerca peligrosamente a convertirse en otra gran aglomeración de gente y a perder esa dimensión humana de tantas ciudades que todavía no se han dejado seducir por los cantos de sirena del progreso desmesurado.
Ya ninguno de los habitantes de esta ciudad se sorprende cuando ve desaparecer ante sus ojos alguna de esas casas, que sirvieron de referentes a varias generaciones, para ser reemplazadas en cuestión de meses por una de estas colmenas de arquitectura simple y funcionalista.
El progreso es inexorable. Pero la foto es excelente.
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