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Cuadros de una exposición (Medellín, Colombia)

Las trece secciones en que estas ventanas dividen la pared, aíslan diferentes aspectos de un sector de la ciudad. Cada una de ellas parece una imagen en sí misma, sin ninguna relación con las demás.
Hasta podría decirse que estas imágenes son un muestrario de la riqueza visual de los barrios de la ciudad, tan variada que su estilo, color y textura puede cambiar drásticamente en unos cuantos metros. Muchas veces sin solución de continuidad.
Por eso no es de extrañar que el observador desprevenido se engañe y crea que en vez de ventanas, está frente a una exposición de fotografías, que reúne en un espacio reducido lugares distantes y distintos de la misma ciudad.

Hibiscus (Medellín, Colombia)

Tuvieron que pasar muchos años y muchos libros por mis manos, para llegar a descubrir que los hibiscus que aparecían en algunas de las novelas leídas en la adolescencia, eran los conocidos y populares sanjoaquines que las mamás tenían sembrados en el jardín.
En esa época a toda la gente de esta ciudad le gustaba tener plantas ornamentales frente a sus casas. Pero esos sanjoaquines que se cultivaban con tanto esmero eran rojos, intensamente rojos; ahora son tan amarillos o tan blancos que han desplazado a los escarlatas, robándose la atención y haciéndole pensar a la gente que esos fueron los colores que siempre estuvieron reventando por ahí en los barrios de la ciudad.

El misterioso mensaje del octágono (Medellín, Colombia)

En la verja que da acceso a una casa del barrio Prado, dos medallones octagonales enriquecen su sencillo diseño. El relieve que altera su superficie es paradójico en muchos sentidos, bueno al menos en dos sentidos: la efigie de un escultor que talla una obra invisible es a su vez borrada, pero no por el deterioro del metal sino por las sucesivas capas de pintura que unas manos, con muy poca delicadeza, le han aplicado a esta pequeña y hermosa obra de arte. Cada vez que la brocha pasa por su superficie desdibuja la imagen, hasta que llegará el día en que nadie podrá ver algo más que la figura geométrica del exterior.
Al interior del octágono el escultor continuará con su trabajo impalpable. Pero el observador sólo podrá ver y meditar tal vez, sobre la simbología de esta figura geométrica utilizada para construir hitos arquitectónicos tan importantes como la mezquita de Al-aqsa en Jerusalén o el castillo del emperador Federico II en la provincia de Bari, Italia. Sin olvidar las figuras que se utilizaron, en los mosaicos de algunas iglesias de los principios del cristianismo, para simbolizar la eternidad y la totalidad.
Mientras llega el momento de su desaparición sólo es posible, para nosotros los legos, admirar la armonía de esta figura que con pocas líneas ha creado un artista desconocido.
Aunque no sería extraño que algún buscador de misterios se sienta intrigado por el hecho de que un escultor, es decir un creador, se dedique a tallar eternamente algunas palabras o símbolos reveladores, ocultos para el mundo por la pintura, que accidentalmente o de manera premeditada, cubre un mensaje que sólo los iniciados podrán desvelar, si alguna vez se libera esta obra de todas las capas de pintura acumulada durante décadas.

Contrastes (Medellín, Colombia)

El ojo humano sólo puede percibir el paso del tiempo en las huellas que deja, impresas en las caras y en los cuerpos de la gente o en las fachadas de las casas o en los objetos que usamos todos los días.
Sin embargo, a veces es posible retrazar sus consecuencias, como en el caso de las viviendas, a las que se puede retocar periódicamente o renovarlas en su totalidad y de esa manera engañar al deterioro.
Hay casas a las que no se les ayudó a enfrentar el ataque del tiempo. El abandono las desarraigó y las alejó de la realidad que pasa frente a ellas. Sus paredes adquirieron la palidez enfermiza de los desahuciados. Los balcones se clausuraron sin que los habitantes de la casa se dieran cuenta: nadie volvió a pararse allí para echar una mirada a la calle, nadie volvió a asomarse desde allí para atraer con su presencia la atención de alguno que pasara.
De otras casas en cambio, se desecharon totalmente los vestigios de su antigüedad para adaptarlas a la estética de los nuevos tiempos, pero las casas viejas mantienen en su aspecto vetusto una dignidad que las ennoblece y que le falta a las casas remozadas, a las que muestran en su fachada la vanidad de la moda, logrando solamente pertenecer al grueso de lugares con las mismas características y ninguna marca que las distinga.

San Diego y San Ignacio (Medellín, Colombia)


Desde la colina atestada de casas del barrio San Diego, la torre blanca de su iglesia vigila impasible la marcha del tiempo. Abajo el pequeño espacio de la plazuela, por donde ha transitado una gran parte de la historia de esta ciudad, permanece abierto al cielo… ahora como hace doscientos años.

Siluetas en el barrio (Medellín, Colombia)

En lo alto del poste un pequeño buitre despliega sus alas y parece como si intentara copiar con su figura los enredos de la línea eléctrica.

Para qué las rejas (Medellín, Colombia)

Esas rejas que resaltan con su simplicidad las líneas clásicas de esta casa no parecen tener una función decorativa solamente, acaso eviten también que la realidad de afuera, trastorne la calma que se adivina al interior de sus paredes.

La imaginación de los espejos (Medellín, Colombia)



Muchos autores de ficción y de no ficción han defendido, o al menos han expuesto la tesis, de que detrás de las superficies que reflejan objetos hay otra realidad: en unos casos se limitan a duplicar lo que se encuentra frente a ellas, pero en otros van más allá y el reflejo adquiere formas y dimensiones distintas, como si obedeciera a unas leyes completamente diferentes a las de nuestro universo. Pero no sólo repiten o deforman, a veces le agregan elementos a la imagen que duplican, como es el caso de la nube que se refleja en los vidrios de este edificio. A juzgar por el azul impecable del cielo, su existencia a este lado de los espejos es muy improbable.

La cosecha (Medellín, Colombia)


En uno de los miles de jardines en la ciudad un níspero florece y da sus frutos.
Los más beneficiados son los pájaros que permanecen invisibles, camuflados entre las hojas mientras dan cuenta de las pequeñas esferas amarillas. El único indicio de su presencia es el canto bullicioso con el que acompañan el festín agridulce.

La conquista del espacio (Medellín, Colombia)


Quién sabe qué luchas calladas e imperceptibles habrán tenido que librar estos árboles para impedirle a las tejas cubrir todo el terreno.
A pesar de que aparecen confinados a un área pequeña, es innegable que al menos esta batalla por un lugar donde crecer, la ha ganado la naturaleza.

Lo que queda del día (Medellín, Colombia)



La vista de un árbol sin hojas invita a que se aposente en nuestro espíritu una cierta melancolía. Sin embargo el derroche incontinente que hace el guayacán con sus flores amarillas, siempre le llena a uno el corazón de gozo. No importa que ya se le hayan caído y se vean sus ramas desnudas… el espectáculo de las flores continúa en el piso.

Desde la ventana (Medellín, Colombia)


Enredada en la ventana de una casa en Buenos Aires languidece una planta. Quizá la vista de la ciudad sea su única razón para aferrarse a la vida.

Ruido (Medellín, Colombia)

Las palabras, ansiosas, se montan unas sobre otras en el afán de capturar la atención del transeúnte, pero lo único que logran en realidad es que el cerebro mezcle todo en una sola mancha de ruido visual y haga caso omiso al mensaje urgente que se le quiere transmitir.

Caballito... caballito rojo (Medellín, Colombia)

En un pequeñísimo prado de Manrique descansa solitario un caballito de juguete, y mientras lo hace sueña con las grandes cabalgatas, que siempre acompañan las aventuras más apasionantes, en las que ha participado de las riendas de tantos niños.

Color local (Medellín, Colombia)

Mientras la ropa de la familia se seca en el balcón, Lucas es sometido a la ignominia de un baño en público. El perro que ha sobrevivido a dos envenenamientos se encoge melindroso con el fin de conmover a su joven amo, pero éste no se deja impresionar con una actuación tan conocida y continua impávido su tarea; no importa que más tarde el perro corra gozoso por toda la calle para secarse y darle rienda suelta a la sensación maravillosa de sacudirse al sol o que después escoja una de esas cinco sillas azules, para echarse a la sombra y desbaratar todos los esfuerzos de su dueño por mantenerlo inmaculado.

Persistencia en la memoria (Medellín, Colombia)

Las necesidades de una ciudad como ésta, siempre en crecimiento, obligan a sus habitantes a cambiarle el aspecto constantemente, como ha sucedido con esta avenida que atraviesa uno de los barrios más tradicionales; pero algunas casas o sus dueños se resisten a cambiar, alimentando los recuerdos de quienes vivieron en su entorno…
Las aprensiones que producía esta casa de Manrique, revestida de granito, cuyo color gris es inmutable, fueron tan intensas que permanecen en la memoria de muchos de los niños que alguna vez fuimos a la farmacia del primer piso, para ser atendidos por Pablito: el hombre sombrío que avivaba nuestra imaginación con su aspecto, haciéndonos pensar en las oscuras maquinaciones que con toda seguridad llevaba a cabo detrás de unos paneles de madera, desde donde salía a atendernos cuando nos tocaba ir a comprar algún jarabe para la tos, o a encargar una de esas inyecciones dolorosas que recetaban los médicos. Tal vez Pablito ya no exista, sin embargo la puerta de la antigua farmacia sigue igual, aunque dé paso a un lugar desprovisto de esas sombras que nos hacían entrar con la esperanza de enfrentarnos con las situaciones más extrañas o peligrosas.

Una casita en Manrique (Medellín, Colombia)

Esta casa que ha visto pasar tantas generaciones frente a su puerta, permanece en el mismo lugar, pero no en el mismo estado; el techo se sostiene precariamente y la fachada se ha ido empequeñeciendo como le pasa a todos los ancianos. Sin embargo, la vida que siempre ha albergado continúa:
Los ocho escalones que conducen a la calle se siguen gastando con los pasos de los jóvenes o los viejos que van haciendo historia bajo sus tejas.

Juan Valdez... en Campo Valdés (Medellín, Colombia)



No sólo en los aeropuertos o en los eventos internacionales de cualquier ciudad del mundo es posible ver a Juan Valdez.
Usted se lo puede encontrar en una calle de barrio en esta ciudad. Con la calma de los arrieros acostumbrados a las largas caminatas, espera frente a una casa el momento de empezar a andar, otra vez, su camino errante e infatigable.

Camino de barrio (Medellín, Colombia)

Sólo la vista del centro y de las montañas lejanas abre la perspectiva de los caminos peatonales angostos, laberínticos y plagados de escalas, de muchos barrios de la ciudad.

Buganvilia (Medellín, Colombia)

Veranera o curazao, no importa el nombre, la ciudad se ilumina con sus colores en todo momento, aunque al sol lo oculten las nubes o a la atmósfera la desdibuje la contaminación.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...