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La silueta de los árboles (Medellín, Colombia)

La realidad, sin necesidad de retoques ni de ayudas, a veces nos hace creer en cosas que no existen aunque las vemos.
Un árbol que mece sus ramas en una esquina del parque Bolívar, adquiere en las horas de la tarde una apariencia irreal, como si fuera una figura recortada en cartulina negra, pegada sobre la superficie iluminada de un edificio y el azul del cielo.
Es como si las sombras proyectadas por un árbol, de pronto hubieran empezado a crecer por voluntad propia, sobrepasando los límites del edificio y hubiesen invadido el cielo o como si fueran una parte de la ilustración para una historia china, de esas donde los héroes se encuentran con árboles mágicos que pueden convertirse en sus salvadores o en sus enemigos, pero en todo caso en entidades que forman parte activa de la historia que se cuenta.
Tal vez suceda lo mismo con esos árboles que acompañan la cotidianidad de esta ciudad, y nosotros sin saberlo estemos expuestos a la influencia benéfica o dañina de sus sombras, dependiendo del genio o espíritu que los habite.
Este árbol que tiene la habilidad de convertirse en una hermosa sombra oscura para invadir el cielo, debe ser uno de esos gracias a los cuales el alma se sana a pedacitos. Cuando la gente pasa cerca, o por debajo de sus ramas, el ánimo se les modifica sólo con contemplar su silueta.

Luna de media tarde (Medellín, Colombia)

A veces la luna confinada en su reino de oscuridad se escapa para observar durante las últimas horas de la tarde su lugar preferido.
En un intenso cielo azul, al que unas pocas nubes dan profundidad, la silueta de una luna que se deshace como si fuera un fantasma, le agrega al perfil de la ciudad un misterio casi oriental.
Debe existir en antiguos manuscritos la narración de alguna historia asociada con la visión de la luna en medio de la tarde. Algo que remita al lector a creer que si tiene la ventura de ver esa aparición tan desusada, en su futuro se verán cumplidos sus deseos.
Claro que si tal presagio existió en la antigüedad, para nosotros no tiene ninguna aplicación, pues ver la luna a horas distintas a las de la noche no es tan extraño en este valle.

Zafiro y acero (Medellín, Colombia)

Será la luz de esta ciudad la que tiene la propiedad de convertir las estructuras más pesadas en ligeras y transparentes o será un fenómeno que se presenta siempre que se juntan estos dos elementos: luz y metal.
En este rincón donde el vidrio ha reemplazado las paredes y que sirve para iluminar un salón de grandes proporciones, la luz atraviesa con intensidad los cristales convirtiendo el metal en una superficie tan satinada, que para el observador aparece como si no tuviera relación con la dureza y la pesadez de ese material.
Tal vez por esa cualidad de la luz de esta ciudad o de cualquier ciudad del mundo la combinación de metal y vidrio se ha hecho tan popular. Cada uno de estos elementos le entrega al otro algo de sus características.
Aunque en esta ciudad el azul del cielo es de tal intensidad que convierte un vidrio corriente en un cristal que recuerda los destellos del zafiro. La combinación de vigas y columnas se ve convertida, por efectos de esta luz, en un poderoso armazón de acero.

Sombras al vuelo (Medellín, Colombia)

La escultura de un águila con las alas abiertas como si fuera a empezar a volar o como si ya estuviera planeando en el cielo, sirve de base de operaciones a las palomas de una plazoleta en el centro de la ciudad.
Para aquellos que gustan de desentrañar símbolos, de escudriñar en las señales que a veces, creen algunos, están escritas en los lugares más peregrinos, esta es una imagen que contiene algunos: el obelisco, sobre el que se asienta una esfera que podría ser el globo terrestre, representa para los iniciados en este tipo de disciplinas la energía del sol entre otras significaciones, y encima de ellos un águila que siempre ha encarnado la libertad, el poder del espíritu; pero como si esto no fuera suficiente, la naturaleza que siempre se entromete en los actos humanos, ha puesto encima del águila dos palomas a las que se les ha dado la tarea de representar la paz.
Una sumatoria de símbolos tal podría llevar a quien quiera dedicarse a esos menesteres a deducir cualquier cosa, dependiendo de los puntos de vista que adopte para hacer su análisis.
Claro está que para la mayoría de los que pasan diariamente por su lado, este conjunto de figuras apenas son una sombra que adorna la ciudad, donde se exalta la habilidad de volar.

La sutileza de los pájaros (Medellín, Colombia)

El cielo frío y algodonoso de un amanecer sirve de fondo a esta composición de la que nadie puede reclamar su autoría. Sólo la naturaleza es capaz de ubicar tres aves en un paisaje tan simple como este y crear algo de una belleza tan sutil.
A pesar de su inmovilidad la impresión de vida que se percibe en estos pájaros es asombrosa. Observándolos con cuidado se nota la fugacidad de su permanencia en esas ramas secas: uno sabe que en cualquier momento y por cualquier razón se echarán a volar.
El cielo, el paisaje y las ramas quedarán otra vez desnudos de vida aunque su aspecto simple no desaparezca. Permanecerán a la espera de que regresen las mismas aves o de que otras decidan detenerse allí para crear nuevas composiciones.
En esta ciudad donde el asfalto, las aglomeraciones, la velocidad y el ruido son los elementos que marcan la existencia de la mayoría de sus habitantes, escenas tan delicadas como esta contribuyen a fijar la atención, en otros ámbitos, de aquellos que tengan la fortuna de contemplarlas, así sea durante unos segundos.

La luz incierta de las cuatro y media (Medellín, Colombia)

En el viejo reloj de la torre de esta iglesia, al que el tiempo ha borrado casi por completo los números con los que antiguamente marcaba las horas para la gente de Boston, siempre son las cuatro y media. No importa que la luz, a las diferentes horas del día, contradiga sus manecillas.
Pero, en este día cuando los demás relojes marcaban las seis de la tarde, la luz no se parecía a la de ninguna hora.
Por entre las nubes del occidente se filtraban unos rayos que se reflejaron en el cielo cubierto de la ciudad convirtiéndolo en una pantalla pálida y amarillenta, que hacia ver las cosas con una nitidez desacostumbrada, irreal. Sin embargo los tonos de los árboles se fundieron en una serie de trazos negros, finos y delicados que cuarteaban el cielo, como pasa en esas láminas antiguas en las que el tiempo ha tarjado y ennegrecido la laca que les diera ese brillo intangible de los objetos chinos.

La ciudad de los tesoros (Medellín, Colombia)

Tal vez lo que convierte a una ciudad en un lugar cosmopolita del que todos los visitantes se enamoran, es su habilidad para evocar o dar cabida en sus rincones en cualquier momento o siempre, reminiscencias de otras ciudades del mundo. Al contemplar la imagen de este cielo incendiado cobijando los últimos minutos del día, uno se transporta a los lugares de los que hablan la poesía y las leyendas, como si pudiera ver los cielos que vio el poeta alejandrino o pudiera contemplar los atardeceres que admiraba Harún al-Rashid, el príncipe persa, desde su palacio en alguna ciudad inmortalizada en las mil y una noches.
Apenas si puede uno sustraerse a la emoción que produce un espectáculo como este, para recordar que palmeras y palacios son tal vez los elementos iniciales para empezar a contar una novela de misterios y prodigios, o para querer releer las historias de ciudades devoradas por el desierto, donde los tesoros que guardaban fueron la perdición de tantos aventureros.
Esta ciudad mantiene sus riquezas siempre a la vista, como esta combinación de colores y sombras de un atardecer cotidiano. Quizá sea esa la razón de que tantos viajeros se hayan fascinado con ella, sin llegar a definir con exactitud cuál de todos sus tesoros fue el que los sedujo definitivamente.

Piedra y cielo (Medellín, Colombia)

En Colombia la unión de estos dos términos todavía evoca, no se si con nostalgia, la polémica generada por los piedracielistas, esos poetas que al final de los treinta dieron tanto de que hablar en torno a la poesía colombiana.
Ahora para un par de transeúntes de esta ciudad esas dos palabras unidas los lleva a pensar no en poesía, pero si con nostalgia, en esa ciudad que por allá en la década del cincuenta empezaba a agitar sus alas de ciudad moderna, construyendo sus edificios al mejor estilo contemporáneo. Edificios cuyas fachadas estaban recubiertas con una combinación de materiales que resaltaba la belleza de la piedra y el reflejo del cielo único de esta ciudad, en los paneles de vidrio de las ventanas.
Otra fachada del centro que ha acompañado desde lo alto el andar presuroso de los medellinitas o el caminar despreocupado de los soñadores de cualquier lugar. Es uno de los cuantos que hasta ahora se han salvado del prurito regenerador y que ojalá se preserve durante mucho tiempo más.
La poesía no sólo se escribe o se lee, también se vive si se observa con una mirada creativa los entornos por los que transcurre nuestra vida.

Para subir al cielo (Medellín, Colombia)

…no sólo se necesita una escalera grande y otra chiquita, como dice la canción, también se pueden utilizar canastas de esas que usan los bomberos.
Pero al ver esta vacía y en medio de ninguna parte uno se pregunta que pasó con la persona que estaba allí, tal vez fue víctima de una abducción y la gente no se atreve a bajarla esperando que sea devuelta. O tal vez fue una ascensión de alguien que no soportó más seguir con los pies en la tierra.
Se podrían hacer mil conjeturas en relación con el vacío de esta canasta y no encontrar respuestas satisfactorias. Quizá esa sea una de las características de las ciudades, plantear preguntas constantemente, y entregar, con avaricia siempre, algunas respuestas.

El espectáculo del cielo (Medellín, Colombia)

Esta combinación irrepetible de luz y nubes se recortaba hoy contra el borde de los edificios que flanquean la calle Colombia. Lamentablemente pocas veces nos dejamos seducir por el espectáculo que el cielo despliega sobre la ciudad, dejándonos llevar por el horizonte limitado que nos imponemos a nosotros mismos.

Atardecer con luna (Medellín, Colombia)

Esa tarde la luna apenas era una pequeña pincelada blanca en el azul oscuro del cielo, un azul que se acercaba ya a la noche pero que aún guardaba algo de la luminosidad del día. Todo el interés lo captaba la luna que tenía el tamaño perfecto para enriquecer toda la imagen: como un trazo corto y delicado en un grabado japonés.

La imaginación de los espejos (Medellín, Colombia)



Muchos autores de ficción y de no ficción han defendido, o al menos han expuesto la tesis, de que detrás de las superficies que reflejan objetos hay otra realidad: en unos casos se limitan a duplicar lo que se encuentra frente a ellas, pero en otros van más allá y el reflejo adquiere formas y dimensiones distintas, como si obedeciera a unas leyes completamente diferentes a las de nuestro universo. Pero no sólo repiten o deforman, a veces le agregan elementos a la imagen que duplican, como es el caso de la nube que se refleja en los vidrios de este edificio. A juzgar por el azul impecable del cielo, su existencia a este lado de los espejos es muy improbable.

Tres perfiles contra el cielo (Medellín, Colombia)

Los perfiles que frecuentemente nos ofrece la ciudad cuando miramos al cielo (tan fríos, tan mínimos), a veces son rotos por el desorden lógico de un árbol y la figura un tanto desgarbada de un animal, y aunque la imagen no gana en color si gana en movimiento.

Atardecer sobre una zona de bodegas (Medellín, Colombia)

Los atardeceres que quitan el aliento no son exclusivos de las llanuras, los desiertos o las costas, entre las montañas también es posible ver a las nubes y al cielo establecer ese contraste dramático entre color y sombra.
Este sector de la ciudad que se caracteriza por una arquitectura plana, funcional, se convirtió en un lugar evocador gracias a la luz que en esta tarde, resaltó por oposición el blanco de las fachadas, el gris oscurecido de los techos y el azul opaco de las montañas.

El vigilante (Medellín, Colombia)

Este valle donde tantas generaciones de buitres han ejercido con celo el papel que la naturaleza les ha asignado, permanece bajo su mirada alerta.
Sin importarles la mala imagen que llevan a cuestas están siempre dispuestos a desplazarse de un lugar a otro, con vuelo seguro, por el cielo de una ciudad que tiene mucho que ofrecer a su avidez.

Los mil espejos del cielo (Medellín, Colombia)

La superficie simple de este edificio parece diluirse en la gama de grises que la cubren, como si la única razón de ser del cielo nublado, fuera deshacer la arquitectura y perderse en su propio reflejo.

Stairway to heaven (Medellín, Colombia)

Algo tienen las escalas sin final aparente que hacen pensar en el futuro. Parecen hacernos creer que si persistimos en subir, podremos conseguir el cumplimiento de alguna promesa o la revelación de un secreto decisivo para nuestra vida. Algo nos dice que quien logre subir todos los peldaños con paso seguro, o aunque sea con el corazón indeciso, logrará influir en su destino.

Banderas al viento (Medellín, Colombia)

En una tarde gris, de esas que nos sorprenden a mansalva en esta ciudad, el viento ondea unas banderas, poniendo una pizca de color en el cielo.

Edificio Vásquez (Medellín, Colombia)

El asfalto húmedo y el cielo tormentoso enmarcan la belleza escueta de este viejo edificio de adobe, testigo de excepción de la época dorada del barrio Guayaquil.

Dos golondrinas sí hacen verano (Medellín, Colombia)

Estas dos pequeñas aves, que al parecer ni siquiera se conocen, deben ser las responsables de los días soleados que en este final de septiembre han iluminado la ciudad. Ojalá no se vayan y sigan ejerciendo su influencia en octubre. Vale la pena soportar el calor si además podemos tener cielos de un azul tan intenso y profundo como éste.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...