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Entre las hojas y el viento (Medellín, Colombia)

En el fondo, el edificio de Plaza Mayor sirve de contraste a esta planta abierta como un abanico para airear un ambiente no muy caluroso, aunque de todas maneras se refresca con la sola presencia de sus hojas de intenso color verde.
A su vista se rememoran durante un momento antiguos atavismos: de cuando el hombre se entregaba al placer del viento empujando plantas y palmeras en los viejos oasis, donde el sonido seco de las hojas debió competir con el canto milenario de las dunas, arrastrándose unas sobre otras para dar un aspecto siempre nuevo y diferente al paisaje.
En este lugar el viento apenas si logra estremecer a los árboles y las plantas, pero sin embargo la sabiduría de la naturaleza, comunica de alguna manera al observador sensaciones que no por arcaicas permanecen completamente olvidadas.
Al fondo la silueta del edificio parece adquirir significación sólo en la medida en que su color uniforme contrasta con la inmensa variedad de verdes.

La belleza de lo simple (Medellín, Colombia)

La belleza simple de estas flores amarillas, así como la profusión con la que aparecen en los campos, le hace olvidar a uno todas las propiedades terapéuticas y hasta culinarias que desde siempre se le han asignado al diente de león, una planta de diseño sencillo que siempre causa impacto, tal vez por el fuerte contraste entre el color de sus flores y el verde intenso de las hojas que les sirven de fondo.

La carta (Medellín, Colombia)

Acaso existe un lugar mejor para leer una carta.
Las palabras, susurradas apenas, se dejan acompañar por el murmullo de las hojas al vibrar unas con otras sobre la cabeza de la lectora.
En este momento no existe otro mundo que el descrito por esa hoja de papel que, contrariamente a las costumbres de la época, no utiliza el espacio virtual para desplazarse.
Quizá una flor anaranjada cae con estrépito cerca de ella y apenas logra que levante la mirada.
¿De donde podrá venir esa carta y de qué medios se habrá valido para llegar hasta las manos de esta muchacha, que absorta se sumerge en algún pueblo, o ciudad o incluso algún país lejano, tan exótico para nosotros como podría ser esta imagen para algún habitante de las antípodas? Sólo ella lo sabe, y es mejor que nunca lo averigüemos, así nos podemos entregar a cualquier tipo de elucubraciones, todas posibles.

El patio de los pájaros (Medellín, Colombia)

Hay en las ciudades lugares públicos que pasan desapercibidos al observador, tal vez porque no encuentra en ellos una gran escultura o acaso una fuente que refresque la mirada.
Sin embargo, allí suceden constantemente encuentros que parecen de gran importancia para sus protagonistas, aquellos que estiman en lo que vale un sitio donde los árboles, las plantas y las construcciones humanas se combinan para formar el escenario más propicio.
No sabe uno a que juegos o tramas de la vida se entregan estas criaturas pequeñas y nerviosas, pero siguen sucediendo, independientemente de que nos demos cuenta o no.

Un cielo de verano (Medellín, Colombia)

A veces sólo basta mirar hacia arriba para ver un árbol, de esos que han escapado al hacha criminal que por temporadas se desplaza por la ciudad, intentando combinar sus miles de verdes con los azules del cielo.
Aunque el cielo visto así, a través de un vidrio, le hace pensar a uno que podría no ser más que un color pintado para engañar pequeñas plantas, para convencerlas de que afuera el tiempo es el ideal para su desarrollo.
Pero el calor que hacía esta tarde en la ciudad no tenía nada de ficticio, era uno de esos calores de trópico con tendencia a convertirse en agobiante, como esos que describen los exploradores de selvas o bosques donde los retazos de azul o de gris son tan escasos, que quienes se mueven a ras del piso tienen que recurrir a la imaginación o a los sueños para no olvidarse del cielo.
Afortunadamente los que vivimos en esta ciudad sólo tenemos que levantar la cabeza para ver árboles combinando sus colores con el azul, que siempre da la impresión de ser infinito.

La huella de la naturaleza (Medellín, Colombia)

No es usual encontrar la oportunidad de fotografiar esas imágenes que a veces lo impactan a uno por su belleza o porque no se las puede contemplar con facilidad en las rutas que se siguen regularmente en los laberintos rutinarios de una ciudad.
Estas hojas que parecen reflejar en su superficie la impresión de un mapa de las regiones montañosas y profusamente parceladas de Antioquia, sólo se ven en esos bosques que todavía quedan por ahí entre ciudad y ciudad. Sin embargo no es más que la huella con que la naturaleza ha marcado esta planta.
En ella pueden verse con detalle las formas aparentemente caprichosas que adoptan algunas plantas para recibir la luz en sus hojas. O para resistir sin claudicar las inclemencias del clima.

Un jardín vertical (Medellín, Colombia)

No siempre las fotografías dan cuenta de la realidad objetivamente, a veces el ojo se engaña con las perspectivas y hasta los objetivos de las cámaras pierden su imparcialidad frente a determinados ángulos que alteran por completo el aspecto de las cosas.
Lo mismo sucede, a veces, con la vida cotidiana donde intervienen factores que distorsionan nuestra percepción de la vida; aunque en algunos casos esas alteraciones son bienvenidas, en otros pueden ser responsables de dificultades severas para asumir la realidad.
De todas maneras uno no deja de congratularse cuando encuentra enfoques que parecen sacados de las ilustraciones absurdas de algunos libros álbum o de esos cuadros donde la arquitectura aunque caótica parece obedecer a algún sistema.

Perplejidad (Medellín, Colombia)

Un pato, que desde su nacimiento se ha visto reflejado un incalculable número de veces en el agua, vacila frente al hecho de arrojarse de nuevo al lago y romper con ese gesto la hermosa composición de verdes pintada por la luz en la superficie.
No siempre se conjugan en el mismo momento una particular intensidad de la luz, el suave movimiento del agua y unos árboles que distorsionen su reflejo añadiendo a la imagen una serie de tonos inquietantes.
Cuántas veces sucede que al caminar por la ciudad quisiéramos detenernos para no quebrar la imagen que se presenta frente a nuestros ojos: es tanta la belleza, que uno intenta quedarse inmóvil, sintiéndose incapaz de alterar voluntariamente el cuadro que contempla.
Pero el momento pasa, las cosas vuelven a recobrar su aspecto de todos los días y la ciudad se convierte otra vez en una serie de lugares conocidos por donde uno camina a diario… hasta el siguiente momento en el que nuestra atención vuelva a quedar atrapada por otra visión que nos deje perplejos.

Irrupción (Medellín, Colombia)

No siempre en las ciudades los edificios y las grandes construcciones son tan ubicuos como uno cree, a veces irrumpen de pronto, saltan, como si dijéramos, desde la espesura.
Tan desprevenido esta uno, contemplando el verde que en grandes franjas atraviesa algunas zonas de la ciudad, que se queda “extasiado” por unos segundos mirando esta construcción de líneas simples.
Este edificio que se deja perforar por el azul reflejado en sus ventanas, sorprende con su aparición repentina al que se deja encantar por los árboles que bordean las avenidas en esta ciudad de contrastes.
Aunque toda ciudad moderna debe tener ese elemento de contraste que es tal vez una de las características en las urbes de nuestro tiempo.

Los opuestos se combinan (Medellín, Colombia)

En cualquier momento la naturaleza y las siluetas de los edificios se combinan para formar composiciones que sorprenden por su equilibrio gráfico, pero que remiten al observador a la eterna relación entre los opuestos que rige el universo: la naturaleza y los edificios, las nubes que cubren parte del fondo y el aparente vacío del azul del cielo.
Es como si de esta manera, casual en apariencia, la ciudad proclamara que no quiere desprenderse de ese amor a la naturaleza que históricamente la ha caracterizado a pesar de los raids que, con cierta frecuencia, desatan sobre la ciudad algunos urbanistas desaprensivos, por decir lo menos, que se empeñan en cambiar los paradigmas de una ciudad amigable con ese verde que la rodea por todas partes y que impregna casi todas sus imágenes.

Coartada para el reciclaje (Medellín, Colombia)

Verdaderamente hay algo en esta ciudad que impulsa a sus habitantes a sembrar plantas en cualquier lugar, así sea en canecas de plástico como éstas que debieron contener en sus orígenes los elementos más tóxicos y que ahora, gracias a la iniciativa de algún jardinero amateur albergan unas cuantas plantas.
En realidad todavía no son las más frondosas (les falta mucho para aclimatarse del todo), pero esta propuesta para contrarrestar la imagen árida de algunos rincones urbanos tiene su validez.
Le recuerdan a uno esos patios donde todavía la gente siembra matas en vasijas de todo tipo, desde las tazas de loza o de peltre rotas hasta ollas que de tanto haber sido repasadas por la esponja de brillo lucen orgullosas sendos agujeros.
En este edificio donde el barro cocido campea, hacía falta un poco de verde, así sea que intente medrar en jardineras poco convencionales.

La magia de la repetición (Medellín, Colombia)

En uno de esos jardines públicos de la ciudad unas pencas repiten sus formas hasta el infinito según parece y su bien organizada presentación evoca un desfile.
Uno cree que de pronto va a comenzar la música que escribió Paul Dukas para el aprendiz de brujo, dándoles la entrada para la marcha. Como si de pronto la naturaleza, sin mediar ceremonias, les diera permiso a estas plantas para llevar a cabo un recorrido hacia ninguna parte, que es hacia donde se dirigen en un principio quienes nunca han caminado.
Lo harían siempre en la misma dirección como esos bancos de peces que muestran en los documentales marinos, girando con coordinación extrema ante cualquier obstáculo o debido a alguna razón imperceptible para nosotros, simples seres humanos de sentidos atrofiados por la manía de pensar.
En realidad estas pencas que nunca se han desplazado del lugar donde fueron plantadas y no han pensado hacerlo, al menos en el inmediato futuro, lo único que mueven es la imaginación de algún observador desocupado.
Aunque... pensándolo bien quién nos puede asegurar que no lo han hecho de una manera tan sutil o en momentos tan desusados que no hay testigos que las delaten. Nadie sabe… nadie sabe…

La tapia se desmorona... (Medellín, Colombia)

El breve techo que cubrió esta tapia ha desaparecido hace mucho y a pesar de ello la humedad y las lluvias apenas han comenzado a socavarla.
Del blanco de la cal que pudo cubrirla en otro tiempo no queda ningún vestigio, como no debe quedar ninguna huella de quienes la construyeron o de quienes habitaron en el interior.
Los árboles que otrora dieron sombra al patio se han adueñado ya de los espacios y aunque la mano del hombre ha tratado de aliviar la presión de los árboles con tajos certeros aquí y allá, por ahora la naturaleza no cede en su empeño de recuperación.
Como siempre el trabajo de desmoronamiento casi imperceptible se le deja a los líquenes y a las enredaderas que son los de apariencia menos conspicua, después vendrán los grandes helechos, los arbustos y por último las raíces de los grandes árboles que se encargarán de que este muro vuelva a formar parte definitiva de la tierra.

La invasión silenciosa (Medellín, Colombia)

Calladamente y a una velocidad imperceptible la naturaleza incansable trata de recuperar el terreno que ha perdido frente al avance humano.
Las casas y las construcciones abandonadas dan cuenta de este proceso. Pero a veces ni siquiera se trata de edificios abandonados los que son presa de esta compulsión por adueñarse de nuevo de aquello arrebatado por el hombre a las demás especies del planeta.
Una enredadera en cuestión de días es capaz de apoderarse de toda una fachada. Desafortunadamente el hombre siempre vigila y muy seguramente esta planta desaparecerá antes de que pueda esconder la transparencia del vidrio entre sus ramajes.
Los insectos no podrán usar este tallo que se estira flexible aferrándose a cualquier resquicio. Los pájaros tampoco podrán hacer sus nidos en esta planta. De un momento a otro la mano del jardinero se encargará de frustrar otro intento de apoderarse de este balcón.
Aunque las plantas nunca cejarán en su intento y volverán a aferrarse lentamente a cualquier grieta o espacio para adueñarse al fin de la Tierra.

Túnel verde (Medellín, Colombia)

En algunos sectores de la ciudad se ven calles como ésta, donde los árboles forman un dosel natural sobre vehículos y transeúntes.
Túneles verdes que trabajan sin descanso por transformar los gases emitidos por todo tipo de contaminantes en aire puro, a pesar del esfuerzo contrario que hacemos los habitantes de este valle por intoxicar el ambiente.
Son calles que pertenecen a otras épocas donde el medio ambiente tenía una gran importancia para las personas que lo cuidaban, sin necesidad de entregarse a elaborar discursos sobre la incidencia de la ecología en la vida de las ciudades.
Por su cercanía con la tierra la gente conocía la importancia de las plantas en el equilibrio de la vida en el planeta.
Por eso las calles y los jardines y los solares estaban llenos de árboles que además de su trabajo de purificadores embellecían el ambiente. Afortunadamente para la ciudad quedan muchas calles como ésta. Aunque con el paso del tiempo se vean cada vez más amenazadas.

Oasis (Medellín, Colombia)

A los trotamundos que recorren las ciudades y el asfalto se les aparece a veces entre los edificios una mancha verde que de lejos parece un oasis. Claro que la distancia puede crear visiones en la mente sedienta de quien se acerca. Las palmeras se desdibujan en la distancia, tal vez porque son el producto de la imaginación del viajero y de su deseo.
Puede ser también una especie de metáfora que habla de los lugares que se encuentran en las ciudades donde sus habitantes pueden soñar con la frescura del agua y la sombra de las palmeras o con la tranquilidad de espíritu, que niega la vida diaria a los que habitan estos espacio urbanos, para contrarrestar el impersonal contacto del concreto que logra, en algunas ocasiones, opacar la calidez del ladrillo.
Entre tantas construcciones la vista se ve atrapada por esta mancha de verde que la distancia intenta convertir en un color indeterminado y gris, pero que con toda seguridad ofrece una esperanza al transeúnte, sea éste un peregrino que viene de tierras lejanas o un simple peatón de la ciudad de todos los días.

Estampa japonesa (Medellín, Colombia)

Todas las grandes ciudades del mundo tienen la particularidad de recrear en sus rincones y en sus panoramas, aunque sea durante algunos segundos, imágenes que son características de otras urbes o de otras culturas.
En un día de esos donde el sol desaparece del cielo, el aire de la ciudad se llenó de nubes y de niebla y como en uno de esos grabados japoneses de Hokusai o Hiroshige, que se hicieron famosos en Europa durante el siglo XIX, la bruma desdibujó el paisaje y las montañas. La familiar silueta del cerro el Picacho se convirtió en una figura inquietante y tan etérea que parecía despegarse de la tierra.
Era como si la ciudad se hubiese difuminado por completo y sólo la vegetación permaneciera en el mundo de la realidad.

La espesura y los espejos (Medellín, Colombia)

Ya no sorprende a los habitantes de esta ciudad que de entre los árboles aparezca de repente un moderno edificio, como si hubiera sido construido en medio del bosque. Es el efecto propiciado por los árboles que cubren algunas de las calles que desde el oriente desembocan en el centro.
El follaje de los árboles y las palmeras, que forma una cubierta de verdes sobre la calle Bolivia, deja ver por entre sus ramas algunos edificios, aislándolos de la gran masa de construcciones que conforman este sector de la ciudad, al que se le ha dado el nombre genérico de El Centro.
Este edificio, que en días muy soleados refleja el color del cielo y las montañas cubiertas de casas, apenas si logra competir en impacto visual con la composición de tonos y texturas con que la naturaleza ha dotado a la vegetación.

La ilusión de la igualdad (Medellín, Colombia)

El verde de estos uniformes que siempre se asocia con actividades de control, se relaciona en este caso con el impacto visual que producen los objetos cuando se repiten. Aunque en una primera mirada parece como si se estuviera viendo una serie de réplicas de una misma figura, las diferencias se hacen evidentes cuando se mira en detalle.
Parece una de esas imágenes donde unos espejos se copian a sí mismos, alejándose y empequeñeciendo cada vez más para desaparecer en el infinito. Pero los detalles, siempre los detalles, rompen la ilusión: no son más que personas vestidas de la misma manera.
Los uniformes generalmente crean la ilusión de igualdad pero hay que tener en cuenta que quienes los usan nunca son idénticos.

Un jardín en el claustro (Medellín, Colombia)

Solía ser un jardín en un viejo claustro, silencioso y tranquilo, por donde los pocos que pasaban lo hacían sumidos en la contemplación.
Hoy, por los corredores que flanquean este lugar transitan diariamente cientos de personas y sin embargo la tranquilidad permanece, como si sus antiguos habitantes lo hubiesen impregnado con su silencio.
A pocos metros la ciudad se sume en el caos del ruido y del movimiento constantes de una urbe, sin embargo los sonidos no llegan hasta aquí.
Quizá el observador se predisponga de inmediato para la meditación al pasar cerca de este sitio, de la sabía combinación de verdes y grises y se olvide, aunque sea por un momento, de percibir aquello que perturbaría la meditación.
No se sabe si la gente que pasa es consciente del efecto sedante que este lugar ejerce sobre su ánimo. Lo que si debe suceder es que de alguna manera aquellos que pasan por aquí, deben irse con el espíritu algo menos cargado de tensiones.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...