Vértigo (Medellín, Colombia)

A veces cuando uno está en medio de la ciudad y mira al cielo, se siente una especie de vértigo al revés, como si el cuerpo sintiera la urgencia de alzarse hacia el punto de fuga que atrae las líneas de los edificios.
Es como si el cuerpo empezara a sentir la levedad de las hojas que lleva el viento o de las motas de polvo que transgreden por su pequeñez la ley de la gravedad.
Sin embargo ese llamado imaginario dura sólo unos momentos. Al fin y al cabo la fuerza con la que la tierra nos atrae siempre se impone, sin importar cuánta atracción haya ejercido sobre el observador la imagen de un edificio que se pierde en las alturas.

Los excesos del trópico (Medellín, Colombia)

El exceso con el que la naturaleza se regocija en el trópico no es una característica exclusiva de las selvas o de las costas de este país. También en esta ciudad, construida entre las montañas, en medio de los Andes, es posible encontrarse con la exhuberancia, reflejada en una buganvilia que produce más flores que hojas.
Pero no es sólo la cantidad de flores lo que causa admiración, es también su color intenso que al parecer es el que más se acomoda al clima templado de la ciudad. No importa que a veces las temperaturas suban por las olas de calor o se desplomen a causa de las lluvias, las buganvilias seguirán floreciendo para matizar los colores un tanto monótonos que intentan adueñarse de las ciudades modernas.

El juego de la luz en las ventanas (Medellín, Colombia)

La luz cálida o fría, que se ha colado por estas ventanas desde hace décadas, parece buscar con insistencia entre las sombras los objetos y los rostros que reveló época tras época a los ojos de los habitantes de estas viejas casas.
Los objetos desaparecieron hace tiempo del recuerdo o tal vez reposan en otros espacios o en tiendas de antigüedades desarraigados de la historia que sus dueños intentaron construir cuando vivían allí.
Los rostros de la gente, que se asomaba en las mañanas con las expectativas de apropiarse del mundo y que lentamente tuvieron que rendirse a la presión que la realidad ejerce sobre los sueños, también yacen en la memoria olvidada de los muertos o en la de los ancianos, que aunque constantemente rememoran su pasado, son incapaces de revivirlo para quienes transitan por la ciudad con paso vivo.
Sólo las ventanas continúan con su tarea: dejar entrar la luz en el mismo ángulo de siempre pero iluminando unos espacios que tienen un peso distinto y un aire que se agita a otro ritmo y con otros aromas.

El afinador de guitarras (Medellín, Colombia)

Quién sabe cuántos recuerdos se hacen presentes en la cabeza de este hombre, mientras le da a cada cuerda de la guitarra el tono justo para que su sonido sea óptimo y tan nítido como cuando fueron ejecutadas por primera vez las canciones que salen a retazos de sus manos.
A pocos metros, en la calle, los ruidos de la ciudad se superponen unos a otros, pero el hombre, indiferente a los sonidos del exterior, se concentra en un mundo de ritmos y melodías que deben ser tan antiguos como la entrada a este edificio por donde cruzaron hombres y mujeres para quienes la música que interpreta suavemente el afinador debió sonar como si hubiese sido enviada por los dioses para aumentar su alegría o su tristeza.
A su lado, un aprendiz sueña con tocar en ella otras canciones, otras melodías que sonarán extrañas para el viejo músico, pero que al fin y al cabo hablarán de los mismos sentimientos.

El guardián entre el cemento (Medellín, Colombia)

Como llegado de una antigua ciudad griega o romana que para el caso es como si fuera lo mismo, un guerrero ha sentado sus reales a un costado de la plazuela Nutibara, también conocido como parque de las esculturas, uno de los lugares más emblemáticos y populares de la ciudad.
Desde allí vigila los edificios que lo rodean, como si esperara que con su presencia la arquitectura del centro estuviera a cubierto de los destructores de edificios y del deterioro que el uso continuado imprime en todas las superficies.
Aunque en realidad su figura robusta inspira simpatía en vez del respeto o el temor que debe infundir un guerrero.
Quizá por eso, durante el tiempo que ha estado allí vigilando, la ciudad no ha dejado de cambiar, inexorablemente.
Y es que es imposible detener el tiempo que es el causante en realidad de todos los cambios que afectan tanto a la ciudad como a sus habitantes. De nada valen los vigilantes vengan de donde vengan.

Entre líneas de concreto (Medellín, Colombia)

Estas columnas exteriores han llegado a ser una de las características más sobresalientes del Edificio Coltejer.
De la misma manera que por entre los templos y edificios del antiguo Egipto se pasean los turistas y los egiptólogos, enfatizando con su tamaño la magnificencia de las construcciones hechas hace milenios, así mismo, guardando las proporciones, se pasean los habitantes de esta ciudad, por entre las columnas y pasajes interiores de este edificio.
Se viene a la mente la imagen de esos corales y peces diminutos que convierten las ciudades o los barcos hundidos en nuevos santuarios de vida marina. Como este hombre que impasible se entrega a sus preocupaciones cotidianas hablando por su teléfono celular, indiferente a la pequeñez de su humanidad comparada con las columnas que están a su lado.
La cercanía convierte hasta la creación más maravillosa en un objeto cotidiano, al que con el tiempo se deja de observar: cuando deja de ser una novedad y pasa a ser parte de esa realidad inamovible que nos rodea. Es por eso que este hombre no se ha dado cuenta que está llevando a cabo una conversación entre líneas… de concreto.

Lo antiguo más lo moderno (Medellín, Colombia)

A veces se nos olvida que la historia incluye no sólo los sucesos del pasado remoto sino también los más cercanos. De la misma manera que en las ciudades permanecen unas al lado de las otras construcciones de diferentes épocas.
Allí se mezclan, a veces con verdadero acierto, edificios antiguos con otros que no tienen tantos años pero que han pasado a formar parte, en las pocas décadas que llevan de existencia, de esa imagen urbana que nos acompaña, a veces inconscientemente, cuando intentamos hacernos una idea de la apariencia de nuestra ciudad.
Estos dos edificios tan opuestos en el tiempo, en la arquitectura y en las tareas a las que se les ha destinado, forman sin embargo una hermosa composición que sin lugar a dudas embellece ese lugar tan saturado de gente, carros y edificios que llamamos El Centro y que es en realidad más grande de lo que creemos generalmente.

Textura y reflejo (Medellín, Colombia)

Ese paisaje inmediato que se ve todos los días y al que raras veces le prestamos atención está saturado de texturas pero también de los reflejos que devuelven los cristales de los edificios, donde se amplía no sólo el espacio sino también la atmósfera inquietante que generan las ciudades.
Tal vez una de las características más relevantes de las urbes modernas sea esa capacidad de crear, casi siempre valiéndose de los cristales y los espejos, unas imágenes que se relacionan estrechamente con el mundo dislocado de los sueños.
Por eso es que la arquitectura puede convertir una ciudad en un lugar tan paradójico, pues en ella se conjugan las visiones inasibles que crean los reflejos en el vidrio con la solidez de los materiales con los que está construida.

Ciudad monocromática (Medellín, Colombia)

No siempre la mezcla de colores hace que las imágenes sean impactantes. A veces las fotografías se vuelven más dramáticas cuando son en blanco y negro. Pero en esta imagen de un edificio del Centro las tonalidades son tan sutiles que dan le sensación de que en la ciudad, a causa de algún fenómeno inesperado, todos los colores han perdido su fuerza. Quizá por eso esta fotografía tomada en una fría mañana se volvió interesante.
En esta ciudad donde el ocre de los adobes y el verde de la vegetación son la nota que predomina es refrescante, tanto para la vista como para el sentido estético, encontrarse con lugares como estos donde los tonos grises forman la composición.
Parece como si todos los colores se hubiesen escabullido hacia el interior por la única ventana que se ve abierta. Uno se imagina los objetos y las personas, al interior de este edificio, saturados del color que falta afuera.

Alfombra roja para que pase la historia (Medellín, Colombia)

Una situación inquietante por decir lo menos. Acaso los soldados de esta calle de honor esperan a que salga un personaje del edificio o permanecen allí a la expectativa de que alguien pase frente a ellos, llegue hasta el fondo y desaparezca en el interior.
De hecho se ven unas personas entrando como si estuvieran en la comitiva de quien quiera que acabe de pasar por la alfombra. Pero también se ve un camarógrafo listo para filmar a cualquiera que sea que llegue y pase frente a los soldados.
Las posibilidades son múltiples, así que por que no mencionar la menos plausible pero verdadera:
Estos soldados acaban de hacer una calle de honor, para que frente a ellos pasara un grupo de hombres vestidos a la usanza de las huestes de hace doscientos años, dirigidos por un hombre con aspecto de prócer.
Esa es la razón para que todavía estén allí, impertérritos, a la espera de que aquellos combatientes interinos vuelvan a salir del edificio, pasen por la alfombra roja y regresen a la bruma del anonimato, después de recibir un homenaje dirigido a quienes lucharon en las guerras de la Independencia.

El embajador de Fortuna (Medellín, Colombia)

Para los romanos, que como los griegos tenían una deidad para todas las instancias y conceptos de la vida, Fortuna era una de las diosas más caprichosas del Olimpo a pesar de que la mayoría asociaba, y asocia aún, esta palabra con la prosperidad.
Tal vez por esa razón se ha dicho muchas veces que nadie sabe donde está la suerte de una persona.
Este vendedor de lotería espera, como siempre lo ha hecho, que a través de él la buena suerte aparezca y toque con su impulso bienhechor a uno o a muchos de sus clientes.
Él que es simplemente un medio a través del cual se manifiesta el azar muestra sus números y confía como siempre lo hace a que por alguna razón desconocida por completo para cualquier ser humano, las cifras se alineen de tal manera que coincidan con los billetes que vendió.
Pero uno se pregunta si los loteros creen en la diosa que representan aun sin saberlo o se conforman con ser partícipes de las creencias de otro.
Será que de una manera inconsciente saben que su trabajo como vendedores de ilusiones lleva al destino a negarles los favores de la diosa. La actitud de este hombre no deja traslucir sus convicciones, apenas si es la imagen de un hombre que espera.

Las puertas de la catedral (Medellín, Colombia)

A veces las enormes puertas de esta iglesia románica están abiertas en las tardes de soles lánguidos que adormecen un poco la ciudad. Entonces la gente entra y se sienta en las bancas a rezar o a escuchar el susurro apagado de los rezos de los demás o el murmullo del exterior que ni siquiera los gruesos muros de adobe logran apagar del todo.
Ajenos a la frescura del interior otros permanecen en la puerta y se desesperan, sin saber si hoy tendrán que devolverse con las expectativas frustradas a consecuencia de una cita fallida. Unos cuantos turistas observarán las imágenes, los vitrales o el altar mayor tallado en mármol y admirarán la sobriedad de su arquitectura.
Cuando las puertas de la catedral están abiertas es cuando parece que la iglesia cobra vida, tal vez por esa serie de pequeños acontecimientos que pasan desapercibidos para la mayoría de la gente y que muchas de las veces no tienen relación con los rituales religiosos a los que está consagrado este templo.

Una esquina clásica I (Medellín, Colombia)

Uno se pregunta al observar esta esquina cómo es posible que esta casa haya resistido el paso de las décadas sin sucumbir a la demolición como ya lo han hecho tantas otras de los alrededores y de los barrios vecinos.
Ni siquiera puede decirse que el hecho obedece al cuidado minucioso con el que su fachada ha sido mantenida. El tiempo ha dejado su huella descascarando las múltiples capas de pintura y el gris, que siempre fue el color que caracterizó esta casa y muchas otras de su misma época, dejó de representar sobriedad; ahora se le asocia con la decadencia.
Los detalles florales de la fachada y los balcones permanecen inalterados y es posible admirar todavía la delicada factura de estos diseños de inspiración art decó, que en su momento debieron ser los obligados para todas las construcciones de este tipo.
Esta casa como tantas otras ha debido restaurarse hace mucho tiempo y pasar a formar parte del acerbo histórico y arquitectónico de la ciudad. Desafortunadamente muchas edificaciones como ésta se han dejado a su aire para que el tiempo y todos sus ayudantes realicen su trabajo impasible y devastador.
La variedad arquitectónica, que durante muchos años diera a la ciudad esa apariencia ecléctica que enriquecía los espacios y muy seguramente la mentalidad de sus habitantes, desaparece lentamente del paisaje urbano sin que nos demos cuenta de la pérdida que esto representa para la cultura y nuestra historia.

Una tarde de lluvia, una calle cualquiera (Medellín, Colombia)

Esa tarde nadie cantaba bajo la lluvia y los pocos que transitaban por allí sólo pensaban en escamparse.
La ciudad se veía casi abandonada como si cada gota hubiera hecho desaparecer una persona.
Contra las paredes, se recostaban los pocos que no habían mirado al cielo y por lo tanto no se habían dado cuenta de lo que se estaba preparando allá arriba: una tormenta que se precipitaría sobre la ciudad con toda su fuerza; de esas que le hacen a uno desear no volver a salir de la casa.
Mientras el agua se encargaba de lavar el aire, los adoquines y el piso de los andenes, la gente se dedicaba a quejarse por lo bajo del mal tiempo y de la inconveniencia del invierno. Qué no dieran por un rayo de sol, aunque fuera de esos que queman la piel como si pretendiera marcarlo a uno de por vida.
En fin, quizá entre los que se le escabullían al agua estuvieran escampándose dos soñando con un lugar seco sólo para ellos y sin sospechar que esa tarde pasaría a ser otro más de los recuerdos que algún día acariciaran con nostalgia.

Una puerta al ciberespacio (Medellín, Colombia)

Para estos navegadores que se adentran con grandes expectativas en los laberintos de la red, la puerta que franquean antes de sentarse frente a las pantallas no es más que un obstáculo que se puede salvar fácilmente.
Esta puerta que cruzaron tantas generaciones anteriores fue construida para servir de conexión entre un espacio exterior y otro interior, por donde circulaba el mismo aire. Ahora sin embargo, aquellos que cruzan este umbral lo hacen con la intención de adentrarse en lugares intangibles donde el espacio y el tiempo obedecen a nuevos conceptos de medida, tan distintos a la manera como veían el mundo en esa época, que sería imposible para ellos comprender siquiera las nociones que para la mayoría de los estudiantes contemporáneos se han vuelto tan familiares.
Esas son las paradojas del tiempo que permiten que en un espacio, donde el único contacto con la tecnología debió reducirse a las horas pasadas por los habitantes de esta casa frente al radio oyendo los programas que se transmitían a todas horas, se lleven a cabo sesiones de navegación a lugares remotos y desconocidos sin apenas mover las manos y los ojos.

Al costado de la catedral (Medellín, Colombia)

A las cuatro de la tarde el sol calentaba con fuerza los adobes de la catedral como si quisiera volver a cocer el barro. Se filtraba por las ventanas estrechas cubiertas de vitrales y coloreaba el piso interior de la iglesia con la combinación de luces con que el sol brillante tocaba las baldosas. Era como si al atravesar el vidrio, la luz se convirtiera en un líquido de múltiples colores que se vertía con suavidad en el embaldosado.
Si uno pudiera presenciar ese fenómeno, que se produce cada vez que la luz entra por los costados de la catedral desierta, tendría miedo hasta de respirar por temor a desdibujar con el aliento las figuras que se producen en el aire, en la superficie de las columnas y en el piso.
Afuera la gente caminaba con languidez, ignorante del fenómeno que ocurre cuando la iglesia está cerrada y el sol está a punto de perderse detrás de las montañas como en esta ocasión.

Encantadores de palmeras (Medellín, Colombia)

A falta de serpientes estos músicos de la calle se han dedicado a encantar palmeras.
Deben ser ellos quienes se han dado a la tarea de hacer crecer las que aparecieron de un momento a otro, altas y cimbreantes, por toda la ciudad.
Tal vez la razón de ese fenómeno sean estos músicos que en vez de encantar a la gente o a las serpientes, como los legendarios personajes de la India o Marrakech que adormecen cobras y hasta se dejan morder por ellas, encantan árboles.
Aquí, la música de estos taumaturgos locales se dedica a menesteres más loables y ecológicos, aunque la gente los ignore y hasta les impida la entrada a determinados lugares. Quizá por que allí adentro no hay palmeras que encantar o porque las melodías que les gustan a las plantas no son precisamente las que más les llaman la atención a los clientes de este lugar en particular.
De todas maneras descubrimos, oyendo la música que interpretaban y que hacía mecer el tronco de esta palma, que a nosotros también nos gustaba el sonido que se sobrepuso por un momento al ruido de la gente a su paso por Junín.

Azul para pintar perfiles (Medellín, Colombia)

Un sábado como cualquier otro las nubes se replegaron detrás de las montañas, como en cualquier otro día, y contra el cielo desnudo el color blanco de unos edificios y el tono oscuro de otros resaltaron con toda nitidez.
Sólo un cielo como este es capaz de perfilar la ciudad de esta manera. Es como si por algunos instantes el aire se vaciara y sólo quedara la silueta de la ciudad. Como en esos paisajes urbanos que se trazan en los comics donde los colores planos agregan impacto y dramatismo a los dibujos.
Al mirar este conjunto de construcciones que se dibuja perfectamente, uno tiende a engañarse pensando que la agitación que inunda las calles es mera fantasía y que la quietud evocada por estas paredes blancas, como los muros de esos lugares remotos donde va la gente para encontrar paz espiritual, es la realidad.

Una ciudad de luces (Medellín, Colombia)

Desde hace muchos años esta ciudad se ha convertido en un lugar donde se le da gran importancia a la belleza de la luz.
Por eso no es extraño encontrarse cualquier noche con un espectáculo de juegos pirotécnicos resaltando las siluetas de los árboles, de las nubes o de los edificios. Hasta las montañas se perciben mejor, recortadas nítidamente contra esos cielos iluminados de manera artificial.
Las luces se proyectan contra el cielo convirtiéndolo en una paleta de colores tan variada que siempre maravilla a los habitantes de esta villa. Es como si en esta ciudad la gente buscara repetir la luz que en el día abrillanta los tonos de la naturaleza y de esos colores que se mezclan siempre, a veces caóticamente, en las calles.

La cara expuesta (Medellín, Colombia)

La ciudad se mira a sí misma en esta exposición de fotografías donde algunas de las facetas de la gente, que la convierten en un lugar sui géneris, han sido capturadas por el objetivo de una cámara fotográfica.
Muchos de los que pasan por aquí apenas le echan una ojeada a las fotos que les muestran una realidad que creen conocer a fondo. Esa puede ser la razón de su indiferencia. Otros se quedan durante largo rato mirando las imágenes y leyendo los textos que las acompañan. Tal vez sienten curiosidad por saber cómo son esos puntos de vista distintos que se desarrollan sobre el lugar que habitan. Qué aspectos de lo que sucede en la ciudad han sido escogidos para enfatizarse por medio de una foto.
Al fondo la gente pasa haciendo caso omiso, como casi siempre, a esas manifestaciones silenciosas que detienen en el tiempo aquello que somos y que nos sentimos tan reacios a constatar.

Rascacielos (Medellín, Colombia)

A veces uno levanta la cabeza y la aleja un momento de la perspectiva inmediata que tiene enfrente y se topa sin preámbulos ni preparaciones con una imagen como esta, que parece salida de una de esas películas donde la protagonista es una ciudad tan llena de rascacielos que uno se marea.
Por una rendija que quedaba entre dos construcciones se veía este edificio y la perspectiva hacia pensar que en realidad si estaba tocando el cielo, arremolinado las nubes para que en cualquier momento dieran paso al azul más puro o sino a uno de esos aguaceros sorpresivos que suelen calarnos hasta los huesos en cuestión de segundos.
El Edificio del Café que es al parecer el que tiene más pisos en la ciudad, se destaca no solamente porque da la impresión de tocar el cielo sino también por el color blanco de su superficie, en una ciudad donde la gama cromática de las edificaciones suele estar dominada por el ocre del barro cocido.

Una trampa para la memoria (Medellín, Colombia)

En una tapia, pintada con ese amarillo ocre que recuerda el color de los barrancos, se abre a la calle una ventana que podría ser tan vieja como la misma ciudad.
Mirarla es ya entrar en otra realidad, la de las historias no escritas que debieron vivirse sin testigos en estas habitaciones.
Cuando el aire se cuela en este lugar agita las memorias que yacen bajo el polvo, las capas de recuerdos que cubren los objetos y cualquier superficie hurtada a la luz directa. Pero lo que a la vista parece polvo es sólo la existencia desmenuzada de toda la gente que pasó por allí.
Entrar en un lugar como éste, debe ser tan peligroso como hacer una regresión al pasado sin cartas de navegación y sin guías que conozcan las rutas y los atajos para poder volver. Se corre el riesgo de querer permanecer en ese mundo que la distancia en el tiempo cubre con una patina de aventura, tan seductora para quienes viven la vida gris y repetida de todos los días.
Y si alguien quiere una prueba de la trampa en la que pueden convertirse estos lugares viejos, basta mirar con detenimiento los barrotes de la ventana para ver, atrapado irremisiblemente, un reno de esos que arrastran trineos en los diciembres. Quizá intentó echar un último vistazo a un recuerdo, particularmente emotivo, de los que se atesoran allí y por eso quedó enredado en unos barrotes que parecen las varillas y las piezas de un antiguo ábaco que tal vez alguien utilice para llevar la cuenta de quienes se han perdido en el interior del pasado.

Aspiradores de ruido (Medellín, Colombia)

No se sabe si estas inmensas piezas de metal son respiraderos del túnel por el que pasa una de las avenidas de la ciudad o si son en realidad un sofisticado sistema para filtrar y eliminar parte del ruido que aquí se produce.
Quizá gracias a estos inmensos anti bafles es posible, para quien quiera prestar atención, escuchar todavía entre el barullo cotidiano, la risa de un niño que visita el Centro por primera vez o la algarabía de los pericos cuando llegan a la plazuela Nutibara, en su recorrido incesante por los parques y calles donde encuentran árboles para camuflarse.
Aunque esos sonidos los oirán algunos iniciados únicamente. Aquellos que son capaces de escuchar el pulso de la vida moviéndose infinitamente por entre las calles. O los que pueden abstraerse del ruido de los carros, de los gritos desaforados de los vendedores de frutas y de cualquier mercancía que se exponga a la intemperie.
Quizá los beneficiados de este hipotético sistema de protección para disminuir el bullicio, sean esos que pueden oír el canto de un grillo o el suave movimiento de las alas de una mariposa o los que levantan de pronto la cabeza hacia el cielo para ver unas guacamayas que, mientras manchan de colores el aire, expresan con fuerza la maravilla de volar y de vivir.

Las joyas de Carabobo (Medellín, Colombia)

Dos edificios de estilo arquitectónico similar son las dos joyas que adornan el final del paseo peatonal en que se convirtió la carrera Carabobo, una de las calles más emblemáticas del centro de la ciudad.
Este sector, que durante gran parte del siglo XX estuvo dedicado al comercio popular, se conoce ahora por tener dos de los edificios más importantes para la ciudad desde el punto de vista arquitectónico e histórico.
Estas edificaciones que fueron inauguradas en 1895 han presenciado el paso de varias generaciones de medellinenses: desde los que vieron la finalización de siglo XIX hasta los que contemplan los comienzos del siglo XXI.
Después de un largo período de decadencia, durante el cual se destinaron a todo tipo de comercios, han sido restaurados y entregados a la ciudad como asiento de instituciones dedicadas a la educación.

Tarde de lluvia (Medellín, Colombia)

Uno de esos aguaceros inesperados que sorprenden a la gente y la inmoviliza debajo de cualquier marquesina o saledizo, nos obligó a permanecer durante un rato en una esquina del centro mientras el agua se precipitaba con fuerza sobre la ciudad y la desdibujaba.
Era como si la lluvia quisiera derretir los edificios, los árboles y a la gente que se atrevía a cruzar las calles sin protegerse siquiera debajo de un paraguas.
Frente a nosotros estas ventanas cúbicas de vidrio y concreto soportaban el golpeteo solemne y monótono de la lluvia. Imperturbables, como los ojos de los hipnotizados, se asomaban al vacío como si quisieran seguir en su caída a las gotas de agua.
Sin embargo las superficies que conforman los volúmenes y los perfiles de la ciudad resisten casi siempre, no dejan que la fuerza del agua los desmorone fácilmente. Tal vez la esperanza de volver a ver el sol impide que todas las cosas sucumban a la violencia de los elementos.

Medellín en blanco y negro