No se sabe si estas inmensas piezas de metal son respiraderos del túnel por el que pasa una de las avenidas de la ciudad o si son en realidad un sofisticado sistema para filtrar y eliminar parte del ruido que aquí se produce.
Quizá gracias a estos inmensos anti bafles es posible, para quien quiera prestar atención, escuchar todavía entre el barullo cotidiano, la risa de un niño que visita el Centro por primera vez o la algarabía de los pericos cuando llegan a la plazuela Nutibara, en su recorrido incesante por los parques y calles donde encuentran árboles para camuflarse.
Aunque esos sonidos los oirán algunos iniciados únicamente. Aquellos que son capaces de escuchar el pulso de la vida moviéndose infinitamente por entre las calles. O los que pueden abstraerse del ruido de los carros, de los gritos desaforados de los vendedores de frutas y de cualquier mercancía que se exponga a la intemperie.
Quizá los beneficiados de este hipotético sistema de protección para disminuir el bullicio, sean esos que pueden oír el canto de un grillo o el suave movimiento de las alas de una mariposa o los que levantan de pronto la cabeza hacia el cielo para ver unas guacamayas que, mientras manchan de colores el aire, expresan con fuerza la maravilla de volar y de vivir.
¡Qué buena idea! En vez de hacer tanto ruido, deberíamos inventar algo para absoberlo.
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