Las flores y el sol (Medellín, Colombia)

Cuando vuelve el sol vuelve también el color. Todas esas plantas que florecen en esta ciudad ininterrumpidamente, sin importar si llueve o el cielo está despejado, se vuelven más conspicuas cuando el aire parece más transparente y las nubes se alejan por temporadas.
Hasta el blanco de una pared resalta más cuando le sirve de contraste a unas flores que cuelgan de una canasta en un patio interior.
En una tierra donde los colores son una de las características principales del entorno la combinación de sol y flores nunca deja de impactar.

Una ciudad modular (Medellín, Colombia)

La ciudad desde ciertas perspectivas se ve como si fuera uno de esos ejercicios de dibujo, donde las formas geométricas se montan unas sobre otras: una serie de módulos tridimensionales que nada tienen que ver con las habitaciones donde los seres humanos llevan a cabo sus rutinas diarias.
En algunos juegos se imita con módulos la distribución de los edificios. Y las ciudades, a veces, con sus construcciones parecen imitar los juegos modulares donde la ciudad que uno conoce pierde su contexto.
Pero es una mera ilusión, cuando se mira con detenimiento se empiezan a definir las calles por las que uno ha pasado a la sombra de esos edificios.
Si el observador se deja guiar por algunos hitos que han marcado desde hace décadas la ciudad, le será posible reconstruir en su mente los lugares conocidos, los de la escala humana, flanqueados constantemente por las paredes de los edificios.

Una mañana de sol (Medellín, Colombia)

La gente va y viene inmersa en sus mundos privados aunque estos se opongan entre sí o se acerquen sin que nadie se dé cuenta.
Basta una mañana de sol para que las palabras y las miradas vuelvan a agitar, casi frenéticamente, el aire que renuevan cada día los árboles de esta plazuela.
Lo que si permanece invisible para todos, hasta para ellos mismos, son los pensamientos que los acompañan siempre.
En fin, otra mañana soleada en la ciudad, capturada para la eternidad del ciberespacio por el lente de una pequeña cámara digital.

Estructuras inquietantes (Medellín, Colombia)

Una enorme estructura de esas que pululan en la ciudad parece arrastrar su cuerpo por entre bosques, edificios y bordear el río o tal vez abrevar allí una sed desmesurada.
Le hace recordar a uno esas series televisivas que traían del Japón, donde monstruos antediluvianos se internaban por ciudades indefensas y desbarataban edificios de cartón piedra para arrojarse por último al mar, después de una feroz batalla con el héroe de turno.
Aunque no se parece a ninguno de esos godzillas, esta estación del Metro si se asemeja a un insecto de tamaño gigante, que en cualquier momento puede despertar para devorar también lo que encuentre a su paso. Desafortunadamente no existen héroes en esta ciudad que pudieran hacerle frente y obligarlo a desaparecer en el río.
Es sólo una estación, pero la perspectiva aérea le hace a uno “volar” la imaginación y sentirse un tanto inquieto.

De vuelta a a casa (Medellín, Colombia)

Ni la luz rojiza del atardecer, ni el ruido de los motores, ni mucho menos los susurros contenidos de los pasajeros que disimulan el susto que les produce en el ánimo el giro cerrado del avión al enfilar hacia la pista, opacan la emoción que da regresar a casa.
Hasta el aire parece de una textura distinta y el cuerpo se prepara para sentir otra vez la temperatura justa que parece hecha a la medida de cada habitante de este valle.
Aunque los sentidos recuerden el agite de la ciudad, desde el cielo ésta se ve tranquila como una maqueta. Con esa distribución definitiva que deciden los arquitectos, donde todo, hasta los árboles, tiene una razón de peso para hallarse en el lugar que le corresponde.

Oficios invisibles (Medellín, Colombia)

No importan los colores fuertes ni el canto grave que producen los recipientes del gas cuando chocan unos con otros a su paso por las calles de la ciudad.
Ni siquiera cuando el ayudante del conductor, que va en la cabina del camión repartidor, hace sonar una campana de verdad para anunciar su llegada, la gente se interesa por un suceso tan cotidiano.
Son tantos los hechos repetidos cada día en la vida de una ciudad que sus habitantes adoptan esa especie de indiferencia programada que les permite tener tiempo y energía suficientes para dedicarse a sus propios asuntos e intereses.

Ultravioleta (Medellín, Colombia)

Sigue la luz causando asombro a los habitantes de esta ciudad y a todos los que nos visitan por esta época.
Aunque uno no se acabe de acostumbrar del todo a ver los objetos y las personas bajo los filtros monocromáticos del agua.
Es como si las luces de la temporada brotaran a chorros por los poros de la ciudad: desde el suelo, desde las fachadas y hasta de los postes de la energía eléctrica alumbrando, sin distingos, a todo el mundo.

Juegos de agua y luz (Medellín, Colombia)

Agua y luz se combinan para crear un efecto de irrealidad.
La gente que se interna por allí parece absorbida por las fuentes de luz espectral que emergen del piso. Los haces desdibujan a quienes se atraviesan.
Aunque es posible que tales fuentes no sean más que chorros de agua que empapan a los que pretenden caminar por entre ellos sin mojarse.
Así, la gente que pretendía bañarse en color, sale completamente empapada, como si esa luz mojara como el agua.

Irrupción (Medellín, Colombia)

No siempre en las ciudades los edificios y las grandes construcciones son tan ubicuos como uno cree, a veces irrumpen de pronto, saltan, como si dijéramos, desde la espesura.
Tan desprevenido esta uno, contemplando el verde que en grandes franjas atraviesa algunas zonas de la ciudad, que se queda “extasiado” por unos segundos mirando esta construcción de líneas simples.
Este edificio que se deja perforar por el azul reflejado en sus ventanas, sorprende con su aparición repentina al que se deja encantar por los árboles que bordean las avenidas en esta ciudad de contrastes.
Aunque toda ciudad moderna debe tener ese elemento de contraste que es tal vez una de las características en las urbes de nuestro tiempo.

La levedad del concreto (Medellín, Colombia)

Quizá una de las características más importantes de la arquitectura contemporánea en la ciudad, sea el énfasis que ponen los arquitectos en disminuir la sensación de pesadez en los edificios.
Como esta construcción que siempre que uno la mira, delgada y gris, no deja de prestar atención, sobre todo, a la escala que se proyecta hacia afuera y que contribuye a aumentar el efecto de levedad en la fachada. Una escala que parece tejida con el aire y la luz que la atraviesan.

La serenata de los indios (Medellín, Colombia)


Esas canciones clásicas como dust in the wind, los sonidos del silencio o el cóndor pasa, de las que se han escuchado tantas versiones, se apoderan de cualquier calle cuando el sonido de las flautas, las quenas o las zampoñas opaca la usual cacofonía de la ciudad.
Algunos creen que es música clásica la que oyen, otros evocan esos días de los setenta cuando la “música latinoamericana” se adueñaba de todos los lugares donde hubiera universitarios.
Ahora esas tonadas, vacías de cualquier significado, se encuentran en una esquina, debajo de algún árbol o a la entrada de un almacén invitando a los transeúntes para que se dejen seducir por la profusión de mercancías.
El aspecto de los músicos, ataviados con una combinación incongruente de vestiduras, hace pensar en ese sincretismo del que tanto se habla cuando aparecen manifestaciones culturales que mezclan diferentes orígenes.
Sin embargo estas imágenes se podrían relacionar más fácilmente con alguna leyenda urbana, donde los maniquíes cobren vida en las noches y recorran la ciudad buscando a quienes durante el día alegraron sus almas de muñeca.

Noche de Navidad (Medellín, Colombia)

Una vez más se celebra en la mayoría de las casas de esta ciudad una de las tradiciones más antiguas de Occidente y Latinoamérica: el nacimiento de Jesús. En nuestra ciudad los pesebres están por todas partes y cada vez el nivel de perfección en la manera de elaborar estos pequeños escenarios se supera.

Torres en la vieja ciudad (Medellín, Colombia)

Cualquiera podría confundirse con este cielo despejado de edificios, aunque gris y cargado de nubes; pensar tal vez que esta fotografía fue tomada en uno de esos pueblos antioqueños donde todavía las torres de las iglesias dominan el panorama urbano. O dejarse llevar por la imaginación y creer que se ha asomado a una ventana para ver los techos de Praga, Budapest o porque no del París clásico que se ve en las películas.
Pero no, es uno de esos ángulos que tiene esta ciudad y que le permiten al observador recrear la vista que debieron tener los habitantes de la época, cuando los edificios apenas si sobrepasaban la altura de los templos y la arquitectura estaba concebida a una escala más acorde con la estatura de la gente.
Vistas como esta son escasas, a diferencia de otras muchas ciudades ésta no tiene un sector antiguo propiamente dicho, apenas algunas cuadras seguidas donde predominan las casas viejas. Es como si de manera consciente sus habitantes hubieran decidido que lo antiguo y lo moderno debían convivir lado a lado, mientras se deciden a acabar con lo viejo en aras de unas conveniencias arquitectónicas o urbanísticas poco claras.
Mientras tanto, es posible encontrarse con imágenes así que parecen sacadas del cine o de los antiguos álbumes de fotografías.

Ya no hay vacantes (Medellín, Colombia)

A cuántos viajeros se les vendrá el mundo encima al llegar frente a este hotel y encontrarse con la infausta noticia de que ha cerrado. Esa casa que recibió a quienes decidieron aventurarse por estos parajes, por esta ciudad que para los turistas tiene el encanto de los lugares que no entregan sus secretos fácilmente, ha dejado de abrir sus puertas a los desconocidos.
Cuántos de esos andariegos supieron que este hotel fue en realidad una casa, donde alguna familia vivió la existencia lánguida de una pequeña ciudad latinoamericana en los cuarenta o los cincuenta y que despertó perezosamente en la década de los sesenta para desaparecer de este barrio en los ochenta y alejarse del bullicio y el desorden, que luchan por asentarse definitivamente en las urbes modernas.
Cuántos de esos viajeros se dejaron ganar por la curiosidad y averiguaron, tal vez, que los herederos de aquellas gentes fueron incapaces de sostener el tren de vida que exigía una casa como ésta, una de esas casas cuya arquitectura moldea hasta el carácter noble de sus habitantes.
Sin embargo, cuando se convirtió en hotel, algo de la antigua prosapia permaneció en los interiores redecorados con timidez para evocar un cierto esplendor de familia vieja.
Pero ahora el futuro es incierto, acaso las oficinas gubernamentales que se encargan de mantener las apariencias, hasta determinado punto, obliguen a los que manejarán su futuro a devolverle a la fachada su primera belleza. Pero, queda la duda, de si en su interior los destrozos ya sean irreversibles.
Mientras fue hotel estuvo a salvo del deterioro o de la demolición, ahora la esperanza es que aloje a una de esas empresas donde las oficinas se dividen con grandes paneles de cartón o de materiales indeterminados, pero que al fin y al cabo respetan ese aspecto de edificación antigua en las viejas casas que ocupan.
Claro que no deja de preocupar que mientras es más la gente que llega a la ciudad, buscando ese no se qué que en mayor o menor medida todos le encontramos, desaparezcan los viejos hoteles.

El arte de hacer pesebres (Medellín, Colombia)

Entre los innumerables pesebres que pululan en estos días por todas partes destacan, entre otros, esos que los profesionales en estas lides exponen en almacenes y centros comerciales.
Claro que a veces uno prefiere los que la gente arma con todo tipo de imágenes y materiales en los antejardines de las casas, en las esquinas o en los parques para que quien quiera se acerque a rezar la novena entre la algarabía de cascabeles hechos con tapas de botella, panderetas de plástico y los villancicos de toda la vida cantados con la claridad y el entusiasmo de los niños.
En esta época de luces y adornos, todavía las festividades se centran en esa pequeña puesta en escena, en ese revival, que en todo Colombia llamamos pesebre.

Cicatrices (Medellín, Colombia)

Al paso de los cambios, la ciudad se ve marcada con esas cicatrices de color gris que dejan las nuevas construcciones y los proyectos que según las diferentes administraciones benefician a sus habitantes.
Pero ahí están las heridas. Claro que como todo cuerpo vivo, la ciudad tiende a curarse a sí misma. Eso sucede con estos muros donde la gente pinta toda una serie de propuestas que aunque coloridas no logran disimular la vaciedad y soledad que aqueja a estos lugares en un principio.
Murales de excelente o regular factura tapizan las paredes que flanquean las nuevas construcciones de la ciudad, como los telones en los escenarios que pretenden crear un mundo nuevo a partir de las dos dimensiones de la pintura.
Pero la realidad llegará más tarde cuando las puertas y las ventanas empiecen a perforar estas superficies frías y por ellas vuelva a circular la vida.

Tres monjas y una paloma (Medellín, Colombia)

Qué pasará al otro lado que estas monjas siguen con tanto interés. Es algo tan atrayente para ellas que no se han dado cuenta de la presencia de la paloma. Pudo haber sido el espíritu santo vestido de gris y su curiosidad les impidió darse cuenta de esa aparición.
Mientras esperaban la llegada del metro se acercaron al pasamanos y de pronto se vieron atrapadas por algún suceso, o quizá se perdieron en sus pensamientos, que a veces tienen la capacidad de aislarlo a uno del entorno mejor que cualquier muro. Lo cierto es que ninguna se dio cuenta de la llegada de la paloma desde las alturas.
Suele suceder con mucha frecuencia que sólo los observadores, los que están por fuera de una escena pueden contemplar con desapego lo que sucede frente a sus ojos.
Lo mismo debe acontecer con ellas, desde la altura pueden ver con claridad y entender además lo que sucede allá abajo o en sus cabezas y sin embargo no pueden ver que tal vez la sabiduría se está acercando a ellas y la están dejando pasar.

Un vapor, una neblina (Medellín, Colombia)

En un día soleado, o mejor en un rato soleado después de un aguacero, apareció en un jardín de la ciudad una neblina, intentando competir con los rayos de sol que abrillantaban los colores de las cosas, opacados hasta hacía poco por las nubes.
De pronto el vapor, o la neblina, empezó a apoderarse de este lugar, parecía como si surgiera de algún tipo de nave que hubiese descendido o que quisiera despegar y perderse en el cielo o como si de pronto la luz o el calor hubieran empezado a deshacer los objetos y las plantas frente a nuestros ojos.
Afortunadamente, era sólo el efecto que producía este vapor, esta neblina, al esparcirse lentamente por el aire.
Pero, es que a veces suceden cosas tan extrañas, que cualquier fenómeno poco usual lo pone a uno a inventarse esas explicaciones peregrinas que alimentan la imaginación de la gente y que tal vez por eso hacen que vivir en esta ciudad sea cada día una experiencia única para quien quiera mirarla con los ojos del asombro.

Puerta al vacío (Medellín, Colombia)

Un hombre se debate entre dos azules, contemplando quizá la posibilidad de perderse en cualquier cielo.
Y es que hay días de soledad tan intensa que uno cree que sólo en el vacío es factible encontrar algún tipo de desahogo.
La mirada perdida del hombre apenas si le permite quedarse en el lugar donde su cuerpo ha permanecido durante mucho tiempo. Es como si a lo lejos la verdadera vida lo llamara y tuviera que luchar en su interior con el mundo conocido donde habita y del que apenas si podrá escapar si desecha los caminos usuales.

El fluir de las historias (Medellín, Colombia)

No hace falta ser escritor para ir acumulando al pasar por las calles de esta ciudad historias que sorprenden o que repiten el humano hacer de todos los días.
Tal vez sea una característica de las ciudades latinoamericanas, o quizá sólo de las colombianas, pero en los barrios donde las vidas de las personas se tejen en las calles y hasta con los cables que atraviesan el cielo, pasan tantas cosas a cada momento que es difícil centrar la atención en un suceso en particular, sin dejar de sentir que se está dejando de lado un acontecimiento trascendental; son tantas las cosas que suceden simultáneamente. Son tantos los indicios que podrían seguirse para llegar a encontrarse con un relato sui géneris o tal vez uno común y corriente, pero que por ser tan habitual podría llegar a resumir la existencia de muchos seres humanos.
En fin en las calles de estos barrios que tapizan las montañas de la ciudad la sensación de vida es sobrecogedora y uno se atreve a pensar que seguirá así hasta el fin de los tiempos.

Reflejo y transparencia (Medellín, Colombia)

Hasta las cosas creadas por el hombre buscan la simetría. Un reflejo en la piedra oscura completa el ventanal que se abre al cielo y la forma del edificio que se ve a través de ella.
Este edificio no parece real, es como si lo hubiesen pintado sobre el vidrio en un intento de revivir el antiguo arte del vitral, en este caso con un tema moderno y cotidiano como son estas construcciones donde se acumulan seres humanos a compartir su aislamiento. La piedra negra logra, de manera por demás acertada, completar la imagen creando una atmósfera inquietante para una ventana que antes regalaba a quienes miraran a través de ella el cielo abierto y que ahora les entrega un espejismo: un edificio que quizá no sea otra cosa que vidrio pintado.
Como suele suceder en el ambiente urbano hasta las construcciones y sus reflejos tienen la tendencia a convertirse en performances.

Panoramas cotidianos (Medellín, Colombia)

Esas panorámicas de la ciudad que se escabullen por entre las casas y los alambres de la energía eléctrica son las que acompañan a diario a la mayoría de sus habitantes: la ciudad que en los momentos de aire transparente, después de un aguacero, se ve tan cercana; la ciudad inasible que se interna por entre los recovecos que forman las montañas que la rodean.
Esa ciudad es la nuestra, la de los edificios modernos pero también la de las casas que de manera inverosímil se aferran a las laderas desafiando las leyes de la lógica y la gravedad. Esas casas que se inclinan o se sostienen verticales e impertérritas, como si se asomaran ellas también para mirar el espejismo de El Centro y sus alrededores, iluminado a veces por el sol como si fuera un reflector que resaltara una joya o una obra de arte en un museo.

Naturaleza en bajorrelieve (Medellín, Colombia)

Acaso este rastro llegue a ser el único testigo de la existencia de un objeto tan efímero y sin embargo tan perenne como la hoja de una planta.
Quizá la voluntad de un artesano decidió dejar para la posteridad, en el piso de cualquier construcción, la evidencia de su amor por la poderosa imagen gráfica de las plantas.
Aunque como siempre sucede con los hechos de los que desconocemos sus orígenes, caben muchas hipótesis para explicarlos.
Es factible que este pedazo de concreto sea en realidad una roca milenaria petrificada por circunstancias incomprensibles para los legos, una piedra de esas donde una planta que quizá se haya extinguido dejó constancia de su paso por la superficie del planeta.
Cualquier posibilidad tiene validez en esta ciudad donde se combinan sin saberlo los fenómenos y los objetos más disímiles, confundiendo la atención de quienes quieren verla como un fenómeno coherente y racional.
En una ciudad tan latinoamericana como ésta todo es posible, hasta que las baldosas de un hotel sean verdaderos fósiles de inmenso valor para la historia del planeta y que para el común de la gente sean simples objetos de concreto.

La esquina del movimiento (Medellín, Colombia)

Las esquinas de esta ciudad tienen su magia, es como si los comerciantes hubieran analizado que para mucha gente son algo más que un elemento de la arquitectura. En una esquina se puede definir una vida.
Siempre están planteando la terrible pregunta, seguir o no seguir, voltear o continuar hacia el frente, girar a la derecha o a la izquierda. Y mientras a uno lo invade la duda los colores y el movimiento de estos locales te pueden atrapar en su remolino incesante.
Hay de esquinas a esquinas, pero ésta es una de las tantas donde el color y su misma vocación están llamando constantemente a los transeúntes para que se integren en su actividad de todos los días. Este sitio, como otros tantos en la ciudad, es el depositario de ese montón de esperanzas de detener el tiempo y proteger la vida del olvido, al fin y al cabo esa es la función que le hemos asignado las personas comunes y corrientes a las fotografías.
Este lugar por donde pasan a diario miles de personas es uno de esos que se pueden encontrar en cualquier parte del centro o de cualquier barrio de la ciudad y siempre con las mismas características: los colores intensos en la fachada y la misma aglomeración de gente ansiosa esperando ser atendida en el negocio de turno.

Los opuestos se combinan (Medellín, Colombia)

En cualquier momento la naturaleza y las siluetas de los edificios se combinan para formar composiciones que sorprenden por su equilibrio gráfico, pero que remiten al observador a la eterna relación entre los opuestos que rige el universo: la naturaleza y los edificios, las nubes que cubren parte del fondo y el aparente vacío del azul del cielo.
Es como si de esta manera, casual en apariencia, la ciudad proclamara que no quiere desprenderse de ese amor a la naturaleza que históricamente la ha caracterizado a pesar de los raids que, con cierta frecuencia, desatan sobre la ciudad algunos urbanistas desaprensivos, por decir lo menos, que se empeñan en cambiar los paradigmas de una ciudad amigable con ese verde que la rodea por todas partes y que impregna casi todas sus imágenes.

Medellín en blanco y negro