Los rostros anónimos de la ciudad (Medellín, Colombia)

En muchas culturas orientales perder la cara era como perder la vergüenza o la dignidad. Sin embargo en nuestras ciudades se pierde la cara cada vez que las personas obligan a sus facciones a permanecer inalteradas, sin expresión alguna.
Esa frialdad en las expresiones hace que se sienta con mayor fuerza la soledad de una ciudad, es como si la mayoría de la gente llevara cubierto el semblante con una máscara oscura que no deja que se transparenten hacia el exterior las emociones ni los sentimientos.
Se pierde la cara cada vez que una persona sale a la calle y nadie mira con detenimiento su rostro.
La ciudad que obliga a tantas personas a compartir constantemente sus espacios también impulsa a la gente a elaborar maneras para mantenerse anónima, para protegerse: adoptar actitudes neutras y olvidar casi de inmediato las facciones de quienes se cruzan en su camino son algunas de ellas.

El águila invisible (Medellín, Colombia)

Desde las alturas, como suelen contemplar el mundo las grandes aves, esta águila tallada en la piedra ve pasar la vida de los habitantes de la ciudad. Apenas es visible para aquellos que despegan la mirada del panorama limitado que ofrece una ciudad cuando se recorre su interior.
Salida de las manos de un escultor desconocido, esta hermosa talla debe ser parte de alguna simbología secreta apenas reconocible para los iniciados; para quienes saben dónde buscar, como en esas novelas plagadas de secretos herméticos. Relatos donde las ciudades se convierten en inmensos laberintos llenos de señales que interpretar para llegar al tesoro o desvelar un misterio. Tesoros y misterios que toda ciudad mítica o mitificada esconde entre sus sombras.
Pero esta águila no está oculta, por el contrario, cualquiera puede verla y sin embargo es invisible. Como los verdaderos enigmas está siempre a la vista aunque nadie la vea.

Un jardín en el claustro (Medellín, Colombia)

Solía ser un jardín en un viejo claustro, silencioso y tranquilo, por donde los pocos que pasaban lo hacían sumidos en la contemplación.
Hoy, por los corredores que flanquean este lugar transitan diariamente cientos de personas y sin embargo la tranquilidad permanece, como si sus antiguos habitantes lo hubiesen impregnado con su silencio.
A pocos metros la ciudad se sume en el caos del ruido y del movimiento constantes de una urbe, sin embargo los sonidos no llegan hasta aquí.
Quizá el observador se predisponga de inmediato para la meditación al pasar cerca de este sitio, de la sabía combinación de verdes y grises y se olvide, aunque sea por un momento, de percibir aquello que perturbaría la meditación.
No se sabe si la gente que pasa es consciente del efecto sedante que este lugar ejerce sobre su ánimo. Lo que si debe suceder es que de alguna manera aquellos que pasan por aquí, deben irse con el espíritu algo menos cargado de tensiones.

Bella de día (Medellín, Colombia)

Disimulados en las superficies ásperas o brillantes de la ciudad, unos seres pequeños enriquecen la visión de esos muros impersonales que a veces limitan el horizonte y que generalmente le hacen creer al transeúnte que la única vida que anima su mundo inmediato, está conformada por las otras personas y algunos animales como las conspicuas palomas, unos cuantos pájaros o los perros que sacan a pasear a sus dueños.
Las texturas de una ciudad no son sólo las superficies de los diferentes materiales con los que está construida, también son las pieles, las membranas y las alas de diferentes composiciones que exhiben muchos animales camuflados hábilmente en esas mismas paredes que parecen inanimadas.
Esta mariposa nocturna que se vio sorprendida por el día en un lugar relativamente visible y entregada quizá a una doble vida, pasa desapercibida para la mayoría de las personas, menos para el ojo indiscreto de la cámara fotográfica que trata incisivamente de encontrar esos acontecimientos mínimos que sumados, conforman la otra cotidianidad de la ciudad, tan importante como la que rige nuestra vida de seres humanos.

Nubes en oriente (Medellín, Colombia)

Otra panorámica de esta ciudad que cambia constantemente según el ángulo desde donde se la mire. Una ciudad distinta cada vez que el objetivo de la cámara se dispara o cada vez que una persona se detiene y la observa con detenimiento.
Siempre aparecen nuevas facetas que sorprenden o inquietan en este lugar asentado entre montañas.
Este sector del oriente de la ciudad que a lo lejos se corona de nubes, por donde los barrios se adentran cada vez más en las montañas, es donde casi siempre se anuncian primero las lluvias que caerán después en el centro y en otros sectores del valle.
Es un espectáculo magnífico ver como las grandes masas de vapor de agua, se concentran para después caer en ráfagas agitadas por el viento o precipitarse lentamente sobre todas las superficies.
Aunque pocos se preocupan por la belleza del cielo mientras buscan guarecerse del agua, este siempre matiza con su luz el color de la ciudad.

Tiempo de gloxinias (Medellín, Colombia)

En esta ciudad no es raro ver flores por todas partes y en cualquier época del año. El privilegiado clima de este valle permite que muchas plantas se aclimaten con facilidad a los cambios de temperatura, por lo que es posible ver flores constantemente sin tener que esperar una época especial.
Así pasa con estas gloxinias que florecen sin cesar en los patios de las casas o en los balcones, dependiendo de los cuidados que se les dispensen.
Pero el intenso color de los pétalos y su textura aterciopelada sólo le es posible percibirlos a quienes tienen la posibilidad de estar cerca de estas plantas. Son flores tan delicadas que cualquier variación en el entorno acelera su deterioro.

Hacia el infinito... y más allá (Medellín, Colombia)

Al frente de un edificio pequeño y sin mayores pretensiones en su arquitectura exterior, esta figura simplificada de un hombre se proyecta hacia el infinito, tal vez arrastrando consigo hacia las alturas la mirada y la voluntad de algún observador.
En una ciudad donde las esculturas están por todas partes no es raro encontrarse con una que haya perdido su carné de identidad, por decirlo de alguna manera. La placa donde figuraba el título y el autor ha desaparecido.
Por lo tanto, aquellos para los que no se ha convertido todavía en un lugar común de la ciudad, de esos que se miran sin ver, tendrán que imaginarse cuál será el tema e inventarse a ser posible un nombre ficticio para el autor.
En último término, si esta representación de un hombre que se esfuerza por alcanzar algo le ha causado tanta inquietud, puede buscar en el inventario de arte público de la ciudad, si es que existe tal cosa.
Si no lo encuentra puede quedarse con el que proponemos aquí, armado con el nombre verdadero que le puso Alonso Arias Vanegas, el autor, y la frase de Buzz Lightyear, el famoso héroe de Toy Story: hacia el infinito… y más allá.

El Centro (Medellín, Colombia)

Hace mucho tiempo El Centro, donde convergían todas las actividades importantes de la ciudad, se fragmentó en varios núcleos que se desplazaron a otros espacios de la capital.
Antes, cuando esta urbe era en realidad una villa, la gente encontraba en El Centro todos los sitios que podían tener relevancia para su vida. Ahora, sin importar desde cuál ángulo se observe, uno no deja de pensar en él como en una reliquia arqueológica, que tiene un espacio privilegiado en la memoria de quienes recorrieron las pocas calles que lo conformaban, en la búsqueda ciega que toda ciudad alienta en sus habitantes.
Este conjunto de calles y edificios todavía conserva su imponencia, así se le observe desde una terraza de uno de esos mismos edificios y la mirada se estire hasta el fondo, para perderse en las montañas azules que rodean el valle y que siempre se tendrán en cuenta cuando se trate de esta ciudad.

En estos cuartos oscuros... (Medellín, Colombia)

En estos cuartos donde la fuente de luz es una ventana, cubierta por unos vidrios opacos que la hacen más sugerente y misteriosa, no hay que esforzarse mucho para imaginarse lo que podría sentir una persona que nunca hubiera estado en el exterior. Tal vez creería que la solución a todas sus carencias estaría afuera en ese lugar donde la luz llega sin obstáculos a todas partes, o quizá sentiría el temor de que al estar expuesta constantemente a la multiplicidad de imágenes que la luz revela, pudiera perder la libertad de espíritu que propician la oscuridad y la penumbra, cuando obligan a la gente a observarse a sí misma con más detenimiento.
Si se analiza bien esta foto, es mucho más intrigante lo que se oculta en la sombra que los paneles de vidrio atravesados por la luz impunemente, sin revelar nada, como esos discursos vacíos donde se utiliza un gran número de palabras pero que al final no descubren las intenciones de quienes los pronuncian, ni aclaran las dudas de quienes los escuchan.

Laberintos y enredos (Medellín, Colombia)

Parece como si al contemplar esta imagen pudiéramos observar una de las múltiples entradas al laberinto de andenes que se adivina detrás de estos muros o al final de las escalas.
No es de extrañar que se haga la comparación de los pasadizos y escalas de este barrio con el enredo de cables que cruzan el aire sobre las casas. No se trata de una simple metáfora.
Las escalas desaparecen en las alturas, mientras que de los postes salen infinidad de alambres para formar una retícula irregular que divide el cielo en secciones de tamaños tan diversos y de forma tan caótica, como la distribución de las construcciones que cubren casi por completo el suelo de estas laderas.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...