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Un aire de otro tiempo (Medellín, Colombia)

Esa arquitectura sencilla donde los detalles art decó servían para realzar la economía de líneas de la fachada, se plasmó durante muchos años en los edificios de esta ciudad, incluso en edificaciones que fueron construidas mucho tiempo después de haber pasado el momento de aquel estilo que influyó a tantos artistas, artesanos y arquitectos. Al parecer su influencia en esta ciudad fue mucho más fuerte que en otras ciudades.
Lugares como este contribuyen a darle a ciertos rincones un aire de otra época. Si no fuera por el evidente deterioro, uno podría creer que ha retrocedido en el tiempo y que a ese balcón se asomará un señor de chaleco, mirando su reloj de bolsillo, para calcular si ya es la hora de la caminada diaria hasta la iglesia de la Candelaria o hasta el Astor para tomar el algo.

Oficios invisibles (Medellín, Colombia)

No importan los colores fuertes ni el canto grave que producen los recipientes del gas cuando chocan unos con otros a su paso por las calles de la ciudad.
Ni siquiera cuando el ayudante del conductor, que va en la cabina del camión repartidor, hace sonar una campana de verdad para anunciar su llegada, la gente se interesa por un suceso tan cotidiano.
Son tantos los hechos repetidos cada día en la vida de una ciudad que sus habitantes adoptan esa especie de indiferencia programada que les permite tener tiempo y energía suficientes para dedicarse a sus propios asuntos e intereses.

Cicatrices (Medellín, Colombia)

Al paso de los cambios, la ciudad se ve marcada con esas cicatrices de color gris que dejan las nuevas construcciones y los proyectos que según las diferentes administraciones benefician a sus habitantes.
Pero ahí están las heridas. Claro que como todo cuerpo vivo, la ciudad tiende a curarse a sí misma. Eso sucede con estos muros donde la gente pinta toda una serie de propuestas que aunque coloridas no logran disimular la vaciedad y soledad que aqueja a estos lugares en un principio.
Murales de excelente o regular factura tapizan las paredes que flanquean las nuevas construcciones de la ciudad, como los telones en los escenarios que pretenden crear un mundo nuevo a partir de las dos dimensiones de la pintura.
Pero la realidad llegará más tarde cuando las puertas y las ventanas empiecen a perforar estas superficies frías y por ellas vuelva a circular la vida.

El fluir de las historias (Medellín, Colombia)

No hace falta ser escritor para ir acumulando al pasar por las calles de esta ciudad historias que sorprenden o que repiten el humano hacer de todos los días.
Tal vez sea una característica de las ciudades latinoamericanas, o quizá sólo de las colombianas, pero en los barrios donde las vidas de las personas se tejen en las calles y hasta con los cables que atraviesan el cielo, pasan tantas cosas a cada momento que es difícil centrar la atención en un suceso en particular, sin dejar de sentir que se está dejando de lado un acontecimiento trascendental; son tantas las cosas que suceden simultáneamente. Son tantos los indicios que podrían seguirse para llegar a encontrarse con un relato sui géneris o tal vez uno común y corriente, pero que por ser tan habitual podría llegar a resumir la existencia de muchos seres humanos.
En fin en las calles de estos barrios que tapizan las montañas de la ciudad la sensación de vida es sobrecogedora y uno se atreve a pensar que seguirá así hasta el fin de los tiempos.

La esquina del movimiento (Medellín, Colombia)

Las esquinas de esta ciudad tienen su magia, es como si los comerciantes hubieran analizado que para mucha gente son algo más que un elemento de la arquitectura. En una esquina se puede definir una vida.
Siempre están planteando la terrible pregunta, seguir o no seguir, voltear o continuar hacia el frente, girar a la derecha o a la izquierda. Y mientras a uno lo invade la duda los colores y el movimiento de estos locales te pueden atrapar en su remolino incesante.
Hay de esquinas a esquinas, pero ésta es una de las tantas donde el color y su misma vocación están llamando constantemente a los transeúntes para que se integren en su actividad de todos los días. Este sitio, como otros tantos en la ciudad, es el depositario de ese montón de esperanzas de detener el tiempo y proteger la vida del olvido, al fin y al cabo esa es la función que le hemos asignado las personas comunes y corrientes a las fotografías.
Este lugar por donde pasan a diario miles de personas es uno de esos que se pueden encontrar en cualquier parte del centro o de cualquier barrio de la ciudad y siempre con las mismas características: los colores intensos en la fachada y la misma aglomeración de gente ansiosa esperando ser atendida en el negocio de turno.

Los opuestos se combinan (Medellín, Colombia)

En cualquier momento la naturaleza y las siluetas de los edificios se combinan para formar composiciones que sorprenden por su equilibrio gráfico, pero que remiten al observador a la eterna relación entre los opuestos que rige el universo: la naturaleza y los edificios, las nubes que cubren parte del fondo y el aparente vacío del azul del cielo.
Es como si de esta manera, casual en apariencia, la ciudad proclamara que no quiere desprenderse de ese amor a la naturaleza que históricamente la ha caracterizado a pesar de los raids que, con cierta frecuencia, desatan sobre la ciudad algunos urbanistas desaprensivos, por decir lo menos, que se empeñan en cambiar los paradigmas de una ciudad amigable con ese verde que la rodea por todas partes y que impregna casi todas sus imágenes.

Calle abajo (Medellín, Colombia)

Esas calles que se pegan a las lomas con dificultad, que se pierden en una curva o bajo los árboles han sido trasegadas infinidad de veces y son como el agua que fluye y corre irregularmente por entre las casas.
Por una de esas calles dos amigos se dejan arrastrar por la conversación y por la inercia del movimiento que impulsa sus cuerpos hacia abajo, entregados a uno de esos placeres sencillos que todavía perviven en la ciudad: hablar por hablar o para dilucidar cualquier idea o simplemente para escuchar la propia voz y saberse vivo y acompañado.
Aunque no siempre son las palabras las que importan, también el silencio tiene su papel, siendo a veces mucho más valioso que el sonido.
Al fondo las montañas, como el perpetuo telón de todo cuanto pasa en la ciudad, esperan el día que ojalá esté lejano o nunca llegue, en que su propia superficie estará atravesada también por el asfalto, que en ocasiones recuerda vívidamente la forma y la textura de las cicatrices.

Una puerta en Boyacá (Medellín, Colombia)

Cuando uno camina por la calle Boyacá, a la altura de la iglesia de la Candelaria, lo hace por necesidad. Pocos habitantes de la ciudad deciden ir a dar un paseo por esta calle que constantemente se atesta o se vacía de personas que van y vienen. Los vendedores que nunca se alejan demasiado tiempo ofrecen todo tipo de pequeñas mercancías y el ruido de sus pregones es casi ensordecedor.
Casi nunca uno gira la cabeza para mirar los paredones de la iglesia que ha estado ahí flanqueando la calle y viendo los cambios de la ciudad durante los últimos doscientos o trescientos años.
La puerta que se abre a un espacio oscuro y fresco la cruzan diariamente cientos de fieles que sacan un rato a su tiempo de preocupaciones para detenerse en la frescura del interior, pero ni siquiera ellos dejan que su atención se la robe la hermosa puerta lateral ni los cambios de color que periódicamente le infringe el sacerdote de turno.
La iglesia está ahí, simplemente, como uno de esos mojones que señalan a los viajeros el recorrido o algún acontecimiento que ya nadie recuerda. Inamovible, al menos durante unos cuantos siglos más la iglesia y su puerta lateral seguirán formando parte de esta calle Boyacá que de tanto en tanto cambia su especialización. Tal vez en unos años, otra vez se puedan encontrar en ella los viejos negocios comerciales de antes o la gente haya decidido que allí no se venderán sino relojes o celulares como en otras calles del Centro, o que los vendedores de películas piratas van a tener un status oficial.
Independientemente de las tareas que se le asignen, esta calle seguirá reflejando, en sus edificios y en la gente que pasa o que cruza la puerta de la iglesia, otra faceta del alma de la ciudad.

Una mujer en contravía (Medellín, Colombia)

Una escena callejera tan cotidiana y tan vieja como la vida misma: un hombre observa como una mujer se aleja. Ella con el gesto le indica al mundo, aunque él no lo entienda, que lleva en la mente su imagen o las palabras que acaba de escuchar.
Él la ve irse mientras espera que ella gire el rostro. Espera que aunque sea por una sola vez una de las mujeres a las que se ha dirigido en la calle voltee la cabeza y lo mire, dándole a saber con una acción tan simple como esa que sus palabras no fueron en vano, que su voz pudo al fin tocar alguna fibra en la sensibilidad de ellas.
Sin embargo, la mujer sigue su camino. El único indicio de que algo en ella se perturbó es ese gesto atávico de las mujeres de tocarse el pelo en cualquier situación.
Tal vez en ese momento, aunque no lo sepa, se siente conmovida por el hombre que solitario la ve perderse por una ruta equivocada, porque no se atrevió a sugerirle que la verdadera vida la espera en otra dirección.

Los muñecos ambulantes (Medellín, Colombia)

En cualquier andén de la ciudad aparecen de repente unas ventas que parecen fantasmas. Es como si estos muñecos decidieran por sí solos el lugar desde donde intentarán seducir algún transeúnte.
Apenas son unos cuantos los que se ubican allí cada vez, para que sea posible escabullirse rápidamente cuando llegan los controladores de las ventas en la calle. Nunca se sabe cuándo llegan o si cuando se presentan lo hacen para evacuar de vendedores la zona o si se acercan con la intención de llevarse cuantas mercancías se les atraviesen.
Esta es otra imagen de la ciudad que casi nunca observamos aunque pasamos por su lado todos los días: la de esos pocos juguetes que se pasean por la ciudad de un lado a otro intentando seducir la mirada de un niño o de un padre para que se los lleve a su casa y los cuelgue del lugar más cercano a la cama para mirarlo hasta que la luz se desvanezca o el sueño rinda los ojos del nuevo propietario.
Y entonces poder acceder a ese mundo donde todo puede pasar, como en los libros: el mundo de la fantasía que tiene un lugar privilegiado en los sueños.

Una esquina clásica I (Medellín, Colombia)

Uno se pregunta al observar esta esquina cómo es posible que esta casa haya resistido el paso de las décadas sin sucumbir a la demolición como ya lo han hecho tantas otras de los alrededores y de los barrios vecinos.
Ni siquiera puede decirse que el hecho obedece al cuidado minucioso con el que su fachada ha sido mantenida. El tiempo ha dejado su huella descascarando las múltiples capas de pintura y el gris, que siempre fue el color que caracterizó esta casa y muchas otras de su misma época, dejó de representar sobriedad; ahora se le asocia con la decadencia.
Los detalles florales de la fachada y los balcones permanecen inalterados y es posible admirar todavía la delicada factura de estos diseños de inspiración art decó, que en su momento debieron ser los obligados para todas las construcciones de este tipo.
Esta casa como tantas otras ha debido restaurarse hace mucho tiempo y pasar a formar parte del acerbo histórico y arquitectónico de la ciudad. Desafortunadamente muchas edificaciones como ésta se han dejado a su aire para que el tiempo y todos sus ayudantes realicen su trabajo impasible y devastador.
La variedad arquitectónica, que durante muchos años diera a la ciudad esa apariencia ecléctica que enriquecía los espacios y muy seguramente la mentalidad de sus habitantes, desaparece lentamente del paisaje urbano sin que nos demos cuenta de la pérdida que esto representa para la cultura y nuestra historia.

Encantadores de palmeras (Medellín, Colombia)

A falta de serpientes estos músicos de la calle se han dedicado a encantar palmeras.
Deben ser ellos quienes se han dado a la tarea de hacer crecer las que aparecieron de un momento a otro, altas y cimbreantes, por toda la ciudad.
Tal vez la razón de ese fenómeno sean estos músicos que en vez de encantar a la gente o a las serpientes, como los legendarios personajes de la India o Marrakech que adormecen cobras y hasta se dejan morder por ellas, encantan árboles.
Aquí, la música de estos taumaturgos locales se dedica a menesteres más loables y ecológicos, aunque la gente los ignore y hasta les impida la entrada a determinados lugares. Quizá por que allí adentro no hay palmeras que encantar o porque las melodías que les gustan a las plantas no son precisamente las que más les llaman la atención a los clientes de este lugar en particular.
De todas maneras descubrimos, oyendo la música que interpretaban y que hacía mecer el tronco de esta palma, que a nosotros también nos gustaba el sonido que se sobrepuso por un momento al ruido de la gente a su paso por Junín.

Azul para pintar perfiles (Medellín, Colombia)

Un sábado como cualquier otro las nubes se replegaron detrás de las montañas, como en cualquier otro día, y contra el cielo desnudo el color blanco de unos edificios y el tono oscuro de otros resaltaron con toda nitidez.
Sólo un cielo como este es capaz de perfilar la ciudad de esta manera. Es como si por algunos instantes el aire se vaciara y sólo quedara la silueta de la ciudad. Como en esos paisajes urbanos que se trazan en los comics donde los colores planos agregan impacto y dramatismo a los dibujos.
Al mirar este conjunto de construcciones que se dibuja perfectamente, uno tiende a engañarse pensando que la agitación que inunda las calles es mera fantasía y que la quietud evocada por estas paredes blancas, como los muros de esos lugares remotos donde va la gente para encontrar paz espiritual, es la realidad.

Tarde de lluvia (Medellín, Colombia)

Uno de esos aguaceros inesperados que sorprenden a la gente y la inmoviliza debajo de cualquier marquesina o saledizo, nos obligó a permanecer durante un rato en una esquina del centro mientras el agua se precipitaba con fuerza sobre la ciudad y la desdibujaba.
Era como si la lluvia quisiera derretir los edificios, los árboles y a la gente que se atrevía a cruzar las calles sin protegerse siquiera debajo de un paraguas.
Frente a nosotros estas ventanas cúbicas de vidrio y concreto soportaban el golpeteo solemne y monótono de la lluvia. Imperturbables, como los ojos de los hipnotizados, se asomaban al vacío como si quisieran seguir en su caída a las gotas de agua.
Sin embargo las superficies que conforman los volúmenes y los perfiles de la ciudad resisten casi siempre, no dejan que la fuerza del agua los desmorone fácilmente. Tal vez la esperanza de volver a ver el sol impide que todas las cosas sucumban a la violencia de los elementos.

La espesura y los espejos (Medellín, Colombia)

Ya no sorprende a los habitantes de esta ciudad que de entre los árboles aparezca de repente un moderno edificio, como si hubiera sido construido en medio del bosque. Es el efecto propiciado por los árboles que cubren algunas de las calles que desde el oriente desembocan en el centro.
El follaje de los árboles y las palmeras, que forma una cubierta de verdes sobre la calle Bolivia, deja ver por entre sus ramas algunos edificios, aislándolos de la gran masa de construcciones que conforman este sector de la ciudad, al que se le ha dado el nombre genérico de El Centro.
Este edificio, que en días muy soleados refleja el color del cielo y las montañas cubiertas de casas, apenas si logra competir en impacto visual con la composición de tonos y texturas con que la naturaleza ha dotado a la vegetación.

Ayacucho, una calle de colores (Medellín, Colombia)

Una de las calles características del centro de la ciudad es la calle Ayacucho donde los almacenes de ropa, de telas y de todo tipo de mercancías dominan la escena, pero donde también los andenes se ven desbordados por la cantidad de puestos que ofrecen casi las mismas cosas de los almacenes.
Esta es la calle donde empieza el famoso “hueco”, una especie de bazar oriental visitado diariamente por miles de consumidores, que muchas veces sólo se dan una pasada por allí, para alimentar el deseo en la contemplación de los productos manufacturados en el país y de los que llegan de todas partes del planeta.
La gente que se aventura por este laberinto está expuesta al bombardeo de colores que ostentan las mercancías que se ofrecen, así como a la cacofonía de sonidos que envuelve todo el lugar, donde los vendedores se disputan la atención de los que pasan ofreciendo, a voz en cuello o por parlantes, sus mercancías con los mejores precios, según dicen.
Pero el hecho que debe sorprender más a quien se interna por primera vez en este caos de colores es la mirada indiferente de los transeúntes: como si el barullo que los rodea fuera el ambiente natural para cualquier ser humano.

La calle de los bancos (Medellín, Colombia)

Este sector de la calle Colombia fue hace mucho tiempo la zona bancaria más importante de la ciudad.
La arquitectura de estos edificios nos remite a esa época donde los bancos eran monumentales, con sus fachadas de piedra, pisos de mármol y grandes puertas de bronce, algunas finamente trabajadas, que daban acceso al interior de estos santuarios del dinero.
Hoy los bancos no se concentran en un lugar específico de la ciudad. Y ahora esta calle, que es uno de los lugares más congestionados de la ciudad, recibe cada día una gran cantidad de gente que se mueve, por sus andenes y sus calles, con una urgencia que denota el ritmo ansioso con el que una ciudad marca a sus habitantes.

Hacia el infinito... y más allá (Medellín, Colombia)

Al frente de un edificio pequeño y sin mayores pretensiones en su arquitectura exterior, esta figura simplificada de un hombre se proyecta hacia el infinito, tal vez arrastrando consigo hacia las alturas la mirada y la voluntad de algún observador.
En una ciudad donde las esculturas están por todas partes no es raro encontrarse con una que haya perdido su carné de identidad, por decirlo de alguna manera. La placa donde figuraba el título y el autor ha desaparecido.
Por lo tanto, aquellos para los que no se ha convertido todavía en un lugar común de la ciudad, de esos que se miran sin ver, tendrán que imaginarse cuál será el tema e inventarse a ser posible un nombre ficticio para el autor.
En último término, si esta representación de un hombre que se esfuerza por alcanzar algo le ha causado tanta inquietud, puede buscar en el inventario de arte público de la ciudad, si es que existe tal cosa.
Si no lo encuentra puede quedarse con el que proponemos aquí, armado con el nombre verdadero que le puso Alonso Arias Vanegas, el autor, y la frase de Buzz Lightyear, el famoso héroe de Toy Story: hacia el infinito… y más allá.

La irrealidad de las perspectivas (Medellín, Colombia)

A la realidad, por la que uno se mueve diariamente y a la que considera inamovible o al menos ordenada por reglas inmutables donde los cambios obedecen a las leyes precisas de la física, sólo le basta un ligero toque para entrar en lo que podría llamarse la dimensión de las abstracciones. Apenas se la descontextualiza pierde toda su lógica y empieza a transformarse en cualquier otra cosa, como esta serie de balcones de un edificio en el centro que parece, vista desde esta perspectiva, una de esas esculturas modulares que se presentan en las bienales de arte de cualquier país.
No importa que sólo existan para esos eventos en particular y nadie más vuelva a saber de ellas, en esta ciudad es posible ver un edificio que desde hace varias décadas se convierte por momentos en una de esas esculturas.

Piedra y cielo (Medellín, Colombia)

En Colombia la unión de estos dos términos todavía evoca, no se si con nostalgia, la polémica generada por los piedracielistas, esos poetas que al final de los treinta dieron tanto de que hablar en torno a la poesía colombiana.
Ahora para un par de transeúntes de esta ciudad esas dos palabras unidas los lleva a pensar no en poesía, pero si con nostalgia, en esa ciudad que por allá en la década del cincuenta empezaba a agitar sus alas de ciudad moderna, construyendo sus edificios al mejor estilo contemporáneo. Edificios cuyas fachadas estaban recubiertas con una combinación de materiales que resaltaba la belleza de la piedra y el reflejo del cielo único de esta ciudad, en los paneles de vidrio de las ventanas.
Otra fachada del centro que ha acompañado desde lo alto el andar presuroso de los medellinitas o el caminar despreocupado de los soñadores de cualquier lugar. Es uno de los cuantos que hasta ahora se han salvado del prurito regenerador y que ojalá se preserve durante mucho tiempo más.
La poesía no sólo se escribe o se lee, también se vive si se observa con una mirada creativa los entornos por los que transcurre nuestra vida.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...