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Hacia el infinito... y más allá (Medellín, Colombia)

Al frente de un edificio pequeño y sin mayores pretensiones en su arquitectura exterior, esta figura simplificada de un hombre se proyecta hacia el infinito, tal vez arrastrando consigo hacia las alturas la mirada y la voluntad de algún observador.
En una ciudad donde las esculturas están por todas partes no es raro encontrarse con una que haya perdido su carné de identidad, por decirlo de alguna manera. La placa donde figuraba el título y el autor ha desaparecido.
Por lo tanto, aquellos para los que no se ha convertido todavía en un lugar común de la ciudad, de esos que se miran sin ver, tendrán que imaginarse cuál será el tema e inventarse a ser posible un nombre ficticio para el autor.
En último término, si esta representación de un hombre que se esfuerza por alcanzar algo le ha causado tanta inquietud, puede buscar en el inventario de arte público de la ciudad, si es que existe tal cosa.
Si no lo encuentra puede quedarse con el que proponemos aquí, armado con el nombre verdadero que le puso Alonso Arias Vanegas, el autor, y la frase de Buzz Lightyear, el famoso héroe de Toy Story: hacia el infinito… y más allá.

Sombras al vuelo (Medellín, Colombia)

La escultura de un águila con las alas abiertas como si fuera a empezar a volar o como si ya estuviera planeando en el cielo, sirve de base de operaciones a las palomas de una plazoleta en el centro de la ciudad.
Para aquellos que gustan de desentrañar símbolos, de escudriñar en las señales que a veces, creen algunos, están escritas en los lugares más peregrinos, esta es una imagen que contiene algunos: el obelisco, sobre el que se asienta una esfera que podría ser el globo terrestre, representa para los iniciados en este tipo de disciplinas la energía del sol entre otras significaciones, y encima de ellos un águila que siempre ha encarnado la libertad, el poder del espíritu; pero como si esto no fuera suficiente, la naturaleza que siempre se entromete en los actos humanos, ha puesto encima del águila dos palomas a las que se les ha dado la tarea de representar la paz.
Una sumatoria de símbolos tal podría llevar a quien quiera dedicarse a esos menesteres a deducir cualquier cosa, dependiendo de los puntos de vista que adopte para hacer su análisis.
Claro está que para la mayoría de los que pasan diariamente por su lado, este conjunto de figuras apenas son una sombra que adorna la ciudad, donde se exalta la habilidad de volar.

La irrealidad de las perspectivas (Medellín, Colombia)

A la realidad, por la que uno se mueve diariamente y a la que considera inamovible o al menos ordenada por reglas inmutables donde los cambios obedecen a las leyes precisas de la física, sólo le basta un ligero toque para entrar en lo que podría llamarse la dimensión de las abstracciones. Apenas se la descontextualiza pierde toda su lógica y empieza a transformarse en cualquier otra cosa, como esta serie de balcones de un edificio en el centro que parece, vista desde esta perspectiva, una de esas esculturas modulares que se presentan en las bienales de arte de cualquier país.
No importa que sólo existan para esos eventos en particular y nadie más vuelva a saber de ellas, en esta ciudad es posible ver un edificio que desde hace varias décadas se convierte por momentos en una de esas esculturas.

Aire sólido (Medellín, Colombia)

Uno de los momentos más impresionantes para los seguidores de la Guerra de las Galaxias fue la visión de Han Solo atrapado en un bloque de carbonita. Aunque se tuviera la certeza de que sería liberado de alguna manera por sus amigos.
En esta ciudad es posible contemplar una imagen parecida aunque con una expresión menos dramática. En una casa donde ya no habita nadie, aunque durante el día sus corredores y habitaciones sean visitados constantemente, se puede ver la imagen de un niño alrededor del cual el aire se solidificó de repente atrapándolo junto con algunas mariposas. Es como si hubiese estado en un lugar al aire libre cuando la composición del aire cambió, tan de repente, que apenas logró cerrar los ojos.
Pero lo más inquietante no es que haya quedado detenido en el tiempo y en el espacio, lo que más se debe preguntar la gente es, que había frente a él que fue arrancado con tanta violencia. Acaso tenía algo valioso entre sus manos, o algo que implicaba un peligro para alguien. Las conjeturas pueden multiplicarse sin llegar a encontrar una explicación plausible al destrozo que altera la superficie de la pared, pero que no perturba la placidez del rostro del niño, inmerso al parecer en su mundo interior.
Una mancha más clara se extiende desde él hacia fuera, como si de alguna forma su cuerpo estuviera cambiando la estructura de la pared que lo mantiene atrapado. Tal vez en cualquier momento la sustancia se diluya y el niño pueda alejarse de allí junto con las mariposas que echarían a volar de inmediato. Claro que uno no sabe si quiere irse o permanecer allí entregado a las meditaciones que ocupan la mente de los seres tan evolucionados como aparenta ser este niño, si es que uno se deja llevar, para emitir un juicio, por la serenidad de sus facciones.

Mercurio (Medellín, Colombia)

Desde sus comienzos esta ciudad ha tenido una vocación comercial.
Por eso no es de extrañar que en uno de los lugares más concurridos, la estación San Antonio del metro, se haya erigido esta escultura del maestro Arenas en honor al dios del comercio.
Como si quisiera recordarnos, a quién le debemos las bendiciones que han caído sobre la ciudad y unas cuantas amonestaciones de los hados, para frenar la ambición que muchas veces los designios de esta villa ponen en la mente de sus adoradores.
De un lado a otro vuela Mercurio influyendo en el ánimo de los habitantes de la ciudad, impregnándolos a todos de una pasión por los negocios, por el comercio, que a veces brota y da frutos en los oficios más corrientes o más peregrinos.

El impacto del Cristo (Medellín, Colombia)

Para muchos de los habitantes de la ciudad las imágenes del culto católico guardadas durante todo el año en las iglesias adquieren por estos días, toda su relevancia. Además de las esculturas de mármol o las reproducciones de escayola, casi siempre la imaginería religiosa está representada en figuras de madera pintada o cubiertas con yeso, de excelente o regular factura.
Pero no sólo hay que acudir a las iglesias para verlas, uno se las puede encontrar, todo el año, en una calle, en una esquina, en los altares que construye la gente en cualquier lugar, para conmemorar algún acontecimiento de carácter luctuoso o festivo.
Esta efigie de un Cristo “plantada” entre unos arbustos en el barrio Campo Valdés, al que una mano desconocida ha puesto como ofrenda un pequeño ramo de flores, va más allá de la devoción religiosa y pisa los terrenos del arte.
El trabajo minucioso del metal sumado al buen manejo de la anatomía ha dado como resultado una figura que impacta por su realismo.

Cóndores no se ven todos los días (Medellín, Colombia)

Es casi imposible que exista un sólo habitante del Valle de Aburrá que haya visto alguna vez un cóndor desplegar sus alas sobre la ciudad, sin embargo los cóndores vigilan permanentemente desde las alturas el día a día de quienes caminan presurosos por las calles del centro.
Apostado en entradas de edificios o erguido en la parte superior de muchos escudos de la república, el cóndor, ave emblemática de nuestro país, permanece inmutable a los cambios que con regularidad afectan la imagen de la ciudad.
A pesar de que la mayoría de las personas ha dejado de percibir su silueta, la fuerza de su aspecto impresiona a los que miran con detenimiento las fachadas de ese centro, que todavía conserva algunos rincones de la vieja arquitectura.
Su mirada penetrante y escudriñadora se fija con intensidad en el barullo permanente de las calles y los parques, como la de esta escultura que observa desde el dintel de la entrada al antiguo edificio de la Bolsa los ires y venires de la gente en el Parque Berrío.

Los tesoros en la intimidad (Medellín, Colombia)

Un muro que se abre es una tentación para la curiosidad humana, sobre todo cuando la primera vez que uno mira, lo único que ve es otro muro: un muro dentro de otro. La siguiente vez la mirada se detiene durante más tiempo, el suficiente para que la imaginación empiece su trabajo demoledor de barreras. Es entonces cuando el ojo entrenado para esos menesteres, puede ver lo que debió haber visto un hombre que se hubiera asomado por una rendija a la cueva de Alí Babá o lo que hubiera contemplado si le hubiese hecho compañía, aunque fuera con la mente, a los héroes de las historias de las Mil y una noches en su recorrido por palacios deshabitados, llenos de puertas que sólo se abrían mediante complicados mecanismos. En su interior permanecían los tesoros más sorprendentes, tanto que las palabras son incapaces de describirlos.
Mientras este muro se abre completamente (hasta ahora su movimiento ha sido tan lento que nadie lo ha percibido), sería bueno que quienes sólo ven un muro abriéndose continúen entrenando su imaginación para que puedan descubrir las maravillas que permanecen allí detrás, tan ocultas como los pensamientos más secretos de un ser humano.

El hijo de la esfinge (Medellín, Colombia)

Este nacimiento a plena luz del día apenas si fue presenciado por unos cuantos paseantes, pero ninguno de ellos pareció extrañarse. Será que es una costumbre conocida sólo por las personas que frecuentan esta plaza y nadie hasta hoy la había documentado o por el contrario fue un hecho tan sorprendente que la gente optó por ignorarlo para no tener que registrarlo en su cerebro.
Lo cierto es que mientras las personas se dedicaban a moverse lánguidamente por el lugar, a mirar con indiferencia la realidad que ya les parece común y corriente, nacía el hijo de la esfinge y uno se pregunta cuál será la misión que llevará a cabo. Acaso se consagre a plantear enigmas dondequiera que vaya, ampliando la labor de su madre que hasta donde se conoce siempre estuvo condenada a permanecer en el mismo lugar, interrogando sólo a quienes pasaban frente a ella. O tal vez este hijo tendrá el poder de resolver los enigmas que se dan por montones en ciudades tan extrañas, caóticas, y hermosas como ésta. No se sabe, por ahora su nacimiento es uno de esos enigmas que todavía no alcanzamos a resolver.

La piedra se desmorona (Medellín, Colombia)


En un pedestal de cemento una escultura sometida a la fuerza del viento y del agua se desmorona paulatinamente, como si quisiera emular esas otras estatuas milenarias, que empiezan a mostrar los estragos que también hace el tiempo en la piedra, cuando ya hace mucho que sus creadores han desaparecido.
Y para reforzar el aspecto de monumento visitado por viajeros, la superficie está marcada con letras y avisos de distinta índole; sólo que los peregrinos que sienten la necesidad de dejar su huella en este lugar, son los caminantes de las calles y los empujadores de esquinas de la ciudad.

Volúmenes (Medellín, Colombia)


Dicen que las edificaciones son esculturas donde se habita. Este primer plano confirma la veracidad de esta afirmación. Al menos en su exterior este edificio recuerda algunas obras de arte moderno.

El reflejo (Medellín, Colombia)


El reflejo de esta escultura cobra vida al vaivén de quienes se mueven detrás del vidrio. Es la gente con su ir y venir, la que hace creer que su movimiento es verdadero y no una mera ilusión.

El sonido de Pompeya (Medellín, Colombia)


Los dedos detenidos en el gesto de repetir la música que escucha hacen de esta figura de metal, una de las más interesantes que se pueden encontrar cuando se camina por las calles y parques de esta ciudad.
Aunque uno se pregunta si es una escultura o uno de esos cuerpos que quedaron sepultados en alguna erupción. De todas maneras, ahí está oyendo eternamente un sonido imperceptible, que oídos humanos jamás podrán escuchar.

El ojo de metal (Medellín, Colombia)

Una de las tantas esculturas que se aparecen en las esquinas o en los andenes de esta ciudad, se convierte en un filtro para ver la realidad de otra manera.

Juan Valdez... en Campo Valdés (Medellín, Colombia)



No sólo en los aeropuertos o en los eventos internacionales de cualquier ciudad del mundo es posible ver a Juan Valdez.
Usted se lo puede encontrar en una calle de barrio en esta ciudad. Con la calma de los arrieros acostumbrados a las largas caminatas, espera frente a una casa el momento de empezar a andar, otra vez, su camino errante e infatigable.

El obrero (Medellín Colombia)


Uno se pregunta si la paz del parque, donde se encuentra esta escultura, tiene que ver con la sombra que ofrecen los árboles o con la serenidad del rostro metálico de este obrero, que contrasta con la fuerza contenida de sus manos y su cuerpo.
La falta de una loza en la parte posterior del pedestal, le agrega a la escultura un toque más de esa nobleza con que el tiempo bendice las obras de arte.

El bronceado perfecto (Medellín, Colombia)

Indiferente al tráfago que la rodea y con la vista fija en el cielo, esta Venus se broncea indefinidamente. Busca con temor, signos que le anuncien el nuevo intento de las nubes enemigas por alejarla otra vez del contacto con el sol.

Homenaje al pueblo antioqueño (Medellín, Colombia)


El cielo parece abrirse para recibir esta escultura que se aleja de la tierra con extraordinaria fuerza. La obra del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, transmite toda la energía de la raza, que desafortunadamente está pasando al terreno de la leyenda a pasos agigantados.

Parque Bolívar (Medellín, Colombia)


A la sombra de la estatua de Simón Bolivar descansa un hombre confiado en los deseos del prócer que, como reza la frase inscrita en el pedestal, declaró su amor a los colombianos y su anhelo por defenderlos.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...