La realidad de Medellín va más allá de la imagen oficial. Queremos mostrar el rostro de una ciudad que parece cambiar cada día. Aunque la arquitectura permaneciera inalterada, la atmósfera, la naturaleza y la gente influirían en su aspecto de manera constante.
La número veinticinco (Medellín, Colombia)
Después de hacer sentir su paso por los abismos y valles de Antioquia, la locomotora número veinticinco permanece expuesta, en la estación Cisneros, a los ojos de quienes, sin saberlo, se mueven por una ciudad que le debe muchas de sus características a ese Ferrocarril que continúa rodando en la historia y en la imaginación.
Apacible panorámica (Medellín, Colombia)
Los edificios del centro que vemos pocas veces cuando caminamos con rapidez por sus calles, se agrupan en un sector relativamente pequeño, comparado con el tamaño de la ciudad. A lo lejos las montañas, siempre las montañas, parecen observar con la complacencia de unas viejas parientes, como ha crecido la antigua Villa de la Candelaria.
Oriente (Medellín, Colombia)
Entreverados con las terrazas y los techos los árboles salpican de verde los colores terrosos de las edificaciones. A lo lejos, las montañas presentan ese tono azul desvaído de las historias olvidadas, aunque cada vez más se vea manchado por las construcciones que lentamente van recubriendo toda su superficie.
Edificio Fabricato (Medellín, Colombia)
Ya pasaron los días en que los transeúntes se paraban a observarlo, tratando de adivinar en su fachada algún indicio de la verdadera historia del llamado crimen de “Posadita”. Ahora es un edificio más del Junín que no desaparece. Los domingos hasta es posible encontrar, alojado en la parte exterior de su entrada principal, un vendedor de libros de segunda. Paradójicamente, pueden verse casi siempre obras de la maestra del suspense Agatha Christie; una reminiscencia velada tal vez, de esa otra historia que conmovió corazones y vendió periódicos por allá en los sesenta.
Un edificio con armadura (Medellín, Colombia)
Las paredes cubiertas de placas metálicas le dan a este edificio, asentado en una base de vidrio y concreto, características de fortaleza. La ausencia de ventanas acentúa su hermetismo, tan sólido e inexpugnable, como pudo ser el de las murallas que protegían los castillos en la época de las cruzadas.
Las puertas de la memoria (Medellín, Colombia)
Una cadena simbólica impide la salida a los recuerdos atrapados en el aire mohoso, que se agita lento y suave por entre los cuartos y salones, de esta casa. El diseño de la reja debe contener alguna sabiduría arcana, para impedir la desaparición definitiva de las huellas grabadas en el piso y en las paredes, por sus antiguos habitantes.
A la espera del desmantelamiento definitivo estas puertas permanecerán cerradas, custodiando una memoria ya sin dueños, hasta el día en que lleguen con sus almádanas los demoledores irreverentes.
A la espera del desmantelamiento definitivo estas puertas permanecerán cerradas, custodiando una memoria ya sin dueños, hasta el día en que lleguen con sus almádanas los demoledores irreverentes.
Mango que te quiero mango (Medellín, Colombia)
Antes, cuando esta ciudad no se había crecido tanto, en los solares de las casas había siempre un árbol de mango, y la gente esperaba pacientemente a que madurara. Después cuando lo tumbaba, o lo cogía o él se caía solo, seguía el ritual de pelarlo y comerse las tajadas de un amarillo requemado en el mismo solar o en el quicio de la puerta, persiguiendo con la lengua golosa los pequeños arroyos que se regaban por entre los dedos.
En esa época uno esperaba a que maduraran. Ahora se vive a tal velocidad que no hay tiempo de esperar, y en lugares tan reducidos que los solares desaparecieron hace años.
Ahora la gente compra los mangos ya pelados y cortados, empacados en bolsas plásticas y distribuidos por toda la ciudad en carros tirados por los vendedores o estacionados en sitios estratégicos.
Pero, aunque se haya perdido la emoción de la espera de ver madurar un mango, la intensidad de su color, su fragancia y su sabor (con o sin sal), no han desaparecido.
En esa época uno esperaba a que maduraran. Ahora se vive a tal velocidad que no hay tiempo de esperar, y en lugares tan reducidos que los solares desaparecieron hace años.
Ahora la gente compra los mangos ya pelados y cortados, empacados en bolsas plásticas y distribuidos por toda la ciudad en carros tirados por los vendedores o estacionados en sitios estratégicos.
Pero, aunque se haya perdido la emoción de la espera de ver madurar un mango, la intensidad de su color, su fragancia y su sabor (con o sin sal), no han desaparecido.
Iglesia con jardín (Medellín, Colombia)
Flores y flores (Medellín, Colombia)
En los barrios de esta ciudad, desde un balcón o desde un jardín, las flores pueden robarse la atención de los transeúntes. Una tarea difícil, pues la capacidad de observar la maravilla de la naturaleza, tiende a adormecerse a causa de la uniformidad que parece ser la característica principal de las ciudades modernas.
San Alejo (Medellín, Colombia)
Como cada primer sábado del mes, en estos comienzos de octubre se reunieron artesanos y visitantes en el parque Bolívar, para llevar a cabo el ritual de comprar y vender objetos que seducen por su belleza u originalidad.
Los techos de los toldos junto con las mercancías y los atuendos de la gente le pusieron color a una tarde gris.
Los techos de los toldos junto con las mercancías y los atuendos de la gente le pusieron color a una tarde gris.
You're poison (Medellín, Colombia)
Tu belleza atrae con fuerza pero los sentidos dicen que eres terrible, aunque en cautiverio pierdas la capacidad de matar a quien te toca.
¿Qué podrá ser más importante para la naturaleza?: Una vida inocua a la vista de todos los que pasan o la posibilidad de vivir en libertad en las selvas chocoanas, para convertirte después en un maravilloso ídolo de oro, como aseguran que ocurre cuando mueres.
¿Qué podrá ser más importante para la naturaleza?: Una vida inocua a la vista de todos los que pasan o la posibilidad de vivir en libertad en las selvas chocoanas, para convertirte después en un maravilloso ídolo de oro, como aseguran que ocurre cuando mueres.
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