Un jardín en el claustro (Medellín, Colombia)

Solía ser un jardín en un viejo claustro, silencioso y tranquilo, por donde los pocos que pasaban lo hacían sumidos en la contemplación.
Hoy, por los corredores que flanquean este lugar transitan diariamente cientos de personas y sin embargo la tranquilidad permanece, como si sus antiguos habitantes lo hubiesen impregnado con su silencio.
A pocos metros la ciudad se sume en el caos del ruido y del movimiento constantes de una urbe, sin embargo los sonidos no llegan hasta aquí.
Quizá el observador se predisponga de inmediato para la meditación al pasar cerca de este sitio, de la sabía combinación de verdes y grises y se olvide, aunque sea por un momento, de percibir aquello que perturbaría la meditación.
No se sabe si la gente que pasa es consciente del efecto sedante que este lugar ejerce sobre su ánimo. Lo que si debe suceder es que de alguna manera aquellos que pasan por aquí, deben irse con el espíritu algo menos cargado de tensiones.

Bella de día (Medellín, Colombia)

Disimulados en las superficies ásperas o brillantes de la ciudad, unos seres pequeños enriquecen la visión de esos muros impersonales que a veces limitan el horizonte y que generalmente le hacen creer al transeúnte que la única vida que anima su mundo inmediato, está conformada por las otras personas y algunos animales como las conspicuas palomas, unos cuantos pájaros o los perros que sacan a pasear a sus dueños.
Las texturas de una ciudad no son sólo las superficies de los diferentes materiales con los que está construida, también son las pieles, las membranas y las alas de diferentes composiciones que exhiben muchos animales camuflados hábilmente en esas mismas paredes que parecen inanimadas.
Esta mariposa nocturna que se vio sorprendida por el día en un lugar relativamente visible y entregada quizá a una doble vida, pasa desapercibida para la mayoría de las personas, menos para el ojo indiscreto de la cámara fotográfica que trata incisivamente de encontrar esos acontecimientos mínimos que sumados, conforman la otra cotidianidad de la ciudad, tan importante como la que rige nuestra vida de seres humanos.

Nubes en oriente (Medellín, Colombia)

Otra panorámica de esta ciudad que cambia constantemente según el ángulo desde donde se la mire. Una ciudad distinta cada vez que el objetivo de la cámara se dispara o cada vez que una persona se detiene y la observa con detenimiento.
Siempre aparecen nuevas facetas que sorprenden o inquietan en este lugar asentado entre montañas.
Este sector del oriente de la ciudad que a lo lejos se corona de nubes, por donde los barrios se adentran cada vez más en las montañas, es donde casi siempre se anuncian primero las lluvias que caerán después en el centro y en otros sectores del valle.
Es un espectáculo magnífico ver como las grandes masas de vapor de agua, se concentran para después caer en ráfagas agitadas por el viento o precipitarse lentamente sobre todas las superficies.
Aunque pocos se preocupan por la belleza del cielo mientras buscan guarecerse del agua, este siempre matiza con su luz el color de la ciudad.

Tiempo de gloxinias (Medellín, Colombia)

En esta ciudad no es raro ver flores por todas partes y en cualquier época del año. El privilegiado clima de este valle permite que muchas plantas se aclimaten con facilidad a los cambios de temperatura, por lo que es posible ver flores constantemente sin tener que esperar una época especial.
Así pasa con estas gloxinias que florecen sin cesar en los patios de las casas o en los balcones, dependiendo de los cuidados que se les dispensen.
Pero el intenso color de los pétalos y su textura aterciopelada sólo le es posible percibirlos a quienes tienen la posibilidad de estar cerca de estas plantas. Son flores tan delicadas que cualquier variación en el entorno acelera su deterioro.

Hacia el infinito... y más allá (Medellín, Colombia)

Al frente de un edificio pequeño y sin mayores pretensiones en su arquitectura exterior, esta figura simplificada de un hombre se proyecta hacia el infinito, tal vez arrastrando consigo hacia las alturas la mirada y la voluntad de algún observador.
En una ciudad donde las esculturas están por todas partes no es raro encontrarse con una que haya perdido su carné de identidad, por decirlo de alguna manera. La placa donde figuraba el título y el autor ha desaparecido.
Por lo tanto, aquellos para los que no se ha convertido todavía en un lugar común de la ciudad, de esos que se miran sin ver, tendrán que imaginarse cuál será el tema e inventarse a ser posible un nombre ficticio para el autor.
En último término, si esta representación de un hombre que se esfuerza por alcanzar algo le ha causado tanta inquietud, puede buscar en el inventario de arte público de la ciudad, si es que existe tal cosa.
Si no lo encuentra puede quedarse con el que proponemos aquí, armado con el nombre verdadero que le puso Alonso Arias Vanegas, el autor, y la frase de Buzz Lightyear, el famoso héroe de Toy Story: hacia el infinito… y más allá.

El Centro (Medellín, Colombia)

Hace mucho tiempo El Centro, donde convergían todas las actividades importantes de la ciudad, se fragmentó en varios núcleos que se desplazaron a otros espacios de la capital.
Antes, cuando esta urbe era en realidad una villa, la gente encontraba en El Centro todos los sitios que podían tener relevancia para su vida. Ahora, sin importar desde cuál ángulo se observe, uno no deja de pensar en él como en una reliquia arqueológica, que tiene un espacio privilegiado en la memoria de quienes recorrieron las pocas calles que lo conformaban, en la búsqueda ciega que toda ciudad alienta en sus habitantes.
Este conjunto de calles y edificios todavía conserva su imponencia, así se le observe desde una terraza de uno de esos mismos edificios y la mirada se estire hasta el fondo, para perderse en las montañas azules que rodean el valle y que siempre se tendrán en cuenta cuando se trate de esta ciudad.

En estos cuartos oscuros... (Medellín, Colombia)

En estos cuartos donde la fuente de luz es una ventana, cubierta por unos vidrios opacos que la hacen más sugerente y misteriosa, no hay que esforzarse mucho para imaginarse lo que podría sentir una persona que nunca hubiera estado en el exterior. Tal vez creería que la solución a todas sus carencias estaría afuera en ese lugar donde la luz llega sin obstáculos a todas partes, o quizá sentiría el temor de que al estar expuesta constantemente a la multiplicidad de imágenes que la luz revela, pudiera perder la libertad de espíritu que propician la oscuridad y la penumbra, cuando obligan a la gente a observarse a sí misma con más detenimiento.
Si se analiza bien esta foto, es mucho más intrigante lo que se oculta en la sombra que los paneles de vidrio atravesados por la luz impunemente, sin revelar nada, como esos discursos vacíos donde se utiliza un gran número de palabras pero que al final no descubren las intenciones de quienes los pronuncian, ni aclaran las dudas de quienes los escuchan.

Laberintos y enredos (Medellín, Colombia)

Parece como si al contemplar esta imagen pudiéramos observar una de las múltiples entradas al laberinto de andenes que se adivina detrás de estos muros o al final de las escalas.
No es de extrañar que se haga la comparación de los pasadizos y escalas de este barrio con el enredo de cables que cruzan el aire sobre las casas. No se trata de una simple metáfora.
Las escalas desaparecen en las alturas, mientras que de los postes salen infinidad de alambres para formar una retícula irregular que divide el cielo en secciones de tamaños tan diversos y de forma tan caótica, como la distribución de las construcciones que cubren casi por completo el suelo de estas laderas.

El genio del estanque (Medellín, Colombia)

Tal vez otra característica que contribuye a convertir una ciudad en un lugar cosmopolita y llamativo para gente de todo el mundo, es la habilidad de evocar en sus rincones lugares exóticos y desconocidos, como este estanque que rememora algún pacífico jardín de una antigua población india, china o japonesa. Parece como si en cualquier momento se pudiera ver entre las raíces de las plantas la figura elegante de los peces que fueron sagrados para esas civilizaciones. Culturas que sabían tanto de la belleza como del recogimiento espiritual que puede propiciar su contemplación.
Las flores pierden protagonismo en esta imagen donde uno espera que entre los peces invisibles y las sombras inquietantes del fondo, aparezca el genio que habita en el estanque y revele ante nuestros ojos la sabiduría milenaria de las entidades que moran en el agua.

El pez que apacigua al mundo (Medellín, Colombia)

La realidad de una ciudad no sólo se ve afectada por los grandes acontecimientos que reflejan el dinamismo de sus habitantes o por las fuerzas de la naturaleza. También es posible que la suave elegancia de un pez ornamental influya de alguna manera en la realidad cotidiana de la ciudad. Quizá su presencia no modifique de manera determinante la historia de la humanidad, pero es factible que a su vista la gente que pasa tranquilice su espíritu y modifique imperceptiblemente su manera de ver la vida y por lo tanto de relacionarse con los demás.
Y es que sin proponérselo, la naturaleza altera de manera constante el comportamiento humano, así sea por medio de un pez cuya belleza casi fantasmal flota sin rumbo definido en un estanque de vidrio, en la mitad de la nada.

La soledad de un viejo corredor (Medellín, Colombia)

Cuando una casa antigua se abre al público, después de que sus habitantes han desaparecido y de haber estado cerrada mucho tiempo, el visitante no deja de sentir que de alguna manera está irrumpiendo en los ámbitos de la vida privada y por eso no deja de preguntarse por la gente que la ocupaba, por sus usos, sus costumbres y sentimientos.
Es difícil no pensar en que se están repasando los pasos de quienes caminaban con ánimo seguro por esos lugares que uno explora con admiración o curiosidad.
Tal vez sienta cierta inquietud recorriendo su memoria como si tratara de encontrar en su propia vida una correspondencia con los que ya no están o quizá trate de imaginarse cómo pudo haber sido la vida de todos los días en aquel lugar, cuando la existencia de sus dueños estaba aposentada en todos los rincones.
Cuando esas casas se destinan a otros menesteres distintos a los de alojar una familia, cuando por sus corredores y estancias pasan infinidad de personas que no tienen una relación directa con sus espacios, es como si se contemplara en un museo el cuerpo embalsamado de un animal al que un taxidermista particularmente hábil le ha devuelto la apariencia que tenía cuando estaba vivo, pero que ha sido incapaz de restaurarle el hálito que lo animaba.
Es como si la soledad aislara esos lugares aunque los visitantes siempre estén presentes.

La ilusión de los bosques (Medellín, Colombia)

En esta ciudad es posible encontrarse en cualquier lugar con una serie de casas que parecen sacadas de una aldea alemana o francesa, perdida en medio de un bosque. Lugares donde se percibe esa combinación de verdes tan tranquilizadora y que paradójicamente es tan característica de los Andes colombianos. Sin embargo, la cantidad de árboles es tan pequeña que ni siquiera resiste la denominación de parque. Se trata en realidad de grandes parterres donde crecen con libertad limitada unas cuantas especies. Pero la multiplicidad de sus tonos permanece, aunque hagan parte de una belleza domesticada.
En este caso la naturaleza es apenas un elemento decorativo, pero sirve para purificar el aire de la ciudad que se enrarece cada vez más y sobre todo para dejar descansar la vista de la contaminación visual que a veces puede ser más dañina.
No importa que las casas parezcan alemanas o francesas y que el verde pertenezca a plantas americanas, esta combinación le hace desear a uno que la arquitectura de la ciudad llegue a establecer una relación más estrecha y más amable con la naturaleza. Aunque la idea de tener bosques en este valle no sea más que una ilusión.

A la luz del atardecer (Medellín, Colombia)

Quien haya leído a los autores que han escrito de ciudades tan memorables como Alejandría, o Estambul (en cualquiera de sus encarnaciones), de Kyoto o New Orleans, debe haberse dado cuenta de que hacen un énfasis especial en la particularidad de la luz de aquellas urbes, como si de alguna manera la naturaleza bendijera esos puntos de la geografía, con una luz distinta a la que puede bañar cualquier otro lugar de la tierra.
Pero en esta ciudad, que cambia de colores constantemente según la hora del día y la calidad del cielo, la gente lleva a cabo sus actividades cotidianas indiferente a ese fenómeno que hace de esta villa otro de esos lugares privilegiados.
Pocos se dan cuenta cuando el cielo en complicidad con el sol les cambia el color de la piel, o les intensifica ese tono cálido que adquieren las superficies a la luz rojiza o dorada del cielo, en los atardeceres, al que ni siquiera la palidez más recalcitrante puede resistirse.

Anturios para recordar (Medellín, Colombia)

Parece como si la memoria de muchos de los habitantes de esta ciudad estuviera asociada, entre otras cosas, a las flores: desde las orquídeas que colgaban en los patios húmedos, hasta los corredores interiores donde las materas de barro estaban destinadas a alojar plantas, que se llenaban de hojas de un verde intenso o a los famosos anturios a los que uno apenas les echaba una mirada, cuando las tías o las abuelas hacían notar sus progresos, ajenos a la importancia que tendrían en el futuro cuando esas casas hubieran desaparecido y hasta los detalles más nimios de esas épocas se cubrirían de nostalgia.
Los que yo recuerdo en la casa de mi abuela eran de una blancura casi artificial y con esa simplicidad en las líneas que realza la perfección de tantas creaciones de la naturaleza.

¿Dónde duermen las palomas? (Medellín, Colombia)

A medida que envejecen las ciudades, su geografía se va llenando de misterios que pocas veces llegan a resolverse. Unos, los de más trascendencia, tienen relación con los mitos fundacionales o con los dramas y tragedias que se han escenificado a lo largo de los años bajo sus techos, pero hay otros que están relacionados con asuntos tan triviales como saber, por ejemplo, dónde se acomodan para dormir las bandadas de palomas que se ven con profusión en las plazas y calles de esta ciudad en particular. Un asunto para el que todavía no parece haber respuesta.
Si se hiciera un inventario de las pocas casas de palomas que apenas se ven de vez en cuando en algunos parques, habría que llegar a una conclusión evidente: allí no pueden vivir todas, la cantidad de casas es irrisoria.
Además cualquiera estará de acuerdo en que los lugares frecuentados por estas aves no son precisamente un ejemplo de limpieza. Y las casas que se alcanzan a ver, como las de esta fotografía, están excesivamente limpias.
Así que la pregunta permanece: ¿dónde duermen las palomas?

Entre lo antiguo y lo moderno (Medellín, Colombia)

Una antigua iglesia languidece perdida entre talleres de mecánica, bodegas y carpinterías. El estilo de referencias góticas de su arquitectura, que se acomodó a los materiales disponibles para la época en estas tierras, se deteriora dignamente sin que todavía se haya presentado la iniciativa de restaurar el edificio, como parte importante del patrimonio arquitectónico de la ciudad y de su memoria histórica por supuesto.
Otro lugar de la ciudad que se muere lentamente a causa de la contaminación pero principalmente de la soledad.
Al fondo el edificio inteligente se levanta como un sólido recordatorio de la implacabilidad del tiempo. Una referencia a los nuevos modos de construir y a las nuevas preocupaciones que desvelan a los medellinenses. Aunque parece que la vieja edificación llevara sobre su lomo al moderno edificio.
Es como si todavía el nuevo aspecto de la ciudad precisara del viejo para apoyarse en él, aunque sea nada más por la necesidad de establecer una comparación entre lo antiguo y lo moderno.

El barrio de los balcones (Medellín, Colombia)

Los barrios de la ciudad se caracterizan por la utilización, en su gran mayoría, del adobe para construir las casas y los edificios, lo cual hace que la ciudad tenga ese color ocre tan característico, aunque matizado en algunos casos con los colores de las fachadas.
Pero cada uno de esos barrios tienen características propias que un buen observador puede identificar. Como San Diego que cubre una de las colinas que están esparcidas a lo largo de la superficie de este valle. Desde hace varias décadas este barrio se distingue por la profusión de balcones. Cuando apenas se empezaban a poblar las partes altas de las laderas oriental y occidental de la ciudad, este barrio ya ostentaba sus balcones que asomados a las calles empinadas hacen que las casas se vean mucho más altas de lo que son en realidad. Al parecer ese ejemplo de San Diego lo siguieron los demás sectores de la ciudad, porque ahora parece otro denominador común que se ha añadido al color del ladrillo, los balcones.

A la hora precisa (Medellín, Colombia)

De repente y sin preámbulos empezó a sonar una música tan inconfundible que descartó los demás sonidos de la ciudad, tan cotidianos que es necesario un gran esfuerzo para percibirlos.
A la hora precisa empezó la banda y el ruido constante que nos acompaña siempre desapareció absorbido por el estruendo melodioso de las trompetas y los atabales. A la hora prevista atronaron el cielo del parque.
Unas cuantas palomas distraídas levantaron el vuelo como si quisieran aumentar con su espanto desganado la fuerza del sonido.
Los edificios se reflejaron en los cascos blancos mientras el aire vibraba en torno a las cabezas de los policías. En posición de firmes se dejaban llevar por la emoción que produce la intensidad medida de la música marcial.
Pero no sólo impresionaba la potencia del sonido. Los contrastes también llamaban la atención: el frío brillo del cobre acariciado con ternura por la suavidad tibia e impecable de los guantes blancos. El color de barro cocido de la piel de uno de los trompetistas y el blanco de su casco.
Así fue como nos enteramos de que Juan Bosco estaba en la ciudad.

Amarillo (Medellín, Colombia)

Este color que representa la perfección espiritual y la alegría se manifiesta en la ciudad de manera pasmosa cuando florecen los guayacanes.
Es posible verlos en cualquier parte: en los jardines públicos o en las estrechas franjas de tierra que bordean las calles en algunos barrios.
El amarillo es un color que entusiasma según los teóricos de la cromoterapia y lo cierto es que después de ver un guayacán florecido es difícil no asociar el color amarillo con el asombro que causa este árbol cada vez que pierde sus hojas para llenarse de flores.
No sólo es el intenso color de las flores lo que sorprende sino la cantidad que parece excesiva, como si este árbol quisiera llamar la atención de alguna especie animal determinada a la que es difícil cautivar y por eso tuviera que hacer un esfuerzo tan desmesurado.

El árbol de la espera (Medellín, Colombia)

Cualquier lugar de una ciudad puede convertirse en uno de esos sitios a los que se les asigna, tal vez inconscientemente, poderes mágicos para convertir en realidad nuestras expectativas. Como si ese lugar determinado, con unas características específicas, pudiera materializar la esperanza de las personas. A esos lugares la gente llega para entregarse a las vicisitudes de la espera, descritas por Roland Barthes en su Fragmento de un discurso amoroso.
Estos jóvenes, iguales a tantos otros que se ven en esta ciudad, parece que se estuvieran ejercitando en el difícil arte de la paciencia a la sombra de un viejo árbol.
Nadie sabe si la persona que esperaban llegó o si tuvieron que alejarse de allí con el ánimo deshecho. Hasta que la perspectiva de otra cita los vuelva a convocar en el mismo lugar o tal vez en otro al que se le considere más propicio para los encuentros.
Una ciudad podría definirse de acuerdo a lo anterior, como ese lugar donde la gente busca encontrarse o desencontrarse con tanto desespero, que a veces llega a convertirse en un conjunto de rincones mágicos donde se acude o no para exorcizar la soledad.

Sombras al vuelo (Medellín, Colombia)

La escultura de un águila con las alas abiertas como si fuera a empezar a volar o como si ya estuviera planeando en el cielo, sirve de base de operaciones a las palomas de una plazoleta en el centro de la ciudad.
Para aquellos que gustan de desentrañar símbolos, de escudriñar en las señales que a veces, creen algunos, están escritas en los lugares más peregrinos, esta es una imagen que contiene algunos: el obelisco, sobre el que se asienta una esfera que podría ser el globo terrestre, representa para los iniciados en este tipo de disciplinas la energía del sol entre otras significaciones, y encima de ellos un águila que siempre ha encarnado la libertad, el poder del espíritu; pero como si esto no fuera suficiente, la naturaleza que siempre se entromete en los actos humanos, ha puesto encima del águila dos palomas a las que se les ha dado la tarea de representar la paz.
Una sumatoria de símbolos tal podría llevar a quien quiera dedicarse a esos menesteres a deducir cualquier cosa, dependiendo de los puntos de vista que adopte para hacer su análisis.
Claro está que para la mayoría de los que pasan diariamente por su lado, este conjunto de figuras apenas son una sombra que adorna la ciudad, donde se exalta la habilidad de volar.

La capital de la montaña (Medellín, Colombia)

Al sur oriente de la ciudad las montañas todavía se cubren con los bosques que otrora dominaban gran parte del terreno de esta capital, cuando apenas era una población de unos cuantos miles de habitantes.
Ahora esa vegetación que se ve a lo lejos se observa con recelo, la actitud con que se miran las especies en extinción. Aunque todavía permanece la esperanza de que las acciones que se tomen hoy y en el futuro impidan su desaparición.
Esta ciudad que con orgullo ostenta el título de Capital de la montaña, se da el lujo dudoso de ignorar las que la rodean. Los que vivimos aquí apenas si las miramos sin fijar los ojos en ellas, sin detenernos en los detalles y características que hacen que esta Villa sea única en el mundo.

El yelmo del guerrero (Medellín, Colombia)

La diferencia entre las épocas que se refleja en la arquitectura de las ciudades modernas se hace más evidente en el contraste de estas dos estructuras. El primer plano ocupado por una torre de comunicaciones, que es apenas un armazón, no logra ocultar la figura poderosa e imponente de la torre de una iglesia que parece el yelmo de un guerrero gigante. Tal vez esa sea la verdadera realidad de este edificio.
La cabeza que habría en su interior, invisible para el ojo humano, podría pertenecer a un guerrero dormido, indiferente a las centurias que han pasado en esta tierra, mientras él se entrega a recorrer en sueños las batallas y las jornadas de otros mundos.
Únicamente desde cierto ángulo y desde una altura determinada es posible entrever el secreto de este lugar. Cuando uno pasa por las calles que flanquean la iglesia sólo ve una torre más, que en algunas ocasiones deja a sus relojes marcar una hora aproximada a aquella que rige nuestras vidas. Generalmente miden un tiempo que se debe corresponder con los sueños del guerrero, indiferente a nuestra realidad e invisible para todos.

La furia del agua (Medellín, Colombia)

Una cabeza de expresión airada parece arrojar el agua como si pretendiera apagar un fuego invisible para el observador, pero que de alguna manera se ha convertido en una amenaza.
El agua sale con fuerza como un grito líquido que manifiesta toda la impotencia de la figura atrapada en la pared. Apenas sobresale su cabeza y esto es suficiente para que se exprese con toda la furia de que es capaz.
Las facciones de ese rostro infunden temor. Tal vez porque la fuerza del agua se ha venerado desde hace miles de años y en múltiples culturas tiene una posición privilegiada en sus mitos originarios y aparece en muchas de las leyendas que han acompañado diversas civilizaciones.
Aunque cualquier persona sin imaginación podría decir que esta cabeza no es más que un grifo domesticado, que sirve para canalizar un inofensivo chorro líquido utilizado como algo decorativo. Desconociendo ese saber que le atribuye al agua uno de los poderes más terribles de la tierra. No en vano es uno de los elementos más abundante en este planeta.

Los planos inclinados del paisaje (Medellín, Colombia)

La luz que entra al edificio de esta biblioteca por una serie de ventanas de forma tan llamativa y a la vez tan simple, se roba tanto la atención que hasta la gente se olvida del lugar donde se encuentra para permitir que la mirada se pierda en el paisaje.
El norte de la ciudad que se ve a través de estas ventanas se convierte en parte de la arquitectura, como si a las paredes se les hubiera asignado el papel de enriquecer el espacio que contienen con la vista segmentada de algunas partes del valle que el aire de la mañana deja ver a lo lejos.

Medellín en blanco y negro