La cara expuesta (Medellín, Colombia)

La ciudad se mira a sí misma en esta exposición de fotografías donde algunas de las facetas de la gente, que la convierten en un lugar sui géneris, han sido capturadas por el objetivo de una cámara fotográfica.
Muchos de los que pasan por aquí apenas le echan una ojeada a las fotos que les muestran una realidad que creen conocer a fondo. Esa puede ser la razón de su indiferencia. Otros se quedan durante largo rato mirando las imágenes y leyendo los textos que las acompañan. Tal vez sienten curiosidad por saber cómo son esos puntos de vista distintos que se desarrollan sobre el lugar que habitan. Qué aspectos de lo que sucede en la ciudad han sido escogidos para enfatizarse por medio de una foto.
Al fondo la gente pasa haciendo caso omiso, como casi siempre, a esas manifestaciones silenciosas que detienen en el tiempo aquello que somos y que nos sentimos tan reacios a constatar.

Rascacielos (Medellín, Colombia)

A veces uno levanta la cabeza y la aleja un momento de la perspectiva inmediata que tiene enfrente y se topa sin preámbulos ni preparaciones con una imagen como esta, que parece salida de una de esas películas donde la protagonista es una ciudad tan llena de rascacielos que uno se marea.
Por una rendija que quedaba entre dos construcciones se veía este edificio y la perspectiva hacia pensar que en realidad si estaba tocando el cielo, arremolinado las nubes para que en cualquier momento dieran paso al azul más puro o sino a uno de esos aguaceros sorpresivos que suelen calarnos hasta los huesos en cuestión de segundos.
El Edificio del Café que es al parecer el que tiene más pisos en la ciudad, se destaca no solamente porque da la impresión de tocar el cielo sino también por el color blanco de su superficie, en una ciudad donde la gama cromática de las edificaciones suele estar dominada por el ocre del barro cocido.

Una trampa para la memoria (Medellín, Colombia)

En una tapia, pintada con ese amarillo ocre que recuerda el color de los barrancos, se abre a la calle una ventana que podría ser tan vieja como la misma ciudad.
Mirarla es ya entrar en otra realidad, la de las historias no escritas que debieron vivirse sin testigos en estas habitaciones.
Cuando el aire se cuela en este lugar agita las memorias que yacen bajo el polvo, las capas de recuerdos que cubren los objetos y cualquier superficie hurtada a la luz directa. Pero lo que a la vista parece polvo es sólo la existencia desmenuzada de toda la gente que pasó por allí.
Entrar en un lugar como éste, debe ser tan peligroso como hacer una regresión al pasado sin cartas de navegación y sin guías que conozcan las rutas y los atajos para poder volver. Se corre el riesgo de querer permanecer en ese mundo que la distancia en el tiempo cubre con una patina de aventura, tan seductora para quienes viven la vida gris y repetida de todos los días.
Y si alguien quiere una prueba de la trampa en la que pueden convertirse estos lugares viejos, basta mirar con detenimiento los barrotes de la ventana para ver, atrapado irremisiblemente, un reno de esos que arrastran trineos en los diciembres. Quizá intentó echar un último vistazo a un recuerdo, particularmente emotivo, de los que se atesoran allí y por eso quedó enredado en unos barrotes que parecen las varillas y las piezas de un antiguo ábaco que tal vez alguien utilice para llevar la cuenta de quienes se han perdido en el interior del pasado.

Aspiradores de ruido (Medellín, Colombia)

No se sabe si estas inmensas piezas de metal son respiraderos del túnel por el que pasa una de las avenidas de la ciudad o si son en realidad un sofisticado sistema para filtrar y eliminar parte del ruido que aquí se produce.
Quizá gracias a estos inmensos anti bafles es posible, para quien quiera prestar atención, escuchar todavía entre el barullo cotidiano, la risa de un niño que visita el Centro por primera vez o la algarabía de los pericos cuando llegan a la plazuela Nutibara, en su recorrido incesante por los parques y calles donde encuentran árboles para camuflarse.
Aunque esos sonidos los oirán algunos iniciados únicamente. Aquellos que son capaces de escuchar el pulso de la vida moviéndose infinitamente por entre las calles. O los que pueden abstraerse del ruido de los carros, de los gritos desaforados de los vendedores de frutas y de cualquier mercancía que se exponga a la intemperie.
Quizá los beneficiados de este hipotético sistema de protección para disminuir el bullicio, sean esos que pueden oír el canto de un grillo o el suave movimiento de las alas de una mariposa o los que levantan de pronto la cabeza hacia el cielo para ver unas guacamayas que, mientras manchan de colores el aire, expresan con fuerza la maravilla de volar y de vivir.

Las joyas de Carabobo (Medellín, Colombia)

Dos edificios de estilo arquitectónico similar son las dos joyas que adornan el final del paseo peatonal en que se convirtió la carrera Carabobo, una de las calles más emblemáticas del centro de la ciudad.
Este sector, que durante gran parte del siglo XX estuvo dedicado al comercio popular, se conoce ahora por tener dos de los edificios más importantes para la ciudad desde el punto de vista arquitectónico e histórico.
Estas edificaciones que fueron inauguradas en 1895 han presenciado el paso de varias generaciones de medellinenses: desde los que vieron la finalización de siglo XIX hasta los que contemplan los comienzos del siglo XXI.
Después de un largo período de decadencia, durante el cual se destinaron a todo tipo de comercios, han sido restaurados y entregados a la ciudad como asiento de instituciones dedicadas a la educación.

Tarde de lluvia (Medellín, Colombia)

Uno de esos aguaceros inesperados que sorprenden a la gente y la inmoviliza debajo de cualquier marquesina o saledizo, nos obligó a permanecer durante un rato en una esquina del centro mientras el agua se precipitaba con fuerza sobre la ciudad y la desdibujaba.
Era como si la lluvia quisiera derretir los edificios, los árboles y a la gente que se atrevía a cruzar las calles sin protegerse siquiera debajo de un paraguas.
Frente a nosotros estas ventanas cúbicas de vidrio y concreto soportaban el golpeteo solemne y monótono de la lluvia. Imperturbables, como los ojos de los hipnotizados, se asomaban al vacío como si quisieran seguir en su caída a las gotas de agua.
Sin embargo las superficies que conforman los volúmenes y los perfiles de la ciudad resisten casi siempre, no dejan que la fuerza del agua los desmorone fácilmente. Tal vez la esperanza de volver a ver el sol impide que todas las cosas sucumban a la violencia de los elementos.

Tejas abajo (Medellín, Colombia)

Bajo los tejados se escenifican también los pequeños o grandes dramas que componen la vida de una ciudad.
Sólo los pájaros o los gatos podían ver estos tejados que como una trama de barro cubre las casas. Ahora, como consecuencia de la construcción desaforada de edificios en algunos sectores de la ciudad, es posible ver los techos y los patios que dan luz a los interiores de las casas de esos barrios.
Debajo de estos techos la vida de la gente se desarrolla entre pasiones y alegrías, protegida de los elementos aunque no de los avatares a los que está expuesto un ser humano dondequiera que desarrolle su existencia. Sobre todo si su mundo se reduce, como sucede con mucha gente, a la cuadrícula de calles y de casas que componen un núcleo urbano.

La cúpula de San Antonio (Medellín, Colombia)

Esta es una de las iglesias más tradicionales del Centro y sin embargo una de las menos visitadas. Es como si la gente sólo reconociera su cúpula como punto de referencia para ubicar el lugar donde se termina El Centro y nada más.
Hace mucho tiempo que esta iglesia pasó de ser un templo abierto a la comunidad que la rodeaba a una iglesia que se abre a la gente sólo durante ciertas horas. Del barrio no queda sino el recuerdo en algunas memorias que se resisten aún a darse por vencidas. Pero las casas desaparecieron hace décadas llevándose consigo las historias y la carga de afectos que la gente pone en los lugares que habita.
La cúpula que es la de mayor tamaño entre las iglesias de la ciudad, se ve aquí a través de unos cables de acero que parecen encerrarla, evidenciando el fenómeno arquitectónico que se ha ido desarrollando en esta zona: unas construcciones modernas que inexorablemente se han sobrepuesto a los edificios de la antigua villa. Sin embargo como en muchos otros lugares, ésta se resiste a desaparecer. Tal vez por eso, es posible encontrar siempre imágenes donde lo contemporáneo se superpone a lo antiguo, con tanto acierto que la riqueza visual de la ciudad nunca deja de sorprender al observador.

Una multitud en el parque (Medellín, Colombia)

"Un lugar con un montón de toldos donde usted puede encontrar lo que quiera". Esa es la definición más sencilla que he oído de lo que es el mercado de San Alejo. Allí la multitud se reúne cada primer sábado del mes para peregrinar por entre los toldos, a veces para ver los mismos objetos que han venido observando durante los últimos 20 años sin atreverse a llevárselos para la casa o simplemente para ver que novedades puede ofrecer el mundo de las artesanías.
En todo caso, este parque se llena de vendedores y de posibles compradores para repetir el ritual del regateo tan extendido en esta ciudad de comerciantes. Algunas veces el marchante se va con la sospecha de haber sido esquilmado y otras se aleja pensando que ha hecho un buen negocio. De todas maneras este comercio, que recuerda los mercados de los pueblos de Antioquia, continua imperturbable a lo largo de las décadas.

Una puerta a la irrealidad (Medellín, Colombia)

A través de esta puerta de vidrio se percibe una extraña realidad. Una realidad que obedece a unas leyes distintas a las que rigen el mundo que conocemos.
Es como si al otro lado no estuviera repetido ese mundo que los espejos copian minuciosamente, sino uno donde no sólo el espacio se distorsiona sino también las formas de todo lo que allí existe.
En una ciudad que da cabida a tantas realidades no es de extrañar que también aloje un lugar así, donde la existencia de una persona podría ser alterada temporalmente o para toda su vida, dependiendo de su capacidad de aceptar la fantasía o de asimilar que su única forma de ver el mundo no es universal, que existen otras maneras de contemplar el universo y que hay lugares donde a la realidad conocida y aceptada por todos se le pueden dar otros valores.

Animales en El Centro (Medellín, Colombia)

Al parecer la jirafa Piruleta, la de la canción infantil, decidió salir un día, con algunos de sus amigos, a recorrer el Centro. Desafortunadamente ella y sus compañeros fueron atrapados y atados al pequeño puente que pasa sobre el estanque de un centro comercial.
Allí estuvieron durante casi un mes mirando hacia todos lados tratando de encontrar una manera de escapar, hasta que una mañana… una mano misteriosa, que extrañamente se parecía a la que los había atado al puente los liberó, los dejó que se alejaran de ese lugar.
Nunca más se han vuelto a ver en el Centro y creo que jamás se volverán a arriesgar por esos parajes. Han decidido sabiamente que sus lugares de origen son menos peligrosos que esa cuadrícula de asfalto y caos, en que puede convertirse una ciudad para aquellos que no la conocen o que se la imaginan como un lugar donde sólo hay diversión.

La casa de la esquina (Medellín, Colombia)

De qué material están hechas esas casas que resisten el paso del tiempo con tanta entereza. Los artesanos que las construyeron desde sus cimientos debieron poner tanto interés y esfuerzo en ellas, que de alguna manera sus emociones quedaron impregnadas en las paredes, en los tejados, en los balcones.
Estos balcones a los que nadie dirige ya una mirada de interés fueron alguna vez el centro de atención de los paseantes. Allí se asomaron, a ver pasar la vida en el parque Bolívar, personas que tenían relación con la gente de mayor relevancia de esa vieja ciudad que se resiste a desaparecer entre el concreto de los nuevos edificios y el asfalto de las viejas calles renovado una y otra vez.
El parque se cubre cada vez más con la frondosidad de unos árboles que tal vez fueron sembrados después de la época en que esta casa fue una de las más impresionantes de la ciudad.
Estos balcones que han visto desaparecer árboles centenarios, apenas han sufrido deterioros que unas cuantas manos de pintura no puedan reparar. Pero nada conocemos del interior de esta casa. Tal vez ha sido destrozado por los nuevos dueños. Quizá sea un espacio desnudo y frío que no recuerda la calidez de sus antiguos habitantes.
Será que apenas los balcones y el techo son los únicos que conservan algo del espíritu de la vieja casa o a quien entre lo espera la sorpresa que se le depara a quienes osan no dejarse llevar por las apariencias.
En todo caso esta casa construida en una esquina del parque Bolívar, que algunos se atreven a llamar patrimonio arquitectónico, debería estar en proceso de restauración para que así la ciudad gane en riqueza visual e histórica.

Zona de reparación (Medellín, Colombia)

En todas las ciudades colombianas existen estas zonas desorganizadas, antiestéticas, donde la gente repara vehículos y vende repuestos tanto en el interior de los locales como fuera de ellos. Esos lugares donde los mecánicos son expertos en todo tipo de problemas y donde los solucionan también de las maneras menos ortodoxas.
Se caracterizan por el desorden y por la grasa que cubre casi todas las superficies incluyendo el cuerpo de los trabajadores.
Aunque esta imagen parece un escenario donde se representa un acto de una calle de talleres. Es como si hubieran copiado todos los objetos con sus colores y texturas para ubicarlos en el lugar que les correspondería en la realidad. Hasta el hombre que utiliza una herramienta con tanto cuidado parece una representación.
Tal vez esa impresión de irrealidad tenga que ver con la luz o con la soledad del lugar que por lo general está lleno de gente. Sin embargo esta fotografía se tomó en una calle verdadera, otra más de las que conforman las múltiples facetas de esta ciudad.

La silueta de los árboles (Medellín, Colombia)

La realidad, sin necesidad de retoques ni de ayudas, a veces nos hace creer en cosas que no existen aunque las vemos.
Un árbol que mece sus ramas en una esquina del parque Bolívar, adquiere en las horas de la tarde una apariencia irreal, como si fuera una figura recortada en cartulina negra, pegada sobre la superficie iluminada de un edificio y el azul del cielo.
Es como si las sombras proyectadas por un árbol, de pronto hubieran empezado a crecer por voluntad propia, sobrepasando los límites del edificio y hubiesen invadido el cielo o como si fueran una parte de la ilustración para una historia china, de esas donde los héroes se encuentran con árboles mágicos que pueden convertirse en sus salvadores o en sus enemigos, pero en todo caso en entidades que forman parte activa de la historia que se cuenta.
Tal vez suceda lo mismo con esos árboles que acompañan la cotidianidad de esta ciudad, y nosotros sin saberlo estemos expuestos a la influencia benéfica o dañina de sus sombras, dependiendo del genio o espíritu que los habite.
Este árbol que tiene la habilidad de convertirse en una hermosa sombra oscura para invadir el cielo, debe ser uno de esos gracias a los cuales el alma se sana a pedacitos. Cuando la gente pasa cerca, o por debajo de sus ramas, el ánimo se les modifica sólo con contemplar su silueta.

Con el sol vuelve el color (Medellín, Colombia)

Después de que durante días los cielos grises y opacos se sucedieran sobre nuestras cabezas, ha vuelto el sol a iluminar la ciudad y a intensificar los colores que en cualquier lugar impresionan la mirada.
Estos globos podrían ser el símbolo de lo que sucede en todas partes cuando cambia la temperatura. Las superficies bañadas por la luz de la tarde adquieren unas tonalidades que parece imposible se puedan repetir en cualquier otro lugar del mundo. Como si la luz de esta ciudad fuera capaz de recrear siempre los colores, de entregarnos cada vez una nueva manera de percibirlos.

Luna de media tarde (Medellín, Colombia)

A veces la luna confinada en su reino de oscuridad se escapa para observar durante las últimas horas de la tarde su lugar preferido.
En un intenso cielo azul, al que unas pocas nubes dan profundidad, la silueta de una luna que se deshace como si fuera un fantasma, le agrega al perfil de la ciudad un misterio casi oriental.
Debe existir en antiguos manuscritos la narración de alguna historia asociada con la visión de la luna en medio de la tarde. Algo que remita al lector a creer que si tiene la ventura de ver esa aparición tan desusada, en su futuro se verán cumplidos sus deseos.
Claro que si tal presagio existió en la antigüedad, para nosotros no tiene ninguna aplicación, pues ver la luna a horas distintas a las de la noche no es tan extraño en este valle.

Las paredes de una biblioteca (Medellín, Colombia)

Como si fueran las paredes de un edificio en una de esas ciudades sumerias donde se inventó el primer método de registrar la palabra para ser leída, estos muros, vistos desde lejos, dan la sensación de tener una textura tan particular, que hace pensar en las marcas que dejaban las pequeñas cuñas de madera sobre la arcilla en los albores de la historia.
No es difícil imaginar que si nos acercamos lo suficiente encontraríamos, en vez de adobes de superficie lisa, tabletas grabadas con la espectacular escritura cuneiforme. Esa escritura que desde antes del florecimiento de la antigua Babilonia marcó los caminos por donde se desbordaría la pasión que iban a abrazar millones de personas después de ellos: leer y escribir, desde lo más nimio como una lista hasta lo más sublime como un poema.
Contemplando este edificio uno se pregunta si será posible que además de los libros que se encuentran en su interior, estos también hayan sido grabados en sus paredes exteriores.

Después (Medellín, Colombia)

Después de haber acompañado a su dueña durante las interminables caminatas por las calles de la ciudad; después de haber sido apretados con fuerza contra las costillas por temor a ser arrebatados por algún ladronzuelo inesperado; después de haber descansado en sillones, mesas o cualquier otro tipo de mueble doméstico; de haber sido guardados con maña en closets o armarios, un buen día su dueña decidió que ya estos bolsos no merecían sus cuidados; que nunca más volverían a llevar en su interior ese batiburillo de objetos inocuos mezclados al azar con otros de mayor importancia.
Tal vez fueron reemplazados por unos nuevos, traídos de la China seguramente o comprados en alguna boutique, de esas que venden las marcas de grandes diseñadores, a sabiendas de que fueron copiadas con minucia en los talleres de Itagüí o del “Hueco” pero cuya apariencia engaña al ojo desprevenido.
Pero eso no es todo. El rechazo a estos objetos ha sido tan definitivo que ni siquiera se hizo de manera discreta. A su antigua poseedora no se le ocurrió arrojarlos a la basura envueltos en una de esas bolsas de grandes almacenes que, con frecuencia, se convierten en sudarios donde piadosamente se empacan aquellas posesiones que ya no nos interesan o a las que el tiempo ha deteriorado tanto que se hace necesario deshacernos de ellas. No, este rechazo debía hacerse abiertamente, como si fuera obligatorio poner en la picota pública estos pobres objetos a los que ya no se les reconocía ningún derecho para ser útiles.
Aunque existe otra posibilidad, tal vez su dueña los regaló pensando que las manos que se estiraban solicitas para recibirlos los cuidarían como ella lo había hecho. Manos que después de revisar con detenimiento los pequeños bolsillos de su interior y de repasar con dedos expertos los forros en busca de algún billete o moneda valiosa perdida u olvidada, los arrojó con despecho para que fueran escarnecidos por la mirada curiosa y desnuda de cuanto transeúnte acertara a pasar cerca de este bote de basura.

La nueva piel (Medellín, Colombia)

Desde hace unos años una nueva imagen ha venido sobreponiéndose a la vieja arquitectura de algunos barrios de la ciudad, sobre todo de aquellos ubicados cerca al Centro. La apariencia de sus calles que era una armoniosa mezcla de altas fachadas, rejas en las ventanas, puertas de madera y pequeños jardines, ha ido desapareciendo para dar paso a una serie de edificios de gran altura y aspecto similar.
Las superficies que ahora se ven desde la calle, apenas se diferencian de los materiales con los que están hechas estas construcciones.
Pero el ojo del buen observador puede encontrar contrastes como estos, donde las texturas y los colores dan lugar a una imagen que se basa en la combinación de módulos para crear, desde la fotografía, una ciudad que aunque es la misma que vemos todos los días nos da la posibilidad de jugar con su apariencia.

La espesura y los espejos (Medellín, Colombia)

Ya no sorprende a los habitantes de esta ciudad que de entre los árboles aparezca de repente un moderno edificio, como si hubiera sido construido en medio del bosque. Es el efecto propiciado por los árboles que cubren algunas de las calles que desde el oriente desembocan en el centro.
El follaje de los árboles y las palmeras, que forma una cubierta de verdes sobre la calle Bolivia, deja ver por entre sus ramas algunos edificios, aislándolos de la gran masa de construcciones que conforman este sector de la ciudad, al que se le ha dado el nombre genérico de El Centro.
Este edificio, que en días muy soleados refleja el color del cielo y las montañas cubiertas de casas, apenas si logra competir en impacto visual con la composición de tonos y texturas con que la naturaleza ha dotado a la vegetación.

Ayacucho, una calle de colores (Medellín, Colombia)

Una de las calles características del centro de la ciudad es la calle Ayacucho donde los almacenes de ropa, de telas y de todo tipo de mercancías dominan la escena, pero donde también los andenes se ven desbordados por la cantidad de puestos que ofrecen casi las mismas cosas de los almacenes.
Esta es la calle donde empieza el famoso “hueco”, una especie de bazar oriental visitado diariamente por miles de consumidores, que muchas veces sólo se dan una pasada por allí, para alimentar el deseo en la contemplación de los productos manufacturados en el país y de los que llegan de todas partes del planeta.
La gente que se aventura por este laberinto está expuesta al bombardeo de colores que ostentan las mercancías que se ofrecen, así como a la cacofonía de sonidos que envuelve todo el lugar, donde los vendedores se disputan la atención de los que pasan ofreciendo, a voz en cuello o por parlantes, sus mercancías con los mejores precios, según dicen.
Pero el hecho que debe sorprender más a quien se interna por primera vez en este caos de colores es la mirada indiferente de los transeúntes: como si el barullo que los rodea fuera el ambiente natural para cualquier ser humano.

La Candelaria (Medellín, Colombia)

En uno de los costados del parque Berrío se puede ver una de las iglesias más antiguas y emblemáticas de la ciudad. Su arquitectura, que se remonta a la época de la colonia, le da un toque venerable a un lugar que ha sido testigo de todas las transformaciones por las que ha pasado esta ciudad; que ha contemplado impasible todas las aventuras a las que se han lanzado sus habitantes. Que ha visto pasar frente a su fachada las muchas generaciones constructoras de esta urbe, que para millones de personas es irremplazable en todo el mundo.
La ciudad de los contrastes, ofrece con esta iglesia uno más para enriquecer la variedad arquitectónica y artística de esta tierra.
Un templo que en su interior guarda además de obras de arte religioso, un órgano alemán que llegó a lomo de mula a mediados del siglo XIX.

Cerro El Volador (Medellín, Colombia)

Como un calvero en la mitad de un espeso bosque, se destaca a lo lejos el cerro que parece dormir placidamente en medio de la ciudad urbanizada.
Sus árboles y sus prados que otrora eran el pasto preferido de los incendiarios, son ahora como un oasis de silencio y aire fresco en el caos de sonidos y humaredas que asaltan la ciudad día a día.
En esta panorámica el cerro, que intenta difuminarse en el aire opaco de la ciudad, adopta los tonos azulosos de las montañas lejanas como si pretendiera alejarse de la intensa urbanización que lo constriñe, convirtiéndolo en un pequeño pulmón que respira con dificultad, pero que al fin y al cabo contribuye con mucho del oxígeno que necesita este valle para no morir asfixiado por la contaminación.

La calle de los bancos (Medellín, Colombia)

Este sector de la calle Colombia fue hace mucho tiempo la zona bancaria más importante de la ciudad.
La arquitectura de estos edificios nos remite a esa época donde los bancos eran monumentales, con sus fachadas de piedra, pisos de mármol y grandes puertas de bronce, algunas finamente trabajadas, que daban acceso al interior de estos santuarios del dinero.
Hoy los bancos no se concentran en un lugar específico de la ciudad. Y ahora esta calle, que es uno de los lugares más congestionados de la ciudad, recibe cada día una gran cantidad de gente que se mueve, por sus andenes y sus calles, con una urgencia que denota el ritmo ansioso con el que una ciudad marca a sus habitantes.

La gruta del santo (Medellín, Colombia)

Como si estuviera escondida entre la espesura de un bosque, una gruta dedicada a un santo parece esperar la llegada de uno de esos caballeros andantes que recorrían el mundo medieval, en busca de aventuras y de portentos.
Aquí podría encontrar las señales para elucidar el misterio que atormenta a un rey o a una princesa.
O podría ser la entrada a uno de esos lugares subterráneos, donde espera un hechicero con la magia necesaria para encontrar el camino a algún castillo encantado.
Claro que todo esto es factible sólo en el mundo de la fantasía que se mueve en una dimensión paralela a la que vivimos todos los días; sin embargo la ciudad que acoge en su territorio rincones como estos le regala la posibilidad de soñar a cualquiera que desee hacerlo.
Basta con mirar los lugares que vemos diariamente con una mirada creadora. En ese mundo donde todo es posible, no es descabellado pensar que la gruta de este santo es la entrada a cualquier lugar fantástico que queramos imaginar.

Medellín en blanco y negro