Efecto invernadero (Medellín, Colombia)

Algo tienen las rejas y las estructuras metálicas que ponen a pensar en el concepto inasible de la libertad, sobre todo si uno se encuentra de este lado y las palmeras junto con las grandes construcciones, que evocan los espacios abiertos de las playas o las largas avenidas, están del otro.
Quizá corresponda a un sentimiento atávico sentir esa necesidad de que la mirada se pierda en el horizonte sin que nada artificial se le interponga. Tal vez las rejas o estas estructuras que limitan el espacio, encuadrado en una estación de metro, sean un recordatorio de las restricciones que pretenden imponer sobre sus habitantes las ciudades de todas las épocas y sobre todo las ciudades latinoamericanas modernas donde el caos cotidiano genera en la gente ese efecto de ahogo, que uno asocia con los espacios cerrados y carentes de ventilación.

El minuto de Dios (Medellín, Colombia)

Hay imágenes que no tienen mucho valor artístico pero que sin embargo capturan la atención del observador por su incongruencia o por lo insólito del tema.
Es el caso de esta fotografía de un muro de alguna esquina, apartada o no, donde el mensaje implícito apunta a que si usted se encuentra en esta ciudad puede hacerle una llamada a Dios, desde un teléfono celular o desde uno fijo, por doscientos pesos.
Será que el departamento de publicidad del cielo decidió que era hora de actualizar estrategias y que una manera de eliminar barreras entre Dios y los mortales era mediante la tecnología. Lo que no se dice es cuál es el número; aunque como sucede casi siempre con los temas relacionados con las instancias celestiales hay allí un alto grado de ambigüedad: el que verdaderamente quiera establecer este tipo de comunicación encontrará la manera, parece ser la idea.
En un mundo hiper comunicado nadie se extraña de que hablar con Dios valga doscientos pesos el minuto. Aunque surge la pregunta inevitable y queda flotando en el aire como una alergia cualquiera: ¿cuánto valdrá entonces la llamada a un santo común y corriente?

Perplejidad (Medellín, Colombia)

Un pato, que desde su nacimiento se ha visto reflejado un incalculable número de veces en el agua, vacila frente al hecho de arrojarse de nuevo al lago y romper con ese gesto la hermosa composición de verdes pintada por la luz en la superficie.
No siempre se conjugan en el mismo momento una particular intensidad de la luz, el suave movimiento del agua y unos árboles que distorsionen su reflejo añadiendo a la imagen una serie de tonos inquietantes.
Cuántas veces sucede que al caminar por la ciudad quisiéramos detenernos para no quebrar la imagen que se presenta frente a nuestros ojos: es tanta la belleza, que uno intenta quedarse inmóvil, sintiéndose incapaz de alterar voluntariamente el cuadro que contempla.
Pero el momento pasa, las cosas vuelven a recobrar su aspecto de todos los días y la ciudad se convierte otra vez en una serie de lugares conocidos por donde uno camina a diario… hasta el siguiente momento en el que nuestra atención vuelva a quedar atrapada por otra visión que nos deje perplejos.

Guardianes del tiempo (Medellín, Colombia)

Esta imagen que asalta la mirada de todos los que transitan por la Avenida San Juan a la altura de la Alpujarra tiene algo de inquietante, sobre todo cuando en el cielo no se aprecian señales de lluvia como tampoco luce un sol de esos agobiantes que suelen campear en los cielos de la ciudad.
Uno se pregunta qué hacen estas representaciones de paseantes con sombrilla o paraguas que para el caso es lo mismo. Es como si ejecutaran algún tipo de danza atávica necesaria para la tribu, pero lo que uno no sabe es si evocan la lluvia o están allí para que no venga y asole la ciudad. Quizá pertenezcan a algún tipo de vieja cofradía de origen agrario, nacida en esas épocas cuando la aparición de las lluvias en temporadas específicas del año era determinante para la supervivencia de la comunidad.
Independientemente de nuestro conocimiento sobre sus motivaciones, siguen allí moviéndose de un lado para otro con esa velocidad inverosímil de las esculturas que nos hacen creer que nunca se mueven y que el tiempo para ellas se ha detenido.

Las torres milenarias (Medellín, Colombia)

Tal vez se deba a la imaginación pero algunas construcciones recientes de las ciudades le hacen evocar a uno esos otros edificios que fueron erigidos en los confines de la historia y que el tiempo se encargo de desmoronar hasta dejarlos en lo que podría llamarse sus líneas más esenciales.
Este edificio, que a muchas personas les parece una propuesta arquitectónica imprecisa, adquiere por obra y gracia del lente de una cámara fotográfica, un aspecto de torre antigua a la que la erosión y los milenios han despojado de cualquier adorno superfluo.
Hasta su color desvaído parece rememorar las viejas pátinas que cubrieron antiguas paredes y causaron expectación en los observadores.
Habrá que esperar para saber si el tiempo y las miradas cubren esta torre de esa atmósfera que a veces impregna ciertas obras humanas, venciendo el escepticismo inicial, para convertirlas en nuevos referentes estéticos. O simplemente será abandonada a ese deterioro al que se han condenado tantas edificaciones que no lograron granjearse el amor indefinido de la gente.

Primer plano (Medellín, Colombia)

Desde determinados ángulos hasta los edificios que quedan más cerca al observador se desenfocan a la vista del Centro donde campea, como siempre, el Edificio Coltejer; referencia obligada para aquellos que caminan por entre este grupo de edificaciones destejiendo su historia o también, porque no, para aquellos que apenas empiezan a escribir con cada paso su sistema particular de memorias.
Esos edificios de oficinas y de apartamentos construidos por allá a mediados del siglo pasado y que se apiñaron en un espacio reducido, marcaron la arquitectura de la época, dándole a esta ciudad una imagen moderna y sui géneris aunque sus habitantes todavía se desplazaran a una velocidad más acorde con el reciente pasado campesino.
Hoy, las nuevas construcciones que crecieron de un día para otro, en los últimos diez años, parecen cortinas que quisieran cerrarse sobre el horizonte intentando borrar la imagen de esos viejos edificios, pero El Centro, desde donde se le mire, siempre se roba el primer plano.

Adiós a la Navidad (Medellín, Colombia)

Si acaso alguien no se había dado cuenta de que la Navidad pasó, que está lejos, le tocó aceptarlo el domingo pasado cuando una cuadrilla de obreros decidió, por fin, que era contrario a las costumbres dejar un árbol de Navidad parado en medio de la Avenida Oriental todo el resto del año.
Así que tras un interminable papeleo, supongo, alguien firmó la orden de desbaratamiento.
El domingo la gente pasaba impertérrita al lado del árbol. Sumidos en los problemas o en las expectativas que trae el principio del año, ignoraban olímpicamente el adorno que unas cuantas semanas antes contemplaron con arrobo.
Así es la vida de las ciudades, aquello que nos sobrecoge o asombra un día, es suplantado con facilidad por la novedad de turno.
Sólo queda esperar la próxima Navidad para saber si la tradición del árbol sigue o si nos dejamos contagiar otra vez por el prurito del cambio, y en este lugar encontremos, un día de noviembre, alguna criatura salida de la imaginación de los diseñadores oficiales.

El hombre de amarillo (Medellín, Colombia)

Al fondo las líneas sobrias del Edificio Coltejer recuerdan otro tiempo donde hasta la arquitectura estaba en sintonía con las palpitaciones pausadas de la ciudad.
Pero aquí, como en cualquier urbe colombiana, el color ha invadido las calles y se ha pegado a las paredes de manera definitiva, al parecer, como si quisiera reflejar la intensidad de la mayoría de los colombianos en su forma de asumir la vida.
Los tonos vivos de una sombrilla se juntan a las llamadas estentóreas de un vendedor invisible que conmina a la gente a acercarse a su camión y comprar esas frutas tropicales que aquí se ven por todas partes.
Una ciudad como esta se agita al pulso acelerado de sus habitantes y los colores vibran como si quisieran unirse a su ritmo frenético.
Pocos permanecen serenos; tal vez el único que no siente apremio es el hombre de amarillo que aconseja prudencia pero a quien nadie hace caso. Aparece y desaparece en las esquinas, pero su vestido y su calma lo hacen imperceptible a las miradas ansiosas de los transeúntes.

Caminante vertical (Medellín, Colombia)

No siempre los que caminan esta ciudad en todas direcciones lo hacen de la manera usual. Algunos eligen o son elegidos para recorrer la ciudad en forma vertical. Como las lagartijas o los insectos.
Desde allí deben tener una óptica sui generis de lo que puede ser el movimiento de la ciudad. Algunos fingen su verdadero interés y simulan dedicarse a esos trabajos riesgosos que sólo unos cuantos realizan. Pero su verdadera intensión, lo que los mueve en la vida es observar a los demás y a la ciudad desde otra perspectiva.

Una foto de esas (Medellín, Colombia)

Una imagen de esas donde al principio uno no sabe en qué ciudad se encuentra. Como si las ciudades compartieran ciertas características que las vuelven comunes a todos los seres citadinos que existen en la tierra.
Podría ser un lugar tranquilo y retirado de la agitada Hong Kong o de alguna de esas ciudades europeas o latinoamericanas construidas cerca a cualquier montaña.
Aunque en realidad ese perfil del fondo sólo puede aparecer en una foto que se tome en este valle.
Es posible que hasta a los habitantes “nacidos y criados” aquí se les dificulte descubrir la ubicación de esta fotografía, pero esa es la idea, que cada uno mire su ciudad más de una vez para que nadie lo sorprenda con fotos como ésta.

Las flores y el sol (Medellín, Colombia)

Cuando vuelve el sol vuelve también el color. Todas esas plantas que florecen en esta ciudad ininterrumpidamente, sin importar si llueve o el cielo está despejado, se vuelven más conspicuas cuando el aire parece más transparente y las nubes se alejan por temporadas.
Hasta el blanco de una pared resalta más cuando le sirve de contraste a unas flores que cuelgan de una canasta en un patio interior.
En una tierra donde los colores son una de las características principales del entorno la combinación de sol y flores nunca deja de impactar.

Una ciudad modular (Medellín, Colombia)

La ciudad desde ciertas perspectivas se ve como si fuera uno de esos ejercicios de dibujo, donde las formas geométricas se montan unas sobre otras: una serie de módulos tridimensionales que nada tienen que ver con las habitaciones donde los seres humanos llevan a cabo sus rutinas diarias.
En algunos juegos se imita con módulos la distribución de los edificios. Y las ciudades, a veces, con sus construcciones parecen imitar los juegos modulares donde la ciudad que uno conoce pierde su contexto.
Pero es una mera ilusión, cuando se mira con detenimiento se empiezan a definir las calles por las que uno ha pasado a la sombra de esos edificios.
Si el observador se deja guiar por algunos hitos que han marcado desde hace décadas la ciudad, le será posible reconstruir en su mente los lugares conocidos, los de la escala humana, flanqueados constantemente por las paredes de los edificios.

Una mañana de sol (Medellín, Colombia)

La gente va y viene inmersa en sus mundos privados aunque estos se opongan entre sí o se acerquen sin que nadie se dé cuenta.
Basta una mañana de sol para que las palabras y las miradas vuelvan a agitar, casi frenéticamente, el aire que renuevan cada día los árboles de esta plazuela.
Lo que si permanece invisible para todos, hasta para ellos mismos, son los pensamientos que los acompañan siempre.
En fin, otra mañana soleada en la ciudad, capturada para la eternidad del ciberespacio por el lente de una pequeña cámara digital.

Estructuras inquietantes (Medellín, Colombia)

Una enorme estructura de esas que pululan en la ciudad parece arrastrar su cuerpo por entre bosques, edificios y bordear el río o tal vez abrevar allí una sed desmesurada.
Le hace recordar a uno esas series televisivas que traían del Japón, donde monstruos antediluvianos se internaban por ciudades indefensas y desbarataban edificios de cartón piedra para arrojarse por último al mar, después de una feroz batalla con el héroe de turno.
Aunque no se parece a ninguno de esos godzillas, esta estación del Metro si se asemeja a un insecto de tamaño gigante, que en cualquier momento puede despertar para devorar también lo que encuentre a su paso. Desafortunadamente no existen héroes en esta ciudad que pudieran hacerle frente y obligarlo a desaparecer en el río.
Es sólo una estación, pero la perspectiva aérea le hace a uno “volar” la imaginación y sentirse un tanto inquieto.

De vuelta a a casa (Medellín, Colombia)

Ni la luz rojiza del atardecer, ni el ruido de los motores, ni mucho menos los susurros contenidos de los pasajeros que disimulan el susto que les produce en el ánimo el giro cerrado del avión al enfilar hacia la pista, opacan la emoción que da regresar a casa.
Hasta el aire parece de una textura distinta y el cuerpo se prepara para sentir otra vez la temperatura justa que parece hecha a la medida de cada habitante de este valle.
Aunque los sentidos recuerden el agite de la ciudad, desde el cielo ésta se ve tranquila como una maqueta. Con esa distribución definitiva que deciden los arquitectos, donde todo, hasta los árboles, tiene una razón de peso para hallarse en el lugar que le corresponde.

Oficios invisibles (Medellín, Colombia)

No importan los colores fuertes ni el canto grave que producen los recipientes del gas cuando chocan unos con otros a su paso por las calles de la ciudad.
Ni siquiera cuando el ayudante del conductor, que va en la cabina del camión repartidor, hace sonar una campana de verdad para anunciar su llegada, la gente se interesa por un suceso tan cotidiano.
Son tantos los hechos repetidos cada día en la vida de una ciudad que sus habitantes adoptan esa especie de indiferencia programada que les permite tener tiempo y energía suficientes para dedicarse a sus propios asuntos e intereses.

Ultravioleta (Medellín, Colombia)

Sigue la luz causando asombro a los habitantes de esta ciudad y a todos los que nos visitan por esta época.
Aunque uno no se acabe de acostumbrar del todo a ver los objetos y las personas bajo los filtros monocromáticos del agua.
Es como si las luces de la temporada brotaran a chorros por los poros de la ciudad: desde el suelo, desde las fachadas y hasta de los postes de la energía eléctrica alumbrando, sin distingos, a todo el mundo.

Juegos de agua y luz (Medellín, Colombia)

Agua y luz se combinan para crear un efecto de irrealidad.
La gente que se interna por allí parece absorbida por las fuentes de luz espectral que emergen del piso. Los haces desdibujan a quienes se atraviesan.
Aunque es posible que tales fuentes no sean más que chorros de agua que empapan a los que pretenden caminar por entre ellos sin mojarse.
Así, la gente que pretendía bañarse en color, sale completamente empapada, como si esa luz mojara como el agua.

Irrupción (Medellín, Colombia)

No siempre en las ciudades los edificios y las grandes construcciones son tan ubicuos como uno cree, a veces irrumpen de pronto, saltan, como si dijéramos, desde la espesura.
Tan desprevenido esta uno, contemplando el verde que en grandes franjas atraviesa algunas zonas de la ciudad, que se queda “extasiado” por unos segundos mirando esta construcción de líneas simples.
Este edificio que se deja perforar por el azul reflejado en sus ventanas, sorprende con su aparición repentina al que se deja encantar por los árboles que bordean las avenidas en esta ciudad de contrastes.
Aunque toda ciudad moderna debe tener ese elemento de contraste que es tal vez una de las características en las urbes de nuestro tiempo.

La levedad del concreto (Medellín, Colombia)

Quizá una de las características más importantes de la arquitectura contemporánea en la ciudad, sea el énfasis que ponen los arquitectos en disminuir la sensación de pesadez en los edificios.
Como esta construcción que siempre que uno la mira, delgada y gris, no deja de prestar atención, sobre todo, a la escala que se proyecta hacia afuera y que contribuye a aumentar el efecto de levedad en la fachada. Una escala que parece tejida con el aire y la luz que la atraviesan.

La serenata de los indios (Medellín, Colombia)


Esas canciones clásicas como dust in the wind, los sonidos del silencio o el cóndor pasa, de las que se han escuchado tantas versiones, se apoderan de cualquier calle cuando el sonido de las flautas, las quenas o las zampoñas opaca la usual cacofonía de la ciudad.
Algunos creen que es música clásica la que oyen, otros evocan esos días de los setenta cuando la “música latinoamericana” se adueñaba de todos los lugares donde hubiera universitarios.
Ahora esas tonadas, vacías de cualquier significado, se encuentran en una esquina, debajo de algún árbol o a la entrada de un almacén invitando a los transeúntes para que se dejen seducir por la profusión de mercancías.
El aspecto de los músicos, ataviados con una combinación incongruente de vestiduras, hace pensar en ese sincretismo del que tanto se habla cuando aparecen manifestaciones culturales que mezclan diferentes orígenes.
Sin embargo estas imágenes se podrían relacionar más fácilmente con alguna leyenda urbana, donde los maniquíes cobren vida en las noches y recorran la ciudad buscando a quienes durante el día alegraron sus almas de muñeca.

Noche de Navidad (Medellín, Colombia)

Una vez más se celebra en la mayoría de las casas de esta ciudad una de las tradiciones más antiguas de Occidente y Latinoamérica: el nacimiento de Jesús. En nuestra ciudad los pesebres están por todas partes y cada vez el nivel de perfección en la manera de elaborar estos pequeños escenarios se supera.

Torres en la vieja ciudad (Medellín, Colombia)

Cualquiera podría confundirse con este cielo despejado de edificios, aunque gris y cargado de nubes; pensar tal vez que esta fotografía fue tomada en uno de esos pueblos antioqueños donde todavía las torres de las iglesias dominan el panorama urbano. O dejarse llevar por la imaginación y creer que se ha asomado a una ventana para ver los techos de Praga, Budapest o porque no del París clásico que se ve en las películas.
Pero no, es uno de esos ángulos que tiene esta ciudad y que le permiten al observador recrear la vista que debieron tener los habitantes de la época, cuando los edificios apenas si sobrepasaban la altura de los templos y la arquitectura estaba concebida a una escala más acorde con la estatura de la gente.
Vistas como esta son escasas, a diferencia de otras muchas ciudades ésta no tiene un sector antiguo propiamente dicho, apenas algunas cuadras seguidas donde predominan las casas viejas. Es como si de manera consciente sus habitantes hubieran decidido que lo antiguo y lo moderno debían convivir lado a lado, mientras se deciden a acabar con lo viejo en aras de unas conveniencias arquitectónicas o urbanísticas poco claras.
Mientras tanto, es posible encontrarse con imágenes así que parecen sacadas del cine o de los antiguos álbumes de fotografías.

Ya no hay vacantes (Medellín, Colombia)

A cuántos viajeros se les vendrá el mundo encima al llegar frente a este hotel y encontrarse con la infausta noticia de que ha cerrado. Esa casa que recibió a quienes decidieron aventurarse por estos parajes, por esta ciudad que para los turistas tiene el encanto de los lugares que no entregan sus secretos fácilmente, ha dejado de abrir sus puertas a los desconocidos.
Cuántos de esos andariegos supieron que este hotel fue en realidad una casa, donde alguna familia vivió la existencia lánguida de una pequeña ciudad latinoamericana en los cuarenta o los cincuenta y que despertó perezosamente en la década de los sesenta para desaparecer de este barrio en los ochenta y alejarse del bullicio y el desorden, que luchan por asentarse definitivamente en las urbes modernas.
Cuántos de esos viajeros se dejaron ganar por la curiosidad y averiguaron, tal vez, que los herederos de aquellas gentes fueron incapaces de sostener el tren de vida que exigía una casa como ésta, una de esas casas cuya arquitectura moldea hasta el carácter noble de sus habitantes.
Sin embargo, cuando se convirtió en hotel, algo de la antigua prosapia permaneció en los interiores redecorados con timidez para evocar un cierto esplendor de familia vieja.
Pero ahora el futuro es incierto, acaso las oficinas gubernamentales que se encargan de mantener las apariencias, hasta determinado punto, obliguen a los que manejarán su futuro a devolverle a la fachada su primera belleza. Pero, queda la duda, de si en su interior los destrozos ya sean irreversibles.
Mientras fue hotel estuvo a salvo del deterioro o de la demolición, ahora la esperanza es que aloje a una de esas empresas donde las oficinas se dividen con grandes paneles de cartón o de materiales indeterminados, pero que al fin y al cabo respetan ese aspecto de edificación antigua en las viejas casas que ocupan.
Claro que no deja de preocupar que mientras es más la gente que llega a la ciudad, buscando ese no se qué que en mayor o menor medida todos le encontramos, desaparezcan los viejos hoteles.

El arte de hacer pesebres (Medellín, Colombia)

Entre los innumerables pesebres que pululan en estos días por todas partes destacan, entre otros, esos que los profesionales en estas lides exponen en almacenes y centros comerciales.
Claro que a veces uno prefiere los que la gente arma con todo tipo de imágenes y materiales en los antejardines de las casas, en las esquinas o en los parques para que quien quiera se acerque a rezar la novena entre la algarabía de cascabeles hechos con tapas de botella, panderetas de plástico y los villancicos de toda la vida cantados con la claridad y el entusiasmo de los niños.
En esta época de luces y adornos, todavía las festividades se centran en esa pequeña puesta en escena, en ese revival, que en todo Colombia llamamos pesebre.

Medellín en blanco y negro