Una fachada en la carrera Girardot (Medellín, Colombia)

Una hermosa fachada, construida en la época en que este sector de la ciudad era habitado por esas familias numerosas, tan características de esta zona del país, da paso, en la actualidad, a una serie de edificios donde ni la estética ni la comodidad tienen cabida. Son sólo una sumatoria de salones dedicados a albergar estudiantes durante todo el día y parte de la noche. Es como si ningún arquitecto se hubiera tomado la tarea de distribuir el espacio interior que la vista de esta construcción promete.
Parece como si se hubiese querido, de alguna manera, negar las horas que debió pasar sobre la mesa de dibujo el creador del edificio original para lograr una edificación sobria y elegante.
La delicada factura de los maestros albañiles que todavía se puede apreciar incluso en el revoque de las paredes exteriores y en la calidad de los arcos de puertas y ventanas brilla por su ausencia, una vez que el visitante interesado franquea los portones de este lugar.
Pero al menos hay que agradecer a quienes tomaron la decisión de no demoler esta muestra de lo que fuera en otros tiempos la cara de la ciudad y mantener de cierta forma el ambiente que reina en los alrededores de la Plazuela San Ignacio.

El mercado de la calle (Medellín, Colombia)

Una imagen cotidiana en las mañanas de algunos barrios de la ciudad. La gente espera la llegada del camión que traerá verduras y frutas. En lugares ya conocidos por los habitantes del sector se forman estos pequeños mercados y las personas, sobre todo las mujeres, escogen allí con ese ojo crítico que da la experiencia los productos que mejor se acomoden a sus gustos culinarios.
Tal vez sea por la frescura o por el precio, lo cierto es que estas esquinas se ven atestadas de compradores. Una forma ágil de aprovisionarse a cielo abierto, que para muchos es más agradable que las tiendas o “revuelterías” como se las llama en este país.
Así deben nacer las tradiciones: costumbres que se repiten durante años y que de pronto se vuelven imprescindibles para la vida de las comunidades.

El expreso de las flores (Medellín, Colombia)

Tal vez en cualquier otra ciudad diferente a esta, llame la atención ver un carro cubierto de macetas llenas de flores, expuestas al público para ser vendidas.
Pero en esta ciudad no es raro ver esta imagen dada la gran pasión que sienten sus habitantes por la naturaleza.
No en vano ha sido conocida durante tantos años como la ciudad de la Eterna Primavera, no sólo por el suave clima que durante todo el año acompaña el valle donde se asienta, sino también por la profusión de plantas que se entremezclan con las obras humanas de las formas más originales, como en este caso donde se expone en abundancia el colorido de las flores.

Llamaradas (Medellín, Colombia)

Según dicen es gracias a la taxonomía de Carlos Linneo que este arbusto tiene como nombre crotón que en griego significa garrapata; al parecer porque sus semillas se parecen a este insecto. Pero en nuestra ciudad se le conoce como croto que seguramente no hace referencia a ninguna palabra conocida en español.
Debo confesar que nunca le he visto una semilla, ni siquiera recuerdo haber visto una de sus flores pero la denominación por la que se le conoce hace pensar en una planta exótica.
Lo que si se es que son innumerables los colores de sus hojas que a veces lo hacen ver como un árbol en llamas.
Habrá que agradecer por siempre a la naturaleza malaya por este hermoso regalo que campea, aunque no lo suficiente, en los jardines de nuestra ciudad.

Como una pintura de un ministro chino (Medellín, Colombia)

Una fotografía que evoca una de esas pinturas que aparecen en los biombos chinos, copias a su vez de los ejercicios pictóricos a los que debían dedicarse los ministros del imperio para demostrar su capacidad de gobernar.
Es como si en cualquier lugar del mundo pudieran verse imágenes que han despertado la sensibilidad del ser humano frente al espectáculo que ofrece diariamente la naturaleza.
En medio de la ciudad un guayacán florece y contrasta la profusión de flores con el verde intenso de las hojas que todavía no han caído para dar paso al amarillo absoluto de la florecida.

Bodegón (Medellín, Colombia)

De la época en que los artistas empezaron a pintar naturalezas muertas y bodegones han corrido muchos regueros de acuarela y se han producido muchos manchones de óleo, y sin embargo aun es posible encontrarse por ahí, en cualquier sala, una composición donde se utilizan unos objetos que tuvieron usos cotidianos sin ninguna relación entre sí, pero que además de la belleza con la que han sido revestidos por el pasar de los años remiten al observador a una época donde el tiempo se medía con otros parámetros.
El contraste entre texturas, colores y materiales le da a esta imagen una calidez especial.

Renovación del Hotel Nutibara (Medellín, Colombia)

Uno siente una gran satisfacción al ver los trabajos de renovación que se están llevando a cabo en el Hotel Nutibara, uno de los edificios emblemáticos de esta ciudad.
Es como si por fin hubiéramos entendido que la historia arquitectónica de la ciudad es también patrimonio de todos sus habitantes (los actuales y los futuros y hasta de los recién llegados).
Será que por fin estamos entendiendo que una ciudad innovadora no es únicamente aquella que se dedica a construir nuevos edificios de dudosa innovación arquitectónica, sino también aquella que es capaz de mirar al pasado con orgullo.
Felicitaciones para aquellos que decidieron conservar para la posteridad la belleza clásica y sin aspavientos del Hotel Nutibara; todo lo contrario a lo que hicieron en su momento los responsables de la ciudad con el edificio donde quedaba el Hotel Europa y el teatro Junín, por allá a comienzos de la década de los setenta.

Los jugadores del viento (Medellín, Colombia)

Cada tarde el vendedor pasaba con sus hélices de plástico y ellos, cada tarde, lo esperaban para oír la vibración del viento en sus oídos cuando el hombre las hacía silbar sobre sus cabezas y ellos imaginaban tal vez que algún avión de combate pasaba a baja altura poniendo a prueba su capacidad de enfrentar el peligro.
A veces parecía como si el aire fuera una disculpa para arrojarse al piso y experimentar la habilidad de la niñez para moverse a gran velocidad.
Después, de este pequeño ritual, el buhonero seguía su camino incesante alrededor del parque y los niños se alejaban en busca de nuevas situaciones en las que pudieran ejercitar su gran capacidad de imaginar aventuras.

Jardineras (Medelín, Colombia)

A la hora de reciclar no hay limitaciones. Convertir unos tanques de sanitarios viejos en macetas es una buena idea. Aunque al parecer el mantenimiento de las plantas que allí se sembraron no haya sido muy cuidadoso, uno no puede dejar de admirar la capacidad creativa de la gente.
Estas plantas languidecen en una tierra que no parece la más indicada, pero cabe la esperanza de que una mano caritativa se tome el trabajo de echarles un poco de abono y contrarrestar de alguna manera los cascotes y piedras de la demolición con la que parece fueron llenadas estas jardineras.
Mientras tanto ellas se aferrarán a la vida, así los transeúntes no les presten mayor atención.

Al sol (Medellín, Colombia)

Un barrio de la ciudad languidece al sol y la gente permanece a cubierto del fuerte calor que por estos días, a comienzos del año, calienta las calles.
La vida de las personas permanece en estado de hibernación parcial mientras llega la hora del almuerzo.
El movimiento de una calle normal parece haber desaparecido por cuenta del calor y de la época del año.
Una imagen de tranquilidad que no se asemeja a la corriente vital que anima las calles en los barrios. Es como un respiro que se toma la misma ciudad en su incesante movimiento diurno.
Al fondo, como siempre, las montañas tutelares cuidan de la urbe, impasibles, mientras ésta se entrega a un descanso aparente.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...