Mostrando entradas con la etiqueta ciudad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ciudad. Mostrar todas las entradas

Una esquina clásica I (Medellín, Colombia)

Uno se pregunta al observar esta esquina cómo es posible que esta casa haya resistido el paso de las décadas sin sucumbir a la demolición como ya lo han hecho tantas otras de los alrededores y de los barrios vecinos.
Ni siquiera puede decirse que el hecho obedece al cuidado minucioso con el que su fachada ha sido mantenida. El tiempo ha dejado su huella descascarando las múltiples capas de pintura y el gris, que siempre fue el color que caracterizó esta casa y muchas otras de su misma época, dejó de representar sobriedad; ahora se le asocia con la decadencia.
Los detalles florales de la fachada y los balcones permanecen inalterados y es posible admirar todavía la delicada factura de estos diseños de inspiración art decó, que en su momento debieron ser los obligados para todas las construcciones de este tipo.
Esta casa como tantas otras ha debido restaurarse hace mucho tiempo y pasar a formar parte del acerbo histórico y arquitectónico de la ciudad. Desafortunadamente muchas edificaciones como ésta se han dejado a su aire para que el tiempo y todos sus ayudantes realicen su trabajo impasible y devastador.
La variedad arquitectónica, que durante muchos años diera a la ciudad esa apariencia ecléctica que enriquecía los espacios y muy seguramente la mentalidad de sus habitantes, desaparece lentamente del paisaje urbano sin que nos demos cuenta de la pérdida que esto representa para la cultura y nuestra historia.

Azul para pintar perfiles (Medellín, Colombia)

Un sábado como cualquier otro las nubes se replegaron detrás de las montañas, como en cualquier otro día, y contra el cielo desnudo el color blanco de unos edificios y el tono oscuro de otros resaltaron con toda nitidez.
Sólo un cielo como este es capaz de perfilar la ciudad de esta manera. Es como si por algunos instantes el aire se vaciara y sólo quedara la silueta de la ciudad. Como en esos paisajes urbanos que se trazan en los comics donde los colores planos agregan impacto y dramatismo a los dibujos.
Al mirar este conjunto de construcciones que se dibuja perfectamente, uno tiende a engañarse pensando que la agitación que inunda las calles es mera fantasía y que la quietud evocada por estas paredes blancas, como los muros de esos lugares remotos donde va la gente para encontrar paz espiritual, es la realidad.

La cara expuesta (Medellín, Colombia)

La ciudad se mira a sí misma en esta exposición de fotografías donde algunas de las facetas de la gente, que la convierten en un lugar sui géneris, han sido capturadas por el objetivo de una cámara fotográfica.
Muchos de los que pasan por aquí apenas le echan una ojeada a las fotos que les muestran una realidad que creen conocer a fondo. Esa puede ser la razón de su indiferencia. Otros se quedan durante largo rato mirando las imágenes y leyendo los textos que las acompañan. Tal vez sienten curiosidad por saber cómo son esos puntos de vista distintos que se desarrollan sobre el lugar que habitan. Qué aspectos de lo que sucede en la ciudad han sido escogidos para enfatizarse por medio de una foto.
Al fondo la gente pasa haciendo caso omiso, como casi siempre, a esas manifestaciones silenciosas que detienen en el tiempo aquello que somos y que nos sentimos tan reacios a constatar.

Aspiradores de ruido (Medellín, Colombia)

No se sabe si estas inmensas piezas de metal son respiraderos del túnel por el que pasa una de las avenidas de la ciudad o si son en realidad un sofisticado sistema para filtrar y eliminar parte del ruido que aquí se produce.
Quizá gracias a estos inmensos anti bafles es posible, para quien quiera prestar atención, escuchar todavía entre el barullo cotidiano, la risa de un niño que visita el Centro por primera vez o la algarabía de los pericos cuando llegan a la plazuela Nutibara, en su recorrido incesante por los parques y calles donde encuentran árboles para camuflarse.
Aunque esos sonidos los oirán algunos iniciados únicamente. Aquellos que son capaces de escuchar el pulso de la vida moviéndose infinitamente por entre las calles. O los que pueden abstraerse del ruido de los carros, de los gritos desaforados de los vendedores de frutas y de cualquier mercancía que se exponga a la intemperie.
Quizá los beneficiados de este hipotético sistema de protección para disminuir el bullicio, sean esos que pueden oír el canto de un grillo o el suave movimiento de las alas de una mariposa o los que levantan de pronto la cabeza hacia el cielo para ver unas guacamayas que, mientras manchan de colores el aire, expresan con fuerza la maravilla de volar y de vivir.

Después (Medellín, Colombia)

Después de haber acompañado a su dueña durante las interminables caminatas por las calles de la ciudad; después de haber sido apretados con fuerza contra las costillas por temor a ser arrebatados por algún ladronzuelo inesperado; después de haber descansado en sillones, mesas o cualquier otro tipo de mueble doméstico; de haber sido guardados con maña en closets o armarios, un buen día su dueña decidió que ya estos bolsos no merecían sus cuidados; que nunca más volverían a llevar en su interior ese batiburillo de objetos inocuos mezclados al azar con otros de mayor importancia.
Tal vez fueron reemplazados por unos nuevos, traídos de la China seguramente o comprados en alguna boutique, de esas que venden las marcas de grandes diseñadores, a sabiendas de que fueron copiadas con minucia en los talleres de Itagüí o del “Hueco” pero cuya apariencia engaña al ojo desprevenido.
Pero eso no es todo. El rechazo a estos objetos ha sido tan definitivo que ni siquiera se hizo de manera discreta. A su antigua poseedora no se le ocurrió arrojarlos a la basura envueltos en una de esas bolsas de grandes almacenes que, con frecuencia, se convierten en sudarios donde piadosamente se empacan aquellas posesiones que ya no nos interesan o a las que el tiempo ha deteriorado tanto que se hace necesario deshacernos de ellas. No, este rechazo debía hacerse abiertamente, como si fuera obligatorio poner en la picota pública estos pobres objetos a los que ya no se les reconocía ningún derecho para ser útiles.
Aunque existe otra posibilidad, tal vez su dueña los regaló pensando que las manos que se estiraban solicitas para recibirlos los cuidarían como ella lo había hecho. Manos que después de revisar con detenimiento los pequeños bolsillos de su interior y de repasar con dedos expertos los forros en busca de algún billete o moneda valiosa perdida u olvidada, los arrojó con despecho para que fueran escarnecidos por la mirada curiosa y desnuda de cuanto transeúnte acertara a pasar cerca de este bote de basura.

Cerro El Volador (Medellín, Colombia)

Como un calvero en la mitad de un espeso bosque, se destaca a lo lejos el cerro que parece dormir placidamente en medio de la ciudad urbanizada.
Sus árboles y sus prados que otrora eran el pasto preferido de los incendiarios, son ahora como un oasis de silencio y aire fresco en el caos de sonidos y humaredas que asaltan la ciudad día a día.
En esta panorámica el cerro, que intenta difuminarse en el aire opaco de la ciudad, adopta los tonos azulosos de las montañas lejanas como si pretendiera alejarse de la intensa urbanización que lo constriñe, convirtiéndolo en un pequeño pulmón que respira con dificultad, pero que al fin y al cabo contribuye con mucho del oxígeno que necesita este valle para no morir asfixiado por la contaminación.

La calle de los bancos (Medellín, Colombia)

Este sector de la calle Colombia fue hace mucho tiempo la zona bancaria más importante de la ciudad.
La arquitectura de estos edificios nos remite a esa época donde los bancos eran monumentales, con sus fachadas de piedra, pisos de mármol y grandes puertas de bronce, algunas finamente trabajadas, que daban acceso al interior de estos santuarios del dinero.
Hoy los bancos no se concentran en un lugar específico de la ciudad. Y ahora esta calle, que es uno de los lugares más congestionados de la ciudad, recibe cada día una gran cantidad de gente que se mueve, por sus andenes y sus calles, con una urgencia que denota el ritmo ansioso con el que una ciudad marca a sus habitantes.

Los rostros anónimos de la ciudad (Medellín, Colombia)

En muchas culturas orientales perder la cara era como perder la vergüenza o la dignidad. Sin embargo en nuestras ciudades se pierde la cara cada vez que las personas obligan a sus facciones a permanecer inalteradas, sin expresión alguna.
Esa frialdad en las expresiones hace que se sienta con mayor fuerza la soledad de una ciudad, es como si la mayoría de la gente llevara cubierto el semblante con una máscara oscura que no deja que se transparenten hacia el exterior las emociones ni los sentimientos.
Se pierde la cara cada vez que una persona sale a la calle y nadie mira con detenimiento su rostro.
La ciudad que obliga a tantas personas a compartir constantemente sus espacios también impulsa a la gente a elaborar maneras para mantenerse anónima, para protegerse: adoptar actitudes neutras y olvidar casi de inmediato las facciones de quienes se cruzan en su camino son algunas de ellas.

El Centro (Medellín, Colombia)

Hace mucho tiempo El Centro, donde convergían todas las actividades importantes de la ciudad, se fragmentó en varios núcleos que se desplazaron a otros espacios de la capital.
Antes, cuando esta urbe era en realidad una villa, la gente encontraba en El Centro todos los sitios que podían tener relevancia para su vida. Ahora, sin importar desde cuál ángulo se observe, uno no deja de pensar en él como en una reliquia arqueológica, que tiene un espacio privilegiado en la memoria de quienes recorrieron las pocas calles que lo conformaban, en la búsqueda ciega que toda ciudad alienta en sus habitantes.
Este conjunto de calles y edificios todavía conserva su imponencia, así se le observe desde una terraza de uno de esos mismos edificios y la mirada se estire hasta el fondo, para perderse en las montañas azules que rodean el valle y que siempre se tendrán en cuenta cuando se trate de esta ciudad.

¿Dónde duermen las palomas? (Medellín, Colombia)

A medida que envejecen las ciudades, su geografía se va llenando de misterios que pocas veces llegan a resolverse. Unos, los de más trascendencia, tienen relación con los mitos fundacionales o con los dramas y tragedias que se han escenificado a lo largo de los años bajo sus techos, pero hay otros que están relacionados con asuntos tan triviales como saber, por ejemplo, dónde se acomodan para dormir las bandadas de palomas que se ven con profusión en las plazas y calles de esta ciudad en particular. Un asunto para el que todavía no parece haber respuesta.
Si se hiciera un inventario de las pocas casas de palomas que apenas se ven de vez en cuando en algunos parques, habría que llegar a una conclusión evidente: allí no pueden vivir todas, la cantidad de casas es irrisoria.
Además cualquiera estará de acuerdo en que los lugares frecuentados por estas aves no son precisamente un ejemplo de limpieza. Y las casas que se alcanzan a ver, como las de esta fotografía, están excesivamente limpias.
Así que la pregunta permanece: ¿dónde duermen las palomas?

La capital de la montaña (Medellín, Colombia)

Al sur oriente de la ciudad las montañas todavía se cubren con los bosques que otrora dominaban gran parte del terreno de esta capital, cuando apenas era una población de unos cuantos miles de habitantes.
Ahora esa vegetación que se ve a lo lejos se observa con recelo, la actitud con que se miran las especies en extinción. Aunque todavía permanece la esperanza de que las acciones que se tomen hoy y en el futuro impidan su desaparición.
Esta ciudad que con orgullo ostenta el título de Capital de la montaña, se da el lujo dudoso de ignorar las que la rodean. Los que vivimos aquí apenas si las miramos sin fijar los ojos en ellas, sin detenernos en los detalles y características que hacen que esta Villa sea única en el mundo.

La otra ciudad (Medellín, Colombia)

El juego libre de la luz y el vidrio sobre las superficies de los edificios, crea a veces unas imágenes tan reales, que al observador se le hace difícil saber cuáles son las verdaderas y cuáles son producto del reflejo.
Por eso cuando se observan las fachadas de estos edificios, que oscurecen las calles estrechas del centro de la ciudad, se ve siempre un panorama distinto, que depende tanto de la luz de ese momento, como del ángulo desde dónde se miran.
Los ambientes interiores que se alcanzan a vislumbrar detrás de los vidrios, adquieren a ratos esa atmósfera de los lugares que se ven en los sueños. Sitios de dimensiones indefinidas donde los espacios parecen transformarse constantemente en otros.
Un juego de reflejos con el que la ciudad parece expresar la necesidad de trastocar su geografía fija e inamovible e incitar a los seres humanos que la habitan a jugar con la verdad y la ilusión.
Tal vez la única manera de mantener la cordura, sea desatar las fantasías y creer durante algunos instantes en esa imaginería que la ciudad propone en complicidad con la luz única y sorprendente con que la naturaleza dotó este valle.

Los jardines colgantes (Medellín, Colombia)

Las canastas donde se siembran todo tipo de plantas, que desde siempre han adornados los balcones en los barrios de la ciudad, transforman algunas calles en verdaderos jardines aéreos.
No es extraño encontrarse en esta ciudad con un lugar como este donde se venden plantas ornamentales, de esas que derrochan color para consagrar otra vez la vocación de esta urbe como ciudad de las flores.
Las begonias y los “novios” de tan variado colorido, se combinan con toda la gama de plantas florales para convertir esos balcones en lugares donde la naturaleza se hace cargo de la decoración.

La ciudad de los tesoros (Medellín, Colombia)

Tal vez lo que convierte a una ciudad en un lugar cosmopolita del que todos los visitantes se enamoran, es su habilidad para evocar o dar cabida en sus rincones en cualquier momento o siempre, reminiscencias de otras ciudades del mundo. Al contemplar la imagen de este cielo incendiado cobijando los últimos minutos del día, uno se transporta a los lugares de los que hablan la poesía y las leyendas, como si pudiera ver los cielos que vio el poeta alejandrino o pudiera contemplar los atardeceres que admiraba Harún al-Rashid, el príncipe persa, desde su palacio en alguna ciudad inmortalizada en las mil y una noches.
Apenas si puede uno sustraerse a la emoción que produce un espectáculo como este, para recordar que palmeras y palacios son tal vez los elementos iniciales para empezar a contar una novela de misterios y prodigios, o para querer releer las historias de ciudades devoradas por el desierto, donde los tesoros que guardaban fueron la perdición de tantos aventureros.
Esta ciudad mantiene sus riquezas siempre a la vista, como esta combinación de colores y sombras de un atardecer cotidiano. Quizá sea esa la razón de que tantos viajeros se hayan fascinado con ella, sin llegar a definir con exactitud cuál de todos sus tesoros fue el que los sedujo definitivamente.

Panorama con neblina (Medellín, Colombia)

La ciudad de todos los días, la que se pega con la persistencia de las plantas aéreas a las lomas que rodean el valle, se desdibuja en algunas ocasiones más que en otras. Las distancias de siempre y la bruma que se intensifica a veces, contribuyen a marcar la retina con la imagen de un lugar donde los colores se funden a lo lejos en el mismo azul desteñido, que apenas sirve para mantener inalterada la silueta de las montañas.
Es como si lentamente a los ojos los dominara una fuerza extraña que se empeña en hacer desaparecer los lugares lejanos, los que no se pueden ver claramente, esperando tal vez que sólo se fije la mirada en los parajes familiares, pretendiendo crear así una falsa confianza en aquellos que nunca quieren moverse de los terrenos conocidos, esos terrenos que por vistos no dejan espacio a la ambigüedad y donde lo foráneo, aunque sean otras partes de la misma ciudad donde vivimos todos, se mira con suspicacia.

La hora de los autógrafos (Medellín, Colombia)

Después, o antes de las tensiones, de la sensación de triunfo o derrota están los momentos de tranquilidad para los deportistas, como estos donde las expectativas cambian de lugar, ahora es el público el que se siente inseguro. La gente se les acerca con timidez esperando que les regalen su firma, una parte de ellos que se quedará guardada en la ciudad entre cuadernos o en los cajones donde uno almacena los tesoros que va recolectando en la vida.
La mirada de estos jóvenes se fija con detenimiento, tratando de descifrar los signos claros o enrevesados de las firmas, que los atletas estampan en cualquier papel que se tenía a la mano y que les entregan presurosamente.
Quizá no se vuelvan a ver pero entre ellos, los visitantes, y los dueños de esta ciudad se ha establecido un lazo que no se va romper nunca.

Naranja al cubo (Medellín, Colombia)

No es necesario tener un ojo entrenado en la búsqueda de ángulos originales o de combinaciones novedosas, para hallar en cualquier rincón de la ciudad imágenes tan sugestivas como ésta.
Los tubos de color naranja que parecen perderse en el infinito armonizan con el adobe gris e impersonal de esta construcción, enriqueciendo su color y convirtiendo la ausencia de calidez del edificio en una condición necesaria para el impacto que causa esta mezcla de metal y cemento. El edificio de tendencias cúbicas que carece de cualquier pretensión decorativa, se enriquece sin embargo con la repetición del módulo metálico del cercado.
A veces parece como si el azar le permitiera a los portadores de una cámara fotográfica, toparse de pronto con lugares como éste que para quienes viven a su alrededor han adquirido, con el tiempo, ese velo de cotidianidad que los fue despojando de la admiración que pudieron causar al principio.

Un baño a las once en punto (Medellín, Colombia)

Entre los miles de palomas que trazan sus caminos en el aire o en los andenes y plazas de la ciudad, éstas han decidido tomar un baño cada día, a la misma hora.
A las once, con la minuciosidad neurótica con que se mueven por todas partes, se presentan al lugar donde unos chorros danzan incesantemente, como si las moléculas de agua quisieran montarse unas sobre otras para alcanzar mayores alturas.
Las palomas, invisibles para la mayoría de las personas que viven en una ciudad, se mueven por rutas idénticas día a día; recorren los mismos caminos pisoteados por la gente que apenas si las mira, vuelan entre las mismas azoteas y saledizos que enmarcan su mundo. Para ellas la ciudad tiene una geografía distinta a la de nosotros, con lugares mágicos donde a determinadas horas aparece un ser indefinido que les arroja maíz o como este lugar, donde en ciertos momentos del día surgen de la tierra los refrescantes surtidores de agua.
El objetivo de la cámara paralizó sus cuerpos, de la misma manera que detuvo el movimiento fluido e interminable del agua. Esos chorros que se retuercen con la misma intensidad con que las palomas mueven sus cabezas desconfiadas.

La mirada de los pájaros (Medellín, Colombia)

Cuando uno recorre los barrios de esta ciudad, adheridos a las montañas tiene, a cada momento, la perspectiva de los pájaros.
Y aunque a veces la mirada se cansa de ver las edificaciones como si fueran las fichas de uno de esos juegos para construir objetos, a veces resalta como una joya, un lugar distinto. Como esta terraza a la que un artista tomó la decisión de convertir en un lienzo de concreto. Un artista a quien le pareció más importante mostrarle su obra a los que dejan vagar su mirada desde las alturas, que a los que caminan por las calles, con el alma encerrada por los muros, con los ojos pegados al suelo, sin levantar la cabeza para contemplar las fachadas de las casas. Tal vez por eso la figura que se ve con más claridad es la de un pájaro que flota.
La sensación de vida que transmite el abigarramiento de colores entre la monotonía de los adobes y el gris de los techos del lugar, capta la mirada de inmediato. El contraste con la otra terraza es evidente, ésta parece una copia de la superficie de un planeta deshabitado, mientras que la otra tiene todo la fuerza y el movimiento de un lugar en el trópico.

Claroscuro (Medellín, Colombia)

Es innegable que esta ventana compite con el paisaje que se puede ver a través de ella. La ciudad se extiende lánguidamente por las laderas hasta difuminarse por completo en la bruma de la mañana, pero eso al observador le pasa casi desapercibido porque su mirada se ha quedado detenida en la hermosa composición de tubos, que como fuertes trazos de tinta, se entretejen dándole a la luz una calidad que recuerda los cuadros de Rembrandt o de los pintores tremendistas españoles donde la luz aparece, no para develar la realidad sino para agregarle misterio y dramatismo a lo que se representa. Nada más adecuado para una biblioteca donde por principio se pueden rastrear todas las respuestas, todas las aventuras o todos los enigmas.
No parece una ventana para ver al otro lado, sino para mirar hacia adentro. Las imágenes que se perciben al fondo sólo sirven para resaltar la necesidad que se tiene de buscar la luz no sólo en el exterior.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...