Esas panorámicas de la ciudad que se escabullen por entre las casas y los alambres de la energía eléctrica son las que acompañan a diario a la mayoría de sus habitantes: la ciudad que en los momentos de aire transparente, después de un aguacero, se ve tan cercana; la ciudad inasible que se interna por entre los recovecos que forman las montañas que la rodean.
Esa ciudad es la nuestra, la de los edificios modernos pero también la de las casas que de manera inverosímil se aferran a las laderas desafiando las leyes de la lógica y la gravedad. Esas casas que se inclinan o se sostienen verticales e impertérritas, como si se asomaran ellas también para mirar el espejismo de El Centro y sus alrededores, iluminado a veces por el sol como si fuera un reflector que resaltara una joya o una obra de arte en un museo.