Panoramas cotidianos (Medellín, Colombia)

Esas panorámicas de la ciudad que se escabullen por entre las casas y los alambres de la energía eléctrica son las que acompañan a diario a la mayoría de sus habitantes: la ciudad que en los momentos de aire transparente, después de un aguacero, se ve tan cercana; la ciudad inasible que se interna por entre los recovecos que forman las montañas que la rodean.
Esa ciudad es la nuestra, la de los edificios modernos pero también la de las casas que de manera inverosímil se aferran a las laderas desafiando las leyes de la lógica y la gravedad. Esas casas que se inclinan o se sostienen verticales e impertérritas, como si se asomaran ellas también para mirar el espejismo de El Centro y sus alrededores, iluminado a veces por el sol como si fuera un reflector que resaltara una joya o una obra de arte en un museo.

Naturaleza en bajorrelieve (Medellín, Colombia)

Acaso este rastro llegue a ser el único testigo de la existencia de un objeto tan efímero y sin embargo tan perenne como la hoja de una planta.
Quizá la voluntad de un artesano decidió dejar para la posteridad, en el piso de cualquier construcción, la evidencia de su amor por la poderosa imagen gráfica de las plantas.
Aunque como siempre sucede con los hechos de los que desconocemos sus orígenes, caben muchas hipótesis para explicarlos.
Es factible que este pedazo de concreto sea en realidad una roca milenaria petrificada por circunstancias incomprensibles para los legos, una piedra de esas donde una planta que quizá se haya extinguido dejó constancia de su paso por la superficie del planeta.
Cualquier posibilidad tiene validez en esta ciudad donde se combinan sin saberlo los fenómenos y los objetos más disímiles, confundiendo la atención de quienes quieren verla como un fenómeno coherente y racional.
En una ciudad tan latinoamericana como ésta todo es posible, hasta que las baldosas de un hotel sean verdaderos fósiles de inmenso valor para la historia del planeta y que para el común de la gente sean simples objetos de concreto.

La esquina del movimiento (Medellín, Colombia)

Las esquinas de esta ciudad tienen su magia, es como si los comerciantes hubieran analizado que para mucha gente son algo más que un elemento de la arquitectura. En una esquina se puede definir una vida.
Siempre están planteando la terrible pregunta, seguir o no seguir, voltear o continuar hacia el frente, girar a la derecha o a la izquierda. Y mientras a uno lo invade la duda los colores y el movimiento de estos locales te pueden atrapar en su remolino incesante.
Hay de esquinas a esquinas, pero ésta es una de las tantas donde el color y su misma vocación están llamando constantemente a los transeúntes para que se integren en su actividad de todos los días. Este sitio, como otros tantos en la ciudad, es el depositario de ese montón de esperanzas de detener el tiempo y proteger la vida del olvido, al fin y al cabo esa es la función que le hemos asignado las personas comunes y corrientes a las fotografías.
Este lugar por donde pasan a diario miles de personas es uno de esos que se pueden encontrar en cualquier parte del centro o de cualquier barrio de la ciudad y siempre con las mismas características: los colores intensos en la fachada y la misma aglomeración de gente ansiosa esperando ser atendida en el negocio de turno.

Los opuestos se combinan (Medellín, Colombia)

En cualquier momento la naturaleza y las siluetas de los edificios se combinan para formar composiciones que sorprenden por su equilibrio gráfico, pero que remiten al observador a la eterna relación entre los opuestos que rige el universo: la naturaleza y los edificios, las nubes que cubren parte del fondo y el aparente vacío del azul del cielo.
Es como si de esta manera, casual en apariencia, la ciudad proclamara que no quiere desprenderse de ese amor a la naturaleza que históricamente la ha caracterizado a pesar de los raids que, con cierta frecuencia, desatan sobre la ciudad algunos urbanistas desaprensivos, por decir lo menos, que se empeñan en cambiar los paradigmas de una ciudad amigable con ese verde que la rodea por todas partes y que impregna casi todas sus imágenes.

Palabras al aire (Medellín, Colombia)

Quién sabe cuántas palabras o párrafos y hasta historias completas se escaparán de un libro cuando, por accidente, sus hojas se entreabren.
Y si por casualidad son varios los que dejan expuestas sus hojas a las corrientes de aire, no resultará extraño entonces que las voces grabadas en sus superficies se entremezclen en agradable disonancia o en un diálogo que ni siquiera el más imaginativo o avezado escritor pudo prever jamás.
Una conversación entre libros debe ser uno de los acontecimientos más fascinantes para quien pueda escucharla; la de historias nuevas que aparecerán, la de giros idiomáticos que ningún oído humano ha escuchado nunca y que tal vez pasen décadas sin que los escritores lleguen a descubrirlos; hasta que sea necesario contar una nueva historia o relatar esas viejas leyendas de una manera novedosa e impactante.
De todas formas, siempre se ha sospechado que los libros se pasan informaciones a espaldas de los lectores, lo que nadie sabe es a dónde van esas nuevas ideas. Tal vez se dirigen a ese mundo de la fantasía de donde surgen constantemente los relatos infantiles.

Cristal líquido (Medellín, Colombia)

Uno de los aspectos más bellos del agua es su fluidez, de hecho gracias a esa característica es que se pueden crear obras de arte inigualables, aunque efímeras, como estas canastas que parecen de vidrio.
Se le hace a uno difícil creer que estas formas aparentemente caprichosas del agua al caer, sean el resultado de un dispositivo circular que le da “forma” al líquido.
Sería más emocionante imaginar a uno de esos incomparables maestros vidrieros de la antigua Venecia, abandonando de noche y subrepticiamente la famosa isla de Murano, por allá en los mil doscientos, para encontrar refugio en el mundo de la fantasía y las leyendas, donde se han fabricado todas esas joyas que a veces aparecen en los cuentos y en las novelas, y dedicarse allí a imprimir a estas pequeñas fuentes esa calidad de cristal, casi imposible de copiar en estos días donde los diseños simples al extremo dominan en casi todos los ámbitos.

A la venta (Medellín, Colombia)

No es raro encontrarse en esta ciudad con comercios como éste. Para sus habitantes los viveros son lugares tan familiares como las ventas de artesanías.
Allí es posible dar rienda suelta a esa fascinación que ejercen las flores y las plantas ornamentales en la población de esta ciudad y de sus alrededores, como si la vocación de urbe estuviera combinada, de una manera poco convencional, con la necesidad de mantener la naturaleza siempre presente.
No sólo los jardines públicos dan cabida a una gran variedad de plantas, también los jardines privados, los patios interiores y los balcones dan albergue a todas esas plantas que florecen de forma constante o que refrescan el ambiente y la vista con su innumerable variedad de verdes.
Así se ven expuestas para la venta en todos los viveros de la ciudad y en los municipios vecinos.

Nada es verdad ni es mentira (Medellín, Colombia)

Cuando uno repasa con los ojos las fachadas de la ciudad, quizá el fenómeno más llamativo, aunque común, es el de la realidad copiada muchas veces en los vidrios de los edificios.
Pero también es factible encontrar imágenes inquietantes alimentando la duda que a veces las ciudades instilan en nuestra mente.
¿Qué es real y qué no lo es en el panorama que vemos pasar a gran velocidad?
Desde hace muchos siglos los artistas aprendieron a engañar los ojos del espectador mediante trucos de diversa índole, desde los cuadros renacentistas donde un personaje parece irrumpir en este lado del universo, hasta los murales que repiten con minuciosidad los detalles de la arquitectura permitiéndole al observador adentrarse en lugares que no existen.
Los ejemplos de esta particular experiencia artística son pocos en la ciudad y no tienen la espectacularidad de las obras que John Pugh ha pintado en Honolulu o Richard Haas en Chicago o New York, sin embargo cumplen la función principal de tergiversar lo que se ve, de hacerle creer al transeúnte que los muros percibidos se abren a otros lugares; o crear en él el deseo de conocer otros espacios apenas sugeridos o vislumbrados a través de ventanas y puertas que no existen.
Nada es verdad o es mentira en las obras del trompe’ loeil y tal vez por eso la mirada casi siempre se queda con la duda.

Los que van, los que vienen y los que se quedan (Medellín, Colombia)

La gente que camina por la ciudad va y viene por las calles y los parques sin tener en cuenta la red de hilos invisibles que crean sus pasos. Algunas veces se detienen y junto con otros, que deciden hacerlo en el mismo momento, forman aglomeraciones que tal vez tengan la misma causa o que quizá sólo obedezcan a la casualidad.
De forma simultánea y por las razones más anodinas o sin causa aparente se forman esos grupos que fijan su atención en determinado punto de la ciudad y de la misma forma se deshacen para congregarse de nuevo por algún otro suceso o deciden de pronto continuar con el camino que siguen sus vidas o las de los demás.
La atención va y viene como los pasos de la gente, que parece moverse de un lado para otro tal vez con la esperanza de que la ciudad en cualquier momento se convierta en espectáculo: uno de esos performance que a veces hacen los artistas para sacar a los individuos de su ensimismamiento.

Luz (Medellín, Colombia)

En esta ciudad la luz del día puede llegar a ser tan intensa que parece deshacer el concreto o la piedra con los que han sido construidos muchos de sus edificios.
Como en este caso donde hasta los vidrios parecen absorber, en vez de reflejar, la luz que los ilumina; es como si toda la edificación se entregara a la fuerza inapelable del resplandor del cielo.
Pero, esa misma luz que parece destruir es la encargada de mantener el verde característico de las palmeras y el resto de la vegetación que se encuentra por toda la ciudad.
Un ejemplo de las paradojas de este planeta: las fuerzas que destruyen son, simultáneamente, las mismas que impulsan la vida.

La marcha de los lemmings (Medellín, Colombia)

Esta imagen me recuerda esa vieja historia europea que describe la marcha de miles de roedores, los lemmings, dirigiéndose ciegamente hacia un lugar indeterminado, con una decisión tan inquebrantable que ni siquiera los ríos descomunales de la taiga les detienen.
Las calles de esta ciudad parecen a veces atestadas de unas criaturas tan ciegas y tan decididas como aquellas; desplazándose todas en la misma dirección, empujándose unas a otras con la única finalidad de avanzar, no importa hacia dónde, ni qué medios emplear para llegar primero.
Como si la verdadera necesidad fuera adelantársele a los demás. Al final, tal vez, les espere algún precipicio como única recompensa, pero eso para el observador no es más que una promesa indefinida; para él ese movimiento lento, desesperante sólo le indica que los instintos salvajes todavía no han sido contenidos aún por las normas citadinas, que paradójicamente se encargan de sacar a la superficie, con cualquier pretexto, el lado más atávico de sus habitantes.

Coartada para el reciclaje (Medellín, Colombia)

Verdaderamente hay algo en esta ciudad que impulsa a sus habitantes a sembrar plantas en cualquier lugar, así sea en canecas de plástico como éstas que debieron contener en sus orígenes los elementos más tóxicos y que ahora, gracias a la iniciativa de algún jardinero amateur albergan unas cuantas plantas.
En realidad todavía no son las más frondosas (les falta mucho para aclimatarse del todo), pero esta propuesta para contrarrestar la imagen árida de algunos rincones urbanos tiene su validez.
Le recuerdan a uno esos patios donde todavía la gente siembra matas en vasijas de todo tipo, desde las tazas de loza o de peltre rotas hasta ollas que de tanto haber sido repasadas por la esponja de brillo lucen orgullosas sendos agujeros.
En este edificio donde el barro cocido campea, hacía falta un poco de verde, así sea que intente medrar en jardineras poco convencionales.

Púrpura espesura (Medellín, Colombia)

Será que a todas las ciudades les sucede lo que le pasa a esta urbe donde es posible encontrar los paisajes más inusuales, tanto que en ocasiones le hacen creer a la gente que está en otro sitio, o al menos le hacen evocar esos lugares de los que hablan las novelas o los cuentos o esos que se ven en las películas y que remiten a mundos diferentes o a países tan remotos que es difícil poder viajar hasta ellos.
Es el caso de estas plantas: al verlas uno piensa en esos bosques de árboles gigantes, de colores o de formas extrañas, por donde héroes de todas las épocas han trasegado en busca de tesoros o con la finalidad de rescatar algún cautivo.
En esta ciudad, donde las plantas y las flores han sentado sus reales disputando al cemento y al asfalto el dominio del territorio aparecen, en las avenidas o en los parques, plantas de colores tan extraños que parecen desafiar al ojo del observador e impulsarlo, sin que este se dé cuenta, a imaginar que cruza por un lugar inexplorado.

Junín (Medellín, Colombia)

A la sombra de las palmeras y del edificio Coltejer la gente se pasea por Junín.
No importa de dónde vengan o cuánto tiempo lleven viviendo aquí, tarde o temprano “todo el mundo” llega a Junín para caminar por estas tres cuadras de restaurantes y almacenes, que hacen parte de uno de los recorridos más tradicionales en esta ciudad.
A veces, para quienes vivimos aquí, este recorrido se vuelve tan cotidiano que las vitrinas y los edificios y hasta la gente dejan de mirarse con el asombro de la primera vez, pero siempre, aunque uno pase por allí muchas veces, la magia de esta calle emblemática permanece. Es como si durante las muchas décadas que la gente ha caminado por allí, hubiese impregnado esta calle de esa magia que tienen los lugares donde las personas de todas partes sienten que algo de ellas se les queda o como si inconscientemente dejaran algo de si a propósito para tener la disculpa de volver.
Junín es uno de esos sitios que tienen todas las ciudades donde nadie se siente ajeno a la tierra que pisa, uno de esos lugares que aunque resulten extraños o exóticos para algunos, no dejan de hacer sentir a los visitantes que, de alguna manera, también les pertenece.

Viviendo el color (Medellín, Colombia)

Nunca sobra un toque de color en la arquitectura de las ciudades modernas que casi siempre tienden a la monotonía. Sobre todo esos edificios de apartamentos que pululan últimamente en algunos barrios de la ciudad y donde sólo se enfatiza en la funcionalidad del espacio.
Una imagen como ésta le hace pensar a uno en esas construcciones que levantan los niños con todo tipo de materiales, resultando a veces propuestas verdaderamente interesantes.
Aquí el color rojo, el ocre y el gris se combinaron sabiamente para conformar un diseño simple e impactante.
Otra vez las edificaciones que vemos todos los días, o casi siempre, nos dan la sorpresa cuando los miramos como objetos de diseño y no como soluciones de vivienda, nada más.

La ciudad reflejada (Medellín, Colombia)

La ciudad se copia a sí misma en este ojo de agua artificial y en las fotografías adheridas al muro. Fotografías que se abren como ventanas en lugares específicos y donde han quedado plasmadas, a través del objetivo, unas imágenes parciales de la ciudad.
A las personas que caminaban al lado de esta pared los ojos se les iban hacia las fotos, tratando de identificar los lugares retratados, pero no se daban cuenta de que ellas mismas eran reproducidas con fidelidad casi absoluta en la superficie del agua que apenas se rizaba un poco, como para no engañar del todo al ojo que de pronto estuviera observando sus maniobras.
Uno no sabe adónde van esas imágenes que se roban los espejos de agua o tal vez no van a ninguna parte, quizá se queden en la superficie como la mayoría de las acciones que se ejecutan sin pensar en ellas. Como las palabras que se pronuncian mecánicamente o las acciones cotidianas que el cuerpo realiza sin el concurso de la voluntad. O como esas fotografías que encasillan las ciudades convirtiéndolas en panoramas huecos que no dicen nada.

La magia de la repetición (Medellín, Colombia)

En uno de esos jardines públicos de la ciudad unas pencas repiten sus formas hasta el infinito según parece y su bien organizada presentación evoca un desfile.
Uno cree que de pronto va a comenzar la música que escribió Paul Dukas para el aprendiz de brujo, dándoles la entrada para la marcha. Como si de pronto la naturaleza, sin mediar ceremonias, les diera permiso a estas plantas para llevar a cabo un recorrido hacia ninguna parte, que es hacia donde se dirigen en un principio quienes nunca han caminado.
Lo harían siempre en la misma dirección como esos bancos de peces que muestran en los documentales marinos, girando con coordinación extrema ante cualquier obstáculo o debido a alguna razón imperceptible para nosotros, simples seres humanos de sentidos atrofiados por la manía de pensar.
En realidad estas pencas que nunca se han desplazado del lugar donde fueron plantadas y no han pensado hacerlo, al menos en el inmediato futuro, lo único que mueven es la imaginación de algún observador desocupado.
Aunque... pensándolo bien quién nos puede asegurar que no lo han hecho de una manera tan sutil o en momentos tan desusados que no hay testigos que las delaten. Nadie sabe… nadie sabe…

Calle abajo (Medellín, Colombia)

Esas calles que se pegan a las lomas con dificultad, que se pierden en una curva o bajo los árboles han sido trasegadas infinidad de veces y son como el agua que fluye y corre irregularmente por entre las casas.
Por una de esas calles dos amigos se dejan arrastrar por la conversación y por la inercia del movimiento que impulsa sus cuerpos hacia abajo, entregados a uno de esos placeres sencillos que todavía perviven en la ciudad: hablar por hablar o para dilucidar cualquier idea o simplemente para escuchar la propia voz y saberse vivo y acompañado.
Aunque no siempre son las palabras las que importan, también el silencio tiene su papel, siendo a veces mucho más valioso que el sonido.
Al fondo las montañas, como el perpetuo telón de todo cuanto pasa en la ciudad, esperan el día que ojalá esté lejano o nunca llegue, en que su propia superficie estará atravesada también por el asfalto, que en ocasiones recuerda vívidamente la forma y la textura de las cicatrices.

Prohibiciones (Medellín, Colombia)

Las ciudades, que históricamente han dado cobijo a todos los ensayos y a todos los soñadores, que se abren gozosas a todo lo nuevo y a todas las posibilidades de la civilización, se dejan llevar también por el prurito de la norma.
Cientos de avisos les dicen a sus habitantes qué hacer y cómo vivir, llegando a veces a los extremos.
Este vagón que recorrió las carrileras de Antioquia llevando y trayendo sueños, terminó anclado en un rincón donde hasta se le prohíbe soñar con el viento y con la lluvia que azotaba sus ventanas, mientras que las miradas ansiosas de los pasajeros se bebían el panorama en cada viaje. Tal vez sus paredes todavía estén impregnadas con las esperanzas de los afortunados que viajaron en su interior.
Ahora que se ha detenido para siempre, nadie puede viajar en él, como si para viajar hubiera que moverse en el espacio, como si para viajar uno necesitara desplazarse de un lugar a otro. Tal vez los que se apropiaron de este vagón no saben que para la imaginación no hay lugares prohibidos para viajar y que ésta no reconoce exclusiones de ningún género.

Una flor inquietante (Medellín, Colombia)

La apariencia de esta flor no sugiere delicadeza como casi siempre sucede con las flores que se ven en la ciudad o en cualquier otro lugar.
Es más, la primera impresión que uno tiene es que debe ser una de esas flores carnívoras de las que aparecen en la ciencia ficción.
Será tal vez porque cuando uno la mira no deja de encontrarle un parecido inquietante con Audrey Jr., la planta carnívora de La pequeña tienda de los horrores, esa película donde una planta obliga al protagonista a conseguirle comida constantemente (seres humanos) y que crece en forma tan desmesurada que termina por devorarlo también a él.
Hasta cree uno que en cualquier momento va a escuchar el susurro exigente de la planta: feed me, feed me…
Afortunadamente para nosotros esta flor no es gigantesca ni tampoco carnívora, apenas es otra de las manifestaciones vegetales de la naturaleza tropical que al parecer tiene tanta imaginación para combinar formas y colores como los mismos seres humanos.

Un balcón en La Oriental (Medellín, Colombia)

Un lugar desde donde se puede ver pasar la vida acelerada de esta ciudad. Ver como los carros y la gente se dirigen con prisa hacia destinos desconocidos, ajenos a la imagen que adquieren las cosas después de un aguacero. Acaba de pasar y todavía el pavimento tiene este tono gris brillante como si la superficie hubiera sido barnizada. Pero nadie se fija en ello.
Desde este balcón, a esta hora, hasta el fárrago de la avenida adquiere cierta calidad de fenómeno atractivo, como si por un momento el vidrio y las gotas de agua, que no quieren evaporarse, nos hubieran convertido en turistas de nuestro propio entorno.
Ese vidrio húmedo parece que nos hubiera provisto de la distancia tan necesaria, casi siempre, para contemplar la realidad que nos rodea con un poco de objetividad, con menos apasionamiento.

Reflejos (Medellín, Colombia)

Mientras me dejaba llevar por la tranquilidad de este lugar salieron de repente a la superficie las tortugas, sin preámbulos ni alharacas como siempre; con curiosidad tal vez o sencillamente a tomar algo del sol de la mañana.
Este lago, que al decir de los que lo conocieron en el pasado, era mucho más grande, alberga ahora una fauna limitada: unos cuantos peces, las tortugas y los patos que al parecer no permanecen mucho tiempo en él, pues se la pasan atosigando a los turistas y a los paseantes desprevenidos.
Los reflejos de la vegetación, que le dan ese aire de lugar sereno y apacible, se ven removidos de vez en cuando por el nado suave de los peces y los brillos que la caparazón de las tortugas le arranca al sol.
A veces parecen reliquias de piedra, arrojadas allí por hombres de tribus ya desaparecidas pero que continuarían existiendo a través de sus creencias.
Sin embargo los ídolos se mueven y lo hacen al compás de ese reloj lento y milenario que rige sus vidas, tan distinto al que rige las nuestras, de ritmo acelerado.
No son figuras pétreas abandonadas en el agua, son seres vivos cuyas existencias alteran, aunque sea imperceptiblemente, los reflejos de la superficie.

Volvió el azul (Medellín, Colombia)

Después de varias semanas de lluvias volvió a verse azul el cielo.
Se deslizó hasta por entre los edificios para recordarnos que ahí estaba el sol de nuevo.
Aunque tratamos de convencernos a veces de que este azul es eterno, las nubes se resienten del amor que esta ciudad le tiene al sol y se deslizan por el cielo, de manera violenta en ocasiones, y le hacen creer a uno que nunca desaparecerán.
Sin embargo la lluvia pertinaz que golpea con fuerza, con la levedad de una pluma o con la insistencia de un alfiler se encarga de lavar la atmósfera y cuando desaparece, es como si todas las cosas hubiesen renovado sus colores, como este azul, tan prístino que parece el primer azul que contempló la tierra.
Nunca se sabe cuándo volverán las nubes bajas y opresivas, lo que sí es cierto es que con cualquier luz, esta ciudad no deja nunca de sorprender al observador.

Composición y diseño (Medellín, Colombia)

La naturaleza se solaza con facilidad en los juegos de formas y colores. Sobre todo las plantas.
Para los seres humanos en cambio llegar a dominar esta habilidad requiere de largos estudios de diseño o de pintura. Aprender a determinar las relaciones más convenientes entre el volumen, las texturas y el color no es nada fácil.
La naturaleza que tiene una experiencia medible en millones de años, ya conoce todos los trucos para hacer que las plantas que han evolucionado bajo su tutela encuentren siempre las combinaciones más acertadas.
Nosotros, apenas si logramos acercarnos al equilibrio que es capaz de establecerse entre las hojas y las flores de una misma planta; ni que decir de esas maravillosas imágenes que aparecen ante nuestros ojos y que son el producto, de la combinación, de diversas plantas de la misma familia o de especies diferentes y que uno cree formadas al azar.

Lugares imposibles (Medellín, Colombia)

Quizá sea éste uno de esos puertos espaciales que tanto conocemos gracias al cine, uno de esos donde llegan las naves intergalácticas que viajan a velocidades imposibles de imaginar para un mortal común y corriente. O será en realidad un portal que comunica mundos paralelos; o la salida de uno de los gusanos que atraviesan el universo por donde les es permitido a los viajeros adentrarse en los confines del tiempo y el espacio.
Cualquier opción es probable, incluso hasta las que nadie se ha atrevido a imaginar todavía.
Lo cierto es que este edificio que se levanta en una esquina de la ciudad, se deja ver en esta imagen aséptica y futurista como un lugar casi desconectado de su entorno. Tal vez la única posibilidad de conexión con el mundo de todos los días en esta ciudad, y que el ojo descubre de inmediato, sea la silueta de un pequeño buitre que vuela en círculos dejándose llevar hacia las alturas, como siempre, por una corriente de aire cálido.

Medellín en blanco y negro