La huella de la naturaleza (Medellín, Colombia)

No es usual encontrar la oportunidad de fotografiar esas imágenes que a veces lo impactan a uno por su belleza o porque no se las puede contemplar con facilidad en las rutas que se siguen regularmente en los laberintos rutinarios de una ciudad.
Estas hojas que parecen reflejar en su superficie la impresión de un mapa de las regiones montañosas y profusamente parceladas de Antioquia, sólo se ven en esos bosques que todavía quedan por ahí entre ciudad y ciudad. Sin embargo no es más que la huella con que la naturaleza ha marcado esta planta.
En ella pueden verse con detalle las formas aparentemente caprichosas que adoptan algunas plantas para recibir la luz en sus hojas. O para resistir sin claudicar las inclemencias del clima.

Una silleta emblemática (Medellín, Colombia)

Quizá una de las imágenes más fotografiadas, por aquellos que visitan el Parque Arví, son estos jardines plataforma cuyo diseño se basó obviamente en las silletas que representan como ningún otro objeto la vocación floral de esta ciudad.
El desfile de silleteros, evento emblemático, inspiró a los arquitectos para darle una solución bastante audaz a las terrazas que cubren los restaurantes y locales que se encuentra uno mientras recorre este parque.
Una manera ingeniosa de intervenir el paisaje, respetando la conformación natural del terreno, además de realzar la belleza del lugar con una gran variedad de plantas nativas.

Una medusa en el cielo (Medellín, Colombia)

Cuando uno cree que ya nada lo sorprenderá en esta ciudad, que lo único que le falta es encontrar la oportunidad de fotografiarlo, se aparece en medio del cielo una imagen nunca vista, como ésta que no se puede comparar más que con una medusa gigante, detenida por algún azar sobre uno de los lugares más interesantes de la ciudad: el Parque Arví.
Aunque apenas está abriendo sus puertas a todo aquel que quiera maravillarse con la naturaleza y recargar sus pulmones con verdadero oxígeno, ya se perfila como uno de los atractivos más importantes en una ciudad que además de asfalto y concreto ofrece ya un parque donde fácilmente se olvidan las multitudes y las aglomeraciones de todo tipo.

Tormentas a las seis (Medellín, Colombia)

Uno de esos cielos que parecen presagiar tormentas se cierne, cargado de nubes, sobre el centro.
Se imagina uno esos nubarrones cabalgando el viento a gran velocidad para tomar posición sobre la ciudad, preparándose para la siguiente tormenta como en los cielos de las películas de piratas o los que aparecen en las novelas del siglo XIX, donde los truenos acompañaban las invocaciones que mujeres desesperadas lanzaban al viento.
Sin embargo en esta ciudad un cielo así cubre un laberinto de casas y edificios donde, a esta hora, comienza a realizarse el rito milenario de los hogares: la reunión en torno a la luz para espantar la oscuridad que amenaza desde afuera.

Ciudad con árbol (Medellín, Colombia)

Un árbol solitario ha asumido la tarea de reforzar la vida con la que apenas cuatro personas intentan impregnar un rincón de la ciudad donde la ausencia de multitudes, tan características de las metrópolis, enfatiza la frialdad que pueden llegar a tener las construcciones humanas.
En el contraste entre árbol y arquitectura, siempre llevará las de ganar el árbol, aunque en las ciudades su importancia se vea reducida a un mero agente decorativo.

Al calor de la música (Medellín, Colombia)

Como para afirmar la calidez del aire de la tarde un grupo de músicos irrumpió en las conversaciones y entre el ruido habitual que siempre se produce, de una extraña manera, en un lugar donde hay mucha gente.
No se necesitaba nada más para dibujar sonrisas de aprobación en todos los rostros. Como si de alguna manera todos estuvieran necesitando rebajar un poco el agobio que el calor desacostumbrado producía en los cuerpos.
Hasta ese día habían sido tantos los aguaceros y las lloviznas pertinaces que el sofoco húmedo de la tarde parecía por contraste una molestia menor.
El aire de fiesta con el que los músicos y su ritmo alegre impregnaron el ambiente nos hicieron creer a todos que el calor era la atmósfera adecuada para la música que traían.

Lugares con vida (Medellín, Colombia)

Algunos de esos lugares asépticos, por donde pasa uno a veces en esta ciudad, no dejan de llamar la atención por pequeños detalles que si bien son parte del espacio y no se pretende que tengan importancia en sí mismos, adquieren relevancia tal vez porque de alguna manera rompen con la monotonía que se le ofrece a la vista.
La incongruencia de una planta en medio de tantos materiales y superficies inorgánicos captan la mirada y uno se deja llevar por la imaginación hasta encontrar una explicación para su supervivencia en un medio aparentemente hostil. Quizá uno de esos jardineros de corazón se encarga de sacar periódicamente esta planta a cualquier terraza para que se reconcilie durante algunas horas con el universo. Durante ese tiempo hasta una oruga mañosa tiene ocasión de hartarse con un pedazo de una de sus hojas, la más vieja.
En algún lugar estará dormida ya en su capullo recordando la vez que devoró incontrolablemente parte de una hoja y de donde estuvo a punto de ser desalojada dejando inconcluso el proceso para el que están destinadas todas las orugas.

En vos confío (Medellín, Colombia)

A la sombra de una de esas incontables casetas que se arremolinan como la gente en los andenes de la ciudad, un hombre vende todo tipo de afiches y carteles. Hasta uno de Jesús para que quien lo compre exprese su confianza incondicional en Él. Pero a su lado se deja ver, no se sabe si subrepticiamente o a causa de esos giros irónicos que tiene la casualidad, una colección de fotos de armas de fuego que no sería extraño vaya a adornar una pared cerca de la imagen religiosa, en la sala de alguna casa.
Las paradojas en la imaginería de consumo para la gente son el reflejo de las paradojas que se viven a diario en la ciudad.

Un universo plegable (Medellín, Colombia)

No es la primera vez que una fotografía sorprende a quien la toma enseñándole un panorama completamente nuevo y distinto al que observaba a través del visor de la cámara.
Hubo una época en la que esas sorpresas tardaban bastante tiempo si se lo compara con la inmediatez de la era digital.
Antes uno tenía que esperar a que los rollos de película pasaran por los laboratorios fotográficos donde mediante un proceso químico, muy parecido a la magia o a la alquimia, aparecía sobre la superficie del papel una imagen.
El fotógrafo se asombraba, no pocas veces, con lo que veía en el papel. Era como si en algunas ocasiones otra imagen se apoderara de lo que él había visto e intentara suplantarlo sin contradecir por eso la realidad.
Sin embargo, y a pesar de esas aparentes contradicciones entre la realidad fotográfica y el recuerdo, se le creía más a la foto que al ojo y que a la memoria.
Por eso en esta fotografía donde la calle se dobla de manera inverosímil, uno tiende a aceptar lo que ve y a buscar una explicación que elimine la incertidumbre: tal vez en ese preciso instante el espacio se plegaba para que algún viajero intergaláctico pasara de un extremo del universo a otro. Y por fortuna la cámara se activo en ese preciso instante y de forma simultánea mostró al  observador una escena pocas veces contemplada por ojos humanos en una ciudad y en pleno día.

Número equivocado (Medellín, Colombia)

Las palomas, esas criaturas que más se acercan en este valle al concepto de ubicuidad, rompen con su presencia la serie aritmética de la numeración en este edificio.
Tres palomas decidieron detenerse en el piso equivocado y añadir así un toque de interés a la vista de un lugar donde prima la función sobre la estética.
Estas aves, tan citadinas como cualquier habitante, que repasan constantemente la ciudad en todas direcciones y que se les encuentra asentadas sobre las superficies más peregrinas, le hacen creer a uno que tal vez su función sea la de agregar vida, con su movimiento incesante, a tantas construcciones inanimadas y poco estéticas.

Cuadro a cuadro (Medellín, Colombia)

Una ventana cuadriculada secciona el panorama y es como si le dieran a uno la oportunidad de observar la realidad de afuera cuadro a cuadro; como si así se pudiera fijar la atención en sectores del exterior que de otra manera, invadirían la mirada dispersando la atención, haciendo casi imposible detenerse en los detalles.
Tal vez gracias a esta ventana, uno se puede dar cuenta del avance inexorable de la naturaleza. Es como si los árboles de esta plaza hubieran decidido empezar a moverse como esos otros de los bosques encantados que dan un paso cada cinco años, según me contó hace poco un niño, bien informado al parecer sobre el asunto.
A lo lejos, los edificios que se ven obstruyen tranquilamente el paisaje, pero tarde o temprano los árboles también llegaran hasta ellos.

Una jardinera... un símbolo (Medellín, Colombia)

El símbolo, tan conocido, de la cruz es el motivo de esta jardinera que parece haber sido diseñada para enfatizar únicamente la presencia del árbol, que aunque no se alcance a ver del todo ha marcado el paso del tiempo por este patio que en otra época perteneció a un seminario y que ahora es el lugar por donde pasan innumerables personas, ajenas a su presencia aunque se aprovechen de la sombra que genera.
Otro de esos lugares que tienen las ciudades de los que uno se aprovecha sin percibir siquiera como está diseñado ni que mensajes implícitos o explícitos transmite.

Siluetas de la ciudad (Medellín, Colombia)

A cualquier hora del día pueden verse, recortadas contra el cielo, las palmeras que abundan en esta ciudad. Aunque las imágenes más inspiradoras sean siempre esas donde las siluetas oscuras se recortan contra el azul profundo de los atardeceres.
A veces la luz eléctrica que se enciende antes de tiempo contribuye a crear un ambiente de película o de escenario y es posible que la imaginación eche mano de algún tópico árabe o isleño para evocar un ocaso fresco y misterioso.
No importa a que imagen sugestiva se remita el observador, las palmeras de la ciudad son una de esas características que han definido su perfil, sin que a nadie se le hay ocurrido hasta ahora enfatizar en ellas.

El valor de una ilusión (Medellín, Colombia)

Cuantas miradas ávidas se habrán fijado en estas urnas que contienen una serie de objetos que para los niños adquieren la categoría de deseable, al menos durante el momento en que se encuentran cerca de estas fuentes de ilusión.
Cuantas manos habrán girado con ansiedad la palanca que activará el misterioso mecanismo que deposite en sus manos uno de esos simples juguetes, que tal vez por encontrarse confinados detrás del vidrio generan en el observador una necesidad más intensa de poseerlo.
Y si por fin se sucumbe al deseo, siempre está presente en el ánimo de quien deposita la moneda la aprehensión de que el dinero sólo no basta, que de alguna manera hay que reforzarlo con una actitud mágica para que por fin la pequeña semiesfera aparezca en el lugar indicado. En su interior, alguna chuchería de plástico servirá para entretener durante un rato a quien se dejó llevar por la ansiedad posesiva.
Hasta la próxima vez.

Secretos de balcón (Medellín, Colombia)

A veces una mirada inquisitiva permite encontrar esos lugares que comúnmente están a cubierto de la curiosidad de la mayoría de la gente. Aunque casi siempre los ojos de los transeúntes se quedan en el limitado horizonte que los edificios y la gente les permiten y pocas veces se dirigen hacia las alturas.
En estos espacios que se proyectan al vacío se esconden pequeñas evidencias que dan cuenta en su cotidiana sencillez de la intimidad de las personas.
Es como si de alguna manera la vida íntima que se desarrolla en el interior de los apartamentos generaran, tarde o temprano, una especie de excrecencias que se van depositando lentamente en los balcones. En ocasiones es posible verlas desde la calle, pero casi siempre permanecen ocultas, como si la ciudad se avergonzara de esas pruebas anodinas de quienes a fin de cuentas, son tan reales como los que caminan por la calle, aunque uno nunca los vea.

El teatro de la calle (Medellín, Colombia)

No se sabe si uno está contemplando una escena de esas en la que los actores se intercalan con la gente común y corriente que habita los espacios de la calle o si es una de esas actuaciones aparentemente espontáneas donde unos actores intentan sorprender o entretener, aunque sea, a un público apático.
Aunque la realidad de esta ciudad es tan sui géneris que es posible que el acto principal esté a cargo de las dos niñas que miran con detenimiento toda la parafernalia que suele acompañar a quienes actúan en los parques.
Tal vez la verdadera obra esté siendo interpretada por todos nosotros, los que pasamos y por los que se quedan allí sentados, escenificando sus propias vidas en aquello que tantos escritores han llamado el teatro de la vida.
Quizá la desacompasada música de los intérpretes es apenas el abrebocas o el episodio introductorio para el evento principal que todavía no se ha escrito y para el cual el público no se ha congregado todavía.

Un canto a la piedra (Medellín, Colombia)

Casi siempre los jardines se caracterizan por la profusión de plantas y la aparición casual de alguna piedra o de un poco de arena para matizar la exuberancia de la naturaleza en la ciudad.
En este caso, sin embargo, el jardín aprovecha el impacto visual de las piedras y el granito para crear una hermosa imagen donde las escasas plantas son las que se encargan de poner el tono de contraste.

La libertad de la luz (Medellín, Colombia)

Madera, plástico y metal se confabulan para atrapar la luz, pero ésta se dispersa por el lugar y hasta juega con nuestras percepciones haciéndonos creer que esas superficies rectas y perfectamente organizadas se curvan con sutileza y forman figuras que ni los diseñadores ni los constructores se imaginaron.
Se trata de un techo que aunque en un principio estaba destinado a proteger el edificio que cubre parcialmente y a la gente que lo habita, se ha convertido, gracias a esos juegos que la luz instaura con los objetos, en una imagen intrigante que pocos miran pero que permanece ahí para descompensar en algo la estabilidad que lo cotidiano impone en las gentes de las ciudades.
Así es la luz, libre y como toda entidad libre se atreve a jugar con las normas y reglas que los otros deben seguir.

Una gardenia para ti (Medellín, Colombia)

Hay cosas que evocan siempre recuerdos queridos, felices o tristes, como los atardeceres o como las flores cuyo perfume puede traer a la mente situaciones de la propia historia que uno creía perdidas para siempre en el curso de la vida diaria.
Las gardenias son de esas flores de gran belleza que además tienen el poder de convocar a la memoria desde otros ámbitos de los sentidos. Se le viene a uno a la mente la famosa canción que le canta a un amor total y que atravesaba el aire en las tardes templadas y lánguidas de los viejos barrios de la ciudad, haciendo soñar a los románticos con una pasión devastadora.

El arte de las devociones (Medellín, Colombia)

Todos los elementos para la devoción estaban ahí: la Virgen con el niño, la rosa, la lámpara y hasta la espiga que una mano infantil debió poner en las manos de yeso a la imagen de la Virgen. Hasta la expresión escéptica de las imágenes que le recuerdan a uno esas representaciones medievales y bizantinas de los íconos religiosos de Europa y Constantinopla.
Sólo faltaba el detalle de las cejas y las pupilas que una mano desconocida pintó de un negro absoluto, creando un intenso alto contraste.
Con ese acto individualizó esta Virgen de los cientos de vírgenes que con el mismo rostro habrán salido de algún taller anónimo, donde las expresiones iniciales han ido cambiando lenta y sutilmente en el proceso de la repetición.

Abstracción (Medellín, Colombia)

Basta girar la cabeza para que un moderno muro se convierta en una evocación de esos sectores modulares de la ciudad, donde las casas parecen pequeños bloques amontonados unos sobre otros. A veces con una regularidad alucinante y en otras con una apariencia tan caótica que uno cree perder la razón.
El detalle que permanece, en cualquier caso, es el color del barro que campea en esta ciudad, como si a pesar de todas sus pretensiones de metrópoli los habitantes se resistieran a abandonar el estrecho lazo que los une con la tierra.

Un rayo de sol (Medellín, Colombia)

Entre las oscuridades que pueblan tantas construcciones en esta ciudad se cuela a veces, por una ventana mal cerrada o por una de esas hendijas que el tiempo abre en las paredes o en las puertas desvencijadas, un rayo de sol y al hacerlo es como si resaltara la penumbra que invade.
En esta catedral donde la oscuridad se aloja perezosa en los rincones y en las alturas se pueden ver, en ocasiones, unos rayos que juguetean por las ventanas y se precipitan en su interior asustando sombras y pintando por unos minutos las paredes con tonos de ocre desconocidos por allí.
Sólo la suerte le permite a algunos cuantos privilegiados observar este fenómeno que por escaso se vuelve novedad para quienes lo ven: una catedral iluminada por la luz del sol y no por los viejos candelabros que emiten desde las alturas un brillo tan cansado que a los feligreses consuetudinarios ni siquiera les parece que sea luz.

Entre el color y la aridez (Medellín, Colombia)

En esta ciudad donde las flores están presentes siempre, no dejan de asombrar esos contrastes, que se ven por ahí en las mangas, entre un prado que se resiste a morir y una flor de colores lujuriosos.
Es como una alusión a ese forcejeo constante donde la naturaleza que no deja de hacer notar su presencia en esta ciudad, impone el color al tono monocromático que parece querer ser la tendencia de las arquitecturas citadinas actuales.
En este valle las plantas y su capacidad de resistencia aventajan en fortaleza al concreto que campearía feliz, si no fuera por el síndrome de trópico que aqueja, por fortuna, estas tierras.

Cielo en clave de música (Medellín, Colombia)

Faltan algunos elementos para que esta imagen se parezca a una de esas hojas donde los músicos leen el lenguaje mágico del solfeo para convertirlo en sonidos: otra cuerda para completar el pentagrama, además del símbolo caligráfico, dibujado a la izquierda, indicando que la música está en clave de sol.
Una imagen como esta se presta a que uno se deje llevar por el prurito de la metáfora fácil e identifique a las palomas con notas musicales.
Aunque sea una metáfora obligada, no deja de ser cierto que esos cables eléctricos que atraviesan el cielo de esta ciudad en todas direcciones afeando casi siempre el panorama, se convierten a veces, gracias a otros elementos en impactantes composiciones; por lo pronto, en este caso, parece como si uno estuviera viendo una partitura que, si alguien se decidiera a interpretar, produciría tal vez el verdadero ritmo de la naturaleza.

Los árboles de la colina (Medellín, Colombia)

Un optimista diría, al ver esta imagen, que la naturaleza por fin está recuperando terreno y que desde la cima de esta pequeña colina ha empezado a devolver el proceso de invasión que durante siglos se ha llevado a cabo en el valle.
Diría, porqué no, que los árboles y los arbustos y todas esas plantas con funciones tan específicas como mantener la humedad de la tierra, encontraron por fin la fórmula ganadora, esa estrategia que las especies triunfadoras en el proceso evolutivo aplican para vencer a sus opositores.
Parece imposible que eso suceda cuando se observa el gran número de casas que rodean esta diminuta isla de verde, pero no hay que olvidar esas ciudades milenarias que fueron sepultadas por el paso inexorable de la naturaleza.

Un velo de agua (Medellín, Colombia)

En esta ciudad como en cualquier lugar del mundo los elementos se confabulan, a veces, para hacerle sentir a uno la pequeñez del ser humano frente a la naturaleza.
En esta ciudad de mañanas soleadas y tardes calurosas, en este valle donde casi siempre el aire es suave y te acaricia, puede suceder que todas las furias del cielo se desaten y aunque las tormentas que nos azotan no se puedan comparar con los monzones que asolan otros parajes del globo, si difuminan dramáticamente la silueta que vemos recortada contra las montañas todos los días.
Uno cree de verdad que nunca más volverá a ver a través de ese aire que todavía conserva algo de la transparencia que vieron los primeros exploradores hace más de trescientos años cuando se asomaron a este valle.
Aunque la experiencia nos dice que todas las tormentas acaban tarde o temprano, el temor a que la ciudad permanezca tras ese velo de agua siempre nos atemoriza.

Soledades (Medellín, Colombia)

La soledad siempre se asocia, aunque sea inconscientemente, con la espera. Es como si de alguna forma uno quisiera llenar ese vacío que la soledad evoca.
Tal vez no hace mucho que las sillas y las mesas fueron abandonadas y tal vez la gente volverá muy pronto a ocupar este lugar, pero en este momento parece imposible que las risas, los susurros o las palabras vuelvan a recorrer esta atmósfera. Al menos durante el tiempo que dure esta fotografía nadie alterará la quietud mantenida artificialmente.
Cada vez que una persona contemple este pedazo de tiempo, que un artilugio humano se encargó de aislar del resto, la soledad se hará presente en este rincón de la ciudad, y en su ánimo se generará el deseo de ver que alguien atraviese el patio para ocupar su puesto en cualquiera de las mesas.

Entre vista (Medellín, Colombia)

Por entre la rugosidad de un viejo tronco y la textura regular de una pared se deja ver el color intenso de una azalea. Es como si la planta, hubiese escogido ese momento para florecer y enlazar por contraste a la antigua y sabia naturaleza con el concreto moderno y temporal, a pesar de su aparente solidez.
No está de más hacer notar, aunque sea una vez, que entre tantas esquinas y recovecos de la ciudad siempre aparecerán las imágenes sencillas que adolecen del sello de la espectacularidad: una de esas características que se asocian casi siempre con las fotografías en las ciudades.

Un jardín vertical (Medellín, Colombia)

No siempre las fotografías dan cuenta de la realidad objetivamente, a veces el ojo se engaña con las perspectivas y hasta los objetivos de las cámaras pierden su imparcialidad frente a determinados ángulos que alteran por completo el aspecto de las cosas.
Lo mismo sucede, a veces, con la vida cotidiana donde intervienen factores que distorsionan nuestra percepción de la vida; aunque en algunos casos esas alteraciones son bienvenidas, en otros pueden ser responsables de dificultades severas para asumir la realidad.
De todas maneras uno no deja de congratularse cuando encuentra enfoques que parecen sacados de las ilustraciones absurdas de algunos libros álbum o de esos cuadros donde la arquitectura aunque caótica parece obedecer a algún sistema.

La curiosidad de la luna (Medellín, Colombia)

Será que la luna permanece a la vista durante más tiempo del que uno cree posible porque quiere mirar la ciudad a la luz del día, porque quiere ver como se despierta y se precipita en esa actividad febril que ella apenas si puede adivinar cuando sale en los atardeceres.
O tal vez la razón sea más inquietante, quizá quiera conocer esas otras estrellas que pueden verse a cualquier hora del día. Esas estrellas que podría albergar un edificio llamado Hollywood; aunque la única relación con esa vieja fábrica estelar sea el nombre y el diseño de la letra con el que está escrito.
Cualquiera que sea el motivo una luna que se ve a plena luz del día no deja de embellecer el cielo, aunque sólo unas cuantas palomas que se despiertan aquí y allí sean los únicos testigos.

Renacimientos (Medellín, Colombia)

Esos mundos que uno explora, esos mundos que están reservados para aquellos cuyos corazones no se han dejado arrinconar por el temor, son los lugares donde el alma redescubre constantemente la condición humana que crece y se desarrolla con cada persona que recorre el mundo con el ánimo inquieto, sin dejar que su curiosidad innata languidezca con las rutinas paralizantes de todos los días.

Efecto invernadero (Medellín, Colombia)

Algo tienen las rejas y las estructuras metálicas que ponen a pensar en el concepto inasible de la libertad, sobre todo si uno se encuentra de este lado y las palmeras junto con las grandes construcciones, que evocan los espacios abiertos de las playas o las largas avenidas, están del otro.
Quizá corresponda a un sentimiento atávico sentir esa necesidad de que la mirada se pierda en el horizonte sin que nada artificial se le interponga. Tal vez las rejas o estas estructuras que limitan el espacio, encuadrado en una estación de metro, sean un recordatorio de las restricciones que pretenden imponer sobre sus habitantes las ciudades de todas las épocas y sobre todo las ciudades latinoamericanas modernas donde el caos cotidiano genera en la gente ese efecto de ahogo, que uno asocia con los espacios cerrados y carentes de ventilación.

El minuto de Dios (Medellín, Colombia)

Hay imágenes que no tienen mucho valor artístico pero que sin embargo capturan la atención del observador por su incongruencia o por lo insólito del tema.
Es el caso de esta fotografía de un muro de alguna esquina, apartada o no, donde el mensaje implícito apunta a que si usted se encuentra en esta ciudad puede hacerle una llamada a Dios, desde un teléfono celular o desde uno fijo, por doscientos pesos.
Será que el departamento de publicidad del cielo decidió que era hora de actualizar estrategias y que una manera de eliminar barreras entre Dios y los mortales era mediante la tecnología. Lo que no se dice es cuál es el número; aunque como sucede casi siempre con los temas relacionados con las instancias celestiales hay allí un alto grado de ambigüedad: el que verdaderamente quiera establecer este tipo de comunicación encontrará la manera, parece ser la idea.
En un mundo hiper comunicado nadie se extraña de que hablar con Dios valga doscientos pesos el minuto. Aunque surge la pregunta inevitable y queda flotando en el aire como una alergia cualquiera: ¿cuánto valdrá entonces la llamada a un santo común y corriente?

Perplejidad (Medellín, Colombia)

Un pato, que desde su nacimiento se ha visto reflejado un incalculable número de veces en el agua, vacila frente al hecho de arrojarse de nuevo al lago y romper con ese gesto la hermosa composición de verdes pintada por la luz en la superficie.
No siempre se conjugan en el mismo momento una particular intensidad de la luz, el suave movimiento del agua y unos árboles que distorsionen su reflejo añadiendo a la imagen una serie de tonos inquietantes.
Cuántas veces sucede que al caminar por la ciudad quisiéramos detenernos para no quebrar la imagen que se presenta frente a nuestros ojos: es tanta la belleza, que uno intenta quedarse inmóvil, sintiéndose incapaz de alterar voluntariamente el cuadro que contempla.
Pero el momento pasa, las cosas vuelven a recobrar su aspecto de todos los días y la ciudad se convierte otra vez en una serie de lugares conocidos por donde uno camina a diario… hasta el siguiente momento en el que nuestra atención vuelva a quedar atrapada por otra visión que nos deje perplejos.

Guardianes del tiempo (Medellín, Colombia)

Esta imagen que asalta la mirada de todos los que transitan por la Avenida San Juan a la altura de la Alpujarra tiene algo de inquietante, sobre todo cuando en el cielo no se aprecian señales de lluvia como tampoco luce un sol de esos agobiantes que suelen campear en los cielos de la ciudad.
Uno se pregunta qué hacen estas representaciones de paseantes con sombrilla o paraguas que para el caso es lo mismo. Es como si ejecutaran algún tipo de danza atávica necesaria para la tribu, pero lo que uno no sabe es si evocan la lluvia o están allí para que no venga y asole la ciudad. Quizá pertenezcan a algún tipo de vieja cofradía de origen agrario, nacida en esas épocas cuando la aparición de las lluvias en temporadas específicas del año era determinante para la supervivencia de la comunidad.
Independientemente de nuestro conocimiento sobre sus motivaciones, siguen allí moviéndose de un lado para otro con esa velocidad inverosímil de las esculturas que nos hacen creer que nunca se mueven y que el tiempo para ellas se ha detenido.

Las torres milenarias (Medellín, Colombia)

Tal vez se deba a la imaginación pero algunas construcciones recientes de las ciudades le hacen evocar a uno esos otros edificios que fueron erigidos en los confines de la historia y que el tiempo se encargo de desmoronar hasta dejarlos en lo que podría llamarse sus líneas más esenciales.
Este edificio, que a muchas personas les parece una propuesta arquitectónica imprecisa, adquiere por obra y gracia del lente de una cámara fotográfica, un aspecto de torre antigua a la que la erosión y los milenios han despojado de cualquier adorno superfluo.
Hasta su color desvaído parece rememorar las viejas pátinas que cubrieron antiguas paredes y causaron expectación en los observadores.
Habrá que esperar para saber si el tiempo y las miradas cubren esta torre de esa atmósfera que a veces impregna ciertas obras humanas, venciendo el escepticismo inicial, para convertirlas en nuevos referentes estéticos. O simplemente será abandonada a ese deterioro al que se han condenado tantas edificaciones que no lograron granjearse el amor indefinido de la gente.

Primer plano (Medellín, Colombia)

Desde determinados ángulos hasta los edificios que quedan más cerca al observador se desenfocan a la vista del Centro donde campea, como siempre, el Edificio Coltejer; referencia obligada para aquellos que caminan por entre este grupo de edificaciones destejiendo su historia o también, porque no, para aquellos que apenas empiezan a escribir con cada paso su sistema particular de memorias.
Esos edificios de oficinas y de apartamentos construidos por allá a mediados del siglo pasado y que se apiñaron en un espacio reducido, marcaron la arquitectura de la época, dándole a esta ciudad una imagen moderna y sui géneris aunque sus habitantes todavía se desplazaran a una velocidad más acorde con el reciente pasado campesino.
Hoy, las nuevas construcciones que crecieron de un día para otro, en los últimos diez años, parecen cortinas que quisieran cerrarse sobre el horizonte intentando borrar la imagen de esos viejos edificios, pero El Centro, desde donde se le mire, siempre se roba el primer plano.

Adiós a la Navidad (Medellín, Colombia)

Si acaso alguien no se había dado cuenta de que la Navidad pasó, que está lejos, le tocó aceptarlo el domingo pasado cuando una cuadrilla de obreros decidió, por fin, que era contrario a las costumbres dejar un árbol de Navidad parado en medio de la Avenida Oriental todo el resto del año.
Así que tras un interminable papeleo, supongo, alguien firmó la orden de desbaratamiento.
El domingo la gente pasaba impertérrita al lado del árbol. Sumidos en los problemas o en las expectativas que trae el principio del año, ignoraban olímpicamente el adorno que unas cuantas semanas antes contemplaron con arrobo.
Así es la vida de las ciudades, aquello que nos sobrecoge o asombra un día, es suplantado con facilidad por la novedad de turno.
Sólo queda esperar la próxima Navidad para saber si la tradición del árbol sigue o si nos dejamos contagiar otra vez por el prurito del cambio, y en este lugar encontremos, un día de noviembre, alguna criatura salida de la imaginación de los diseñadores oficiales.

El hombre de amarillo (Medellín, Colombia)

Al fondo las líneas sobrias del Edificio Coltejer recuerdan otro tiempo donde hasta la arquitectura estaba en sintonía con las palpitaciones pausadas de la ciudad.
Pero aquí, como en cualquier urbe colombiana, el color ha invadido las calles y se ha pegado a las paredes de manera definitiva, al parecer, como si quisiera reflejar la intensidad de la mayoría de los colombianos en su forma de asumir la vida.
Los tonos vivos de una sombrilla se juntan a las llamadas estentóreas de un vendedor invisible que conmina a la gente a acercarse a su camión y comprar esas frutas tropicales que aquí se ven por todas partes.
Una ciudad como esta se agita al pulso acelerado de sus habitantes y los colores vibran como si quisieran unirse a su ritmo frenético.
Pocos permanecen serenos; tal vez el único que no siente apremio es el hombre de amarillo que aconseja prudencia pero a quien nadie hace caso. Aparece y desaparece en las esquinas, pero su vestido y su calma lo hacen imperceptible a las miradas ansiosas de los transeúntes.

Caminante vertical (Medellín, Colombia)

No siempre los que caminan esta ciudad en todas direcciones lo hacen de la manera usual. Algunos eligen o son elegidos para recorrer la ciudad en forma vertical. Como las lagartijas o los insectos.
Desde allí deben tener una óptica sui generis de lo que puede ser el movimiento de la ciudad. Algunos fingen su verdadero interés y simulan dedicarse a esos trabajos riesgosos que sólo unos cuantos realizan. Pero su verdadera intensión, lo que los mueve en la vida es observar a los demás y a la ciudad desde otra perspectiva.

Una foto de esas (Medellín, Colombia)

Una imagen de esas donde al principio uno no sabe en qué ciudad se encuentra. Como si las ciudades compartieran ciertas características que las vuelven comunes a todos los seres citadinos que existen en la tierra.
Podría ser un lugar tranquilo y retirado de la agitada Hong Kong o de alguna de esas ciudades europeas o latinoamericanas construidas cerca a cualquier montaña.
Aunque en realidad ese perfil del fondo sólo puede aparecer en una foto que se tome en este valle.
Es posible que hasta a los habitantes “nacidos y criados” aquí se les dificulte descubrir la ubicación de esta fotografía, pero esa es la idea, que cada uno mire su ciudad más de una vez para que nadie lo sorprenda con fotos como ésta.

Las flores y el sol (Medellín, Colombia)

Cuando vuelve el sol vuelve también el color. Todas esas plantas que florecen en esta ciudad ininterrumpidamente, sin importar si llueve o el cielo está despejado, se vuelven más conspicuas cuando el aire parece más transparente y las nubes se alejan por temporadas.
Hasta el blanco de una pared resalta más cuando le sirve de contraste a unas flores que cuelgan de una canasta en un patio interior.
En una tierra donde los colores son una de las características principales del entorno la combinación de sol y flores nunca deja de impactar.

Una ciudad modular (Medellín, Colombia)

La ciudad desde ciertas perspectivas se ve como si fuera uno de esos ejercicios de dibujo, donde las formas geométricas se montan unas sobre otras: una serie de módulos tridimensionales que nada tienen que ver con las habitaciones donde los seres humanos llevan a cabo sus rutinas diarias.
En algunos juegos se imita con módulos la distribución de los edificios. Y las ciudades, a veces, con sus construcciones parecen imitar los juegos modulares donde la ciudad que uno conoce pierde su contexto.
Pero es una mera ilusión, cuando se mira con detenimiento se empiezan a definir las calles por las que uno ha pasado a la sombra de esos edificios.
Si el observador se deja guiar por algunos hitos que han marcado desde hace décadas la ciudad, le será posible reconstruir en su mente los lugares conocidos, los de la escala humana, flanqueados constantemente por las paredes de los edificios.

Una mañana de sol (Medellín, Colombia)

La gente va y viene inmersa en sus mundos privados aunque estos se opongan entre sí o se acerquen sin que nadie se dé cuenta.
Basta una mañana de sol para que las palabras y las miradas vuelvan a agitar, casi frenéticamente, el aire que renuevan cada día los árboles de esta plazuela.
Lo que si permanece invisible para todos, hasta para ellos mismos, son los pensamientos que los acompañan siempre.
En fin, otra mañana soleada en la ciudad, capturada para la eternidad del ciberespacio por el lente de una pequeña cámara digital.

Estructuras inquietantes (Medellín, Colombia)

Una enorme estructura de esas que pululan en la ciudad parece arrastrar su cuerpo por entre bosques, edificios y bordear el río o tal vez abrevar allí una sed desmesurada.
Le hace recordar a uno esas series televisivas que traían del Japón, donde monstruos antediluvianos se internaban por ciudades indefensas y desbarataban edificios de cartón piedra para arrojarse por último al mar, después de una feroz batalla con el héroe de turno.
Aunque no se parece a ninguno de esos godzillas, esta estación del Metro si se asemeja a un insecto de tamaño gigante, que en cualquier momento puede despertar para devorar también lo que encuentre a su paso. Desafortunadamente no existen héroes en esta ciudad que pudieran hacerle frente y obligarlo a desaparecer en el río.
Es sólo una estación, pero la perspectiva aérea le hace a uno “volar” la imaginación y sentirse un tanto inquieto.

De vuelta a a casa (Medellín, Colombia)

Ni la luz rojiza del atardecer, ni el ruido de los motores, ni mucho menos los susurros contenidos de los pasajeros que disimulan el susto que les produce en el ánimo el giro cerrado del avión al enfilar hacia la pista, opacan la emoción que da regresar a casa.
Hasta el aire parece de una textura distinta y el cuerpo se prepara para sentir otra vez la temperatura justa que parece hecha a la medida de cada habitante de este valle.
Aunque los sentidos recuerden el agite de la ciudad, desde el cielo ésta se ve tranquila como una maqueta. Con esa distribución definitiva que deciden los arquitectos, donde todo, hasta los árboles, tiene una razón de peso para hallarse en el lugar que le corresponde.

Oficios invisibles (Medellín, Colombia)

No importan los colores fuertes ni el canto grave que producen los recipientes del gas cuando chocan unos con otros a su paso por las calles de la ciudad.
Ni siquiera cuando el ayudante del conductor, que va en la cabina del camión repartidor, hace sonar una campana de verdad para anunciar su llegada, la gente se interesa por un suceso tan cotidiano.
Son tantos los hechos repetidos cada día en la vida de una ciudad que sus habitantes adoptan esa especie de indiferencia programada que les permite tener tiempo y energía suficientes para dedicarse a sus propios asuntos e intereses.

Ultravioleta (Medellín, Colombia)

Sigue la luz causando asombro a los habitantes de esta ciudad y a todos los que nos visitan por esta época.
Aunque uno no se acabe de acostumbrar del todo a ver los objetos y las personas bajo los filtros monocromáticos del agua.
Es como si las luces de la temporada brotaran a chorros por los poros de la ciudad: desde el suelo, desde las fachadas y hasta de los postes de la energía eléctrica alumbrando, sin distingos, a todo el mundo.

Juegos de agua y luz (Medellín, Colombia)

Agua y luz se combinan para crear un efecto de irrealidad.
La gente que se interna por allí parece absorbida por las fuentes de luz espectral que emergen del piso. Los haces desdibujan a quienes se atraviesan.
Aunque es posible que tales fuentes no sean más que chorros de agua que empapan a los que pretenden caminar por entre ellos sin mojarse.
Así, la gente que pretendía bañarse en color, sale completamente empapada, como si esa luz mojara como el agua.

Irrupción (Medellín, Colombia)

No siempre en las ciudades los edificios y las grandes construcciones son tan ubicuos como uno cree, a veces irrumpen de pronto, saltan, como si dijéramos, desde la espesura.
Tan desprevenido esta uno, contemplando el verde que en grandes franjas atraviesa algunas zonas de la ciudad, que se queda “extasiado” por unos segundos mirando esta construcción de líneas simples.
Este edificio que se deja perforar por el azul reflejado en sus ventanas, sorprende con su aparición repentina al que se deja encantar por los árboles que bordean las avenidas en esta ciudad de contrastes.
Aunque toda ciudad moderna debe tener ese elemento de contraste que es tal vez una de las características en las urbes de nuestro tiempo.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...