El arte del anonimato (Medellín, Colombia)

En esta ciudad se encuentran composiciones visuales de tal belleza que uno no puede menos que pensar en algún artista anónimo, alguien que se tomó el trabajo de ubicar los colores y las formas en un lugar determinado, aunque poco convencional, para que a alguna persona se le ocurriera ver allí un objeto artístico.
Aunque lo más factible es que deben haber sido varios los “creadores”; a lo mejor fueron muchos los que contribuyeron, de manera inconsciente, a hacer esto posible. Con toda seguridad cada elemento fue ubicado allí en períodos de tiempo distintos por personas que ni siquiera tuvieron en cuenta el entorno en el que estaban trabajando. Pero lo que importa es el resultado, independientemente de la intencionalidad de los autores.

Los tesoros en la intimidad (Medellín, Colombia)

Un muro que se abre es una tentación para la curiosidad humana, sobre todo cuando la primera vez que uno mira, lo único que ve es otro muro: un muro dentro de otro. La siguiente vez la mirada se detiene durante más tiempo, el suficiente para que la imaginación empiece su trabajo demoledor de barreras. Es entonces cuando el ojo entrenado para esos menesteres, puede ver lo que debió haber visto un hombre que se hubiera asomado por una rendija a la cueva de Alí Babá o lo que hubiera contemplado si le hubiese hecho compañía, aunque fuera con la mente, a los héroes de las historias de las Mil y una noches en su recorrido por palacios deshabitados, llenos de puertas que sólo se abrían mediante complicados mecanismos. En su interior permanecían los tesoros más sorprendentes, tanto que las palabras son incapaces de describirlos.
Mientras este muro se abre completamente (hasta ahora su movimiento ha sido tan lento que nadie lo ha percibido), sería bueno que quienes sólo ven un muro abriéndose continúen entrenando su imaginación para que puedan descubrir las maravillas que permanecen allí detrás, tan ocultas como los pensamientos más secretos de un ser humano.

La era de los acuarios (Medellín, Colombia)



Hair, la película de los años 70 dirigida por Milos Forman, empieza con una canción que pronostica que en la Era de Acuario la armonía y el entendimiento entre los seres humanos, marcarán el signo de los tiempos.
Hoy más de treinta años después de haberse escuchado esa hermosa canción por primera vez, las cosas no están muy distintas.
Al parecer el único influjo que ha logrado esta particular confluencia de los astros ha sido el desarrollo de la afición por los peces en cautiverio.
Y no faltan los teóricos que asemejan muchos de los comportamientos humanos en las ciudades, a comportamientos similares a los de los peces en un acuario. Hasta se podría decir lo mismo, siguiendo ese orden de ideas, que las vitrinas de los almacenes donde se exhiben maniquíes pertenecen a ese género, así como las ventanas de los edificios por donde a veces es posible ver seres solitarios que se pasean de un lado para otro y a quienes ni siquiera se les ven los pies, como si flotaran. O los medios cuerpos que asoman a las ventanas de todo tipo de vehículos observando la realidad exterior con la misma mirada vacua.
Pero aunque se corra el riesgo de pecar de frivolidad, los acuarios donde flotan peces de colores son, con mucho, más bellos y reconfortantes que esos otros donde la soledad parece dominar el ambiente.

La belleza de la multitud (Medellín, Colombia)


Quizá si una de estas flores se viera aislada de las demás ni siquiera llamaría la atención, apenas si lograría la mirada despreocupada de algún naturalista. Sin embargo cuando se las ve juntas, reunidas en ramilletes, el impacto es evidente. La combinación de colores y su forma resaltan con mucha fuerza contra el verde profundo de las hojas.
Es como si se contemplara una de esas composiciones que hacen los diseñadores para ejercitar su sentido de la proporción y del color. Pero en este caso es la naturaleza la que designa, de acuerdo a leyes impenetrables, cuáles serán las formas de presentación de sus creaciones.

El misterioso mensaje del octágono (Medellín, Colombia)

En la verja que da acceso a una casa del barrio Prado, dos medallones octagonales enriquecen su sencillo diseño. El relieve que altera su superficie es paradójico en muchos sentidos, bueno al menos en dos sentidos: la efigie de un escultor que talla una obra invisible es a su vez borrada, pero no por el deterioro del metal sino por las sucesivas capas de pintura que unas manos, con muy poca delicadeza, le han aplicado a esta pequeña y hermosa obra de arte. Cada vez que la brocha pasa por su superficie desdibuja la imagen, hasta que llegará el día en que nadie podrá ver algo más que la figura geométrica del exterior.
Al interior del octágono el escultor continuará con su trabajo impalpable. Pero el observador sólo podrá ver y meditar tal vez, sobre la simbología de esta figura geométrica utilizada para construir hitos arquitectónicos tan importantes como la mezquita de Al-aqsa en Jerusalén o el castillo del emperador Federico II en la provincia de Bari, Italia. Sin olvidar las figuras que se utilizaron, en los mosaicos de algunas iglesias de los principios del cristianismo, para simbolizar la eternidad y la totalidad.
Mientras llega el momento de su desaparición sólo es posible, para nosotros los legos, admirar la armonía de esta figura que con pocas líneas ha creado un artista desconocido.
Aunque no sería extraño que algún buscador de misterios se sienta intrigado por el hecho de que un escultor, es decir un creador, se dedique a tallar eternamente algunas palabras o símbolos reveladores, ocultos para el mundo por la pintura, que accidentalmente o de manera premeditada, cubre un mensaje que sólo los iniciados podrán desvelar, si alguna vez se libera esta obra de todas las capas de pintura acumulada durante décadas.

Perspectiva oculta (Medellín, Colombia)

Basta con dirigir la mirada hacia el cielo para que se nos revele el paisaje desconocido que forman los edificios en el centro de una ciudad. Lo difícil es convencer a la voluntad para que se aleje del horizonte limitado al que hemos acostumbrado los ojos. Pocas veces nuestra atención se desvía de los rostros anónimos e impersonales con los que nos cruzamos cada día. Casi nunca dejamos de mirar los mismos lugares aunque hayan perdido todo su encanto a manos de la repetición.
Los rituales de nuestras vidas son tan fuertes que uno se siente incapaz de mirar de otra forma la ciudad que habita. Como si el temor a perder las referencias que rigen cada rutina individual lo impulsara a uno a continuar con los ojos soldados a las mismas fachadas, a las mismas puertas, a las mismas vitrinas, a los mismos cruces de calles donde es necesario detenerse y esperar a que los semáforos den la señal de paso.
Y estando allí inmovilizados, presas de la ansiedad, no se nos ocurre mirar hacia arriba, donde los edificios están conjugándose de manera tan armoniosa y casi siempre ignorada. Alguna vez deberíamos observar este otro aspecto de la ciudad, aunque sea para darle al cerebro un material distinto para elaborar los sueños.

La soledad de la belleza (Medellín, Colombia)

En medio de uno de los pocos céspedes que todavía no se han secado, una flor sola se yergue con su pequeña estatura para matizar con su color intenso, brillante y llamativo el verde uniforme de la hierba.
Sólo se ve la flor, como si surgiera de la tierra, sin ataduras a ninguna planta o como si hubiera sido puesta allí por una mano desconocida para conmemorar en ese lugar específico la celebración de un evento anónimo, pero tan significativo que llevó a esa persona a comunicárselo en silencio a todos los que pasen por allí. Para que se alegren con su vista o se les altere la monotonía con la que se mueven por las calles y plazas de esta ciudad. Para que caminen durante un rato con un destello de alegría en la mirada, o acompañados por la nostalgia del recuerdo olvidado que esa flor revivió, o para que se pongan un poco melancólicos que es como estar triste sin motivo.
A veces una flor solitaria aviva la imaginación de la gente; ni siquiera se siente la necesidad de arrancarla y dejar el prado huérfano de color. Con su belleza grabada en la retina basta.

All that jazz (Medellín, Colombia)

Si… el show debe seguir, aunque no haya acudido nadie a ver el espectáculo. Pero la necesidad que sentía esta artista de expresarse era mucho más fuerte que la cantidad de personas que presenciaran su actuación.
Aunque es posible que esas sillas estuvieran vacías sólo en apariencia. Tal vez el público para quien actuaba esta niña era visible sólo para ella. Un público tan etéreo que ni siquiera sus siluetas lograron ser captadas por la cámara fotográfica. Únicamente ella escuchaba los aplausos atronadores que arrancaba con su desempeño.
No importa que para la gente ésta hubiera sido una actuación solitaria, o que nadie la entendiera o que ni siquiera se hayan dado cuenta de haber sido interpelados por uno de esos seres que sienten la necesidad imperiosa de interpretar la realidad desde su punto de vista. Por fortuna esas sillas vacías aparentemente estaban llenas de seres invisibles que aplaudieron una actuación memorable.
Porque el mundo del arte está ahí, al alcance de la mano, para quien quiera ser transportado a un lugar donde todo es posible, hasta hacer un show para un público fantasma.

El hijo de la esfinge (Medellín, Colombia)

Este nacimiento a plena luz del día apenas si fue presenciado por unos cuantos paseantes, pero ninguno de ellos pareció extrañarse. Será que es una costumbre conocida sólo por las personas que frecuentan esta plaza y nadie hasta hoy la había documentado o por el contrario fue un hecho tan sorprendente que la gente optó por ignorarlo para no tener que registrarlo en su cerebro.
Lo cierto es que mientras las personas se dedicaban a moverse lánguidamente por el lugar, a mirar con indiferencia la realidad que ya les parece común y corriente, nacía el hijo de la esfinge y uno se pregunta cuál será la misión que llevará a cabo. Acaso se consagre a plantear enigmas dondequiera que vaya, ampliando la labor de su madre que hasta donde se conoce siempre estuvo condenada a permanecer en el mismo lugar, interrogando sólo a quienes pasaban frente a ella. O tal vez este hijo tendrá el poder de resolver los enigmas que se dan por montones en ciudades tan extrañas, caóticas, y hermosas como ésta. No se sabe, por ahora su nacimiento es uno de esos enigmas que todavía no alcanzamos a resolver.

La magia de la luz (Medellín, Colombia)

Sólo la magia puede explicar la manera como la luz de la tarde pinta con su reflejo el retrato de un edificio en los vidrios de otro para crear nuevas perspectivas, nuevas superficies que enriquecen de manera pasajera y siempre cambiante las imágenes estáticas que tenemos de ellos.
Para muchos los edificios son sólo unas construcciones que marcan la ruta por donde fluye suavemente o a los tropezones el camino de sus vidas. Para otros son los que limitan el horizonte al que no han podido acudir porque la ciudad les impide ver el lugar donde los aguarda y para esos otros: los soñadores, los artistas, los locos, las fachadas de los edificios son el lugar donde se escenifican todo tipo de fantasías públicas. Como esa tarde cuando la luz volvió a pintar con su paleta irrepetible un edificio en la cara de otro.
Sin embargo el grueso de la gente recorre las calles de la ciudad sin percibirlos, como el hombre que viviendo junto al arroyo, al cabo del tiempo deja de escuchar su canto.

Para subir al cielo (Medellín, Colombia)

…no sólo se necesita una escalera grande y otra chiquita, como dice la canción, también se pueden utilizar canastas de esas que usan los bomberos.
Pero al ver esta vacía y en medio de ninguna parte uno se pregunta que pasó con la persona que estaba allí, tal vez fue víctima de una abducción y la gente no se atreve a bajarla esperando que sea devuelta. O tal vez fue una ascensión de alguien que no soportó más seguir con los pies en la tierra.
Se podrían hacer mil conjeturas en relación con el vacío de esta canasta y no encontrar respuestas satisfactorias. Quizá esa sea una de las características de las ciudades, plantear preguntas constantemente, y entregar, con avaricia siempre, algunas respuestas.

Atracción paralela (Medellín, Colombia)

Las paralelas siempre han afirmado que nunca se unen, sin embargo algunos científicos se han atrevido a contradecir esa afirmación, tal vez por que la evidencia de la mirada nos lleva a constatar lo contrario: las paralelas no resisten la distancia sin tratar de unirse y convertirse en una sola o tal vez de cruzarse y seguir su camino alejándose más y más de su antigua compañera. En fin nadie sabe qué pasa en el infinito. Lo que si sabemos, porque lo indican nuestros ojos, es que en las fotografías la tendencia de las líneas a converger en un solo punto se hace mucho más evidente.

Contrastes (Medellín, Colombia)

El ojo humano sólo puede percibir el paso del tiempo en las huellas que deja, impresas en las caras y en los cuerpos de la gente o en las fachadas de las casas o en los objetos que usamos todos los días.
Sin embargo, a veces es posible retrazar sus consecuencias, como en el caso de las viviendas, a las que se puede retocar periódicamente o renovarlas en su totalidad y de esa manera engañar al deterioro.
Hay casas a las que no se les ayudó a enfrentar el ataque del tiempo. El abandono las desarraigó y las alejó de la realidad que pasa frente a ellas. Sus paredes adquirieron la palidez enfermiza de los desahuciados. Los balcones se clausuraron sin que los habitantes de la casa se dieran cuenta: nadie volvió a pararse allí para echar una mirada a la calle, nadie volvió a asomarse desde allí para atraer con su presencia la atención de alguno que pasara.
De otras casas en cambio, se desecharon totalmente los vestigios de su antigüedad para adaptarlas a la estética de los nuevos tiempos, pero las casas viejas mantienen en su aspecto vetusto una dignidad que las ennoblece y que le falta a las casas remozadas, a las que muestran en su fachada la vanidad de la moda, logrando solamente pertenecer al grueso de lugares con las mismas características y ninguna marca que las distinga.

Gente anónima (Medellín, Colombia)

Las vidas de la gente que logró detener esta fotografía en una calle del centro, continuarán llenas de acontecimientos trascendentales o anodinos como pasa en la existencia de todo el mundo y aunque aquí sólo sean figuras que la distancia difumina, su importancia no disminuye por eso, al fin y al cabo son la razón de ser de este caos semiorganizado que llamamos ciudad.

La flor del deseo (Medellín, Colombia)

Lejos quedaron aquellos días en los que conseguir una orquídea distinta a la conocida catleya morada era tan difícil. Uno tenía que hacer mil visitas a las abuelas o rogarle a alguna anciana bondadosa para que nos pusiera a “prender” una. Que accediera o no a aceptar nuestra solicitud, dependía de la ponderación de tantos factores, que muchas veces todo se quedaba en el simple deseo.
En estos tiempos de clones, “in vitros” y demás, sólo hay que visitar algún almacén donde se encuentra de “todo” para hallar uno de esos especimenes que se veían solamente en las fincas de Santa Elena o en las exposiciones del Jardín Botánico. Pero en la nostalgia queda el placer de negociar con abuelas y de la espera a que las fases de la luna, fueran las indicadas para empezar el proceso de sembrado de la nueva planta.

Un barco fantasma (Medellín, Colombia)

Este bello edificio al que la indiferencia de los transeúntes ha echado en el olvido, hace pensar en el casco de un antiguo barco que hubiera quedado atascado en una playa, después de sus incontables travesías por los mares de toda la tierra. Un barco fantasma que a nadie asusta porque nadie percibe su presencia.

Bajo el puente (Medellín, Colombia)

En esta ciudad los puentes no sólo los utilizan aquellos que no tienen casa para protegerse de la intemperie total o los motociclistas que se escampan de alguna lluvia intempestiva, también los aprovechan los que tienen algo para vender o los que únicamente quieren pasar al otro lado y no se atreven a cruzar la calle.

San Diego y San Ignacio (Medellín, Colombia)


Desde la colina atestada de casas del barrio San Diego, la torre blanca de su iglesia vigila impasible la marcha del tiempo. Abajo el pequeño espacio de la plazuela, por donde ha transitado una gran parte de la historia de esta ciudad, permanece abierto al cielo… ahora como hace doscientos años.

Los vendedores de sueño (Medellín, Colombia)

Atraídos por las multitudes que asientan sus reales diariamente en las plazas y en los parques de la ciudad, estos dos hombres caminan por entre la gente llevando a cuestas la mercancía que venden.
Pero nadie está seguro de cuál es su intención, vender las hamacas solamente o también vender con ellas la posibilidad de tener sueños placenteros, donde el inconsciente no esté descontrolado. Las pesadillas, por supuesto, estarán ausentes de los usuarios de este producto. Y aquellos a quienes el insomnio ataca consuetudinariamente se les puede ocurrir, al ver uno de estos objetos desplegado ante sus ojos enrojecidos, que tal vez en su superficie se encuentre la solución a sus carencias.

Rojo (Medellín, Colombia)

Al final de la tarde los tonos neutros, fríos e impersonales, de los colores se apoderan de la ciudad anunciando la llegada de la noche. Sin embargo es también en esta hora donde el rojo se destaca con más fuerza y la mirada se enciende con la promesa de pasión que este color representa y que tal vez la oscuridad traiga consigo.

A quién llaman las campanas (Medellín, Colombia)

Ya pasó el tiempo en el que la llamada de las campanas marcaba los ritmos de la vida para los habitantes de la ciudad. Ahora para diferenciar su sonido del intenso ruido que nos rodea es necesario, en cierta forma, sintonizarse con la frecuencia de una ciudad casi desaparecida.

El señor del tiempo (Medellín, Colombia)

Como un dios que juega despreocupadamente con la existencia de la humanidad, un niño se entretiene dejando caer lentamente la arena por entre sus dedos. De la misma manera flemática, impasible, fluye el tiempo que gobierna nuestras vidas.

Los libros de la calle (Medellín, Colombia)

Los domingos y en distintos lugares del centro es posible encontrar estas ventas de libros de segunda mano. A veces, embolatado entre manuales, tomos de enciclopedia o recetarios brilla con un tono apagado el título de una obra selecta y escasa. El conocedor que acostumbra visitar periódicamente estos lugares, buscando rarezas u obras descontinuadas, cede de nuevo al impulso de rescatar y llevarse consigo para su biblioteca, uno de estos libros de la calle.

Siluetas en el barrio (Medellín, Colombia)

En lo alto del poste un pequeño buitre despliega sus alas y parece como si intentara copiar con su figura los enredos de la línea eléctrica.

Decisiones (Medellín, Colombia)

Seguir o no seguir… He ahí la cuestión. Siempre es difícil aparecer bajo los reflectores por primera o por segunda vez… pero así es la vida, una sucesión de escenas y desfiles para los que no valen ensayos, porque todas las situaciones en las que somos protagonistas siempre son una primera vez.

Medellín en blanco y negro