Entre los libros (Medellín, Colombia)

Una Caperucita se pierde, literalmente, en la lectura de Hansel y Gretel, ese clásico infantil donde el bosque tiene también un papel definitivo en el desarrollo de la historia.
No será que a esta Caperucita, como pasa en tantas versiones distintas a la escrita por Charles Perrault, le da por cambiar la historia original y se interna en la espesura que está a su espalda, en busca, por ejemplo, de la famosa casa de dulce, sin tener en cuenta que tal vez la casa ya no exista o lo que es peor, la casa, después de la desaparición de la bruja, esté convertida en un rancho ruinoso por falta de cuidados, donde los dulces desaparecieron hace tiempo.

Una calle para el comercio (Medellín, Colombia)

En este mes, como en todos los otros diciembres, este sector que generalmente se mantiene atestado de gente se vuelve más concurrido, si eso es posible.
En una ciudad cuya vocación es el comercio nadie se sorprende de las multitudes que recorren calles y andenes buscando encontrar lo más barato. No importa dónde lo encuentren, si en un almacén o en una de esas como chozas que se arman en los andenes y que se sostienen de manera precaria bajo el peso de tantas mercancías.
Es el famoso Hueco y si alguna vez usted visita la ciudad, no deje de internarse por este sistema de calles y pasajes comerciales que ofrecen hasta lo impensable al bolsillo de los parroquianos.

Un laberinto (Medellín, Colombia)

Uno siempre se representa los laberintos como lugares de paredes estrechas que giran y giran siguiendo un patrón definido en ocasiones, en otras no, pero todas las veces con la intención de que quien se interne en uno de ellos se embolate.
Sin embargo, existen en las ciudades laberintos como éste, donde es la propia realidad la que se pierde entre las columnas que dejan ver el horizonte pero que contribuyen de alguna manera a que aquellos que transitan por ahí con la mente en otra parte, como se dice, corran el peligro de perder, al menos durante un instante, el sentido de orientación.

Flotando (Medellín, Colombia)

Algo hay entre los niños y el agua. Una fascinación como esa debe responder a sentimientos tan profundos en el ser humano que rondan lo atávico.
Estos niños como millones antes que ellos tampoco resistieron la llamada. Y al parecer su deseo de flotar en medio del agua se vio complacido.
Para la imaginación, siempre desbordada, de un niño este pequeño cuadrado debió convertirse en una balsa de esas que utilizan periódicamente los náufragos en las novelas de aventuras. Desde allí zarparon, alejándose de la mujer que afuera de su realidad, los mira y se deja llevar, suponemos, por la fascinación que ejercen los niños en el imaginario femenino.

Entre lluvia y columnas (Medellín, Colombia)

El viejo edificio Carré se destaca enmarcado entre las montañas lejanas y las columnas que en un primer plano se mezclan con el bambú.
Esta edificación centenaria se ha convertido en un elemento que enriquece la apariencia de este sector de la ciudad, atestado de vehículos y gente.
En el centro de la plaza unas columnas se elevan contra el cielo gris matizadas por el bambú, mientras que el edificio, en una esquina, levanta su aspecto distinguido con la nobleza que dan la belleza y los años.
Las montañas que acompañan casi todas las imágenes de esta ciudad se desdibujan con la lluvia que por estos días acompaña todas las tardes hasta hace poco tan soleadas.

Entre paredes (Medellín, Colombia)

En el aire espeso de una tarde fría, la silueta de una iglesia intenta desaparecer de la vista, aunque las paredes de la ciudad den la impresión de haberse movido para dejar ver, desde lejos, su estructura de ladrillo.
En esta ocasión el adobe no se incendia como en esos atardeceres soleados cuando la luz particular de esta ciudad le da a todas las cosas una tonalidad tan cálida que es difícil de describir. Es como si el aire y la neblina se unieran para suavizar las aristas que una ciudad le impone al paisaje.

Tres hombres (Medellín, Colombia)

Cobijados por la arquitectura de una biblioteca tres hombres, separados del resto de la gente que aparentemente gasta el tiempo de la misma manera que ellos, observan pasar el mundo, quizá comparándolo con el que conocieron en otras latitudes o con el que experimentaron hace unos cuantos años cuando fueron niños.
Tal vez las reflexiones estén lejos de sus mentes y lo único que pase por ellas sea constatar las horas o minutos que han pasado allí a la expectativa de que su realidad cambie. O que quien les dio cita en esta esquina se presente y los lleve por fin al lugar prometido.

Es un convoy que pasa (Medellín, Colombia)

El ruido, las conversaciones y las risas pertenecen a un grupo de niños que recorre en fila las calles del barrio, montados en sus carros de juguete. Parecen vestidos para asistir a un carnaval, de esos que se suceden en las diferentes culturas de la tierra.
Pero para ellos es más importante el viaje en sí que el lugar hacia donde se dirigen. Tal vez ni siquiera sea importante saberlo, quizá la seducción de este convoy esté en que no se dirige a ninguna parte, como los carruseles que giran incesantemente con sus coches y caballos tallados, detenidos en el espacio.

El aire de La Playa (Medellín, Colombia)

La luz del sol que calienta el aire e ilumina La Playa tiene unas características tan distintas a la luz de otros rincones de la ciudad que hasta las cosas inanimadas adquieren una calidad especial. Como si las cubriese una pátina de objeto antiguo, de esos que se ven en las fotografías de los barrios viejos de París o Roma o de cualquiera de esas ciudades milenarias.
Será la consecuencia del recuerdo que la tierra guarda de las viejas ceibas que sombreaban la Avenida en otro tiempo o tal vez se deba a los diseños que dibujan en el aire y en el piso las palmeras, plantadas quizá cuando esta ciudad apenas era un pueblo grande con aires citadinos.
Cualquiera que sea la razón, caminar por La Playa, bañado por el sol de la mañana sintiendo en la piel la caricia del aire tibio, es una experiencia digna de contarse.

Una tarde en San Ignacio (Medellín, Colombia)

Una tarde de pálido sol sirve a los habituales de San Ignacio para volver a entregarse a la atmósfera apacible de la plazuela después de un fuerte aguacero.
Hasta un árbol, que está cambiando de hojas, se ha llenado de palomas que no se toman la molestia de bajar a buscar entre las rendijas del piso cualquier migaja o algún maíz olvidado en el último repaso de picos. Prefieren quedarse arriba calentandose con los rayos del sol que a esa hora abandona el suelo.
En esta tarde medio gris, el color y el movimiento parecen concentrados en una pequeña niña que se mueve incesantemente alrededor de la madre, tan insensible como los demás a los cambios climáticos que se suceden en esta plazuela; una muestra en pequeño de lo que pasa en el resto de la ciudad.

Los paseadores (Medellín, Colombia)

Desde el tranquilo interior del Astor y saboreando el clásico jugo de mandarina, uno se puede dedicar a ver pasar a la gente por Junín; a veces todos parecen turistas que por fin se hubieran decidido a visitar la ciudad y tuvieran que verlo todo al mismo tiempo.
En algunas ocasiones se aglomeran frente a la entrada y uno apenas ve con dificultad una que otra cara. Pero otras, es como si por algún tipo de sortilegio la mayoría de la gente desapareciera y sólo quedaran en la calle aquellos que realmente disfrutan de pasear por Junín una tarde de sábado, sin afanes ni temores al proverbial paso inexorable del tiempo.

Que pase la luz (Medellín, Colombia)

El balazo o Monstera deliciosa Liebm como le dicen los científicos a esta hermosa trepadora, originaria de Centroamérica, es una de esas plantas que nos ha acompañado siempre a los que hemos vivido toda la vida en esta ciudad.
En cualquier parte encuentra uno esta planta, desde el patio de la casa de la abuela hasta las salas de las casas grandes, pasando por los jardines públicos y privados.
Pero aunque siempre ha estado presente en la ciudad casi nunca se tiene la oportunidad de ver la luz traspasando así una hoja nuevecita de balazo. Es como si además de los agujeros de la hoja, la luz se desbordara e impregnara toda su superficie.
Se imagina uno que en las selvas, de donde debe ser originaria, era una bendición para la naturaleza pequeña estar al cobijo de un balazo, así podían recibir luz a través de sus agujeros pero también a través de esa pantalla en que podía convertirse una hoja cuando recién nacía.

En las goteras de la ciudad (Medellín, Colombia)

En las montañas que rodean la ciudad es posible encontrar todavía lugares así, donde parece que se fabrica la neblina que a veces invade todo el valle o esa niebla que cubre las montañas dibujando un horizonte imaginario para quienes quieran inventarse un espacio abierto, detrás de toda ese blanco algodonoso.
Pero el viento o el calor disipan la niebla y otra vez vuelven a aparecer las montañas con su dosis de verde y ocre.
Muy cerca se pueden encontrar lugares como éste, donde el tiempo se ha detenido flotando quizá en las gotas de agua que desdibujan el paisaje.

La mitad de una sombra (Medellín, Colombia)

Una imagen que se repite en esta ciudad es la de los paraguas dañados, o sombrillas en este caso. Aunque su estado es lamentable los dueños se resisten con energía a desecharlos. Será que el afecto que le guardan los habitantes de esta ciudad a sus objetos es tan fuerte que no se atreven a desprenderse de ellos, o será acaso que a mucha gente no le importa ya que estos ni siquiera puedan cumplir la función asignada.
En un día soleado dos mujeres intentan, sin conseguirlo, protegerse del calor bajo media sombrilla. La mujer que la sostiene camina bajo el sol sin darse cuenta al parecer que la media sombra escasamente les cubre la mitad del cuerpo.

Adobe en el teatro (Medellín, Colombia)

El teatro Metropolitano, el lugar de espectáculos más importante de la ciudad fue construido con el material más común y significativo de la ciudad: el adobe.
Él es el que le da ese color particular a las laderas de las montañas que circundan el valle y que cada vez más se ven atacadas por la creciente mancha ocre de viviendas.
Este edificio refleja en sus superficies esa arquitectura eminentemente práctica que se ve en los barrios de la ciudad, paredes lisas cuya elaboración obedece a una finalidad específica: proteger de la intemperie a los moradores de las casas.

Lila en los jardines (Medellín, Colombia)

En los jardines de la ciudad no sólo se encuentran las rosas, los hibiscus o las buganvilias de siempre, también es posible ver esas orquídeas sencillas que a veces pasan desapercibidas para los buscadores de flores exóticas.
Todos los colores se plasman constantemente en la variada flora de esta ciudad.

Perspectivas de La Playa (Medellín, Colombia)

En una tarde fría donde el cielo de pronto se volvió azul como para animar al sol que por el occidente trataba de meterse por entre las ventanas y las calles, la mirada de algunos transeúntes se vio atraída por la luna que paradójicamente la salida del sol dejó ver en el cielo de las cinco.
Iluminados por este sol tardío los edificios de La Playa parecen recién construidos, es como si desde hace muy poco tiempo estuvieran bordeando la avenida medellinense por excelencia, acompañando a las palmeras y a los carboneros que sombrean los andenes.

El color de la luz (Medellín, Colombia)

La arquitectura no puede desprenderse de la luz para reforzar la relación vital que establece entre los espacios.
Y hay lugares como éste donde a determinada hora del día la luz atraviesa los ventanales incendiando el color de los vidrios, y golpea con tal fuerza en las hojas de las plantas que parece atravesarlas.
Lugares apacibles como estos, donde la luz se descompone en una gran variedad de colores y revela volúmenes de gran belleza, hay muchos en esta ciudad a la vista de todo el mundo, aunque rara vez nos fijamos en ellos.

Fenómenos (Medellín, Colombia)

Desde hace décadas en esta ciudad, en esta fecha, multitud de mujeres y algunos hombres salen con niños disfrazados, a recorrer las calles y en los últimos años a asediar y a concentrarse en los centros comerciales.
Al parecer la pretensión manifiesta es recibir los dulces de todas las clases que les dan en los almacenes y cafeterías a los niños, pero es posible que también obedezca a una necesidad de la gente de ver sus deseos más secretos expuestos a través del disfraz del niño que acompañan.
Otro más de esos fenómenos sociales que aparecen cada tanto en la historia humana y que tal vez responda al mismo impulso de cambiar por un rato la vida propia, gris y anodina, por una de fantasía y brillante, así sea cada año.

Ojo al gato (Medellín, Colombia)

Aunque todavía a los gatos negros se les endilga cualquier cantidad de protervas y diabólicas intenciones en contra de los desprotegidos seres humanos, es bueno recordar como en el antiguo Egipto, que en estos tiempos se ha convertido en referencia obligada para sustentar cualquier creencia popular, se les consideraba sagrados.
Pero, por si acaso, no se debe olvidar que en la Edad Media la gente pensaba que las brujas se convertían en un animal de estos y de este color en particular.
De hecho la mirada de los gatos es turbadora y si esa mirada rodeada de oscuridad se fija en tus ojos y algo en tu interior se siente intimidado es mejor buscar una contra de inmediato.
Desafortunadamente no conozco ninguna, así que si usted se abruma frente a un gato negro, busque, busque cuanto antes cómo protegerse.

Diablo rojo (Medellín, Colombia)

En estos días cuando las supersticiones campean a su aire por las calles de viejas y nuevas ciudades, no se sorprende uno al ver un diablo rojo, de mirada maliciosa, paseándose a plena luz del día.
Tal vez se refugia en la incredulidad de la gente y hace de las suyas sin que a nadie se le ocurra echarle a él la culpa. O es tanta la clientela para el negocio de los Infiernos que los tradicionales horarios nocturnos tuvieron que ampliarse para cubrir la demanda.
De hecho al fondo de la fotografía se alcanza a ver lo que parece ser una fila de personas que tal vez esperan convertirse en futuros clientes de sus servicios.
En todo caso mucho cuidado, que donde uno menos piensa salta un diablo rojo o de cualquier otro color.

Contra la corriente (Medellín, Colombia)

Esta corriente de agua que atraviesa la ciudad de sur a norte arrastra siempre las sustancias más extrañas e indeterminadas.
Sin embargo un hombre que no le teme a las consecuencias de su osadía draga manualmente el fondo para arrancarle unas cuantas paladas de arena.
Parece una metáfora de la vida humana: una corriente interminable que intenta arrastrarnos y el hombre empecinado en ir contra el fluir del agua en busca de su tesoro particular, que en la mayoría de los casos se reduce a unos cuantos puñados de arena.

La caricia de las sombras (Medellín, Colombia)

A la sombra de una cabina telefónica dos personajes de la ciudad se entregan a sus preocupaciones cotidianas.
Podrían ser una madre con su hijo revisando un cuaderno de tareas. O un par de socios confrontando las cuentas de su negocio.
A cualquier cosa puede obedecer esta escena que se desarrolla en El Centro de la ciudad, donde se dan cita todo tipo de personas dedicadas a las actividades más peregrinas. Todos cobijados, en uno u otro momento, por las sombras de los árboles, las palmeras o los edificios que es la manera más usada por la ciudad para acariciar a sus habitantes.

Los espíritus de la calle (Medellín, Colombia)

En estas ciudades que ya miden su existencia en centurias, aparecen de pronto en sus calles unos seres que hacen referencia a otras realidades o dimensiones. Referencias al propio pasado, quizás a los años de mediados del siglo XIX, cuando los habitantes de la ciudad, que cubría a duras penas lo que es ahora el sector de El Centro, salían en tiempos de carnavales y de fiestas patronales disfrazados y en sus briosos caballos, espantando niños y acosando a las damas que se atrevían a salir a las calles por esos días.
Hoy si uno se encuentra en una esquina alguno de esos espíritus del pasado, piensa que es un hombre bajo un disfraz y no se detiene a pensar en lo extraño del hecho, aunque lleve un atuendo que no tiene relación con nada conocido y que si se piensa dos veces es posible que refuerce la teoría de los misterios, acumulados durante años en las calles de las ciudades sin que nos demos cuenta de ello.

Un show inesperado (Medellín, Colombia)

Salidos de la nada y en los corredores de un centro comercial aparecieron de pronto unos bailarines para romper la rutina del lugar un viernes por la tarde.
Las conversaciones cesaron y todo el mundo se detuvo a mirar el espectáculo que para los transeúntes podría ser improvisado, pero que a juzgar por la habilidad de los danzantes, era el resultado de muchas horas de ensayos.
Una actuación que resultó muy entretenida para quienes suelen pasar por allí esperando ver sólo vitrinas y gente.

Medellín en blanco y negro