Una torre en el bosque (Medellín, Colombia)

Como perdida en una inmensa floresta se aparece esta torre a los habitantes de Boston que tienen la ventaja de mirar la ciudad desde cierta altura.
Aunque para un observador imaginativo la torre de una iglesia común se puede convertir en el punto de referencia para recorrer sin perderse un bosque encantando y  la vegetación del pequeño parque transformarse en una arboleda interminable donde podrían experimentarse inenarrables aventuras.

Una niebla leve (Medellín, Colombia)

Una niebla leve pero sospechosa, de esas que lo hacen dudar a uno si será el anuncio de la lluvia o por el contrario una nube transitoria de la contaminación que acecha cualquier ciudad en este planeta, se acercaba lentamente a la ciudad.
A lo lejos, las montañas ya habían desaparecido casi por completo.
Así pasa en esta ciudad, después de una tarde soleada la gente puede quedar empapada en cuestión de minutos por un aguacero o sorprenderse al ver como el día se vuelve gris y desapacible.
Son los encantos y los inconvenientes de una ciudad construida en mitad del trópico y atrapada entre montañas.

Un vistazo a Buenos Aires (Medellín, Colombia)

Las torres de las viejas iglesias apenas se distinguen entre tantas construcciones de la pequeña colina que se extiende al centro oriente de la ciudad.
Desde allí El Centro se ve como una ilusión que se hubiera aparecido de pronto. Son tan nítidas las siluetas de los edificios, parecen tan cercanas las avenidas que cuadriculan la ciudad.
Sin embargo cuando uno mira hacia los barrios que componen este sector, los ve apartados como si la vista los alejara. Las iglesias se desdibujan entre el adobe que palidece o se enciende dependiendo de la luz que ilumina tanta casa.

Una visita inesperada (Medellín, Colombia)

Justo en el momento de su mayor esplendor, las flores empiezan a recibir visitas: todos esos insectos que recorren parques y jardines de la ciudad en busca del delicioso néctar que las flores entregan a cambio de la polinización.
Pero siempre hay algunos retrasados, como esta avispa que llego en las horas de la tarde a buscar entre los pétalos algo de lo que pudieron haber dejado los otros animalitos.
Ya las orquídeas se preparaban para dormirse cuando llegó la avispa con su zumbido insistente recorriendo una por una todas las flores hasta quedar saciada.
Despertándolas a todas de ese letargo que en las tardes soleadas parece acunar a todos los seres vivos.

La luz de la ciudad (Medellín, Colombia)



La vista de las interminables filas de carros se ve matizada por un esplendoroso atardecer que hace de telón de fondo al intenso tráfico de este sector de la ciudad.
Tal vez aquellos que iban al volante no pudieron disfrutar de los arreboles que se formaron en las últimas horas de la tarde pero, ahí estuvieron durante un rato para quien quisiera extasiarse con ellos.
Una foto que pudo haber sido tomada en cualquier ciudad pero que la luz de este valle la hace única.

Una espiral (Medellín, Colombia)

Como en esas descripciones donde los antiguos escritores de viajes expresaban su admiración por las construcciones humanas o las maravillas de la naturaleza que hallaban en sus recorridos, nos sorprendió ver en uno de los edificios comerciales más nuevos de esta ciudad, una hermosa espiral que parece resguardar un fuego sagrado, aunque en este caso es una fuente de agua a la que la luz le da una cualidad de fogata.
La gente se dedica a sus asuntos mientras la luz y el agua juegan, envueltas en la forma que al parecer se manifiesta en innumerables fenómenos de la naturaleza: esa figura geométrica que le tomó a la humanidad siglos para identificar en muchas de las formas del universo, desde galaxias hasta la manera lenta y esplendorosa como se abren algunas flores.

Plataforma de despegue (Medellín, Colombia)

En uno de los tantos parques de la ciudad un pájaro espera la señal de salida. Hace rato se encuentra allí, nervioso como todos los pájaros, a la expectativa de que el encargado invisible de dar la señal considere que es el momento adecuado. O a que los insectos que ha estado observando fijamente bajen la guardia para lanzarse sobre ellos.
Claro que si esta ciudad quedara a la orilla del mar estaríamos en un acantilado y el pájaro temblaría de frío y de la excitación que le produciría arrojarse al vacío.
Pero como esta ciudad está confinada entre montañas, esta ave, con nerviosismo y todo, tiene para sobrevolar, desde esta plataforma, un pequeño lago de hierba, aunque de un verde tan intenso que, cuando el sol es muy fuerte, centellea como si fuese agua.

Entre los libros (Medellín, Colombia)

Una Caperucita se pierde, literalmente, en la lectura de Hansel y Gretel, ese clásico infantil donde el bosque tiene también un papel definitivo en el desarrollo de la historia.
No será que a esta Caperucita, como pasa en tantas versiones distintas a la escrita por Charles Perrault, le da por cambiar la historia original y se interna en la espesura que está a su espalda, en busca, por ejemplo, de la famosa casa de dulce, sin tener en cuenta que tal vez la casa ya no exista o lo que es peor, la casa, después de la desaparición de la bruja, esté convertida en un rancho ruinoso por falta de cuidados, donde los dulces desaparecieron hace tiempo.

Una calle para el comercio (Medellín, Colombia)

En este mes, como en todos los otros diciembres, este sector que generalmente se mantiene atestado de gente se vuelve más concurrido, si eso es posible.
En una ciudad cuya vocación es el comercio nadie se sorprende de las multitudes que recorren calles y andenes buscando encontrar lo más barato. No importa dónde lo encuentren, si en un almacén o en una de esas como chozas que se arman en los andenes y que se sostienen de manera precaria bajo el peso de tantas mercancías.
Es el famoso Hueco y si alguna vez usted visita la ciudad, no deje de internarse por este sistema de calles y pasajes comerciales que ofrecen hasta lo impensable al bolsillo de los parroquianos.

Un laberinto (Medellín, Colombia)

Uno siempre se representa los laberintos como lugares de paredes estrechas que giran y giran siguiendo un patrón definido en ocasiones, en otras no, pero todas las veces con la intención de que quien se interne en uno de ellos se embolate.
Sin embargo, existen en las ciudades laberintos como éste, donde es la propia realidad la que se pierde entre las columnas que dejan ver el horizonte pero que contribuyen de alguna manera a que aquellos que transitan por ahí con la mente en otra parte, como se dice, corran el peligro de perder, al menos durante un instante, el sentido de orientación.

Flotando (Medellín, Colombia)

Algo hay entre los niños y el agua. Una fascinación como esa debe responder a sentimientos tan profundos en el ser humano que rondan lo atávico.
Estos niños como millones antes que ellos tampoco resistieron la llamada. Y al parecer su deseo de flotar en medio del agua se vio complacido.
Para la imaginación, siempre desbordada, de un niño este pequeño cuadrado debió convertirse en una balsa de esas que utilizan periódicamente los náufragos en las novelas de aventuras. Desde allí zarparon, alejándose de la mujer que afuera de su realidad, los mira y se deja llevar, suponemos, por la fascinación que ejercen los niños en el imaginario femenino.

Entre lluvia y columnas (Medellín, Colombia)

El viejo edificio Carré se destaca enmarcado entre las montañas lejanas y las columnas que en un primer plano se mezclan con el bambú.
Esta edificación centenaria se ha convertido en un elemento que enriquece la apariencia de este sector de la ciudad, atestado de vehículos y gente.
En el centro de la plaza unas columnas se elevan contra el cielo gris matizadas por el bambú, mientras que el edificio, en una esquina, levanta su aspecto distinguido con la nobleza que dan la belleza y los años.
Las montañas que acompañan casi todas las imágenes de esta ciudad se desdibujan con la lluvia que por estos días acompaña todas las tardes hasta hace poco tan soleadas.

Entre paredes (Medellín, Colombia)

En el aire espeso de una tarde fría, la silueta de una iglesia intenta desaparecer de la vista, aunque las paredes de la ciudad den la impresión de haberse movido para dejar ver, desde lejos, su estructura de ladrillo.
En esta ocasión el adobe no se incendia como en esos atardeceres soleados cuando la luz particular de esta ciudad le da a todas las cosas una tonalidad tan cálida que es difícil de describir. Es como si el aire y la neblina se unieran para suavizar las aristas que una ciudad le impone al paisaje.

Tres hombres (Medellín, Colombia)

Cobijados por la arquitectura de una biblioteca tres hombres, separados del resto de la gente que aparentemente gasta el tiempo de la misma manera que ellos, observan pasar el mundo, quizá comparándolo con el que conocieron en otras latitudes o con el que experimentaron hace unos cuantos años cuando fueron niños.
Tal vez las reflexiones estén lejos de sus mentes y lo único que pase por ellas sea constatar las horas o minutos que han pasado allí a la expectativa de que su realidad cambie. O que quien les dio cita en esta esquina se presente y los lleve por fin al lugar prometido.

Es un convoy que pasa (Medellín, Colombia)

El ruido, las conversaciones y las risas pertenecen a un grupo de niños que recorre en fila las calles del barrio, montados en sus carros de juguete. Parecen vestidos para asistir a un carnaval, de esos que se suceden en las diferentes culturas de la tierra.
Pero para ellos es más importante el viaje en sí que el lugar hacia donde se dirigen. Tal vez ni siquiera sea importante saberlo, quizá la seducción de este convoy esté en que no se dirige a ninguna parte, como los carruseles que giran incesantemente con sus coches y caballos tallados, detenidos en el espacio.

El aire de La Playa (Medellín, Colombia)

La luz del sol que calienta el aire e ilumina La Playa tiene unas características tan distintas a la luz de otros rincones de la ciudad que hasta las cosas inanimadas adquieren una calidad especial. Como si las cubriese una pátina de objeto antiguo, de esos que se ven en las fotografías de los barrios viejos de París o Roma o de cualquiera de esas ciudades milenarias.
Será la consecuencia del recuerdo que la tierra guarda de las viejas ceibas que sombreaban la Avenida en otro tiempo o tal vez se deba a los diseños que dibujan en el aire y en el piso las palmeras, plantadas quizá cuando esta ciudad apenas era un pueblo grande con aires citadinos.
Cualquiera que sea la razón, caminar por La Playa, bañado por el sol de la mañana sintiendo en la piel la caricia del aire tibio, es una experiencia digna de contarse.

Una tarde en San Ignacio (Medellín, Colombia)

Una tarde de pálido sol sirve a los habituales de San Ignacio para volver a entregarse a la atmósfera apacible de la plazuela después de un fuerte aguacero.
Hasta un árbol, que está cambiando de hojas, se ha llenado de palomas que no se toman la molestia de bajar a buscar entre las rendijas del piso cualquier migaja o algún maíz olvidado en el último repaso de picos. Prefieren quedarse arriba calentandose con los rayos del sol que a esa hora abandona el suelo.
En esta tarde medio gris, el color y el movimiento parecen concentrados en una pequeña niña que se mueve incesantemente alrededor de la madre, tan insensible como los demás a los cambios climáticos que se suceden en esta plazuela; una muestra en pequeño de lo que pasa en el resto de la ciudad.

Los paseadores (Medellín, Colombia)

Desde el tranquilo interior del Astor y saboreando el clásico jugo de mandarina, uno se puede dedicar a ver pasar a la gente por Junín; a veces todos parecen turistas que por fin se hubieran decidido a visitar la ciudad y tuvieran que verlo todo al mismo tiempo.
En algunas ocasiones se aglomeran frente a la entrada y uno apenas ve con dificultad una que otra cara. Pero otras, es como si por algún tipo de sortilegio la mayoría de la gente desapareciera y sólo quedaran en la calle aquellos que realmente disfrutan de pasear por Junín una tarde de sábado, sin afanes ni temores al proverbial paso inexorable del tiempo.

Que pase la luz (Medellín, Colombia)

El balazo o Monstera deliciosa Liebm como le dicen los científicos a esta hermosa trepadora, originaria de Centroamérica, es una de esas plantas que nos ha acompañado siempre a los que hemos vivido toda la vida en esta ciudad.
En cualquier parte encuentra uno esta planta, desde el patio de la casa de la abuela hasta las salas de las casas grandes, pasando por los jardines públicos y privados.
Pero aunque siempre ha estado presente en la ciudad casi nunca se tiene la oportunidad de ver la luz traspasando así una hoja nuevecita de balazo. Es como si además de los agujeros de la hoja, la luz se desbordara e impregnara toda su superficie.
Se imagina uno que en las selvas, de donde debe ser originaria, era una bendición para la naturaleza pequeña estar al cobijo de un balazo, así podían recibir luz a través de sus agujeros pero también a través de esa pantalla en que podía convertirse una hoja cuando recién nacía.

En las goteras de la ciudad (Medellín, Colombia)

En las montañas que rodean la ciudad es posible encontrar todavía lugares así, donde parece que se fabrica la neblina que a veces invade todo el valle o esa niebla que cubre las montañas dibujando un horizonte imaginario para quienes quieran inventarse un espacio abierto, detrás de toda ese blanco algodonoso.
Pero el viento o el calor disipan la niebla y otra vez vuelven a aparecer las montañas con su dosis de verde y ocre.
Muy cerca se pueden encontrar lugares como éste, donde el tiempo se ha detenido flotando quizá en las gotas de agua que desdibujan el paisaje.

La mitad de una sombra (Medellín, Colombia)

Una imagen que se repite en esta ciudad es la de los paraguas dañados, o sombrillas en este caso. Aunque su estado es lamentable los dueños se resisten con energía a desecharlos. Será que el afecto que le guardan los habitantes de esta ciudad a sus objetos es tan fuerte que no se atreven a desprenderse de ellos, o será acaso que a mucha gente no le importa ya que estos ni siquiera puedan cumplir la función asignada.
En un día soleado dos mujeres intentan, sin conseguirlo, protegerse del calor bajo media sombrilla. La mujer que la sostiene camina bajo el sol sin darse cuenta al parecer que la media sombra escasamente les cubre la mitad del cuerpo.

Adobe en el teatro (Medellín, Colombia)

El teatro Metropolitano, el lugar de espectáculos más importante de la ciudad fue construido con el material más común y significativo de la ciudad: el adobe.
Él es el que le da ese color particular a las laderas de las montañas que circundan el valle y que cada vez más se ven atacadas por la creciente mancha ocre de viviendas.
Este edificio refleja en sus superficies esa arquitectura eminentemente práctica que se ve en los barrios de la ciudad, paredes lisas cuya elaboración obedece a una finalidad específica: proteger de la intemperie a los moradores de las casas.

Lila en los jardines (Medellín, Colombia)

En los jardines de la ciudad no sólo se encuentran las rosas, los hibiscus o las buganvilias de siempre, también es posible ver esas orquídeas sencillas que a veces pasan desapercibidas para los buscadores de flores exóticas.
Todos los colores se plasman constantemente en la variada flora de esta ciudad.

Perspectivas de La Playa (Medellín, Colombia)

En una tarde fría donde el cielo de pronto se volvió azul como para animar al sol que por el occidente trataba de meterse por entre las ventanas y las calles, la mirada de algunos transeúntes se vio atraída por la luna que paradójicamente la salida del sol dejó ver en el cielo de las cinco.
Iluminados por este sol tardío los edificios de La Playa parecen recién construidos, es como si desde hace muy poco tiempo estuvieran bordeando la avenida medellinense por excelencia, acompañando a las palmeras y a los carboneros que sombrean los andenes.

El color de la luz (Medellín, Colombia)

La arquitectura no puede desprenderse de la luz para reforzar la relación vital que establece entre los espacios.
Y hay lugares como éste donde a determinada hora del día la luz atraviesa los ventanales incendiando el color de los vidrios, y golpea con tal fuerza en las hojas de las plantas que parece atravesarlas.
Lugares apacibles como estos, donde la luz se descompone en una gran variedad de colores y revela volúmenes de gran belleza, hay muchos en esta ciudad a la vista de todo el mundo, aunque rara vez nos fijamos en ellos.

Medellín en blanco y negro