Santuario (Medellín, Colombia)

Un retazo de vegetación (donde diferentes especies se mezclan en un caos aparente) y un pequeño ojo de agua, recuerdan las repetidas imágenes que se fijan en la memoria del viajero, cuando se mueve por las carreteras que lo conducen a la ciudad o lo alejan de ella.
En medio de calles, contaminación y edificios el visitante de este sitio tiene la posibilidad de sentirse en uno de esos lugares donde la luz, el agua y las plantas infunden la reverencia que sólo inspiran los santuarios.

Transacciones (Medellín, Colombia)

Pedazos de historia cotidiana permanecen en el suelo, a la espera de alguien que quiera incorporar a su propia vida, un trozo de la existencia desechada de otro. Se cambian o se venden, se juegan o se dan en usufructo como la vida de aquel poeta.

Colores complementarios (Medellín, Colombia)

El impacto que produce el contraste entre el anaranjado de estas flores con el verde de las hojas confirma los enunciados de la teoría (estos dos colores se intensifican mutuamente), como sí a esta planta le interesaran más las connotaciones estéticas que la funcionalidad.

Punto de fuga (Medellín, Colombia)

Algo que está por fuera de la fotografía atrae la atención de tal manera, que sólo unas cuantas cabezas establecen el contraste con todos los ojos que miran hacia el mismo lugar, tan invisible como un punto de fuga exterior en una imagen en perspectiva.

El obrero (Medellín Colombia)


Uno se pregunta si la paz del parque, donde se encuentra esta escultura, tiene que ver con la sombra que ofrecen los árboles o con la serenidad del rostro metálico de este obrero, que contrasta con la fuerza contenida de sus manos y su cuerpo.
La falta de una loza en la parte posterior del pedestal, le agrega a la escultura un toque más de esa nobleza con que el tiempo bendice las obras de arte.

Fauna urbana (Medellín, Colombia)

Una ardilla, que parece diminuta, recorre a gran velocidad el tronco de un viejo árbol. Lleva su vida sin prestarle mucha atención a la gente que pasa.
Pero no hay que llamarse a engaño, su mirada vigilante la previene para no dejarse atrapar. La experiencia de muchas generaciones le ha enseñado a evitar el contacto con esa especie desesperada, que se mueve por debajo de su mundo.

La dama de la hoz (Medellín, Colombia)

Desconocido para la mayoría de los transeúntes, este altorrelieve permanece sobre la puerta de uno de esos edificios viejos de Junín, donde funciona una institución bancaria. El tema parece hacer referencia al trabajo: en una pose de reminiscencias egipcias una mujer manipula con gesto delicado una hoz; el pelo, amarrado en una trenza, cuelga sobre el hombro poniendo un toque de coquetería en toda la escena.

Columnas (Medellín, Colombia)

La falta de altura de estos chorros se ve compensada con el dramatismo de su forma. La uniformidad de las columnas del fondo refuerza la impresión que causa el agua en movimiento.

Casas viejas (Medellín, Colombia)

Las casas que la gente abandona nunca estarán vacías, la vida se ingenia la manera de apropiarse de ellas, utilizando los lugares más insospechados para dar cobijo a alguna especie.

Bandera (Medellín, Colombia)

El pasado 20 de julio (el día de la independencia) a la entrada de un edificio, influidos tal vez por el inconsciente colectivo, tres personas formaron durante unos momentos la bandera de Colombia.

Los mil espejos del cielo (Medellín, Colombia)

La superficie simple de este edificio parece diluirse en la gama de grises que la cubren, como si la única razón de ser del cielo nublado, fuera deshacer la arquitectura y perderse en su propio reflejo.

Vallas en oriente (Medellín, Colombia)

Desde hace algo más de tres años las vallas publicitarias, de toda clase, se tomaron las terrazas de este sector del oriente de la ciudad. El motivo, captar la mirada de los pasajeros del metrocable, que desafiando la altura se mecen levemente entre estación y estación.

Esperando a los bárbaros (Medellín, Colombia)

La ciudad se arma y se desarma incesantemente a su alrededor y sin embargo ellos permanecen inmóviles, a la expectativa, con la mirada fija en el horizonte, sin saberse qué aguardan. Acaso ellos, como nosotros, también están esperando a los bárbaros. Tal vez sea la única solución: tener esperanza aunque llegue la noche y alguien traiga la noticia de que los bárbaros no vendrán, que ya no hay bárbaros, como en el poema de Cavafis.

Mar de hierba (Medellín, Colombia)

Sin más alternativa la hierba se inclina ante la fuerza del viento que la azota. De la misma manera se doblega el hombre a veces ante las circunstancias que lo agobian.

Inicios (Medellín, Colombia)

Un viejo árbol ducho en la lid de la supervivencia, acostumbrado a servir de soporte a musgos y plantas aéreas aloja, sin preocuparse por su destino incierto, una pequeña planta.

Una ventana para la abstracción (Medellín, Colombia)

Nada más acertado que la palabra escrita en la ventana por donde se asoman estas dos figuras, aunque no se sepa si el término hace referencia a la forma de los maniquíes, como representación del cuerpo humano, o al hecho de que toda imagen es un reflejo desvaído de la realidad.

Los caminos por venir (Medellín, Colombia)

En medio de una plaza unos juguetes permanecen inmóviles, preparados para recorrer los caminos que les asignarán los niños a quienes esperan. El azar fijará los rumbos por donde se moverán con osadía: esa determinación con la que se desplaza un niño por la vida, transformando el futuro en su propia historia.

Iglesia San José (Medellín, Colombia)





Lejanas están las horas en las que expertos alfareros dieron forma al barro para la construcción de esta bella iglesia. Aunque el deterioro, con el que el tiempo castiga todas las obras humanas, se evidencia en los adobes desgastados, su diseño y factura siguen causando admiración en el observador.

Stairway to heaven (Medellín, Colombia)

Algo tienen las escalas sin final aparente que hacen pensar en el futuro. Parecen hacernos creer que si persistimos en subir, podremos conseguir el cumplimiento de alguna promesa o la revelación de un secreto decisivo para nuestra vida. Algo nos dice que quien logre subir todos los peldaños con paso seguro, o aunque sea con el corazón indeciso, logrará influir en su destino.

El camino de la lectura (Medellín, Colombia)

Algunos empiezan tan temprano el camino de la lectura que ya las suelas de sus zapatos muestran las huellas del desgaste. Lo que no se les desgastará jamás es su capacidad de sentir un placer tan intenso, como el que encontraban cuando sólo leían libros para niños.

Fuente de agua dulce (Medellín, Colombia)

Los colores brillantes de las esferas que flotan en el agua de la fuente, hacen creer al observador que está mirando unos confites gigantes. Sólo quedan unos cuantos y se desconoce a quién están destinados en el remoto caso de que fueran dulces en realidad.
El agua sin embargo es casi seguro que no es salada.

Banderas al viento (Medellín, Colombia)

En una tarde gris, de esas que nos sorprenden a mansalva en esta ciudad, el viento ondea unas banderas, poniendo una pizca de color en el cielo.

Los colores de Palacio (Medellín, Colombia)


Los arcos interiores del viejo Palacio Nacional cambian de color, dependiendo de la luz que atraviesa los paneles transparentes del techo. Como si su arquitectura se hubiera reconciliado con el papel que, en esta ciudad de mercaderes, se le ha asignado a algunas edificaciones restauradas: convertirse en centros comerciales.
El colorido de las mercancías, que en su interior se exhiben, desafía cualquier descripción.

Camino de barrio (Medellín, Colombia)

Sólo la vista del centro y de las montañas lejanas abre la perspectiva de los caminos peatonales angostos, laberínticos y plagados de escalas, de muchos barrios de la ciudad.

Una puerta hacia la luz (Medellín, Colombia)

La mirada apenas se detiene en el hermoso diseño que el hierro le imprime a la imagen de luz y color que quisiéramos aprehender...
Afuera la vida sigue, sin percatarse de la penumbra que habita detrás de tantas puertas.

Edificio Vásquez (Medellín, Colombia)

El asfalto húmedo y el cielo tormentoso enmarcan la belleza escueta de este viejo edificio de adobe, testigo de excepción de la época dorada del barrio Guayaquil.

La número veinticinco (Medellín, Colombia)

Después de hacer sentir su paso por los abismos y valles de Antioquia, la locomotora número veinticinco permanece expuesta, en la estación Cisneros, a los ojos de quienes, sin saberlo, se mueven por una ciudad que le debe muchas de sus características a ese Ferrocarril que continúa rodando en la historia y en la imaginación.

Apacible panorámica (Medellín, Colombia)

Los edificios del centro que vemos pocas veces cuando caminamos con rapidez por sus calles, se agrupan en un sector relativamente pequeño, comparado con el tamaño de la ciudad. A lo lejos las montañas, siempre las montañas, parecen observar con la complacencia de unas viejas parientes, como ha crecido la antigua Villa de la Candelaria.

Última cena (Medellín, Colombia)

En la penumbra de una iglesia este mosaico revive sus colores para los fieles que lo miran de vez en vez, sin reparar en su belleza, en medio de una misa o para el visitante que se pasea a cualquier hora por sus naves, buscando tesoros olvidados.

El más veloz (Medellín, Colombia)

Ser el mamífero más rápido sobre la tierra le tiene sin cuidado al guepardo, en cambio cuando un niño corre a la velocidad del viento se convierte en el ser vivo más veloz del mundo conocido, y eso lo llena de satisfacción.

Oriente (Medellín, Colombia)

Entreverados con las terrazas y los techos los árboles salpican de verde los colores terrosos de las edificaciones. A lo lejos, las montañas presentan ese tono azul desvaído de las historias olvidadas, aunque cada vez más se vea manchado por las construcciones que lentamente van recubriendo toda su superficie.

Buganvilia (Medellín, Colombia)

Veranera o curazao, no importa el nombre, la ciudad se ilumina con sus colores en todo momento, aunque al sol lo oculten las nubes o a la atmósfera la desdibuje la contaminación.

El lugar de la espera (Medellín, Colombia)

Bajo los rieles del metro, en esta estación del centro, mucha gente se detiene y espera. No importa si lo saben o no pero la expectativa los define. Es el lugar de las esperanzas aunque algunos no se las hayan formulado de manera consciente.

Edificio Fabricato (Medellín, Colombia)



Ya pasaron los días en que los transeúntes se paraban a observarlo, tratando de adivinar en su fachada algún indicio de la verdadera historia del llamado crimen de “Posadita”. Ahora es un edificio más del Junín que no desaparece. Los domingos hasta es posible encontrar, alojado en la parte exterior de su entrada principal, un vendedor de libros de segunda. Paradójicamente, pueden verse casi siempre obras de la maestra del suspense Agatha Christie; una reminiscencia velada tal vez, de esa otra historia que conmovió corazones y vendió periódicos por allá en los sesenta.

Viejo farol (Medellín, Colombia)

El atrio que iluminaba este farol no necesita ya de sus servicios. Las lámparas de luz amarillenta reemplazaron su brillo hace muchos años.
Las manos que lo forjaron desaparecieron y sin embargo él sigue custodiando la fachada de una vieja iglesia.

Un edificio con armadura (Medellín, Colombia)

Las paredes cubiertas de placas metálicas le dan a este edificio, asentado en una base de vidrio y concreto, características de fortaleza. La ausencia de ventanas acentúa su hermetismo, tan sólido e inexpugnable, como pudo ser el de las murallas que protegían los castillos en la época de las cruzadas.

Las puertas de la memoria (Medellín, Colombia)

Una cadena simbólica impide la salida a los recuerdos atrapados en el aire mohoso, que se agita lento y suave por entre los cuartos y salones, de esta casa. El diseño de la reja debe contener alguna sabiduría arcana, para impedir la desaparición definitiva de las huellas grabadas en el piso y en las paredes, por sus antiguos habitantes.
A la espera del desmantelamiento definitivo estas puertas permanecerán cerradas, custodiando una memoria ya sin dueños, hasta el día en que lleguen con sus almádanas los demoledores irreverentes.

Mango que te quiero mango (Medellín, Colombia)

Antes, cuando esta ciudad no se había crecido tanto, en los solares de las casas había siempre un árbol de mango, y la gente esperaba pacientemente a que madurara. Después cuando lo tumbaba, o lo cogía o él se caía solo, seguía el ritual de pelarlo y comerse las tajadas de un amarillo requemado en el mismo solar o en el quicio de la puerta, persiguiendo con la lengua golosa los pequeños arroyos que se regaban por entre los dedos.
En esa época uno esperaba a que maduraran. Ahora se vive a tal velocidad que no hay tiempo de esperar, y en lugares tan reducidos que los solares desaparecieron hace años.
Ahora la gente compra los mangos ya pelados y cortados, empacados en bolsas plásticas y distribuidos por toda la ciudad en carros tirados por los vendedores o estacionados en sitios estratégicos.
Pero, aunque se haya perdido la emoción de la espera de ver madurar un mango, la intensidad de su color, su fragancia y su sabor (con o sin sal), no han desaparecido.

Iglesia con jardín (Medellín, Colombia)

Si se juzga por la exhuberancia de la vegetación que lucha por ocultarla, esta iglesia podría estar al borde del abandono. Sin embargo su santo patrón espera con paciencia la llegada de los fieles que aunque sean pocos, justificarán el cuidado que revelan algunas partes del jardín.

Lámpara de plasma (Medellín, Colombia)

Es posible que un mago de los tiempos de la ciencia pueda leer, en el patrón de colores que se agita en el interior de esta esfera, el pasado o el futuro de quien la toca. En cambio para el observador casual no dejará de ser un artilugio más, dedicado al juego o a la decoración.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...