La otra ciudad (Medellín, Colombia)

El juego libre de la luz y el vidrio sobre las superficies de los edificios, crea a veces unas imágenes tan reales, que al observador se le hace difícil saber cuáles son las verdaderas y cuáles son producto del reflejo.
Por eso cuando se observan las fachadas de estos edificios, que oscurecen las calles estrechas del centro de la ciudad, se ve siempre un panorama distinto, que depende tanto de la luz de ese momento, como del ángulo desde dónde se miran.
Los ambientes interiores que se alcanzan a vislumbrar detrás de los vidrios, adquieren a ratos esa atmósfera de los lugares que se ven en los sueños. Sitios de dimensiones indefinidas donde los espacios parecen transformarse constantemente en otros.
Un juego de reflejos con el que la ciudad parece expresar la necesidad de trastocar su geografía fija e inamovible e incitar a los seres humanos que la habitan a jugar con la verdad y la ilusión.
Tal vez la única manera de mantener la cordura, sea desatar las fantasías y creer durante algunos instantes en esa imaginería que la ciudad propone en complicidad con la luz única y sorprendente con que la naturaleza dotó este valle.

La sutileza de los pájaros (Medellín, Colombia)

El cielo frío y algodonoso de un amanecer sirve de fondo a esta composición de la que nadie puede reclamar su autoría. Sólo la naturaleza es capaz de ubicar tres aves en un paisaje tan simple como este y crear algo de una belleza tan sutil.
A pesar de su inmovilidad la impresión de vida que se percibe en estos pájaros es asombrosa. Observándolos con cuidado se nota la fugacidad de su permanencia en esas ramas secas: uno sabe que en cualquier momento y por cualquier razón se echarán a volar.
El cielo, el paisaje y las ramas quedarán otra vez desnudos de vida aunque su aspecto simple no desaparezca. Permanecerán a la espera de que regresen las mismas aves o de que otras decidan detenerse allí para crear nuevas composiciones.
En esta ciudad donde el asfalto, las aglomeraciones, la velocidad y el ruido son los elementos que marcan la existencia de la mayoría de sus habitantes, escenas tan delicadas como esta contribuyen a fijar la atención, en otros ámbitos, de aquellos que tengan la fortuna de contemplarlas, así sea durante unos segundos.

Una palmera... y el cielo (Medellín, Colombia)

Las palmeras que abundan en las plazas y a la orilla de las avenidas, de las calles, en los jardines, como si esta ciudad hubiera sido construida junto al mar, proyectan contra el cielo, dondequiera que se encuentren, su figura perfecta y airosa.
El cielo de todos los días que en algunas ocasiones no lo perturba ni el blanco lechoso de las nubes, se ve de pronto alterado por el verde lujurioso de una palmera. La nitidez del tronco que se prolonga hacia arriba, como si pretendiera cortar la escena que uno contempla, desaparece de pronto en sus hojas que se inclinan con curiosidad para observar la vida desesperada que se agita abajo. Una realidad que se percibe como un desafío a la existencia apacible que uno sospecha se vive allá en las alturas.

El don del águila (Medellín, Colombia)

Este carro que permanece a la orilla de una calle, espera a su dueño, un hombre que con toda seguridad debe ser tan común y corriente como la mayoría de las personas que viven en esta ciudad, al que tal vez nunca han asaltado los demonios interiores que acechan a mucha gente.
Sin embargo este vehículo parece uno de esos carros que podrían aparecer en una película de David Lynch, tal vez atravesando un desierto norteamericano. De su interior saldría quizá la música de un viejo radio interpretando algún tema country, mientras que el hombre que conduce mira sin inmutarse la carretera frente a él. A su lado una mujer dormiría intranquila, como para transmitirle al espectador la tensión de la vida que han llevado en los últimos días sus pasajeros y que el destino que los espera al final del recorrido no puede ser de ninguna manera apacible.
Ojalá que la gente que lo use lleve una existencia tan interesante como uno se imagina que debe ser la vida de quien se atreve a viajar en medio de tanto color y entregado a los designios del espíritu de un águila y de un gran jefe indio.

Bromelias (Medellín, Colombia)

Una combinación de formas engañan al ojo momentáneamente, haciéndole creer que la realidad que se le presenta no es tal y que la imagen corresponde al paisaje subacuatico de un arrecife.
Los colores y texturas de hojas y flores se parecen a esas superficies ásperas, espinosas, de tantos animales que pueblan los arrecifes coralinos. Pero en esta imagen no hay nada que tenga relación con los mares, por el contrario, son plantas que originariamente se aferraban a los troncos de los árboles para estar más cerca, tal vez, de la luz que se filtra con dificultad por entre la vegetación espesa del bosque.
Desarraigadas de sus lugares de origen, estas plantas fueron obligadas a abandonar los ambientes húmedos y poblados de animales grandes y diminutos, para adornar en la ciudad los espacios antisépticos de oficinas y consultorios, dejando huérfanos de belleza y colorido a los árboles que les servían de apoyo.
Su apariencia las ha destinado a permanecer aisladas de sus congéneres hasta que las costumbres cambien y la gente decida que sus lugares de trabajo necesitan otro tipo de decoración, donde las plantas vivas quizá ya no tengan cabida.

Destapa la reflexión (Medellín, Colombia)

Un adolescente que mira al vacío, indiferente al movimiento y a la ansiedad que lleva a sus compañeros a rodear con avidez el montaje publicitario de una conocida marca de bebidas que les promete frescura, impulsa las reflexiones del observador desprevenido.
Por la expresión de su rostro no se puede adivinar qué piensa o siquiera aventurar alguna hipótesis plausible, sin embargo uno no se abstiene de hacerlo: tal vez medita en los problemas que pueden aquejar a un joven de cualquier época o de ésta en particular en una ciudad latinoamericana. Quizá se sumerge en fantasías que a juzgar por el movimiento a su alrededor deben involucrar ambientes más tranquilos. Aunque es posible que la mente se le haya quedado en blanco, sintiendo nada más la maravilla de la vida sin tener que recurrir a sucedáneos artificiales para comunicarse con la existencia.
De todas maneras este muchacho que en el extremo de la fotografía se abstrae por completo de su entorno, le hace pensar a uno que no hay edades para destapar la reflexión, la única posibilidad de ser uno mismo, aunque no sea el camino directo a la felicidad.

La cinta verde (Medellín, Colombia)

No sólo a las flores se les ha encomendado la tarea de adornar los jardines, los balcones y los parques de la ciudad, también se encuentra esa profusión de plantas ornamentales que resaltan, con la belleza de sus diseños y la gama infinita de sus verdes, el color de las flores.
Son plantas que han sido traídas de muchas latitudes, pero sobre todo plantas que aunque desarraigadas de los bosques húmedos o de los páramos que todavía se encuentran en Colombia se aclimatan a las inclemencias a que una ciudad como ésta las somete. Algunas lo hacen con dificultad otras sin mayores traumatismos para competir por un espacio en los terrenos que, afortunadamente en esta ciudad no son pocos, se dedican a la naturaleza.

La luz incierta de las cuatro y media (Medellín, Colombia)

En el viejo reloj de la torre de esta iglesia, al que el tiempo ha borrado casi por completo los números con los que antiguamente marcaba las horas para la gente de Boston, siempre son las cuatro y media. No importa que la luz, a las diferentes horas del día, contradiga sus manecillas.
Pero, en este día cuando los demás relojes marcaban las seis de la tarde, la luz no se parecía a la de ninguna hora.
Por entre las nubes del occidente se filtraban unos rayos que se reflejaron en el cielo cubierto de la ciudad convirtiéndolo en una pantalla pálida y amarillenta, que hacia ver las cosas con una nitidez desacostumbrada, irreal. Sin embargo los tonos de los árboles se fundieron en una serie de trazos negros, finos y delicados que cuarteaban el cielo, como pasa en esas láminas antiguas en las que el tiempo ha tarjado y ennegrecido la laca que les diera ese brillo intangible de los objetos chinos.

Los colores que surgieron del frío (Medellín, Colombia)

Este lugar que la gente se encontró sorpresivamente en los corredores de un centro comercial, les transmitía a los observadores una sensación de tranquilidad inesperada, como si de pronto el ruido y la prisa cambiaran sus registros para armonizar con los colores fríos que casi siempre se asocian con el agua, con el hielo o con la calma.
Las vasijas de piedra que parecen haberse originado en el inicio de los tiempos se sumaban al ambiente sereno que invitaba a la reflexión en este jardín improvisado. Era como si uno pudiera transportarse desde allí a uno de esos templos japoneses, donde el silencio hace que se perciban con mayor intensidad los detalles de todas las cosas y donde uno se permite escuchar su voz interior con mayor claridad.

Un baño para sibaritas (Medellín, Colombia)

Las fachadas de las casas siempre guardan secretos y cuando desaparecen sus dueños originales, a la gente que les sobrevive le queda la tarea de desvelarlos o de permitir que se vayan a la tumba con los desaparecidos. Sin embargo lo que no se desvanece fácilmente son los indicios, que quedan grabados en la arquitectura o la decoración, de los gustos e intereses que pudieron tener aquellos. Permanecerán hasta que esas casas sean derruidas completamente o “remodeladas” que es casi como decir deformadas.
Teniendo en cuenta la época en que fue construida la casa donde se encuentra este baño y en comparación con los baños de la mayoría de las casas actuales de la ciudad, éste todavía conserva una apariencia que apunta a lujos y placeres apenas vislumbrados por la gente actual, que lleva una existencia consagrada a la velocidad. Al parecer, las casas que flanqueaban la Avenida La Playa se caracterizaron por la belleza de su arquitectura y sobre todo por la manera lujosa con que fueron decorados sus interiores, pero para desgracia del patrimonio histórico de la ciudad, han desaparecido. Apenas quedan rezagos como éste donde uno puede entrever algo de la vida cotidiana de aquellas gentes.
Aunque este baño no se pueda comparar con esos otros donde se refocilaban los nobles en las ciudades europeas o en la vieja ciudad de Estambul por la misma época, pero que causaban sensación en los habitantes que tuvieron acceso a estas casas, cabría decir que por su diseño, por su belleza y sin temor a caer en la exageración que éste fue un baño para sibaritas.

La hora de la mandarina (Medellín, Colombia)

Cuando la tarde ni siquiera ha empezado a languidecer, cuando las sombras apenas si se dejan ver debajo del cuerpo, es la hora de hacer un alto y aprovechar a cualquiera de los vendedores de jugos que pasan con sus carritos por las calles y los parques de la ciudad.
A esta hora de calor intenso nada mejor que el ácido y refrescante sabor de un jugo de mandarina.
Aunque el placer que se siente al saborear el jugo de esta fruta es tal, que la gente no se circunscribe al mediodía para entregarse a las delicias de su sabor o al de cualquiera de las frutas que en una ciudad como esta asaltan los sentidos a cada momento: los olores, el color y las texturas se suman a ese sabor aprendido que se lleva en el subconsciente y que literalmente le hacen a uno la boca agua cuando los percibe en cualquier esquina o como en este caso, desplazándose en un carrito, al vaivén del hielo que refresca hasta la vista.

Los jardines colgantes (Medellín, Colombia)

Las canastas donde se siembran todo tipo de plantas, que desde siempre han adornados los balcones en los barrios de la ciudad, transforman algunas calles en verdaderos jardines aéreos.
No es extraño encontrarse en esta ciudad con un lugar como este donde se venden plantas ornamentales, de esas que derrochan color para consagrar otra vez la vocación de esta urbe como ciudad de las flores.
Las begonias y los “novios” de tan variado colorido, se combinan con toda la gama de plantas florales para convertir esos balcones en lugares donde la naturaleza se hace cargo de la decoración.

La ciudad de los tesoros (Medellín, Colombia)

Tal vez lo que convierte a una ciudad en un lugar cosmopolita del que todos los visitantes se enamoran, es su habilidad para evocar o dar cabida en sus rincones en cualquier momento o siempre, reminiscencias de otras ciudades del mundo. Al contemplar la imagen de este cielo incendiado cobijando los últimos minutos del día, uno se transporta a los lugares de los que hablan la poesía y las leyendas, como si pudiera ver los cielos que vio el poeta alejandrino o pudiera contemplar los atardeceres que admiraba Harún al-Rashid, el príncipe persa, desde su palacio en alguna ciudad inmortalizada en las mil y una noches.
Apenas si puede uno sustraerse a la emoción que produce un espectáculo como este, para recordar que palmeras y palacios son tal vez los elementos iniciales para empezar a contar una novela de misterios y prodigios, o para querer releer las historias de ciudades devoradas por el desierto, donde los tesoros que guardaban fueron la perdición de tantos aventureros.
Esta ciudad mantiene sus riquezas siempre a la vista, como esta combinación de colores y sombras de un atardecer cotidiano. Quizá sea esa la razón de que tantos viajeros se hayan fascinado con ella, sin llegar a definir con exactitud cuál de todos sus tesoros fue el que los sedujo definitivamente.

La irrealidad de las perspectivas (Medellín, Colombia)

A la realidad, por la que uno se mueve diariamente y a la que considera inamovible o al menos ordenada por reglas inmutables donde los cambios obedecen a las leyes precisas de la física, sólo le basta un ligero toque para entrar en lo que podría llamarse la dimensión de las abstracciones. Apenas se la descontextualiza pierde toda su lógica y empieza a transformarse en cualquier otra cosa, como esta serie de balcones de un edificio en el centro que parece, vista desde esta perspectiva, una de esas esculturas modulares que se presentan en las bienales de arte de cualquier país.
No importa que sólo existan para esos eventos en particular y nadie más vuelva a saber de ellas, en esta ciudad es posible ver un edificio que desde hace varias décadas se convierte por momentos en una de esas esculturas.

Aire sólido (Medellín, Colombia)

Uno de los momentos más impresionantes para los seguidores de la Guerra de las Galaxias fue la visión de Han Solo atrapado en un bloque de carbonita. Aunque se tuviera la certeza de que sería liberado de alguna manera por sus amigos.
En esta ciudad es posible contemplar una imagen parecida aunque con una expresión menos dramática. En una casa donde ya no habita nadie, aunque durante el día sus corredores y habitaciones sean visitados constantemente, se puede ver la imagen de un niño alrededor del cual el aire se solidificó de repente atrapándolo junto con algunas mariposas. Es como si hubiese estado en un lugar al aire libre cuando la composición del aire cambió, tan de repente, que apenas logró cerrar los ojos.
Pero lo más inquietante no es que haya quedado detenido en el tiempo y en el espacio, lo que más se debe preguntar la gente es, que había frente a él que fue arrancado con tanta violencia. Acaso tenía algo valioso entre sus manos, o algo que implicaba un peligro para alguien. Las conjeturas pueden multiplicarse sin llegar a encontrar una explicación plausible al destrozo que altera la superficie de la pared, pero que no perturba la placidez del rostro del niño, inmerso al parecer en su mundo interior.
Una mancha más clara se extiende desde él hacia fuera, como si de alguna forma su cuerpo estuviera cambiando la estructura de la pared que lo mantiene atrapado. Tal vez en cualquier momento la sustancia se diluya y el niño pueda alejarse de allí junto con las mariposas que echarían a volar de inmediato. Claro que uno no sabe si quiere irse o permanecer allí entregado a las meditaciones que ocupan la mente de los seres tan evolucionados como aparenta ser este niño, si es que uno se deja llevar, para emitir un juicio, por la serenidad de sus facciones.

El camino hacia la luz (Medellín, Colombia)

Muchas personas que han estado en coma o a punto de fallecer han descrito su experiencia, a la que todavía se le dan múltiples explicaciones sin que haya ninguna concluyente, como un túnel donde al final espera una luz brillante y seductora, tanto que sintieron un fuerte impulso de caminar hacia allí, pero al parecer no era su hora o siguieron el consejo tan repetido de “no ir hacia la luz”, pues esto significaría desprenderse completamente de la vida.
En esta fotografía una multitud se dirige hacia la luz, aunque ninguno de los que camina entre ella tiene aspecto de estar al borde de la muerte. Claro está que no se sabe lo que fue de ellos después de haber sido tomada esta foto.
Son pasajeros del metro de la ciudad que se apresuran en la rutina diaria de acudir a sus trabajos o lugares de estudio. Lo cierto es que la vista de esa luz intensa al final de las escalas produce cierto cosquilleo, le dan ganas a uno de devolverse para no sumergirse en la luminosidad que ha engullido a muchos de los que iban adelante.
Pero desoyendo las consejas la gente continua, unos se dejan llevar por la lenta escalera eléctrica, otros los más apresurados o los más retrasados, se deciden por las escalas, con tal de entregarse cuanto antes a ese futuro predecible que la luz cegadora al final de la cuesta confirma, como siempre lo hace… aunque quizá en esta ocasión lo desintegre. Nadie lo sabe.

Panorama con neblina (Medellín, Colombia)

La ciudad de todos los días, la que se pega con la persistencia de las plantas aéreas a las lomas que rodean el valle, se desdibuja en algunas ocasiones más que en otras. Las distancias de siempre y la bruma que se intensifica a veces, contribuyen a marcar la retina con la imagen de un lugar donde los colores se funden a lo lejos en el mismo azul desteñido, que apenas sirve para mantener inalterada la silueta de las montañas.
Es como si lentamente a los ojos los dominara una fuerza extraña que se empeña en hacer desaparecer los lugares lejanos, los que no se pueden ver claramente, esperando tal vez que sólo se fije la mirada en los parajes familiares, pretendiendo crear así una falsa confianza en aquellos que nunca quieren moverse de los terrenos conocidos, esos terrenos que por vistos no dejan espacio a la ambigüedad y donde lo foráneo, aunque sean otras partes de la misma ciudad donde vivimos todos, se mira con suspicacia.

Avenida Primero de mayo (Medellín, Colombia)

Este es uno de los cuatro nombres que tiene una de las vías más importantes del centro de la ciudad. Bajo esta denominación apenas recorre una cuadra, desde la carrera Junín hasta la carrera Palacé, convirtiéndose de esa manera en la que debe ser la avenida más corta del mundo.
Esta vía, que atraviesa el centro de oriente a occidente, fue construida sobre la quebrada Santa Elena que cuando corría descubierta, causaba estragos e inundaciones cada invierno, hasta que la mano del hombre decidió controlar sus excesos de una vez por todas. Fue tapada con concreto y asfalto, como muchas otras en la ciudad, y pasó a ser una de las calles emblemáticas del centro.
A muy pocos se les ocurre que caminar por estas avenidas es desplazarse por encima de un largo túnel. Un lugar oscuro que corre paralelo a los andenes y el pavimento por donde la gente se apresura diariamente y que en otro tiempo fue dominio indiscutido del agua, las piedras y la arena.
Es el mismo fenómeno que ocurre en tantas ciudades en el mundo que dan cobijo bajo sus casas y calles a todo un mundo subterráneo y desconocido.

El blanco es infinito (Medellín, Colombia)

Estas sillas blancas que se acomodaron y se organizaron como si estuvieran dispuestas en cualquier momento a recibir una multitud, dan la impresión de haber sido ubicadas para permanecer allí siempre, sin alteraciones, hasta el final de los tiempos. Tal vez sea esa ausencia de alteraciones, la repetición de la misma forma, sin variar en nada, lo que transmite la idea de la perpetuidad, produciendo en el observador esa impresión de desasosiego que provoca lo que nunca cambia.
Pero, si bien es cierto que resulta desconcertante ver tantas sillas juntas y vacías sin conocer su destino, lo es también que de alguna manera desconocida esa imagen genera un ligero efecto apaciguador. Como si la posibilidad de ser uno de los que estará allí sentado brindara una sensación de seguridad. Una sensación que difícilmente produciría una silla azul o roja o verde.
De hecho el blanco, que se ha utilizado en China o en Rusia para simbolizar el luto, y en occidente para demostrar pureza, nos lleva a pensar que tal vez la puerta al infinito sea un campo donde todas las sillas sean blancas y a convencernos de que una de ellas es la nuestra.

Objetivos (Medellín, Colombia)

En esta ciudad es posible encontrarse con una sala como ésta donde se realiza una exposición de lo que a todas luces parecen cámaras fotográficas a juzgar por el tubo de cobre que tiene las características de un objetivo. Pero la soledad del salón y la disposición de los aparatos hacen creer al observador que detrás de la simpleza de las formas debe existir otra cosa, le hacen pensar que de alguna manera ha penetrado en una realidad distinta, como si se hubiera colado en una escena de una de esas películas de serie B, donde los objetos cobraban vida súbitamente y empezaban a perseguir a las personas. Parece como si en cualquier momento fueran a dirigirse hacia nosotros para enfocarnos con sus objetivos antediluvianos, más parecidos a ojos de cíclopes, e inmovilizarnos y transportar nuestro cuerpo a cualquiera que sea el lugar adonde llevan los extraterrestres los humanos que hacen objeto de sus abducciones.
Hasta la imagen ha adquirido la textura inquietante y desvaída de las fotografías antiguas o de las películas viejas, donde uno tiene la sensación de que la gente ha ido desapareciendo lenta e irremediablemente.

Mercurio (Medellín, Colombia)

Desde sus comienzos esta ciudad ha tenido una vocación comercial.
Por eso no es de extrañar que en uno de los lugares más concurridos, la estación San Antonio del metro, se haya erigido esta escultura del maestro Arenas en honor al dios del comercio.
Como si quisiera recordarnos, a quién le debemos las bendiciones que han caído sobre la ciudad y unas cuantas amonestaciones de los hados, para frenar la ambición que muchas veces los designios de esta villa ponen en la mente de sus adoradores.
De un lado a otro vuela Mercurio influyendo en el ánimo de los habitantes de la ciudad, impregnándolos a todos de una pasión por los negocios, por el comercio, que a veces brota y da frutos en los oficios más corrientes o más peregrinos.

Los fantasmas de la casa (Medellín, Colombia)

Dicen que todas las casas viejas tienen como mínimo un fantasma que se mueve furtivamente en las noches por salones y corredores, dejándose ver sólo por aquellos privilegiados que tienen la sensibilidad para percibir las entidades de otros mundos que visitan esta realidad, a veces tan parca en acontecimientos extraordinarios.
Pero en esta casa si uno se deja llevar por la fantasía, y le pone un poco de imaginación a las figuras que se advierten por los cristales de puertas y ventanas, no es difícil ver siluetas que tienen todo el aspecto de los aparecidos; aunque sean vistos a plena luz del día y la gente asegure que simplemente era “alguno que pasaba”; así afirmen que son los cristales coloreados los que convierten un suceso común y corriente en una manifestación del más allá.
Aunque uno se pregunta si los verdaderos fantasmas no se aprovecharan de esos colores de las ventanas, de esos vidrios irregulares que distorsionan la visión para disfrazar su existencia y así asegurarse de que los dejen en paz. Convierten la lógica de las explicaciones, con las que la gente tranquiliza el espíritu, en su aliada mientras ellos se entregan a su pasatiempo preferido: intentar por todos los medios revivir el pasado.

El impacto del Cristo (Medellín, Colombia)

Para muchos de los habitantes de la ciudad las imágenes del culto católico guardadas durante todo el año en las iglesias adquieren por estos días, toda su relevancia. Además de las esculturas de mármol o las reproducciones de escayola, casi siempre la imaginería religiosa está representada en figuras de madera pintada o cubiertas con yeso, de excelente o regular factura.
Pero no sólo hay que acudir a las iglesias para verlas, uno se las puede encontrar, todo el año, en una calle, en una esquina, en los altares que construye la gente en cualquier lugar, para conmemorar algún acontecimiento de carácter luctuoso o festivo.
Esta efigie de un Cristo “plantada” entre unos arbustos en el barrio Campo Valdés, al que una mano desconocida ha puesto como ofrenda un pequeño ramo de flores, va más allá de la devoción religiosa y pisa los terrenos del arte.
El trabajo minucioso del metal sumado al buen manejo de la anatomía ha dado como resultado una figura que impacta por su realismo.

Un rincón oriental (Medellín, Colombia)

Esta fuente que parece alzarnos en alas de la imaginación y depositarnos en un patio árabe o morisco, se puede ver en una de las casas más emblemáticas de la ciudad, una de las pocas casas antiguas del centro que todavía permanecen en pie. Restaurada hace unos pocos años, en la casa Barrientos pueden encontrarse detalles arquitectónicos y de diseño tan bellos como esta fuente, donde a nadie se le ha ocurrido echar ni una sola moneda. Tal vez porque el juego del agua al distorsionar los colores del fondo es de por sí un deseo cumplido, o será porque los antiguos habitantes de la casa se deslizan furtivos en las noches y las recogen para que sus pequeñas superficies redondas y metálicas no distorsionen el color y el diseño de estos baldosines, a los que sólo el agua es capaz de agregar más belleza y de resaltar las combinaciones de sus tonos.
No es difícil tampoco imaginar el canto del agua y los olores de un naranjo o un limonero que quizá por un recuerdo atávico, uno cree que deben ser los acompañantes de una fuente como esta.

Azul (Medellín, Colombia)

En la simbología de los colores al azul se le ha asignado entre otros significados el de representar al acero, al zafiro y también a la perseverancia. Nada más indicado para relacionarlo con el deporte donde hay que tener la dureza y la elasticidad del acero, la transparencia mental de una piedra preciosa, pero también una gran capacidad de perseverancia para lograr las metas que se pretende alcanzar.
En esta imagen, un deportista camina por una superficie que parece ilimitada. Como si se desplazara por una dimensión distinta al mundo por donde caminamos todos los días. Como si estuviera en una especie de trance, necesario para alejarse de todo lo que no sea el momento de la pugna que lo espera.
Todos los sucesos, todas las alteraciones del ambiente a su alrededor quedan relegados a un segundo plano, pues toda su atención está puesta únicamente en un sólo acontecimiento: la competencia.

Medellín en blanco y negro