Este lugar que la gente se encontró sorpresivamente en los corredores de un centro comercial, les transmitía a los observadores una sensación de tranquilidad inesperada, como si de pronto el ruido y la prisa cambiaran sus registros para armonizar con los colores fríos que casi siempre se asocian con el agua, con el hielo o con la calma.
Las vasijas de piedra que parecen haberse originado en el inicio de los tiempos se sumaban al ambiente sereno que invitaba a la reflexión en este jardín improvisado. Era como si uno pudiera transportarse desde allí a uno de esos templos japoneses, donde el silencio hace que se perciban con mayor intensidad los detalles de todas las cosas y donde uno se permite escuchar su voz interior con mayor claridad.
Un jardín zen.
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