Entre tantas manifestaciones de la belleza que
se pueden encontrar en la naturaleza la que más nos impresiona es la de
las flores. Tal vez porque en sus pétalos se materializa la luz en cada tono.
La realidad de Medellín va más allá de la imagen oficial. Queremos mostrar el rostro de una ciudad que parece cambiar cada día. Aunque la arquitectura permaneciera inalterada, la atmósfera, la naturaleza y la gente influirían en su aspecto de manera constante.
La vida (Medellín, Colombia)
Un fragmento de escultura que se ve a través del
follaje podría representar, de manera impasible, una de las facetas que caracterizan
esta ciudad: la del arte.
El monumento a la vida, una de las mejores obras del escultor antioqueño Rodrigo Arenas Betancur, es una de la tantas esculturas
que contemplan a la intemperie en plazas y parques el paso de los días. Algunas
a cielo abierto y otras por entre las hojas de los árboles y las plantas que
siempre están al acecho con el fin de apoderarse de todo aquello que hacemos
los seres humanos.
Una entre muchas (Medellín, Colombia)
De todas las plantas de la tierra el 10 ó el
20% están en territorio colombiano. Entre ellas el número de orquídeas exclusivas
de Colombia asciende a 1572 especies registradas de las 4270 que hay en todo el
país.
Y es que tenemos bosques donde un solo árbol
puede albergar entre sus ramas más especies que todo un país con estaciones.
Por eso no es de
extrañar que a pesar de que una ciudad no es el lugar ideal para este tipo de
plantas, en los patios, jardines y viveros de Medellín florezcan orquídeas en
todas las épocas del año.
Imagen oriental (Medellín, Colombia)
Como cada año por estos días, en un conocido
centro comercial, se realiza la exposición de bonsái que complementa desde
julio la Feria de las flores, emblema de esta ciudad de primavera interminable.
Y como cada año el escenario es distinto aunque
siempre tiene una marcada tendencia orientalista. No puede ser de otra manera
si tenemos en cuenta que esta técnica de cultivo apareció en el lejano oriente
y que el término bonsái procede del idioma japonés que significa literalmente naturaleza
en bandeja.
Independientemente de
las posiciones ecologistas que cuestionan esta deformación de la naturaleza, los
niveles de belleza al que llegan estos pequeños árboles es innegable. Pero no sólo
hay que tener en cuenta su belleza sino ese aire de intemporalidad que evocan. Una
intemporalidad que puede estar relacionada con las décadas que diferentes generaciones
de cultivadores le dedican a darle forma a un solo árbol.
Combinaciones (Medellín, Colombia)
En esta plaza, o parque como se le dicen eufemísticamente
en la ciudad a estas pequeñas áreas despejadas de edificios y de casas, se levanta
un grupo de columnas que se ha convertido en un punto de atracción más en el heterogéneo
paisaje urbano. Su impacto a la luz del día está en la repetición (que siempre resulta
efectiva en la fotografía) y en la manera como juegan las luces y las sombras en
su superficie y en el piso.
Y, dependiendo del ángulo desde donde se miren, su integración con las edificaciones que rodean el lugar hacen que estos adquieran un aspecto más dinámico.
Y, dependiendo del ángulo desde donde se miren, su integración con las edificaciones que rodean el lugar hacen que estos adquieran un aspecto más dinámico.
Sin embargo mirando
como se levantan solitarias hacia el cielo no se puede dejar de desear que cada
una de ellas fuera reemplazada por un árbol.
El paso del tiempo (Medellín, Colombia)
Una réplica del antiguo tranvía de Medellín
sirve de atrezzo, de decoración, a una escena que se ve con bastante frecuencia
en este parque: el paso lento, cansado de una persona que ya ha visto mucho,
tal vez demasiado. Quizá se sorprenda de toda la publicidad con que se ha
rodeado la puesta en marcha del nuevo tranvía de Medellín. Tal vez jamás haya
visto un tranvía porque está recién llegada a la ciudad como tantos que apenas
empiezan a trasegar como seres anónimos por estas calles. O porque no, recuerde
sus años de niña viajando en el tranvía en una de sus pocas visitas al Centro.
Por otra parte hoy,
cuando esta mujer y muchos como ella, pasan sin ver el símbolo de lo que se
plantea como la nueva ciudad, muestra sin enterarse la simbiosis que se da
en todas las ciudades del mundo entre el pasado y el presente. Mezcla que no
siempre se hace con la sabiduría necesaria para que la ciudad sea un lugar a
escala humana y no una aglomeración de edificaciones sin una verdadera relación
con sus habitantes.
Pequeñas poblaciones (Medellín, Colombia)
A los seres humanos se nos olvida, y es un
olvido sistemático y hasta programado, que no somos los herederos de la tierra.
Que en este planeta somos una forma de vida más. Es por eso que con base en la premisa
de la arrogancia tomamos diariamente decisiones que afectan de una u otra manera
a otras especies que conviven con nosotros.
En esta ciudad como en cualquier parte del
mundo hay innumerables especies, grandes y pequeñas que viven al margen de
nuestras decisiones. Se podría pensar que por su tamaño no tienen ninguna
incidencia en los destinos de nuestra vida, sin embargo su número es abrumador
y queramos o no su supervivencia también nos afecta.
La danza de los millones (Medellín, Colombia)
Se ha dicho siempre que los colombianos se dejan
seducir con facilidad por los juegos de azar. Debe ser cierto si juzgamos esta
aseveración por el número de loterías que diariamente incitan a la gente para
que pruebe su suerte ofreciendo millones.
Sin contar con las rifas domésticas que se
hacen en los barrios, en los colegios y hasta en las iglesias de la mayoría de
las confesiones religiosas, pues al parecer no todas permiten a sus fieles dejarse
llevar por los apremios de la situación económica para tentar el azar.
Pero no se necesita
ser aficionado a invertir dinero en una esperanza azarosa para saber que estas
mesas donde los loteros exhiben sus promesas en pedacitos multicolores están siempre allí esperando, a un lado de la Iglesia de la Candelaria y en otros
puntos de la ciudad, a que la ilusión nos nuble los sentidos. Casi nunca se ven,
sólo aparecen cuando las necesitamos.
¡Feliz día Colombia! (Medellín, Colombia)
Desde el interior del Museo de Antioquia, y a
través de la reja de la entrada, se puede ver la cúpula del Palacio de la cultura
y detrás el Edificio Coltejer con la bandera de Colombia que ondea en su vértice.
Un lugar en el medio del valle que no ha perdido su calidad de punto de referencia,
a pesar del desarrollo de la ciudad en todas direcciones.
Al menos se puede estar seguro de que hoy el
viento agitará la bandera en lo más alto de la ciudad como lo hace todos los días
del año. Sin embargo, en este día cuando se conmemora el inicio de la independencia
del país serán pocas las casas donde se vea esta bandera. Es como si lo que
representa este símbolo se hubiera reducido a utilizarla para mostrar que se
sigue un equipo de fútbol.
La carga emocional que solían inspirar estos
colores se ha desplazado de un profundo sentimiento nacionalista a una emoción
manipulada por los medios de comunicación y sus intereses comerciales.
De todas maneras feliz día a todos
los colombianos donde quiera que estén, aunque algunos no sepan ya lo que
representa en realidad una bandera.
La gracia de la mandarina (Medellín, Colombia)
Como tantas frutas que se consumen en nuestro
país, la mandarina llegó de lejos, de muy lejos. Según dicen los historiadores es
originaria de China e Indochina donde su cultivo empezó cientos de años antes
de Cristo.
Esta fruta debió llegar a Colombia por las
mismas épocas que a otros países de América y con el sello de lo exótico que se
le imprimió en Europa, cuando se le dio un nombre inspirado en los famosos dignatarios
del Celeste Imperio. Ahora se vende hasta en las carretillas que recorren calles y avenidas
de esta ciudad.
Pero lo interesante de esta fruta es que de entre
todas las que consumimos a diario -autóctonas o foráneas- la mandarina es la única
que se ha convertido en sello de distinción para algunos sitios representativos
de la ciudad. Quizá se deba a su fuerte sabor o a que en nosotros hay todavía un deseo
atávico de saborear lo exótico representado en una fruta.
La ciudad en contrapicado (Medellín, Colombia)
Pocas
veces se tiene la oportunidad de ver la ciudad desde un punto tan privilegiado,
hasta es posible identificar con toda precisión la casa donde uno vive.
Ver
la ciudad así es como abstraerse de las imágenes que constantemente están a la
altura de la mirada. Hay que pensarlo un poco para conciliar lo que vemos todos
los días con este panorama a vuelo de pájaro, o será mejor decir a vuelo de satélite.
Aunque esta ciudad
tiene muchos puntos privilegiados que permiten verla desde las alturas, el
hecho de pararse, literalmente, sobre ella no deja de producir una sensación extraña.
La tranquilidad de los acuarios (Medellín, Colombia)
Los
acuarios tienen un efecto sedante para la mayoría de quienes contemplan una vida
que se desarrolla impasible y ajena a nuestra presencia y a nuestra mirada; no
importa que esa tranquilidad que vemos sea aparente y en sus confines se estén
desarrollando los mismos dramas que escenifica la existencia en cualquier parte
de este planeta.
Para el observador los
peces como éste, se mueven sin mayor esfuerzo, delicadamente, exhibiendo sus
colores brillantes para el único deleite de sus ojos, ignorando casi siempre, que
cada ser vivo tiene una función específica en la complicada trama de la vida en
la tierra.
Sombrillas de verano (Medellín, Colombia)
Es
tanto el calor en esta ciudad en estos días que por todas partes vemos
sombrillas, hasta esas japonesas de papel tan sutiles, tan delicadas.
No
importa que la fuerte luz de los soles tropicales traspase la superficie y nos queme
volviendo inútiles estas barreras protectoras. Lo que realmente importa es la
condición cinematográfica que siempre han tenido estos artefactos o como en
este caso la condición fotográfica.
Esta ciudad siempre nos sorprende con imágenes que parecen cotidianas pero que gracias a un simple giro se convierten en momentos memorables.
Esta ciudad siempre nos sorprende con imágenes que parecen cotidianas pero que gracias a un simple giro se convierten en momentos memorables.
Los detalles de la belleza (Medellín, Colombia)
Pocos
deben saber que esta flor pertenece a una de las plantas que se ha hecho endémica
en los jardines de esta ciudad. Y también deben ser pocos los que sabe que los
crotones, pues a ellos me refiero, no son americanos sino que llegaron alguna
vez de Malasia y las Indias orientales a este continente. Quién sabe por qué
azarosas rutas.
Pero
casi nadie se interesa por esas materias. Lo que interesa es la belleza de sus
hojas, tan apropiada para dar colorido a muchos jardines y parques de la
ciudad. Tanto que nadie se da cuenta de que este arbusto también florece. Unos
ramos de flores tan modestos en tamaño que pasan desapercibidos.
Sin embargo si uno
se toma el tiempo de mirar entre el follaje puede encontrarse con estas flores
pequeñitas que contrastan en su sencillez con el protagonismo de las hojas,
contradiciendo a casi la mayoría de las plantas, cuyas flores son casi siempre su
elemento más llamativo.
De repente el verano (Medellín, Colombia)
Para los habitantes de esta ciudad la primavera siempre ha sido
un lugar común, sin embargo hay momentos en que irrumpe sin avisar el calor
agobiante del verano. Y entonces quedan pocos lugares a la intemperie donde uno
se pueda refugiar del calor.
La ventaja de una ciudad de primaveras interminables
es que siempre hay un charco de agua fresca donde apagar la sed. No importa el
lugar donde se encuentre o la fuente de donde proviene. Para una boca sedienta,
agua es agua.
La estridencia del color (Medellín, Colombia)
Si
uno fuera a definir El centro de la ciudad debería apelar a los términos de la
pintura, pues este lugar está marcado por el colorido. Desde los tonos artificiales
de las ropas y de los carteles publicitarios hasta los colores de las frutas.
Pero
en este lugar es tal la aglomeración de gente y de objetos que la primera
palabra que se viene a la mente es estridencia, tal vez por ser la más pertinente
a la hora de describir este lugar, pues alude no sólo a la cantidad de ruidos
sino también a esa mezcolanza de colores que ataca la vista si se le mira con atención.
Quizá a este centro no
se le pueda comparar con las calles hacinadas de Mombay o con los mercados
flotantes de algunos países de la vieja Indochina, pero para nosotros que la
padecemos esta disonancia visual y auditiva es lo suficientemente amenazadora como para considerarla estridente.
Una planta caminante (Medellín, Colombia)
En
cualquier jardín de esta ciudad puede uno encontrar plantas que florecen
continuamente sin que se enteren las personas que pasan por la calle. Como este
Iris caminante que al parecer no es lo suficientemente exótico como sus
primas las orquídeas (si la juzgamos por su forma) ni suficientemente noble como
los lirios (si la juzgamos por el parecido de las hojas) para despertar el
fervor entre los admiradores de las flores. Sin embargo su belleza está ahí a
la vista de todo aquel que quiera contemplarla.
Este Iris en
particular, haciendo honor a su nombre común, recorrió un largo camino desde San
Francisco, un pueblito del oriente de Antioquia, hace unos 14 años y ha venido floreciendo
desde entonces en el mismo jardín sin llamar la atención de casi nadie.
Foto de museo (Medellín, Colombia)
Cuando
el visitante entra al museo de Antioquia se encuentra con una escala que conduce
a los pisos superiores donde están las galerías más visitadas del museo. Las colecciones
de siempre y las itinerantes.
Casi
nadie se fija en el juego geométrico de esta escala que vista desde diferentes ángulos
parece más bien una de las esculturas que alberga el museo que un simple medio para
trasladarse de un lugar a otro.
Además
de sus líneas austeras impresiona la combinación de colores fríos e impersonales
que recuerdan el destino inicial de esta edificación: asiento del concejo de la
ciudad durante varias décadas.
Gotas de lluvia (Medellín, Colombia)
Nada
más fotográfico que unas cuantas gotas de lluvia salpicando cualquier
superficie. Sobre todo si esa superficie es la de las flores.
Plantas y árboles no
dejan de florecer en esta ciudad, donde la necesidad de algunos de cubrir la tierra
con pavimento o concreto no ha podido erradicar la naturaleza que se cuela por
cualquier tarjadura de los andenes o permanece en los patios de las casas que
se parecen, por la variedad de especies que se cultivan en ellos, a los santuarios de alguna deidad telúrica.
Un patio de museo (Medellín, Colombia)
En
esta ciudad los árboles y las palmeras han formado parte importante del urbanismo
de la ciudad. No sólo en los parques y las avenidas sino también en los jardines, patios
y solares de muchas casas. Es como si la ciudad quisiera permanecer fiel al entorno de montañas
y bosques que la rodean.
En uno de los
patios del Museo de Antioquia, una palmera suaviza con su presencia las líneas austeras
del viejo edificio del concejo de Medellín. Ni siquiera los colores brillantes de
una espuria estructura metálica, superpuesta a los balcones, logran opacar la
presencia de la naturaleza.
Otra cara de Carabobo (Medellín, Colombia)
A
los visitantes de esta ciudad las calles de El Centro, por donde se pasean
diariamente los turistas en grupos, parando en lugares determinados para que un
guía les narre las leyendas de la ciudad o les explique de manera oficial la idiosincrasia
de quienes viven en este valle, les parecerá ésta una ciudad atestada de gente
y de carros. Sin embargo en la periferia de esos circuitos turísticos hay
calles donde parece que el tiempo pasa más lentamente, sobre todo cuando se
adormece a la sombra de los árboles.
Nada tiene que ver
esta imagen con la que se tiene de El Centro. Apenas a unas cuadras de la
Avenida Oriental parece como si uno estuviera en uno de los barrios del
occidente donde las calles sombreadas hacen pensar en una época en la que los
acontecimientos se sucedían a otro ritmo.
Un bodegón poco conocido (Medellín, Colombia)
Entre
todas las esculturas de Fernando Botero que han recorrido el mundo y que son visitadas
con asiduidad en el Museo de Antioquia, y en sus alrededores, se encuentra este poco
publicitado bodegón de 1997.
El interés que me
despierta quizá esté relacionado con la blancura que intenta, sin lograrlo, desconstruir los
volúmenes que conforman esta pequeña escultura.
La sombrilla de palabras (Medellín, Colombia)
Así
como el libro ha venido evolucionando desde los tiempos de los sumerios y sus tablillas
de barro hasta los libros escultura, también la forma de relacionarnos con la
palabra escrita ha cambiado.
En
el ámbito de las estrategias para acercar la gente a las palabras todo se vale
al parecer, como la sombrilla de palabras donde éstas han sido escritas en trozos
de cartulina de colores.
Las posibilidades de
juego y aprendizaje son múltiples, sólo queda que otras personas utilicen esta
otra táctica para apoyar su labor de mediadores entre los libros y las personas
de todas las edades. Pero independientemente del aspecto didáctico no se puede dejar
de reconocer que esta imagen de donde cuelgan flores de colores no deja de ser
sugerente, por decir lo menos.
Otoño en El Centro (Medellín, Colombia)
A
esta ciudad el clima del que goza le ha valido el nombre de “la ciudad de la
eterna primavera”, sin embargo hay momentos en que aquellos que conocen de
estaciones, llegan a pensar que ha llegado también el otoño a estos parajes: algunos
árboles nos dan esa impresión cuando deciden, por algún arcano designio,
despojarse de sus hojas para renovarse.
Siempre que se ven
estos árboles en su proceso de rejuvenecimiento no dejan de causar impacto en
los observadores, acostumbrados ya a la frondosidad y la exuberancia de la
naturaleza de este valle, a pesar de los atropellos que un urbanismo mal entendido
le causan constantemente a la ciudad.
Bárbol en la ciudad (Medellín, Colombia)
Leyendo el Señor de los anillos de Tolkien se entera uno de la existencia de los pastores
de árboles, que tienen la habilidad de moverse, muy lentamente, para proteger
los bosques; aunque permanecen invisibles para los humanos que aciertan a pasar por los lugares que habitan.
Estos
personajes se han inspirados al parecer en los árboles que hablan, presentes en las
tradiciones orales de muchos lugares del mundo.
Pero en
esta ciudad donde todo puede pasar, es posible encontrarse con un “ent”, que
podría ser Bárbol el personaje más importante del bosque de Fangorn, recorriendo la ciudad
para ubicar los lugares donde sus protegidos estarían más a salvo de las talas
indiscriminadas que azotan este país.
O podría ser simplemente un actor encarnando el
papel de una criatura mitad vegetal mitad humano para animar unas fiestas que,
aunque consagradas a las flores, están íntimamente relacionadas con el verdor
que caracteriza estas montañas.
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