Las montañas invisibles (Medellín, Colombia)

Ni siquiera desde las ventanas de los edificios altos las montañas se convierten para el habitante de esta ciudad en un elemento que le llame la atención.
Casi siempre la mirada se queda en el primer plano que se le presenta ante los ojos.
Es como si la gente quisiera ignorar la majestad de las montañas y esperara que en cualquier momento desaparecieran y el horizonte de la ciudad se extendiera.
Hasta hay quienes se atreven a decir que por culpa de esas montañas los que viven aquí adolecen de una estrechez de miras que se explica por la falta de un amplio horizonte geográfico. Pero tal vez se olvidan, los que así piensan, que han sido las montañas las que han templado el carácter de quienes se han propuesto vencer los obstáculos que se les presentan en la vida.
Aunque para la mayoría estas montañas sean invisibles, es innegable que su presencia ejerce bastante influencia en los que vivimos bajo su férula.

Lo nuestro es pasar (Medellín, Colombia)

Todos los días y a todas horas la ciudad se renueva en la mirada de sus habitantes y en el rastro invisible que sobre su piel van dejando quienes la recorren incansablemente.
Paso a paso los que vivimos en este rincón del mundo, seguimos nuestro camino individual, que se cruza sin cesar con las huellas que han dejado los demás, aunque no tengamos conciencia de que sólo se vuelve real cuando ya no lo podemos volver a pisar.
Al ver a este niño caminando indiferente, con la ingrávida ciudad al fondo que placidamente se deja acariciar por un rayo de sol, vuelve uno a recordar el tiempo en el que entonaba los poemas de Antonio Machado cantados por Serrat, y aquel que decía caminante no hay camino… se convierte en una certeza.

Los fantasmas del balcón (Medellín, Colombia)

Las teorías y las historias que se han escrito a lo largo del tiempo sobre fantasmas tienen un elemento en común: el lugar donde aparecen. Donde la gente asegura haberlos visto, es un lugar viejo, lleno de tradición que ha sido habitado por numerosas generaciones. Sin embargo en este edificio, construido recientemente, se perfilan en la ventana de un balcón siluetas de mujeres vestidas como solían hacerlo en otras épocas; hace tanto tiempo que ya no queda nadie vivo que las recuerde.
Deben ser los espectros de gente que vivió en la casa que fue demolida para construir el nuevo edificio.
Por alguna razón estas entidades en particular prefieren las alturas a la atmósfera cercana a la tierra donde tuvieron que permanecer antes de que la vieja casa desapareciera.
Claro que también caben explicaciones más prosaicas, menos románticas. Como una que se esbozó, a la ligera, en una conversación sobre este tema. Alguien afirmó que las siluetas percibidas a través del vidrio debían pertenecer a unos maniquíes. Con toda seguridad en este lugar debía vivir una diseñadora o una costurera que haría vestidos para quinceañeras.
Sobra decir que la primera versión es más seductora que la segunda, aunque se llegue a comprobar que es ésta y no la otra la verdadera.

El oficio de las heliconias (Medellín, Colombia)

Una vieja fuente, remozada por las manos de los restauradores, alegra con su canto sutil el antejardín de una vieja casa construida en una época en la que todavía era posible escuchar los sonidos suaves que el trajinar de una ciudad ha vuelto inaudibles. Sólo queda de aquella época su belleza simple, resaltada hoy por las heliconias que, además del impacto que causan sus colores y su forma, siempre han tenido la tarea de proteger las fuentes de agua.
Estas flores, que bordean las carreteras de muchos de los pueblos de Antioquia y que durante mucho tiempo fueron consideradas flores exóticas, son ahora una imagen cotidiana en salas y antejardines de la ciudad.

Los muñecos ambulantes (Medellín, Colombia)

En cualquier andén de la ciudad aparecen de repente unas ventas que parecen fantasmas. Es como si estos muñecos decidieran por sí solos el lugar desde donde intentarán seducir algún transeúnte.
Apenas son unos cuantos los que se ubican allí cada vez, para que sea posible escabullirse rápidamente cuando llegan los controladores de las ventas en la calle. Nunca se sabe cuándo llegan o si cuando se presentan lo hacen para evacuar de vendedores la zona o si se acercan con la intención de llevarse cuantas mercancías se les atraviesen.
Esta es otra imagen de la ciudad que casi nunca observamos aunque pasamos por su lado todos los días: la de esos pocos juguetes que se pasean por la ciudad de un lado a otro intentando seducir la mirada de un niño o de un padre para que se los lleve a su casa y los cuelgue del lugar más cercano a la cama para mirarlo hasta que la luz se desvanezca o el sueño rinda los ojos del nuevo propietario.
Y entonces poder acceder a ese mundo donde todo puede pasar, como en los libros: el mundo de la fantasía que tiene un lugar privilegiado en los sueños.

Rojo y negro (Medellín, Colombia)

Sobre los tejados de la ciudad y con el telón de fondo de las montañas y el cielo es posible ver un edificio pintado de forma llamativa.
Acaso esta combinación estrafalaria sea una referencia a Stendhal, pensada por algún lector interesado en la literatura del siglo XIX.
Tal vez algún heredero del escritor francés llegó a esta ciudad y decidió hacerle un homenaje a su antepasado. O porqué no, un descendiente de Julián Sorel creyó que la mejor manera de recordarle al mundo las hazañas de este personaje sería pintando un edificio.
Aunque la realidad no debe ser tan maravillosa, lo más seguro es que el dueño de este inmueble, que por cierto es un hotel, debe ser una persona con un extraño sentido de la decoración, que nunca ha oído mencionar las aventuras y desventuras del joven protagonista de la novela Rojo y negro.

Casitas de colores (Medellín, Colombia)

Hay un lugar que, con poco esfuerzo, lo hace sentir a uno como si hubiera cruzado una puerta invisible hacia el pasado y estuviera caminando un día cualquiera por una calle en la década de los cincuenta, acompañado por las notas de los boleros de Toña la negra o de cualquiera de los cantantes de esa época que impregnaban el aire de melancolía.
En esta ciudad para regresar en el tiempo uno no necesita pasar por las calles del barrio Prado, bordeadas de antiguas casonas o detener la mirada en las pocas casas viejas de Boston o las poquísimas que van quedando en el centro.
También en los barrios donde viven los obreros de esta ciudad hay rincones que parecen haber detenido las horas para mostrarnos un viejo rostro que parece nuevo.

¿Obelisco o antena?

Este edificio dedicado al comercio en su mayor parte, actividad a la que están consagrados muchos de los grandes edificios de esta ciudad, parece haber sido diseñado por un arquitecto del futuro.
O será tal vez una construcción que sólo pretende disimular una antena para comunicarse con extraterrestres, como pasaba en esas películas de los 90 donde unas torres, que hasta entonces se creían simples productos de la imaginación creativa de los arquitectos norteamericanos, resultaron ser naves espaciales.
Cree uno que en cualquier momento la base circular de este obelisco metálico empezará a girar y a lanzar rayos en todas direcciones enviando una llamada hacia cualquier planeta de una galaxia lejana.
Aunque muchos afirman que aquello que muestra el cine de ficción es mera fantasía, no debe descartarse cualquier sorpresa que pueda aparecer en el discurrir diario de una ciudad donde las cosas que pasan, superan muchas veces hasta la imaginación más desbordada.

Estampa japonesa (Medellín, Colombia)

Todas las grandes ciudades del mundo tienen la particularidad de recrear en sus rincones y en sus panoramas, aunque sea durante algunos segundos, imágenes que son características de otras urbes o de otras culturas.
En un día de esos donde el sol desaparece del cielo, el aire de la ciudad se llenó de nubes y de niebla y como en uno de esos grabados japoneses de Hokusai o Hiroshige, que se hicieron famosos en Europa durante el siglo XIX, la bruma desdibujó el paisaje y las montañas. La familiar silueta del cerro el Picacho se convirtió en una figura inquietante y tan etérea que parecía despegarse de la tierra.
Era como si la ciudad se hubiese difuminado por completo y sólo la vegetación permaneciera en el mundo de la realidad.

Vértigo (Medellín, Colombia)

A veces cuando uno está en medio de la ciudad y mira al cielo, se siente una especie de vértigo al revés, como si el cuerpo sintiera la urgencia de alzarse hacia el punto de fuga que atrae las líneas de los edificios.
Es como si el cuerpo empezara a sentir la levedad de las hojas que lleva el viento o de las motas de polvo que transgreden por su pequeñez la ley de la gravedad.
Sin embargo ese llamado imaginario dura sólo unos momentos. Al fin y al cabo la fuerza con la que la tierra nos atrae siempre se impone, sin importar cuánta atracción haya ejercido sobre el observador la imagen de un edificio que se pierde en las alturas.

Los excesos del trópico (Medellín, Colombia)

El exceso con el que la naturaleza se regocija en el trópico no es una característica exclusiva de las selvas o de las costas de este país. También en esta ciudad, construida entre las montañas, en medio de los Andes, es posible encontrarse con la exhuberancia, reflejada en una buganvilia que produce más flores que hojas.
Pero no es sólo la cantidad de flores lo que causa admiración, es también su color intenso que al parecer es el que más se acomoda al clima templado de la ciudad. No importa que a veces las temperaturas suban por las olas de calor o se desplomen a causa de las lluvias, las buganvilias seguirán floreciendo para matizar los colores un tanto monótonos que intentan adueñarse de las ciudades modernas.

El juego de la luz en las ventanas (Medellín, Colombia)

La luz cálida o fría, que se ha colado por estas ventanas desde hace décadas, parece buscar con insistencia entre las sombras los objetos y los rostros que reveló época tras época a los ojos de los habitantes de estas viejas casas.
Los objetos desaparecieron hace tiempo del recuerdo o tal vez reposan en otros espacios o en tiendas de antigüedades desarraigados de la historia que sus dueños intentaron construir cuando vivían allí.
Los rostros de la gente, que se asomaba en las mañanas con las expectativas de apropiarse del mundo y que lentamente tuvieron que rendirse a la presión que la realidad ejerce sobre los sueños, también yacen en la memoria olvidada de los muertos o en la de los ancianos, que aunque constantemente rememoran su pasado, son incapaces de revivirlo para quienes transitan por la ciudad con paso vivo.
Sólo las ventanas continúan con su tarea: dejar entrar la luz en el mismo ángulo de siempre pero iluminando unos espacios que tienen un peso distinto y un aire que se agita a otro ritmo y con otros aromas.

El afinador de guitarras (Medellín, Colombia)

Quién sabe cuántos recuerdos se hacen presentes en la cabeza de este hombre, mientras le da a cada cuerda de la guitarra el tono justo para que su sonido sea óptimo y tan nítido como cuando fueron ejecutadas por primera vez las canciones que salen a retazos de sus manos.
A pocos metros, en la calle, los ruidos de la ciudad se superponen unos a otros, pero el hombre, indiferente a los sonidos del exterior, se concentra en un mundo de ritmos y melodías que deben ser tan antiguos como la entrada a este edificio por donde cruzaron hombres y mujeres para quienes la música que interpreta suavemente el afinador debió sonar como si hubiese sido enviada por los dioses para aumentar su alegría o su tristeza.
A su lado, un aprendiz sueña con tocar en ella otras canciones, otras melodías que sonarán extrañas para el viejo músico, pero que al fin y al cabo hablarán de los mismos sentimientos.

El guardián entre el cemento (Medellín, Colombia)

Como llegado de una antigua ciudad griega o romana que para el caso es como si fuera lo mismo, un guerrero ha sentado sus reales a un costado de la plazuela Nutibara, también conocido como parque de las esculturas, uno de los lugares más emblemáticos y populares de la ciudad.
Desde allí vigila los edificios que lo rodean, como si esperara que con su presencia la arquitectura del centro estuviera a cubierto de los destructores de edificios y del deterioro que el uso continuado imprime en todas las superficies.
Aunque en realidad su figura robusta inspira simpatía en vez del respeto o el temor que debe infundir un guerrero.
Quizá por eso, durante el tiempo que ha estado allí vigilando, la ciudad no ha dejado de cambiar, inexorablemente.
Y es que es imposible detener el tiempo que es el causante en realidad de todos los cambios que afectan tanto a la ciudad como a sus habitantes. De nada valen los vigilantes vengan de donde vengan.

Entre líneas de concreto (Medellín, Colombia)

Estas columnas exteriores han llegado a ser una de las características más sobresalientes del Edificio Coltejer.
De la misma manera que por entre los templos y edificios del antiguo Egipto se pasean los turistas y los egiptólogos, enfatizando con su tamaño la magnificencia de las construcciones hechas hace milenios, así mismo, guardando las proporciones, se pasean los habitantes de esta ciudad, por entre las columnas y pasajes interiores de este edificio.
Se viene a la mente la imagen de esos corales y peces diminutos que convierten las ciudades o los barcos hundidos en nuevos santuarios de vida marina. Como este hombre que impasible se entrega a sus preocupaciones cotidianas hablando por su teléfono celular, indiferente a la pequeñez de su humanidad comparada con las columnas que están a su lado.
La cercanía convierte hasta la creación más maravillosa en un objeto cotidiano, al que con el tiempo se deja de observar: cuando deja de ser una novedad y pasa a ser parte de esa realidad inamovible que nos rodea. Es por eso que este hombre no se ha dado cuenta que está llevando a cabo una conversación entre líneas… de concreto.

Lo antiguo más lo moderno (Medellín, Colombia)

A veces se nos olvida que la historia incluye no sólo los sucesos del pasado remoto sino también los más cercanos. De la misma manera que en las ciudades permanecen unas al lado de las otras construcciones de diferentes épocas.
Allí se mezclan, a veces con verdadero acierto, edificios antiguos con otros que no tienen tantos años pero que han pasado a formar parte, en las pocas décadas que llevan de existencia, de esa imagen urbana que nos acompaña, a veces inconscientemente, cuando intentamos hacernos una idea de la apariencia de nuestra ciudad.
Estos dos edificios tan opuestos en el tiempo, en la arquitectura y en las tareas a las que se les ha destinado, forman sin embargo una hermosa composición que sin lugar a dudas embellece ese lugar tan saturado de gente, carros y edificios que llamamos El Centro y que es en realidad más grande de lo que creemos generalmente.

Textura y reflejo (Medellín, Colombia)

Ese paisaje inmediato que se ve todos los días y al que raras veces le prestamos atención está saturado de texturas pero también de los reflejos que devuelven los cristales de los edificios, donde se amplía no sólo el espacio sino también la atmósfera inquietante que generan las ciudades.
Tal vez una de las características más relevantes de las urbes modernas sea esa capacidad de crear, casi siempre valiéndose de los cristales y los espejos, unas imágenes que se relacionan estrechamente con el mundo dislocado de los sueños.
Por eso es que la arquitectura puede convertir una ciudad en un lugar tan paradójico, pues en ella se conjugan las visiones inasibles que crean los reflejos en el vidrio con la solidez de los materiales con los que está construida.

Ciudad monocromática (Medellín, Colombia)

No siempre la mezcla de colores hace que las imágenes sean impactantes. A veces las fotografías se vuelven más dramáticas cuando son en blanco y negro. Pero en esta imagen de un edificio del Centro las tonalidades son tan sutiles que dan le sensación de que en la ciudad, a causa de algún fenómeno inesperado, todos los colores han perdido su fuerza. Quizá por eso esta fotografía tomada en una fría mañana se volvió interesante.
En esta ciudad donde el ocre de los adobes y el verde de la vegetación son la nota que predomina es refrescante, tanto para la vista como para el sentido estético, encontrarse con lugares como estos donde los tonos grises forman la composición.
Parece como si todos los colores se hubiesen escabullido hacia el interior por la única ventana que se ve abierta. Uno se imagina los objetos y las personas, al interior de este edificio, saturados del color que falta afuera.

Alfombra roja para que pase la historia (Medellín, Colombia)

Una situación inquietante por decir lo menos. Acaso los soldados de esta calle de honor esperan a que salga un personaje del edificio o permanecen allí a la expectativa de que alguien pase frente a ellos, llegue hasta el fondo y desaparezca en el interior.
De hecho se ven unas personas entrando como si estuvieran en la comitiva de quien quiera que acabe de pasar por la alfombra. Pero también se ve un camarógrafo listo para filmar a cualquiera que sea que llegue y pase frente a los soldados.
Las posibilidades son múltiples, así que por que no mencionar la menos plausible pero verdadera:
Estos soldados acaban de hacer una calle de honor, para que frente a ellos pasara un grupo de hombres vestidos a la usanza de las huestes de hace doscientos años, dirigidos por un hombre con aspecto de prócer.
Esa es la razón para que todavía estén allí, impertérritos, a la espera de que aquellos combatientes interinos vuelvan a salir del edificio, pasen por la alfombra roja y regresen a la bruma del anonimato, después de recibir un homenaje dirigido a quienes lucharon en las guerras de la Independencia.

El embajador de Fortuna (Medellín, Colombia)

Para los romanos, que como los griegos tenían una deidad para todas las instancias y conceptos de la vida, Fortuna era una de las diosas más caprichosas del Olimpo a pesar de que la mayoría asociaba, y asocia aún, esta palabra con la prosperidad.
Tal vez por esa razón se ha dicho muchas veces que nadie sabe donde está la suerte de una persona.
Este vendedor de lotería espera, como siempre lo ha hecho, que a través de él la buena suerte aparezca y toque con su impulso bienhechor a uno o a muchos de sus clientes.
Él que es simplemente un medio a través del cual se manifiesta el azar muestra sus números y confía como siempre lo hace a que por alguna razón desconocida por completo para cualquier ser humano, las cifras se alineen de tal manera que coincidan con los billetes que vendió.
Pero uno se pregunta si los loteros creen en la diosa que representan aun sin saberlo o se conforman con ser partícipes de las creencias de otro.
Será que de una manera inconsciente saben que su trabajo como vendedores de ilusiones lleva al destino a negarles los favores de la diosa. La actitud de este hombre no deja traslucir sus convicciones, apenas si es la imagen de un hombre que espera.

Las puertas de la catedral (Medellín, Colombia)

A veces las enormes puertas de esta iglesia románica están abiertas en las tardes de soles lánguidos que adormecen un poco la ciudad. Entonces la gente entra y se sienta en las bancas a rezar o a escuchar el susurro apagado de los rezos de los demás o el murmullo del exterior que ni siquiera los gruesos muros de adobe logran apagar del todo.
Ajenos a la frescura del interior otros permanecen en la puerta y se desesperan, sin saber si hoy tendrán que devolverse con las expectativas frustradas a consecuencia de una cita fallida. Unos cuantos turistas observarán las imágenes, los vitrales o el altar mayor tallado en mármol y admirarán la sobriedad de su arquitectura.
Cuando las puertas de la catedral están abiertas es cuando parece que la iglesia cobra vida, tal vez por esa serie de pequeños acontecimientos que pasan desapercibidos para la mayoría de la gente y que muchas de las veces no tienen relación con los rituales religiosos a los que está consagrado este templo.

Una esquina clásica I (Medellín, Colombia)

Uno se pregunta al observar esta esquina cómo es posible que esta casa haya resistido el paso de las décadas sin sucumbir a la demolición como ya lo han hecho tantas otras de los alrededores y de los barrios vecinos.
Ni siquiera puede decirse que el hecho obedece al cuidado minucioso con el que su fachada ha sido mantenida. El tiempo ha dejado su huella descascarando las múltiples capas de pintura y el gris, que siempre fue el color que caracterizó esta casa y muchas otras de su misma época, dejó de representar sobriedad; ahora se le asocia con la decadencia.
Los detalles florales de la fachada y los balcones permanecen inalterados y es posible admirar todavía la delicada factura de estos diseños de inspiración art decó, que en su momento debieron ser los obligados para todas las construcciones de este tipo.
Esta casa como tantas otras ha debido restaurarse hace mucho tiempo y pasar a formar parte del acerbo histórico y arquitectónico de la ciudad. Desafortunadamente muchas edificaciones como ésta se han dejado a su aire para que el tiempo y todos sus ayudantes realicen su trabajo impasible y devastador.
La variedad arquitectónica, que durante muchos años diera a la ciudad esa apariencia ecléctica que enriquecía los espacios y muy seguramente la mentalidad de sus habitantes, desaparece lentamente del paisaje urbano sin que nos demos cuenta de la pérdida que esto representa para la cultura y nuestra historia.

Una tarde de lluvia, una calle cualquiera (Medellín, Colombia)

Esa tarde nadie cantaba bajo la lluvia y los pocos que transitaban por allí sólo pensaban en escamparse.
La ciudad se veía casi abandonada como si cada gota hubiera hecho desaparecer una persona.
Contra las paredes, se recostaban los pocos que no habían mirado al cielo y por lo tanto no se habían dado cuenta de lo que se estaba preparando allá arriba: una tormenta que se precipitaría sobre la ciudad con toda su fuerza; de esas que le hacen a uno desear no volver a salir de la casa.
Mientras el agua se encargaba de lavar el aire, los adoquines y el piso de los andenes, la gente se dedicaba a quejarse por lo bajo del mal tiempo y de la inconveniencia del invierno. Qué no dieran por un rayo de sol, aunque fuera de esos que queman la piel como si pretendiera marcarlo a uno de por vida.
En fin, quizá entre los que se le escabullían al agua estuvieran escampándose dos soñando con un lugar seco sólo para ellos y sin sospechar que esa tarde pasaría a ser otro más de los recuerdos que algún día acariciaran con nostalgia.

Una puerta al ciberespacio (Medellín, Colombia)

Para estos navegadores que se adentran con grandes expectativas en los laberintos de la red, la puerta que franquean antes de sentarse frente a las pantallas no es más que un obstáculo que se puede salvar fácilmente.
Esta puerta que cruzaron tantas generaciones anteriores fue construida para servir de conexión entre un espacio exterior y otro interior, por donde circulaba el mismo aire. Ahora sin embargo, aquellos que cruzan este umbral lo hacen con la intención de adentrarse en lugares intangibles donde el espacio y el tiempo obedecen a nuevos conceptos de medida, tan distintos a la manera como veían el mundo en esa época, que sería imposible para ellos comprender siquiera las nociones que para la mayoría de los estudiantes contemporáneos se han vuelto tan familiares.
Esas son las paradojas del tiempo que permiten que en un espacio, donde el único contacto con la tecnología debió reducirse a las horas pasadas por los habitantes de esta casa frente al radio oyendo los programas que se transmitían a todas horas, se lleven a cabo sesiones de navegación a lugares remotos y desconocidos sin apenas mover las manos y los ojos.

Al costado de la catedral (Medellín, Colombia)

A las cuatro de la tarde el sol calentaba con fuerza los adobes de la catedral como si quisiera volver a cocer el barro. Se filtraba por las ventanas estrechas cubiertas de vitrales y coloreaba el piso interior de la iglesia con la combinación de luces con que el sol brillante tocaba las baldosas. Era como si al atravesar el vidrio, la luz se convirtiera en un líquido de múltiples colores que se vertía con suavidad en el embaldosado.
Si uno pudiera presenciar ese fenómeno, que se produce cada vez que la luz entra por los costados de la catedral desierta, tendría miedo hasta de respirar por temor a desdibujar con el aliento las figuras que se producen en el aire, en la superficie de las columnas y en el piso.
Afuera la gente caminaba con languidez, ignorante del fenómeno que ocurre cuando la iglesia está cerrada y el sol está a punto de perderse detrás de las montañas como en esta ocasión.

Encantadores de palmeras (Medellín, Colombia)

A falta de serpientes estos músicos de la calle se han dedicado a encantar palmeras.
Deben ser ellos quienes se han dado a la tarea de hacer crecer las que aparecieron de un momento a otro, altas y cimbreantes, por toda la ciudad.
Tal vez la razón de ese fenómeno sean estos músicos que en vez de encantar a la gente o a las serpientes, como los legendarios personajes de la India o Marrakech que adormecen cobras y hasta se dejan morder por ellas, encantan árboles.
Aquí, la música de estos taumaturgos locales se dedica a menesteres más loables y ecológicos, aunque la gente los ignore y hasta les impida la entrada a determinados lugares. Quizá por que allí adentro no hay palmeras que encantar o porque las melodías que les gustan a las plantas no son precisamente las que más les llaman la atención a los clientes de este lugar en particular.
De todas maneras descubrimos, oyendo la música que interpretaban y que hacía mecer el tronco de esta palma, que a nosotros también nos gustaba el sonido que se sobrepuso por un momento al ruido de la gente a su paso por Junín.

Azul para pintar perfiles (Medellín, Colombia)

Un sábado como cualquier otro las nubes se replegaron detrás de las montañas, como en cualquier otro día, y contra el cielo desnudo el color blanco de unos edificios y el tono oscuro de otros resaltaron con toda nitidez.
Sólo un cielo como este es capaz de perfilar la ciudad de esta manera. Es como si por algunos instantes el aire se vaciara y sólo quedara la silueta de la ciudad. Como en esos paisajes urbanos que se trazan en los comics donde los colores planos agregan impacto y dramatismo a los dibujos.
Al mirar este conjunto de construcciones que se dibuja perfectamente, uno tiende a engañarse pensando que la agitación que inunda las calles es mera fantasía y que la quietud evocada por estas paredes blancas, como los muros de esos lugares remotos donde va la gente para encontrar paz espiritual, es la realidad.

Una ciudad de luces (Medellín, Colombia)

Desde hace muchos años esta ciudad se ha convertido en un lugar donde se le da gran importancia a la belleza de la luz.
Por eso no es extraño encontrarse cualquier noche con un espectáculo de juegos pirotécnicos resaltando las siluetas de los árboles, de las nubes o de los edificios. Hasta las montañas se perciben mejor, recortadas nítidamente contra esos cielos iluminados de manera artificial.
Las luces se proyectan contra el cielo convirtiéndolo en una paleta de colores tan variada que siempre maravilla a los habitantes de esta villa. Es como si en esta ciudad la gente buscara repetir la luz que en el día abrillanta los tonos de la naturaleza y de esos colores que se mezclan siempre, a veces caóticamente, en las calles.

La cara expuesta (Medellín, Colombia)

La ciudad se mira a sí misma en esta exposición de fotografías donde algunas de las facetas de la gente, que la convierten en un lugar sui géneris, han sido capturadas por el objetivo de una cámara fotográfica.
Muchos de los que pasan por aquí apenas le echan una ojeada a las fotos que les muestran una realidad que creen conocer a fondo. Esa puede ser la razón de su indiferencia. Otros se quedan durante largo rato mirando las imágenes y leyendo los textos que las acompañan. Tal vez sienten curiosidad por saber cómo son esos puntos de vista distintos que se desarrollan sobre el lugar que habitan. Qué aspectos de lo que sucede en la ciudad han sido escogidos para enfatizarse por medio de una foto.
Al fondo la gente pasa haciendo caso omiso, como casi siempre, a esas manifestaciones silenciosas que detienen en el tiempo aquello que somos y que nos sentimos tan reacios a constatar.

Rascacielos (Medellín, Colombia)

A veces uno levanta la cabeza y la aleja un momento de la perspectiva inmediata que tiene enfrente y se topa sin preámbulos ni preparaciones con una imagen como esta, que parece salida de una de esas películas donde la protagonista es una ciudad tan llena de rascacielos que uno se marea.
Por una rendija que quedaba entre dos construcciones se veía este edificio y la perspectiva hacia pensar que en realidad si estaba tocando el cielo, arremolinado las nubes para que en cualquier momento dieran paso al azul más puro o sino a uno de esos aguaceros sorpresivos que suelen calarnos hasta los huesos en cuestión de segundos.
El Edificio del Café que es al parecer el que tiene más pisos en la ciudad, se destaca no solamente porque da la impresión de tocar el cielo sino también por el color blanco de su superficie, en una ciudad donde la gama cromática de las edificaciones suele estar dominada por el ocre del barro cocido.

Una trampa para la memoria (Medellín, Colombia)

En una tapia, pintada con ese amarillo ocre que recuerda el color de los barrancos, se abre a la calle una ventana que podría ser tan vieja como la misma ciudad.
Mirarla es ya entrar en otra realidad, la de las historias no escritas que debieron vivirse sin testigos en estas habitaciones.
Cuando el aire se cuela en este lugar agita las memorias que yacen bajo el polvo, las capas de recuerdos que cubren los objetos y cualquier superficie hurtada a la luz directa. Pero lo que a la vista parece polvo es sólo la existencia desmenuzada de toda la gente que pasó por allí.
Entrar en un lugar como éste, debe ser tan peligroso como hacer una regresión al pasado sin cartas de navegación y sin guías que conozcan las rutas y los atajos para poder volver. Se corre el riesgo de querer permanecer en ese mundo que la distancia en el tiempo cubre con una patina de aventura, tan seductora para quienes viven la vida gris y repetida de todos los días.
Y si alguien quiere una prueba de la trampa en la que pueden convertirse estos lugares viejos, basta mirar con detenimiento los barrotes de la ventana para ver, atrapado irremisiblemente, un reno de esos que arrastran trineos en los diciembres. Quizá intentó echar un último vistazo a un recuerdo, particularmente emotivo, de los que se atesoran allí y por eso quedó enredado en unos barrotes que parecen las varillas y las piezas de un antiguo ábaco que tal vez alguien utilice para llevar la cuenta de quienes se han perdido en el interior del pasado.

Aspiradores de ruido (Medellín, Colombia)

No se sabe si estas inmensas piezas de metal son respiraderos del túnel por el que pasa una de las avenidas de la ciudad o si son en realidad un sofisticado sistema para filtrar y eliminar parte del ruido que aquí se produce.
Quizá gracias a estos inmensos anti bafles es posible, para quien quiera prestar atención, escuchar todavía entre el barullo cotidiano, la risa de un niño que visita el Centro por primera vez o la algarabía de los pericos cuando llegan a la plazuela Nutibara, en su recorrido incesante por los parques y calles donde encuentran árboles para camuflarse.
Aunque esos sonidos los oirán algunos iniciados únicamente. Aquellos que son capaces de escuchar el pulso de la vida moviéndose infinitamente por entre las calles. O los que pueden abstraerse del ruido de los carros, de los gritos desaforados de los vendedores de frutas y de cualquier mercancía que se exponga a la intemperie.
Quizá los beneficiados de este hipotético sistema de protección para disminuir el bullicio, sean esos que pueden oír el canto de un grillo o el suave movimiento de las alas de una mariposa o los que levantan de pronto la cabeza hacia el cielo para ver unas guacamayas que, mientras manchan de colores el aire, expresan con fuerza la maravilla de volar y de vivir.

Las joyas de Carabobo (Medellín, Colombia)

Dos edificios de estilo arquitectónico similar son las dos joyas que adornan el final del paseo peatonal en que se convirtió la carrera Carabobo, una de las calles más emblemáticas del centro de la ciudad.
Este sector, que durante gran parte del siglo XX estuvo dedicado al comercio popular, se conoce ahora por tener dos de los edificios más importantes para la ciudad desde el punto de vista arquitectónico e histórico.
Estas edificaciones que fueron inauguradas en 1895 han presenciado el paso de varias generaciones de medellinenses: desde los que vieron la finalización de siglo XIX hasta los que contemplan los comienzos del siglo XXI.
Después de un largo período de decadencia, durante el cual se destinaron a todo tipo de comercios, han sido restaurados y entregados a la ciudad como asiento de instituciones dedicadas a la educación.

Tarde de lluvia (Medellín, Colombia)

Uno de esos aguaceros inesperados que sorprenden a la gente y la inmoviliza debajo de cualquier marquesina o saledizo, nos obligó a permanecer durante un rato en una esquina del centro mientras el agua se precipitaba con fuerza sobre la ciudad y la desdibujaba.
Era como si la lluvia quisiera derretir los edificios, los árboles y a la gente que se atrevía a cruzar las calles sin protegerse siquiera debajo de un paraguas.
Frente a nosotros estas ventanas cúbicas de vidrio y concreto soportaban el golpeteo solemne y monótono de la lluvia. Imperturbables, como los ojos de los hipnotizados, se asomaban al vacío como si quisieran seguir en su caída a las gotas de agua.
Sin embargo las superficies que conforman los volúmenes y los perfiles de la ciudad resisten casi siempre, no dejan que la fuerza del agua los desmorone fácilmente. Tal vez la esperanza de volver a ver el sol impide que todas las cosas sucumban a la violencia de los elementos.

Tejas abajo (Medellín, Colombia)

Bajo los tejados se escenifican también los pequeños o grandes dramas que componen la vida de una ciudad.
Sólo los pájaros o los gatos podían ver estos tejados que como una trama de barro cubre las casas. Ahora, como consecuencia de la construcción desaforada de edificios en algunos sectores de la ciudad, es posible ver los techos y los patios que dan luz a los interiores de las casas de esos barrios.
Debajo de estos techos la vida de la gente se desarrolla entre pasiones y alegrías, protegida de los elementos aunque no de los avatares a los que está expuesto un ser humano dondequiera que desarrolle su existencia. Sobre todo si su mundo se reduce, como sucede con mucha gente, a la cuadrícula de calles y de casas que componen un núcleo urbano.

La cúpula de San Antonio (Medellín, Colombia)

Esta es una de las iglesias más tradicionales del Centro y sin embargo una de las menos visitadas. Es como si la gente sólo reconociera su cúpula como punto de referencia para ubicar el lugar donde se termina El Centro y nada más.
Hace mucho tiempo que esta iglesia pasó de ser un templo abierto a la comunidad que la rodeaba a una iglesia que se abre a la gente sólo durante ciertas horas. Del barrio no queda sino el recuerdo en algunas memorias que se resisten aún a darse por vencidas. Pero las casas desaparecieron hace décadas llevándose consigo las historias y la carga de afectos que la gente pone en los lugares que habita.
La cúpula que es la de mayor tamaño entre las iglesias de la ciudad, se ve aquí a través de unos cables de acero que parecen encerrarla, evidenciando el fenómeno arquitectónico que se ha ido desarrollando en esta zona: unas construcciones modernas que inexorablemente se han sobrepuesto a los edificios de la antigua villa. Sin embargo como en muchos otros lugares, ésta se resiste a desaparecer. Tal vez por eso, es posible encontrar siempre imágenes donde lo contemporáneo se superpone a lo antiguo, con tanto acierto que la riqueza visual de la ciudad nunca deja de sorprender al observador.

Una multitud en el parque (Medellín, Colombia)

"Un lugar con un montón de toldos donde usted puede encontrar lo que quiera". Esa es la definición más sencilla que he oído de lo que es el mercado de San Alejo. Allí la multitud se reúne cada primer sábado del mes para peregrinar por entre los toldos, a veces para ver los mismos objetos que han venido observando durante los últimos 20 años sin atreverse a llevárselos para la casa o simplemente para ver que novedades puede ofrecer el mundo de las artesanías.
En todo caso, este parque se llena de vendedores y de posibles compradores para repetir el ritual del regateo tan extendido en esta ciudad de comerciantes. Algunas veces el marchante se va con la sospecha de haber sido esquilmado y otras se aleja pensando que ha hecho un buen negocio. De todas maneras este comercio, que recuerda los mercados de los pueblos de Antioquia, continua imperturbable a lo largo de las décadas.

Una puerta a la irrealidad (Medellín, Colombia)

A través de esta puerta de vidrio se percibe una extraña realidad. Una realidad que obedece a unas leyes distintas a las que rigen el mundo que conocemos.
Es como si al otro lado no estuviera repetido ese mundo que los espejos copian minuciosamente, sino uno donde no sólo el espacio se distorsiona sino también las formas de todo lo que allí existe.
En una ciudad que da cabida a tantas realidades no es de extrañar que también aloje un lugar así, donde la existencia de una persona podría ser alterada temporalmente o para toda su vida, dependiendo de su capacidad de aceptar la fantasía o de asimilar que su única forma de ver el mundo no es universal, que existen otras maneras de contemplar el universo y que hay lugares donde a la realidad conocida y aceptada por todos se le pueden dar otros valores.

Animales en El Centro (Medellín, Colombia)

Al parecer la jirafa Piruleta, la de la canción infantil, decidió salir un día, con algunos de sus amigos, a recorrer el Centro. Desafortunadamente ella y sus compañeros fueron atrapados y atados al pequeño puente que pasa sobre el estanque de un centro comercial.
Allí estuvieron durante casi un mes mirando hacia todos lados tratando de encontrar una manera de escapar, hasta que una mañana… una mano misteriosa, que extrañamente se parecía a la que los había atado al puente los liberó, los dejó que se alejaran de ese lugar.
Nunca más se han vuelto a ver en el Centro y creo que jamás se volverán a arriesgar por esos parajes. Han decidido sabiamente que sus lugares de origen son menos peligrosos que esa cuadrícula de asfalto y caos, en que puede convertirse una ciudad para aquellos que no la conocen o que se la imaginan como un lugar donde sólo hay diversión.

La casa de la esquina (Medellín, Colombia)

De qué material están hechas esas casas que resisten el paso del tiempo con tanta entereza. Los artesanos que las construyeron desde sus cimientos debieron poner tanto interés y esfuerzo en ellas, que de alguna manera sus emociones quedaron impregnadas en las paredes, en los tejados, en los balcones.
Estos balcones a los que nadie dirige ya una mirada de interés fueron alguna vez el centro de atención de los paseantes. Allí se asomaron, a ver pasar la vida en el parque Bolívar, personas que tenían relación con la gente de mayor relevancia de esa vieja ciudad que se resiste a desaparecer entre el concreto de los nuevos edificios y el asfalto de las viejas calles renovado una y otra vez.
El parque se cubre cada vez más con la frondosidad de unos árboles que tal vez fueron sembrados después de la época en que esta casa fue una de las más impresionantes de la ciudad.
Estos balcones que han visto desaparecer árboles centenarios, apenas han sufrido deterioros que unas cuantas manos de pintura no puedan reparar. Pero nada conocemos del interior de esta casa. Tal vez ha sido destrozado por los nuevos dueños. Quizá sea un espacio desnudo y frío que no recuerda la calidez de sus antiguos habitantes.
Será que apenas los balcones y el techo son los únicos que conservan algo del espíritu de la vieja casa o a quien entre lo espera la sorpresa que se le depara a quienes osan no dejarse llevar por las apariencias.
En todo caso esta casa construida en una esquina del parque Bolívar, que algunos se atreven a llamar patrimonio arquitectónico, debería estar en proceso de restauración para que así la ciudad gane en riqueza visual e histórica.

Zona de reparación (Medellín, Colombia)

En todas las ciudades colombianas existen estas zonas desorganizadas, antiestéticas, donde la gente repara vehículos y vende repuestos tanto en el interior de los locales como fuera de ellos. Esos lugares donde los mecánicos son expertos en todo tipo de problemas y donde los solucionan también de las maneras menos ortodoxas.
Se caracterizan por el desorden y por la grasa que cubre casi todas las superficies incluyendo el cuerpo de los trabajadores.
Aunque esta imagen parece un escenario donde se representa un acto de una calle de talleres. Es como si hubieran copiado todos los objetos con sus colores y texturas para ubicarlos en el lugar que les correspondería en la realidad. Hasta el hombre que utiliza una herramienta con tanto cuidado parece una representación.
Tal vez esa impresión de irrealidad tenga que ver con la luz o con la soledad del lugar que por lo general está lleno de gente. Sin embargo esta fotografía se tomó en una calle verdadera, otra más de las que conforman las múltiples facetas de esta ciudad.

La silueta de los árboles (Medellín, Colombia)

La realidad, sin necesidad de retoques ni de ayudas, a veces nos hace creer en cosas que no existen aunque las vemos.
Un árbol que mece sus ramas en una esquina del parque Bolívar, adquiere en las horas de la tarde una apariencia irreal, como si fuera una figura recortada en cartulina negra, pegada sobre la superficie iluminada de un edificio y el azul del cielo.
Es como si las sombras proyectadas por un árbol, de pronto hubieran empezado a crecer por voluntad propia, sobrepasando los límites del edificio y hubiesen invadido el cielo o como si fueran una parte de la ilustración para una historia china, de esas donde los héroes se encuentran con árboles mágicos que pueden convertirse en sus salvadores o en sus enemigos, pero en todo caso en entidades que forman parte activa de la historia que se cuenta.
Tal vez suceda lo mismo con esos árboles que acompañan la cotidianidad de esta ciudad, y nosotros sin saberlo estemos expuestos a la influencia benéfica o dañina de sus sombras, dependiendo del genio o espíritu que los habite.
Este árbol que tiene la habilidad de convertirse en una hermosa sombra oscura para invadir el cielo, debe ser uno de esos gracias a los cuales el alma se sana a pedacitos. Cuando la gente pasa cerca, o por debajo de sus ramas, el ánimo se les modifica sólo con contemplar su silueta.

Con el sol vuelve el color (Medellín, Colombia)

Después de que durante días los cielos grises y opacos se sucedieran sobre nuestras cabezas, ha vuelto el sol a iluminar la ciudad y a intensificar los colores que en cualquier lugar impresionan la mirada.
Estos globos podrían ser el símbolo de lo que sucede en todas partes cuando cambia la temperatura. Las superficies bañadas por la luz de la tarde adquieren unas tonalidades que parece imposible se puedan repetir en cualquier otro lugar del mundo. Como si la luz de esta ciudad fuera capaz de recrear siempre los colores, de entregarnos cada vez una nueva manera de percibirlos.

Luna de media tarde (Medellín, Colombia)

A veces la luna confinada en su reino de oscuridad se escapa para observar durante las últimas horas de la tarde su lugar preferido.
En un intenso cielo azul, al que unas pocas nubes dan profundidad, la silueta de una luna que se deshace como si fuera un fantasma, le agrega al perfil de la ciudad un misterio casi oriental.
Debe existir en antiguos manuscritos la narración de alguna historia asociada con la visión de la luna en medio de la tarde. Algo que remita al lector a creer que si tiene la ventura de ver esa aparición tan desusada, en su futuro se verán cumplidos sus deseos.
Claro que si tal presagio existió en la antigüedad, para nosotros no tiene ninguna aplicación, pues ver la luna a horas distintas a las de la noche no es tan extraño en este valle.

Las paredes de una biblioteca (Medellín, Colombia)

Como si fueran las paredes de un edificio en una de esas ciudades sumerias donde se inventó el primer método de registrar la palabra para ser leída, estos muros, vistos desde lejos, dan la sensación de tener una textura tan particular, que hace pensar en las marcas que dejaban las pequeñas cuñas de madera sobre la arcilla en los albores de la historia.
No es difícil imaginar que si nos acercamos lo suficiente encontraríamos, en vez de adobes de superficie lisa, tabletas grabadas con la espectacular escritura cuneiforme. Esa escritura que desde antes del florecimiento de la antigua Babilonia marcó los caminos por donde se desbordaría la pasión que iban a abrazar millones de personas después de ellos: leer y escribir, desde lo más nimio como una lista hasta lo más sublime como un poema.
Contemplando este edificio uno se pregunta si será posible que además de los libros que se encuentran en su interior, estos también hayan sido grabados en sus paredes exteriores.

Después (Medellín, Colombia)

Después de haber acompañado a su dueña durante las interminables caminatas por las calles de la ciudad; después de haber sido apretados con fuerza contra las costillas por temor a ser arrebatados por algún ladronzuelo inesperado; después de haber descansado en sillones, mesas o cualquier otro tipo de mueble doméstico; de haber sido guardados con maña en closets o armarios, un buen día su dueña decidió que ya estos bolsos no merecían sus cuidados; que nunca más volverían a llevar en su interior ese batiburillo de objetos inocuos mezclados al azar con otros de mayor importancia.
Tal vez fueron reemplazados por unos nuevos, traídos de la China seguramente o comprados en alguna boutique, de esas que venden las marcas de grandes diseñadores, a sabiendas de que fueron copiadas con minucia en los talleres de Itagüí o del “Hueco” pero cuya apariencia engaña al ojo desprevenido.
Pero eso no es todo. El rechazo a estos objetos ha sido tan definitivo que ni siquiera se hizo de manera discreta. A su antigua poseedora no se le ocurrió arrojarlos a la basura envueltos en una de esas bolsas de grandes almacenes que, con frecuencia, se convierten en sudarios donde piadosamente se empacan aquellas posesiones que ya no nos interesan o a las que el tiempo ha deteriorado tanto que se hace necesario deshacernos de ellas. No, este rechazo debía hacerse abiertamente, como si fuera obligatorio poner en la picota pública estos pobres objetos a los que ya no se les reconocía ningún derecho para ser útiles.
Aunque existe otra posibilidad, tal vez su dueña los regaló pensando que las manos que se estiraban solicitas para recibirlos los cuidarían como ella lo había hecho. Manos que después de revisar con detenimiento los pequeños bolsillos de su interior y de repasar con dedos expertos los forros en busca de algún billete o moneda valiosa perdida u olvidada, los arrojó con despecho para que fueran escarnecidos por la mirada curiosa y desnuda de cuanto transeúnte acertara a pasar cerca de este bote de basura.

La nueva piel (Medellín, Colombia)

Desde hace unos años una nueva imagen ha venido sobreponiéndose a la vieja arquitectura de algunos barrios de la ciudad, sobre todo de aquellos ubicados cerca al Centro. La apariencia de sus calles que era una armoniosa mezcla de altas fachadas, rejas en las ventanas, puertas de madera y pequeños jardines, ha ido desapareciendo para dar paso a una serie de edificios de gran altura y aspecto similar.
Las superficies que ahora se ven desde la calle, apenas se diferencian de los materiales con los que están hechas estas construcciones.
Pero el ojo del buen observador puede encontrar contrastes como estos, donde las texturas y los colores dan lugar a una imagen que se basa en la combinación de módulos para crear, desde la fotografía, una ciudad que aunque es la misma que vemos todos los días nos da la posibilidad de jugar con su apariencia.

La espesura y los espejos (Medellín, Colombia)

Ya no sorprende a los habitantes de esta ciudad que de entre los árboles aparezca de repente un moderno edificio, como si hubiera sido construido en medio del bosque. Es el efecto propiciado por los árboles que cubren algunas de las calles que desde el oriente desembocan en el centro.
El follaje de los árboles y las palmeras, que forma una cubierta de verdes sobre la calle Bolivia, deja ver por entre sus ramas algunos edificios, aislándolos de la gran masa de construcciones que conforman este sector de la ciudad, al que se le ha dado el nombre genérico de El Centro.
Este edificio, que en días muy soleados refleja el color del cielo y las montañas cubiertas de casas, apenas si logra competir en impacto visual con la composición de tonos y texturas con que la naturaleza ha dotado a la vegetación.

Ayacucho, una calle de colores (Medellín, Colombia)

Una de las calles características del centro de la ciudad es la calle Ayacucho donde los almacenes de ropa, de telas y de todo tipo de mercancías dominan la escena, pero donde también los andenes se ven desbordados por la cantidad de puestos que ofrecen casi las mismas cosas de los almacenes.
Esta es la calle donde empieza el famoso “hueco”, una especie de bazar oriental visitado diariamente por miles de consumidores, que muchas veces sólo se dan una pasada por allí, para alimentar el deseo en la contemplación de los productos manufacturados en el país y de los que llegan de todas partes del planeta.
La gente que se aventura por este laberinto está expuesta al bombardeo de colores que ostentan las mercancías que se ofrecen, así como a la cacofonía de sonidos que envuelve todo el lugar, donde los vendedores se disputan la atención de los que pasan ofreciendo, a voz en cuello o por parlantes, sus mercancías con los mejores precios, según dicen.
Pero el hecho que debe sorprender más a quien se interna por primera vez en este caos de colores es la mirada indiferente de los transeúntes: como si el barullo que los rodea fuera el ambiente natural para cualquier ser humano.

La Candelaria (Medellín, Colombia)

En uno de los costados del parque Berrío se puede ver una de las iglesias más antiguas y emblemáticas de la ciudad. Su arquitectura, que se remonta a la época de la colonia, le da un toque venerable a un lugar que ha sido testigo de todas las transformaciones por las que ha pasado esta ciudad; que ha contemplado impasible todas las aventuras a las que se han lanzado sus habitantes. Que ha visto pasar frente a su fachada las muchas generaciones constructoras de esta urbe, que para millones de personas es irremplazable en todo el mundo.
La ciudad de los contrastes, ofrece con esta iglesia uno más para enriquecer la variedad arquitectónica y artística de esta tierra.
Un templo que en su interior guarda además de obras de arte religioso, un órgano alemán que llegó a lomo de mula a mediados del siglo XIX.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...