Prudencia y vigilancia (Medellín,Colombia)

Gracias a su comportamiento estas aves se convirtieron durante la antigüedad en uno de los símbolos de la prudencia y de la vigilancia.
En esta ciudad donde aparecen de vez en cuando seres de otras latitudes se puede contemplar, si se busca con mucha paciencia y se observa con cuidado, un paisaje plagado de grullas.
Pero como la prudencia y la vigilancia son tan escasas en estos parajes abandonados a su aire, las grullas de la imagen son tan pequeñas que pasan desapercibidas para la mayoría de las personas.
Habría que salir a la calle con un ánimo similar al de Diógenes de Sínope cuando recorría las calles de Atenas, linterna en mano, en busca de hombres honestos para encontrar en esta ciudad un poco de prudencia y de vigilancia, así sólo sea representadas en una bandada de grullas desperdigada por unos acantilados ficticios.

Creencia urbana (Medellín, Colombia)

Una imagen que se repite cada vez con más frecuencia en los jardines de la ciudad es la de las grandes botellas de gaseosa llenas de agua. Pocos son los que conocen el significado de esta costumbre, hasta que alguien da la respuesta a la pregunta obligada.
No parece tener sentido pero al decir de muchos es ciento por ciento segura para alejar a los gatos.
Quienes han sido desvelados por los eróticos requerimientos de los gatos en el jardín de su casa, han empezado a adoptar esta medida que, a pesar de no tener una base científica conocida, es el método más seguro para desterrar felinos.
Al parecer ya no hay que recurrir a la vieja costumbre de tirarles agua, arrojarles piedras o un zapato como en los comics.
Si esta práctica se generaliza los gatos tendrán que buscarse otros lugares para desarrollar sus complejos rituales amorosos que necesariamente pasan por un preludio sonoro tan fastidioso.

Misceláneas ambulantes (Medellín, Colombia)

El vendedor ambulante es uno de los tantos personajes anónimos, pero característicos, que recorre las calles de las ciudades colombianas actuales.
Los hay de todas las edades y de todos los estilos.
Venden múltiples productos, desde chicles hasta confites o cigarrillos “menudeados”, para ganarse la vida con dificultad.
Pululan en El Centro y a pesar de eso, o tal vez por esa circunstancia, se han vuelto invisibles; sólo adquieren  existencia cuando algún transeúnte necesita comprarles cualquier cosa.

La melancolía del barrio Prado (Medellín, Colombia)

Una tarde lluviosa da a este barrio un aspecto melancólico que va muy bien con las calles arboladas y las grandes casas, construidas en la primera mitad del siglo XX, que se entregan sin repulsa a los efectos del tiempo.
Caminar por el barrio Prado, a la sombra de los árboles casi centenarios, es como hacer una lectura de una parte de la historia de la ciudad plasmada en las fachadas de sobria arquitectura. Es volver en el tiempo, sintiendo que a este barrio los años le han robado el espíritu.
Cabe pensar que todos los que lo construyeron hace tiempo que abandonaron esta zona de la ciudad, pero también es posible que algunos de ellos permanezcan allí a la espera de un fin inevitable.
Algunas de estas casas se han acomodado a nuevos usos y así se han librado de la decadencia que afecta a la mayoría. Sin embargo, la vetustez que aqueja a este barrio no disminuye la dignidad que siempre tuvo desde sus inicios.

La araña del Nutibara (Medellín, Colombia)

Una araña blanca, testigo del viejo esplendor del Hotel Nutibara contempla ahora, después de haber visto pasar bajo su luz a reinas de belleza, desfiles de modas y hasta políticos de renombre, sin contar los miles de turistas que han recorrido sus pasillos, los nuevos vientos que han remozado uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad.
No se sabe todavía si los cambios para atraer a sus salones un público más amplio logrará rescatar este hotel, si se tiene en cuenta el entorno tan deteriorado y agresivo que lo rodea.

Un patio de escuela (Medellín, Colombia)

Nada más ruidoso que un patio de escuela a la hora del recreo. Sin embargo a esta hora, en esta escuela, el ruido había disminuido de manera significativa; se preparaba algún suceso que al parecer era del mayor interés para los estudiantes y que no tenía relación alguna con las admoniciones disciplinarias que siempre se oyen por los parlantes y a las que nadie presta atención.
Se preparaba algo de importancia, pero como todos los grandes acontecimientos se hacía esperar. Desde los balcones se observaba el patio como si desde la superficie fuera a brotar algún hechicero o quizá uno de esos guerreros planetarios cuyas imágenes guarda uno con celo en los bolsillos.
El tiempo pasaba y los que conocían el secreto (los del equipo de esta escuela) esperaban calladamente a que los otros, los contrarios, no se presentaran, aunque así desencantaran a sus fieles seguidores.
No se sabe si hubo espectáculo, lo que sí es seguro es que sus esperanzas encontraron un nuevo objetivo para llenar esa necesidad de acontecimientos de la que adolecemos todos los seres humanos.

El metro (Medellín, Colombia)

Con escasos 20 años de funcionamiento el metro se ha vuelto, para los habitantes y los turistas (que se han convertido en un flujo constante en las calles de esta ciudad), en un icono tan relevante como el edificio Coltejer en las últimas décadas del siglo XX o como el desaparecido Teatro Junín por allá en los años cincuenta.
Este sistema de transporte público que como en todas las grandes ciudades es otro atractivo turístico que atrae a los visitantes, aquí tiene la característica de ser uno de los más cuidados del mundo por la gente que lo utiliza a diario.

El jardín secreto (Medellín, Colombia)

Existen lugares en esta ciudad donde la atmósfera transmite esa misma sensación de misterio que se va desarrollando con el paso del tiempo en las ciudades milenarias, aunque su construcción sea tan contemporánea como los edificios de concreto y vidrio que conformar el paisaje urbano.
A pesar de que aquí es difícil encontrar ese tipo de lugares, al observador curioso no se le hace imposible hallar sitios donde la magia de la imaginación puede revestirlos con un aire de secreto.
Por fuera de las vías recorridas usualmente en un edificio de reciente construcción se encuentra este jardín alejado del ruido, de las luces y de gente ansiosa. Vale la pena buscarlo e imaginar en su contemplación que es parte de ese otro jardín descrito por la escritora decimonónica Frances Hodgson Burnett.

Claveles (Medellín, Colombia)

Esta planta que llegó de España, según los indicios, puede florecer todo el año en un clima tan benigno como el de este valle, y sin embargo no es de las que más se ven en esta ciudad de flores.
No se conocen las razones para tal escasez. Pero cuando se tiene la fortuna de encontrárselas en algún jardín, no se sabe qué apreciar más: la forma, el color o el aroma que rivaliza con cualquier colonia de esas que llegan de Francia y que se duplican con pericia en las perfumerías de la ciudad.

Un visitante inesperado (Medellín, Colombia)

En cualquier lugar público de esta ciudad es posible tomarse un café en compañía de algún pájaro, tan esquivo como cualquier otro, pero que se deje tentar por las migas de pan que caen de las mesas o tal vez por la simple curiosidad.
Esta es otra razón más para olvidarse de la prisa que nos imponen las ciudades: sentarse a una mesa y esperar a que el azar te depare un acompañante tan inesperado y colorido como éste.

Atardecer pictórico (Medellin,Colombia)

Los colores del cielo en la ciudad, sorprenden a veces por la intensidad de sus tonos. Cualquiera diría que es un cielo de esos que uno se encuentra en las playas de este país. Pero para nosotros, que vivimos entre montañas siempre será una sorpresa mirar hacia arriba y encontrarse con un espectáculo como éste.
Pero, en realidad, sobran las descripciones cuando uno tiene ante sí un cielo que le recuerda tan vívidamente las obras de Watteau o de Turner por nombrar apenas a dos genios de la pintura.

La luz y las columnas (Medellín, Colombia)

Según se dice esta serie de columnas son todas ellas un monumento a la luz.
Es posible que algunos habitantes de la ciudad y hasta algunos visitantes las hayan visto iluminadas, pero es uno de esos fenómenos tan raros que sólo se dan en ocasiones muy señaladas, tanto que pueden pasar años sin que se le pueda contemplar.
Sin embargo no se puede negar que este conjunto de pilastras tiene un diseño que sino impacta como lo hacen los templos de la Grecia clásica o de la cultura Maya, al menos le recuerda a uno esos santuarios que se veían en las clases de historia del arte o en las películas históricas o de intriga filmadas en las islas griegas o en Egipto.
Tal vez algún día los habitantes de esta ciudad podamos ver por fin cual fue el concepto rector de esta famosa plaza de la luz, famosa porque la luz que la baña siempre la ha puesto el sol y el cielo traslucido del Valle, independientemente del número de postes que traten de obstruirla.

Soledad en el claustro (Medellín, Colombia)

A unos cuantos metros de las congestiones que se producen en la calles Ayacucho y Pichincha o en la carrera Girardot, el visitante despreocupado puede encontrarse con un lugar tan apacible como éste y sentirse transportado de inmediato a un ambiente similar al de los monasterios donde la meditación y la tranquilidad dan la pauta para medir el tiempo.
La gente que pasa por los corredores aledaños, no mira siquiera este rincón; van tan inmersos pensando en todas esas gestiones institucionales que les impone la vida citadina, que apenas si reconocen el camino por donde se desplazan. Pero entre todos los atractivos que tiene la ciudad este es uno de los que vale la pena visitar, para entregarse a la lectura, la meditación o para tener una buena conversación sin la amenaza omnipresente del ruido.

Tranvía municipal de Medellín (Medellín, Colombia)

El tranvía, un medio de transporte que pertenece a una época más sosegada que la actual, permanece todavía en la memoria de muchos habitantes de la ciudad y será revivido próximamente para proporcionar el mismo servicio que prestó hace décadas por las estrechas calles de la ciudad.
Vuelve el tranvía, pero todavía no sabemos si su aspecto será tan nostálgico como éste o su diseño estará más acorde con los tiempos que corren. Lo cierto es que esta hermosa réplica permanecerá, por estos días, en algunas estaciones del Metro para realizar una labor pedagógica entre los habitantes de la ciudad.

Un curioso pocillo de café (Medellín, Colombia)

Tomar café en Colombia no tiene nada de exótico; tal vez al visitante le llame la atención la manera como se sirve en la mayoría de locales públicos.
Es raro que esta bebida tan importante para la economía del país y de la ciudad y que además ha marcado la idiosincrasia de esta región se sirva en pequeños e insulsos recipientes desechables y no en pocillos de loza o porcelana.
Pero lo que falta en calidad se compensa en algunos casos con la creatividad. Cada cierto tiempo aparece un nuevo diseño donde se priorizan los colores o la forma.
Y así a medida que mejora el café que se consume en la ciudad (aunque lentamente), los lugares donde se vende “tinto” tratan de competir también con los recipientes donde los sirven.
Pero siempre queda la nostalgia por los tradicionales pocillos de loza donde el café parece saber mejor.

Las frutas de la esquina (Medellín, Colombia)

Esos años cuando las frutas se cogían directamente de los árboles que crecían en los solares de las casas ya se están borrando de la memoria colectiva. Hoy, la relación cotidiana con el color de estos productos de la tierra es a través de las bolsas de plástico exhibidas en los puestos de cualquier esquina de la ciudad.
No importa si el día es gris o soleado, estos lugares tan representativos de las ciudades colombianas atraen al transeúnte con su colorido y con la promesa del sabor de tantas frutas tropicales como se consiguen por estos pagos.
Es posible que todavía ronde la nostalgia de las frutas en su estado natural, pero ya los que pasan de prisa por las calles tienen que satisfacer su deseo con las porciones que están a la venta.
La falta de tiempo, una situación inherente al estilo de vida citadino, hace que ya ni siquiera se eche de menos el placer de hincar los dientes en una fruta recién cogida.

Tórtolas en el níspero (Medellín, Colombia)

Un par de tórtolas se asientan en una rama de un níspero, sembrado en un jardín de barrio, indiferentes al ojo de la cámara que las observa con detenimiento. Son parte de la fauna que puebla esta ciudad y que es invisible para casi todo la gente. Nos hemos acostumbrado tanto a su presencia como ellas a la nuestra que pasamos desapercibidos unos de otros.
Su color y pasividad deben ser las claves por las que han medrado tan bien entre los materiales con que se ha construido esta ciudad.
Por fortuna entre tanto adobe y cemento surgen las copas de los árboles, adonde van las tórtolas a descansar cuando no están a la búsqueda incesante de comida en balcones y andenes o en los parches de vegetación que todavía se resisten a cederle completamente el paso a las edificaciones humanas.

Bailando solos (Medellín, Colombia)

Aunque no lo parezca la ciudad ofrece, o permite en raras ocasiones, aislarse del entorno y entregarse totalmente al placer que brindan los sentidos enfocados en un solo ejercicio.
Bailar que generalmente ha sido una actividad de carácter colectivo puede convertirse en un momento de abstracción de acuerdo a las circunstancias. Como el caso de esta pareja que ha transformado una pista de baile en un espacio donde sólo existen el sonido y el movimiento de sus cuerpos.

Paciencia (Medellín , Colombia)

Una imagen cada vez más recurrente en esta ciudad es la de las filas; a cualquier hora del día y en cualquier lugar.
Durante largos periodos de tiempo la gente de esta ciudad debe armarse de paciencia para acceder a todo tipo de servicios. En los rostros de la mayoría se refleja cierta desesperanza como si la vida citadina los hubiera acostumbrado a la fatalidad; sin embargo algunos parecen disfrutar esta situación, tal vez sea la única manera de tener algún tipo de contacto con la gente que les rodea (las conversaciones nacen espontáneamente y las opiniones sobre temas de todos los estilos se ventilan en esos ratos muertos).
Mientras tanto, unos felinos de color dorado se desplazan subrepticiamente y sin premura por las paredes como fantasmas, invisibles para las personas que no pueden salirse de sus propias vidas para darle espacio, en sus cerebros, a la imaginación.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...