Tórtolas en el níspero (Medellín, Colombia)

Un par de tórtolas se asientan en una rama de un níspero, sembrado en un jardín de barrio, indiferentes al ojo de la cámara que las observa con detenimiento. Son parte de la fauna que puebla esta ciudad y que es invisible para casi todo la gente. Nos hemos acostumbrado tanto a su presencia como ellas a la nuestra que pasamos desapercibidos unos de otros.
Su color y pasividad deben ser las claves por las que han medrado tan bien entre los materiales con que se ha construido esta ciudad.
Por fortuna entre tanto adobe y cemento surgen las copas de los árboles, adonde van las tórtolas a descansar cuando no están a la búsqueda incesante de comida en balcones y andenes o en los parches de vegetación que todavía se resisten a cederle completamente el paso a las edificaciones humanas.

Bailando solos (Medellín, Colombia)

Aunque no lo parezca la ciudad ofrece, o permite en raras ocasiones, aislarse del entorno y entregarse totalmente al placer que brindan los sentidos enfocados en un solo ejercicio.
Bailar que generalmente ha sido una actividad de carácter colectivo puede convertirse en un momento de abstracción de acuerdo a las circunstancias. Como el caso de esta pareja que ha transformado una pista de baile en un espacio donde sólo existen el sonido y el movimiento de sus cuerpos.

Paciencia (Medellín , Colombia)

Una imagen cada vez más recurrente en esta ciudad es la de las filas; a cualquier hora del día y en cualquier lugar.
Durante largos periodos de tiempo la gente de esta ciudad debe armarse de paciencia para acceder a todo tipo de servicios. En los rostros de la mayoría se refleja cierta desesperanza como si la vida citadina los hubiera acostumbrado a la fatalidad; sin embargo algunos parecen disfrutar esta situación, tal vez sea la única manera de tener algún tipo de contacto con la gente que les rodea (las conversaciones nacen espontáneamente y las opiniones sobre temas de todos los estilos se ventilan en esos ratos muertos).
Mientras tanto, unos felinos de color dorado se desplazan subrepticiamente y sin premura por las paredes como fantasmas, invisibles para las personas que no pueden salirse de sus propias vidas para darle espacio, en sus cerebros, a la imaginación.

Como libélulas (Medellín, Colombia)

Las calles y avenidas de esta ciudad, sobre todo las de los viejos barrios como Prado, en el centro oriente, están sombreadas por árboles de diferentes especies, entre los que destaca el carbonero, que ha acompañado los paseos de los medellinenses desde los inicios de la vida en esta Villa.
Rara vez se tiene la oportunidad de ver la copa de estos árboles desde otra perspectiva que no sea la del transeúnte y es por eso que se convierte en toda una sorpresa ver la cantidad de vainas que producen y como resaltan contra el verde oscuro del follaje. En un primer momento uno hasta se confunde y cree que son libélulas.

El vacío de los símbolos (Medellín, Colombia)

Creado en 1958 por el diseñador británico Gerald Holtom, como parte de una campaña para el desarme nuclear, este símbolo que saturó el imaginario de la gente joven en las décadas de los años 60 y 70 es ahora uno de esos iconos que permanecen en el tiempo aunque su significado haya perdido toda la fuerza que tuvo, alguna vez, como forma de interpretar un deseo.
Ahora en esta escultura, ubicada en uno de los parques biblioteca de la ciudad, se refleja más la ideología del artista que el sentimiento colectivo que pretende representar.
Sus implicaciones estéticas pueden ser discutibles para muchos, pero no deja de ser un referente que contrasta con el entorno y que de alguna forma lo complementa.

Adobe y concreto (Medellín, Colombia)

La evolución en el uso de materiales de construcción está estrechamente ligada a la evolución del urbanismo y la arquitectura en una ciudad.
A la tapia y a la piedra con que fueron levantados los edificios y las casas en la vieja ciudad las han reemplazado desde hace muchos años el adobe y el concreto.
Como la mayoría de las ciudades modernas ésta se caracteriza por el uso intensivo de esos materiales, tanto que hasta el color blanco o el gris, y los colores alegres con que pintaban las fachadas de las casas, han sido reemplazados por el gris uniforme del concreto mezclado con el ocre del adobe; dando como resultado, en algunos casos, atractivas combinaciones como esta estación del metro o la serie de balcones desde donde fue tomada la fotografía.

Una vista de todos los días (Medellín, Colombia)

Para los que vivimos en esta ciudad esta es una imagen tan conocida que nunca nos asombra.
Las casas y pequeños edificios que cubren las lomas alrededor del valle fueron apareciendo lentamente y se tomaron esas superficies sin que apenas nos diéramos cuenta; dándole a las montañas milenarias ese tono ocre tan característico del adobe. Sin embargo todavía se ve, a lo lejos, el familiar perfil verde que rodea esta depresión en medio de los Andes.
Y es que lo cotidiano se vuelve tan familiar que tiende a desaparecer de nuestra mirada. Pero para quienes vienen por primera vez a esta ciudad o para aquellos que la visitan de vez en cuando, siempre será motivo de asombro contemplar un fenómeno arquitectónico que a nosotros nos parece tan natural.

Belleza inquietante (Medellín, Colombia)

Según la señora que vende plantas ornamentales en la plazuela San Ignacio ésta es una gloxinia doble. Y no se sabe si el nombre hace referencia a la conformación de las flores o a una aproximación a la cuantificación de la belleza, porque parece que tanto su forma como la intensidad de su color duplican la perfección de su hermana la gloxinia sencilla.
Pero, a pesar de todo, el esplendor de forma y colorido que despliega esta planta no deja de resultar inquietante, porque recuerda peligrosamente a la planta carnívora de “La pequeña tienda de los horrores”, la famosa película del director Roger Corman.

Entre luces y sombras (Medellín, Colombia)

Los lugares intermedios donde residen seres humanos y donde no prevalece ni la luz ni la sombra podrían adjudicarse más bien a los gatos, esos habitantes de las ciudades que parecen conocer todos los secretos de la gente y de las calles; sobre todo de aquellos sitios que se abren a la noche y donde los misterios parecen más fáciles de aprehender.

El puma de la biblioteca (Medellín, Colombia)

Pasan tantas cosas extrañas en esta ciudad que nadie se sorprende al ver la silueta de un puma, recortada contra el concreto de las paredes en una biblioteca.
Los pocos que lo han visto han pensado que sólo es una sombra o tal vez el juego de la luz sobre el concreto. En verdad no le prestan mucha atención.
Pero otros, los más soñadores tal vez, han creído ver en dicha silueta la representación de uno de esos animales que pueblan los libros de aventuras.
Merodeando por las paredes y reflejándose en los vidrios se pasean los pumas de las ficciones; cansados tal vez de permanecer inertes entre las hojas de los libros de esta biblioteca.

La mirada interior (Medellín Colombia)

En las películas de ciencia ficción las puertas que conducen a los universos paralelos pueden estar en cualquier parte. Tal vez por esa razón esta niña se asoma al interior de San Nicolás para descubrir allí el secreto de su existencia.
La Navidad pasó y es posible que hoy haya un ser humano más sobre este planeta que conozca los misterios de las puertas que aparecen en el camino de la gente sin que se enteren siquiera.
Quizás la mejor manera de ubicar esas puertas será metiendo la cabeza al revés en las grandes fotografías que ponen en las ferias, para que las personas grandes y pequeñas fantaseen con la posibilidad de ser otras. Quién sabe qué sorpresas les aguardan.

Frente a las palmeras (Medellín, Colombia)

En el sector peatonal de Junín, la tan conocida vía comercial de El Centro, la gente pasa por debajo de las palmeras sin darse cuenta de su presencia.
Pero cuando se almuerza en uno de los muchos restaurantes que bordean esta carrera tan conocida, es imposible hacer caso omiso de su presencia. Ya sea porque el verde intenso de sus hojas se roba la atención o porque su follaje obstruye parcialmente la vista.
Sin embargo se podría decir que para muchos de los que habitan la ciudad, y para aquellos que la visitan, almorzar sentados a una mesa en un balcón que da a Junín es una forma de tomarle la temperatura a su ambiente citadino y agitado.

Un pesebre casero (Medellín, Colombia)

A pesar de que la Navidad se ha transformado en un juego de decoraciones, a cual más estridente, la tradición de hacer pesebres se mantiene en muchos lugares de esta ciudad.
Se arman en cualquier lugar de los jardines, en las salas de las casas o en los vestíbulos y corredores de los grandes centros comerciales.
Sin embargo los que más atraen la atención son los que se encuentra uno en las casas comunes y corrientes como éste que se hizo con las figuras tradicionales afuera de una ventana. El buey no está pero uno se imagina que salió un momentico a pastar cuando pasó todo el alboroto del nacimiento.

Caminar por Junín (Medellín, Colombia)

Las personas que caminan por la carrera Junín a paso lento o con rapidez, deben sentir aunque sea de manera inconsciente la magia que tiene uno de los lugares más conocidos y transitados por los medellinenses y por quienes visitan esta ciudad constantemente.
Este paseo peatonal que atraviesa El Centro ha sido y es un gran eje comercial y a pesar de los grandes cambios que ha experimentado a lo largo de su historia no deja de tener un encanto que atrapa a los transeúntes diariamente.

Mercados Campesinos (Medellín, Colombia)

Todos los domingos llegan campesinos procedentes de las diferentes veredas de la ciudad, a vender los productos más variados en los mercados que se establecen en los parques o en los amplios andenes de algunos barrios.
Zanahorias, tomates o lechugas como éstas recién cosechadas se comercializan directamente por los cultivadores.
Son otro atractivo más que ofrece esta ciudad a sus habitantes y a todos aquellos que nos visitan constantemente.

Tramas y texturas (Medellín, Colombia)

La combinación de tramas y texturas es uno de los pilares de los diferentes tipos de diseño, a veces es el resultado de una detallada aplicación de la geometría y las matemáticas pero en la mayoría de los casos tiene su origen en la observación de la naturaleza.
En este caso se combinaron en esta imagen la trama formada por las ramas de un árbol con la trama de una figura decorativa tejida en hilo.
Un interesante contraste de tramas, colores y texturas que tal vez llegue a inspirar las creaciones de algún diseñador.

Tomates de San Antonio (Medellín, Colombia)

Unos tomates poco conocidos en estos parajes y traídos de México, cultivados en San Antonio de Prado (un corregimiento cercano a la ciudad), crean esta composición de verdes que atrae al ojo del observador por la intensidad de su color y la particularidad de su forma.
Se venden en esos mercados de la calle que se encuentran a diario en la ciudad. Aunque los domingos en particular se les puede hallar en uno de los Mercados Campesinos que aparecen en cualquier parque, calle o plazuela, como el del Poblado donde unos cultivadores se reúnen semanalmente para atraer a los consumidores con productos cuyo aspecto no está reglamentado por las exigencias de las cadenas de supermercados o el gusto deformado de sus clientes.

Los trucos de la luz (Medellín, Colombia)

Hasta en un pequeño estanque se puede ver como la luz juega con el ojo del observador. Esta superficie donde se hacen y deshacen reflejos, apenas si deja pasar la imagen de los peces que se reúnen “ansiosos” cerca de la orilla, acostumbrados tal vez a que la gente que se detiene a mirarlos les eche algún alimento.
Son figuras con un aire fantasmal.
Es como si el agua en su movimiento creara estas criaturas que a causa de cualquier agitación en el ambiente pudieran desaparecer.
Pero al fin y al cabo son peces que en el estanque deben fascinarse también con el movimiento del agua y con los juegos de luces que se pueden ver desde su perspectiva.

El verdadero color del sabor (Medellín, Colombia)

En la mayoría de los casos los colores de los vegetales comestibles abren el apetito de la gente mucho antes que su olor o su sabor. Sobre todo cuando el transeúnte se encuentra con lugares donde los mismos agricultores se encargan de vender sus propios productos.
Una ciudad conocida por su vocación industrial y comercial recuerda los orígenes campesinos de sus habitantes en estos sitios donde se puede comprar una gran variedad de géneros sin intermediarios. Aquellos parecen más naturales que los disponibles en los ambientes estériles de los supermercados y su sola vista sugiere que su sabor es más verdadero.

Las alas rotas (Medellín, Colombia)

Una escultura a la que sus autores le dieron el título de Búsqueda, parece atravesar los cielos de la ciudad.
Quien vea esta bandada de pájaros de hierro y vidrio puede suponer cualquier motivo para su incansable vuelo.
Entre las infinitas posibilidades que a uno se le ocurren, una de ellas podría ser que vuelan a la caza de la verdadera ciudad que palpita detrás de toda la verbosidad publicitaria de los medios de comunicación.
Se quiere hacer creer a quienes visitan esta Bella Villa y a quienes la habitan que con palabras se puede esconder la realidad dura que llevan en su seno todas las ciudades colombianas.
Por ahora ha sido infructuosa la pesquisa, algunas de las aves hasta se han roto las alas en su recorrido incesante, otras han desaparecido, pero ellas como los que vivimos en este valle sabemos que la verdadera realidad no se puede construir con discursos y que a pesar de las mentiras institucionales surge en los lugares más inesperados.

Cielos de colores (Medellín, Colombia)

Por estos días ya empezaron a verse en la ciudad las decoraciones tempranas que nos acompañarán el próximo mes y hasta parte del siguiente.
Son los alumbrados navideños que en las casas y sobre todo en los centros comerciales comenzaron a preparar el espíritu para las festividades que se nos vienen encima.
Tal vez no todos participen de las celebraciones en torno a la luz. Pero lo que sí parece común a la mayoría de la gente es la expectativa que genera diciembre en el ánimo de los habitantes de esta ciudad; como le sucede a tantos otros en muchos lugares del globo.

Lana (Medellín, Colombia)

En una ciudad de las de ahora y en cualquier lugar del mundo no es extraño encontrarse cara a cara con la espontaneidad; materializada en este caso en los ojos de Lana, cuya felicidad puede ser salir a dar un paseo en el parque, encontrar en el suelo la rama de un árbol para jugar con ella y poder llevarla entre los dientes como un trofeo de caza.

Arquitectura de montaña (Medellín, Colombia)

En el estrecho valle donde se asienta esta ciudad muchos de los barrios que la componen han sido construidos sobre las laderas de las montañas que forman una geografía difícil pero conquistable al parecer.
Si uno se deja llevar por la imagen que se ve en algunos sectores de esta ciudad, donde las casas se apeñuscan unas contra otras, podría llegar a pensar que se ha desarrollado en ellos un urbanismo orgánico en el que las viviendas se han adaptado perfectamente a los accidentes de la superficie. Pero la realidad es que esta forma de distribuir el suelo obedece más a la necesidad que al respeto por la geografía.
Las escalas interminables, las calles retorcidas y empinadas no favorecen al habitante de estas laderas. Aun así las construcciones se suceden sin interrupción causando admiración a quienes se pasean por allí en plan de turistas, inconscientes de lo que puede significar vivir en estos lugares día tras día.

El placer de la velocidad (Medellín, Colombia)

En casi todos los barrios de esta ciudad se pueden ver lugares como éste donde la gente va a encontrarse con la libertad que da practicar una actividad física. Se les llama con el nombre genérico de “canchas” y desde hace muchos años se han convertido en puntos de convergencia para muchas personas.
Allí es posible ver, entre otros muchos grupos humanos, unos niños queriendo llegar al infinito a impulsos de la velocidad que les dan sus piernas y de la imaginación que acompaña a cada uno de nosotros pero que en esta edad es una presencia constante.

Las verdes y las maduras (Medellín, Colombia)

Una camioneta pequeña recorre, como tantas otras, las calles de los barrios de la ciudad cargando manzanas destinadas a la venta y el pregonero que la conduce rasga el aire con su fuerte acento regional para anunciar las bondades de las frutas que trae para la venta.
Habla del sabor y la frescura de su producto pero se le olvida un detalle que tal vez no sea importante para los compradores pero que está a la vista de todo el mundo, incluyendo hasta los que no tienen intenciones de dejarse seducir por el pregón: se trata de la belleza de esta combinación de colores cuyo disfrute es gratis, por ahora.

Medellín en blanco y negro