Con la indiferencia de los niños, dos querubines juegan sobre la fachada de esta iglesia sin percatarse de la cruz que los separa. Uno de ellos parece observar la plaza y lo que sucede allí, mientras que el otro da la espalda y mira hacia atrás, tal vez al infinito. Dos miradas: una material y otra espiritual que conjugan en una representación plástica, el forcejeo de los seres humanos a lo largo de su vida.
La realidad de Medellín va más allá de la imagen oficial. Queremos mostrar el rostro de una ciudad que parece cambiar cada día. Aunque la arquitectura permaneciera inalterada, la atmósfera, la naturaleza y la gente influirían en su aspecto de manera constante.
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¡Qué buena leyenda!
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