La impresionante belleza de lo diminuto (Medellín, Colombia)

El delicado color lila de esta florecita (resaltado por el amarillo del centro de su corola) se destaca con intensidad sobre el verde de las hojas. No es difícil apreciarla pues, este “arbolito” de apenas unos cuantos centímetros de altura contribuye profusamente a matizar su follaje con muchas flores.
Basta con mantener la atención puesta en todas las manifestaciones de la flora que abundan en esta ciudad para percibir la belleza que la naturaleza nos regala constantemente en este lugar rodeado de montañas, que tal vez por eso, puede darse el lujo de maravillarnos con tal abundancia, tanto en lo grande como en lo diminuto.
Ni siquiera es necesario conocer el nombre de esta planta o saber a cuál especie pertenece; con admirarla y protegerla es suficiente.

Máximos y mínimos (Medellín, Colombia)

Sobre la superficie de un pequeño tronco, encontrado en una matera, unos hongos diminutos realizan su insaciable labor de descomponer la materia de la que está hecho.
Así como en las extensas selvas americanas son los mínimos organismos los encargados de sustentar la exuberancia de los altísimos árboles y las plantas descomunales, así en el pequeño mundo de una matera en un jardín, estos mínimos devoradores se dedican a realizar el trabajo en el que se han especializado sus congéneres selváticos.
Sólo la planta, objeto de los mimos de la dueña de casa, presencia dicha labor a la expectativa de que el tronco pronto se convierta, gracias a la imparable labor de estos hongos, en su futuro alimento.

La seducción de las orquídeas (Medellín, Colombia)

Las orquídeas esas creaciones tropicales por excelencia, siempre atraen con los colores, con la manera como combinan sus tonos, pero sobre todo con ese toque exótico que la naturaleza le imprime a las formas que adoptan para seducirse entre ellas y a sus polinizadores, así como a nosotros sus más fervientes admiradores.
Aunque el reino vegetal siempre se supera a sí mismo en la manera que tiene para sorprender con las flores, las orquídeas están en primer plano en cuanto a belleza y extravagancia (en el mejor sentido del término).

Un tótem rojo (Medellín, Colombia)

En una pequeña glorieta se levanta una escultura que llama la atención por el color rojo intenso de su superficie pero sobre todo por la forma que recuerda de manera extraña e incomprensible a los tótems precolombinos; esos tótems que se dirigían hacia el cielo invocando quién sabe a cuáles dioses.
Esta escultura quizá no tenga la finalidad de apaciguar o exaltar deidades, pero lo que si logra es tranquilizar el espíritu como tantas creaciones humanas que con su forma modular no perturban la mente de quienes las miran con detenimiento.

Una palmera entre dientes prehistóricos (Medellín, Colombia)

Para una persona sin imaginación o simplemente desprevenida, las formas grises y amenazadoras de donde parece surgir esta palmera podrían ser sólo una escultura moderna, es decir el producto de la creación de un artista. Pero para otros, para los que se asombran con los objetos inesperados que se encuentran en las calles de esta ciudad podrían ser los dientes de algún animal prehistórico y descomunal que fueron surgiendo, sin que la gente se diera cuenta, del lugar donde descansaron durante millones de años. O por qué no los últimos vestigios de las fauces gigantescas de un tiburón varado en una antigua playa.
De todas manera la composición que forman esas figuras inanimadas y grises con las hojas de la palmera no deja de ser impactante, así sea una simple cooperación entre las creaciones humanas y la naturaleza.

La mesura de la historia (Medellín, Colombia)

Uno de esos edificios cuya arquitectura no necesita grandes decoraciones para resaltar entre las innumerables edificaciones de este sector se levanta en una de las esquinas más conocidas y frecuentadas de la ciudad (Avenida Oriental con la calle Colombia). Sin embargo su construcción sencilla lo destaca y le imprime a esta zona una atmósfera mesurada y tranquila, atmósfera que de manera continua e imparable ha ido perdiendo El Centro por cuenta del tráfico, las multitudes y los vendedores ambulantes que invaden los andenes.
Desde la piedra de la fachada hasta la línea sobria de ventanas y balcones le dan a este edificio un aire de otro tiempo, como si a su alrededor se hubiese detenido un poco la historia de la ciudad.
La mirada se posa tranquila en su superficie y le hace meditar a quien observa sin afanes, en esos barrios europeos donde los edificios guardan tantos relatos de amores y pasiones que tal vez no lleguen a conocerse jamás.

Corazón de maíz (Medellín, Antioquia)

El maíz que está en la base de tantas civilizaciones americanas aparece en este plato, y en primer plano, para seducir con su color y forma el ojo del comensal.
En segundos nos evoca a algunos Hombres de maíz la novela del poco recordado por estos días nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, centrada en el conflicto que enfrenta a dos clases de hombres: los que consideran el maíz como un alimento sagrado y, por ende, hacen un uso racional de él, contra los que lo ven simplemente como una mercancía, un producto comercial. Una obra que mediante un lenguaje surrealista se adentra en las tradiciones orales y ancestrales de los pueblos indígenas centroamericanos, incluyendo mitos, leyendas, poemas y canciones.
Pero también nos recuerda el extenso poema Memoria sobre el cultivo del maíz del año 1866 escrito en “antioqueño” como lo dijera el gran autor, tan cercano a la tierra y a nuestro acervo cultural: Gregorio Gutiérrez González, quien con un lenguaje realista y directo describe la existencia en esta tierra de este don de la naturaleza.
Todo eso me pasó por la mente mientras saboreaba con anticipación esta cazuela en cuyo interior esperaban los no menos deliciosos fríjoles, que combinados con los otros ingredientes siempre son una buena elección; sin olvidar la arepa, complemento infaltable de nuestra cocina, a la que se le dio, en este caso, el original toque de una forma de corazón.

A bailar porro se dijo (Medellín, Colombia)

El porro (palabra que en Colombia evoca, afortunadamente, la alegría que proporciona el ritmo y el movimiento del baile) es una música de toda la vida en este país y sirve de inspiración a mucha gente para entregarse a una de las actividades más placenteras del ser humano: el baile.
Este estilo de baile que siempre se asocia con la fiesta colombiana desde el siglo pasado, es interpretado con gracia y soltura por esta pareja que a juzgar por su sincronización y elegancia le dejan en claro al observador que no es la primera vez que se entregan al placer del cuerpo y el espíritu que da esta música.
Absolutamente concentrados en el sonido de las gaitas, los clarinetes y los tambores se alejan del exterior y se entregan a su mundo personal.

Anturios "on the rocks" (Medellín, Colombia)

El rojo intenso de los anturios (Anthurium andreanum) se destaca al fondo de las que parecen columnas talladas en hielo. El agua que refresca la vista en esta imagen se ha congelado para agregar dramatismo a la belleza de las flores.
En esta ciudad el color de las flores aparece por todas partes, solo o combinado con los tonos verdes de las hojas o con el blanco translúcido del agua que todavía, en esta ciudad, se puede utilizar como un elemento más de la decoración en los lugares públicos.

Una fachada en la carrera Girardot (Medellín, Colombia)

Una hermosa fachada, construida en la época en que este sector de la ciudad era habitado por esas familias numerosas, tan características de esta zona del país, da paso, en la actualidad, a una serie de edificios donde ni la estética ni la comodidad tienen cabida. Son sólo una sumatoria de salones dedicados a albergar estudiantes durante todo el día y parte de la noche. Es como si ningún arquitecto se hubiera tomado la tarea de distribuir el espacio interior que la vista de esta construcción promete.
Parece como si se hubiese querido, de alguna manera, negar las horas que debió pasar sobre la mesa de dibujo el creador del edificio original para lograr una edificación sobria y elegante.
La delicada factura de los maestros albañiles que todavía se puede apreciar incluso en el revoque de las paredes exteriores y en la calidad de los arcos de puertas y ventanas brilla por su ausencia, una vez que el visitante interesado franquea los portones de este lugar.
Pero al menos hay que agradecer a quienes tomaron la decisión de no demoler esta muestra de lo que fuera en otros tiempos la cara de la ciudad y mantener de cierta forma el ambiente que reina en los alrededores de la Plazuela San Ignacio.

El mercado de la calle (Medellín, Colombia)

Una imagen cotidiana en las mañanas de algunos barrios de la ciudad. La gente espera la llegada del camión que traerá verduras y frutas. En lugares ya conocidos por los habitantes del sector se forman estos pequeños mercados y las personas, sobre todo las mujeres, escogen allí con ese ojo crítico que da la experiencia los productos que mejor se acomoden a sus gustos culinarios.
Tal vez sea por la frescura o por el precio, lo cierto es que estas esquinas se ven atestadas de compradores. Una forma ágil de aprovisionarse a cielo abierto, que para muchos es más agradable que las tiendas o “revuelterías” como se las llama en este país.
Así deben nacer las tradiciones: costumbres que se repiten durante años y que de pronto se vuelven imprescindibles para la vida de las comunidades.

El expreso de las flores (Medellín, Colombia)

Tal vez en cualquier otra ciudad diferente a esta, llame la atención ver un carro cubierto de macetas llenas de flores, expuestas al público para ser vendidas.
Pero en esta ciudad no es raro ver esta imagen dada la gran pasión que sienten sus habitantes por la naturaleza.
No en vano ha sido conocida durante tantos años como la ciudad de la Eterna Primavera, no sólo por el suave clima que durante todo el año acompaña el valle donde se asienta, sino también por la profusión de plantas que se entremezclan con las obras humanas de las formas más originales, como en este caso donde se expone en abundancia el colorido de las flores.

Llamaradas (Medellín, Colombia)

Según dicen es gracias a la taxonomía de Carlos Linneo que este arbusto tiene como nombre crotón que en griego significa garrapata; al parecer porque sus semillas se parecen a este insecto. Pero en nuestra ciudad se le conoce como croto que seguramente no hace referencia a ninguna palabra conocida en español.
Debo confesar que nunca le he visto una semilla, ni siquiera recuerdo haber visto una de sus flores pero la denominación por la que se le conoce hace pensar en una planta exótica.
Lo que si se es que son innumerables los colores de sus hojas que a veces lo hacen ver como un árbol en llamas.
Habrá que agradecer por siempre a la naturaleza malaya por este hermoso regalo que campea, aunque no lo suficiente, en los jardines de nuestra ciudad.

Como una pintura de un ministro chino (Medellín, Colombia)

Una fotografía que evoca una de esas pinturas que aparecen en los biombos chinos, copias a su vez de los ejercicios pictóricos a los que debían dedicarse los ministros del imperio para demostrar su capacidad de gobernar.
Es como si en cualquier lugar del mundo pudieran verse imágenes que han despertado la sensibilidad del ser humano frente al espectáculo que ofrece diariamente la naturaleza.
En medio de la ciudad un guayacán florece y contrasta la profusión de flores con el verde intenso de las hojas que todavía no han caído para dar paso al amarillo absoluto de la florecida.

Bodegón (Medellín, Colombia)

De la época en que los artistas empezaron a pintar naturalezas muertas y bodegones han corrido muchos regueros de acuarela y se han producido muchos manchones de óleo, y sin embargo aun es posible encontrarse por ahí, en cualquier sala, una composición donde se utilizan unos objetos que tuvieron usos cotidianos sin ninguna relación entre sí, pero que además de la belleza con la que han sido revestidos por el pasar de los años remiten al observador a una época donde el tiempo se medía con otros parámetros.
El contraste entre texturas, colores y materiales le da a esta imagen una calidez especial.

Renovación del Hotel Nutibara (Medellín, Colombia)

Uno siente una gran satisfacción al ver los trabajos de renovación que se están llevando a cabo en el Hotel Nutibara, uno de los edificios emblemáticos de esta ciudad.
Es como si por fin hubiéramos entendido que la historia arquitectónica de la ciudad es también patrimonio de todos sus habitantes (los actuales y los futuros y hasta de los recién llegados).
Será que por fin estamos entendiendo que una ciudad innovadora no es únicamente aquella que se dedica a construir nuevos edificios de dudosa innovación arquitectónica, sino también aquella que es capaz de mirar al pasado con orgullo.
Felicitaciones para aquellos que decidieron conservar para la posteridad la belleza clásica y sin aspavientos del Hotel Nutibara; todo lo contrario a lo que hicieron en su momento los responsables de la ciudad con el edificio donde quedaba el Hotel Europa y el teatro Junín, por allá a comienzos de la década de los setenta.

Los jugadores del viento (Medellín, Colombia)

Cada tarde el vendedor pasaba con sus hélices de plástico y ellos, cada tarde, lo esperaban para oír la vibración del viento en sus oídos cuando el hombre las hacía silbar sobre sus cabezas y ellos imaginaban tal vez que algún avión de combate pasaba a baja altura poniendo a prueba su capacidad de enfrentar el peligro.
A veces parecía como si el aire fuera una disculpa para arrojarse al piso y experimentar la habilidad de la niñez para moverse a gran velocidad.
Después, de este pequeño ritual, el buhonero seguía su camino incesante alrededor del parque y los niños se alejaban en busca de nuevas situaciones en las que pudieran ejercitar su gran capacidad de imaginar aventuras.

Jardineras (Medelín, Colombia)

A la hora de reciclar no hay limitaciones. Convertir unos tanques de sanitarios viejos en macetas es una buena idea. Aunque al parecer el mantenimiento de las plantas que allí se sembraron no haya sido muy cuidadoso, uno no puede dejar de admirar la capacidad creativa de la gente.
Estas plantas languidecen en una tierra que no parece la más indicada, pero cabe la esperanza de que una mano caritativa se tome el trabajo de echarles un poco de abono y contrarrestar de alguna manera los cascotes y piedras de la demolición con la que parece fueron llenadas estas jardineras.
Mientras tanto ellas se aferrarán a la vida, así los transeúntes no les presten mayor atención.

Al sol (Medellín, Colombia)

Un barrio de la ciudad languidece al sol y la gente permanece a cubierto del fuerte calor que por estos días, a comienzos del año, calienta las calles.
La vida de las personas permanece en estado de hibernación parcial mientras llega la hora del almuerzo.
El movimiento de una calle normal parece haber desaparecido por cuenta del calor y de la época del año.
Una imagen de tranquilidad que no se asemeja a la corriente vital que anima las calles en los barrios. Es como un respiro que se toma la misma ciudad en su incesante movimiento diurno.
Al fondo, como siempre, las montañas tutelares cuidan de la urbe, impasibles, mientras ésta se entrega a un descanso aparente.

Vida interior (Medellín, Colombia)

Un papayo se asoma, impertérrito, a la vida de afuera desde la seguridad del lugar donde ha crecido.
Un gato vigila su territorio mientras la naturaleza en un pequeño patio interior desborda los límites que imponen los muros divisorios.
Las terrazas y los techos de un barrio de la ciudad duermen al sol, indiferentes al movimiento incesante de los habitantes de la ciudad.
Un andamio da cuenta del crecimiento inacabable de la ciudad que parece una planta más en su afán de desarrollarse.

Un pequeño habitante (Medellín, Colombia)

A espaldas de los millones de habitantes citadinos medran estos pequeños seres que también son habitantes de la ciudad.
Estos grillos, dolor de cabeza de todos los jardineros, forman parte de la variedad de la vida casi invisible, que medra entre las plantas de la ciudad, indiferente a las preocupaciones y alegrías diarias de hombres y mujeres.
Tal vez las aves que viven en los árboles son las únicas que se preocupan por que la provisión de insectos nunca se acabe.

La textura de la belleza (Medellín, Colombia)

Si uno quisiera definir la belleza que se puede percibir con los dedos sin acudir al tacto podría apoyarse en la textura de estas flores de guayacán donde la delicadeza de su forma contrasta con el fuerte color amarillo de los pétalos.
Miles de flores se agrupan en las ramas de este árbol para sorprender al observador dando la sensación de que es posible tocar los colores.
Muchas calles de la ciudad se ven invadidas cada cierto tiempo por este tono intenso que opaca los grises del asfalto y los ocres de los muros, alegrando la vista y dándole un aire festivo a los lugares donde florece el guayacán; un árbol que parecería haberse convertido en emblema de una ciudad donde la variedad de flores revientan sin previo aviso en cualquier lugar.

La fuente del parque (Medellín, Colombia)

Intemporal como el agua, esta fuente en medio del parque Bolívar refresca el aire cálido de los días que por esta época oprimen al transeúnte citadino con su calor.
Y no sólo es la frescura del agua lo que atrae, es el movimiento incesante que ejerce, sobre la mayoría de las personas, un efecto apaciguador con su sonido cantarín.

Vendedora callejera (Medellín, Colombia)

Una vendedora se apresura con su bandeja de bebidas para satisfacer la sed de la multitud, mientras a la entrada de uno de los tantos eventos que se realizan en esta ciudad las personas esperan soportando el calor que en algunas ocasiones castiga la ciudad.

La sed obliga a la gente a hidratar el cuerpo, en tiempos calurosos, con bebidas envasadas de manera industrial o artesanal.
A su lado una caja con mango partido en largas tiras se venderá para satisfacer otro tipo de deseos a la hora de consumir pasabocas callejeros.


Follaje (Medellín, Colombia)

Imágenes como esta son comunes en la ciudad; aunque no abundan como debieran no son extrañas de ver para quienes vivimos en este rincón del planeta. Ojalá que cada vez sean más los lugares donde la naturaleza crezca con tanta fuerza y la construcción de edificios, casas, centros comerciales y demás obras humanas se vean equilibradas por estos macizos de follaje que producen oxígeno sin descanso.
Pocos conocemos los nombres de estas plantas pero las denominaciones son lo de menos, lo importante en realidad es su belleza y la función que cumplen.

Medellín en blanco y negro