De todos es sabido que en los jardines crecen hongos,
y con profusión, sobre todo en los climas tropicales como el nuestro; pero que
dichos organismos tan diferentes a las plantas que hasta se clasifican en un
reino aparte, aparezcan en un jardín gracias a la imaginación de un artista puede
que sólo pase en esta ciudad.
En el jardín de una de nuestras bibliotecas más representativas surgió
hace años una zeta gigantesca, permaneciendo imperturbable en este lugar para
satisfacción consciente o inconsciente de quienes transitan por los alrededores.
Lleva tanto tiempo medrando allí que hasta la vegetación
natural tapó la firma con la que fue marcado este hongo por la mente que lo creó.
Y a pesar de la inquietud que genera, uno siente vergüenza
de pisotear las plantas que cobijan su tronco para satisfacer curiosidades de
historiador o curador amateur. De todas maneras no faltará algún visitante,
asiduo o no, que se acerque y con mano indagadora deshierbe momentáneamente el piso
para conocer aunque sea el nombre de esta obra, presentada a una olvidada bienal
de arte de la ciudad.