En una
ciudad que hace de las flores el centro de su fiesta máxima anual no es raro
encontrar siempre y durante todo el año, flores en su composición urbanística; hermosas
flores que aunque efímeras como ésta contribuyen con su belleza y color a
suavizar la dureza de las líneas del ladrillo y el concreto en lugares públicos
y privados.
La realidad de Medellín va más allá de la imagen oficial. Queremos mostrar el rostro de una ciudad que parece cambiar cada día. Aunque la arquitectura permaneciera inalterada, la atmósfera, la naturaleza y la gente influirían en su aspecto de manera constante.
Un dragón de utilería (Medellín, Colombia)
Hay dragones que inspiran un temor reverencial
cuando uno está frente a sus esculturas o representaciones pictóricas, incluso cuando
se los ve aparecer en óperas, obras de teatro y hasta en desfiles, donde las
diversas culturas han plasmado este ser mitológico a lo largo de la historia, especialmente
las orientales que producen una gran curiosidad en el mundo occidental tanto hoy
como en la antigüedad.
Pero hay otros que a pesar de mantener en su
aspecto todas las características de los supuestos originales no inspiran sino
una curiosidad tranquila a los paseantes, tal vez porque su función sea la de
ambientar, como en este caso, una exposición de bonsáis en un centro comercial.
La gente pasa y aquellos que se detienen se toman
fotografías frente a ellos sin pensar siquiera en el profundo significado que
para los chinos y japoneses, entre otros, ha significado y significa el
concepto de dragón.
El movimiento de las estatuas (Medellín, Colombia)
Desde siempre el sueño de todos los escultores,
y hasta de quienes han contemplado estatuas durante milenios ha sido ver cómo
éstas cobran vida.
Esas imágenes de dioses dando un paso al
frente en el Antiguo Egipto dan cuenta de la primera puesta en escena de la ilusión
del movimiento, pasando por infinidad de creaciones hasta llegar al mito de Pigmalión
y Galatea donde se narra como una estatua, imagen de la mujer perfecta, se
convierte en un ser vivo.
Pero no sólo las estatuas pueden moverse ayudadas
por el mito, los árboles también lo hacen, como en este caso donde la escultura
de La Vida parece haberse estirado lo suficiente para unirse a las ramas de un árbol
que desde que fue testigo de la proyección de la piedra hacia el cielo quiso
tocarla.
El helecho de los abanicos (Medellín, Colombia)
El helecho, como todas las plantas adopta
infinidad de formas, pero es en el trópico donde se ven sus manifestaciones más
interesantes; desde el punto de vista del diseño sorprende cada vez que se las
observa detenidamente.
Este helecho parece haber inspirado, al menos
en estos lugares, a ese elemento tan conocido y tan útil antes de la invención
de los ventiladores: el abanico.
Se le ve aparecer (no necesita que nadie lo
siembre) por debajo de algunas plantas en patios y jardines y embellece los
lugares donde se da con su forma delicada y la combinación pálida del sin fin
de verdes que expone en sus hojas.
Abiertos al cielo (Medellín, Colombia)
Los cielos de esta ciudad siempre tienen su
magia y sobre todo cuando se entra en algún recinto cuyo techo se abre dramáticamente
para enmarcarlo y hacernos sentir su belleza. Una imagen que focaliza la mirada
en las nubes que flotan por encima de la ciudad y en el azul que en segundo
plano resalta sus formas y textura.
Con un marco como éste, es imposible no
recordar las escenas de ciencia ficción de las películas, como las de James
Bond, donde el villano se ha decidido a lanzar su ataque al mundo civilizado.
Pero así, enmarcado, este cielo parece como si
fuera el lugar donde las esperanzas y los sueños de la gente pudieran proyectarse
al infinito.
Banderas a contraluz (Medellín, Colombia)
El hito arquitectónico más importante de El Centro
de la ciudad desde su construcción en los comienzos de la década de los setenta
es tal vez el edificio Coltejer.
En su parte más alta han ondeado ininterrumpidamente
desde que se tenga memoria las banderas del país y del departamento del cual
esta ciudad es capital.
Aunque a su alrededor se ha desarrollado la ciudad a
partir de la segunda mitad del siglo, dicho desarrollo ya no tiene un único eje
en el Valle, pero a pesar de los cambios las banderas siguen ondeando orgullosas
diariamente allí como lo harán en todos los pueblos y ciudades a todo lo largo
y ancho del país en este día tan significativo para nuestra historia.
Estudio sobre el vuelo (Medellín, Colombia)
Quienes conocen algo de la historia de
Leonardo Da Vinci saben que fue un hombre de una gran curiosidad. Según sus
notas y cuadernos sobre la naturaleza uno puede deducir que observaba las aves con
detenimiento y que esa mirada inquisitiva con que miraba los cielos le permitió,
además de desarrollar en él un intenso deseo de volar, teorizar sobre la
posibilidad de lanzarse al espacio.
Claro que no sólo fue Leonardo quien se sintió
encantado por el vuelo de las aves, tanto los griegos como muchas otras
culturas han sentido esta fascinación desde el comienzo de los tiempos, plasmando
tal hechizo en mitos, literaturas y leyendas.
También sobre esta ciudad, cruzan los cielos incesantes
las aves pero nosotros: los citadinos, embebidos en nuestras preocupaciones cotidianas,
damos poca importancia a la maravilla que se repite a diario frente a nuestros
ojos del vuelo de unas palomas.
Piscina de plástico (Medellín, Colombia)
En un lugar de la ciudad el plástico se
convierte, cada cierto tiempo, en un centro de atención para muchos (niños y
adultos). Es como si los colores, tan intensos, al representar de alguna manera
el estilo de vida de la gente de la ciudad actual produjeran una atracción desmesurada.
Hasta podría compararse esta imagen con una
fotografía gigantesca y aquellos que se introducen allí pudieran creer que penetran la
foto por entre los puntos de los que está formada en una pantalla.
Pero no, son simples colores al azar que atraen la
mirada de los visitantes y prometen a quien se sumerja parcialmente en estas
olas artificiales unas impresiones que pueden ser novedosas, pero que nunca igualarán
la sensación del agua alrededor del cuerpo en una piscina de verdad.
Flor de selva (Medellín, Colombia)
Uno de los primero antropólogos y etnólogos de
América: Fray Bernardino de Sahagún quien escribió Las cosas de la Nueva España
por allá en los años de la colonia se hubiera maravillado al ver esta flor
desmesurada y quizá, si hubiera vivido en estos rumbos y no en México, nos
hubiera podido dar noticias de los usos que los habitantes del Valle de Aburra
le daban a este arbusto y sus flores.
En el jardín de la Biblioteca Pública Piloto para
América Latina se abren estas flores de un anaranjado extravagante para todo
aquel que desee contemplarlas y extasiarse con su tamaño y color como le debe pasar
a esa multitud de insectos diminutos que conviven con los seres humanos sin que
apenas nos percatemos de ello.
Árboles, edificios y montañas (Medellín, Colombia)
Mientras la luz trata, sin conseguirlo, de
deshacer las montañas que enmarcan este valle los árboles le dan sombra a las
calles de un sector de la ciudad.
La cordillera parece a punto de desaparecer
como si fuera parte de un espejismo anclado en nuestra mirada sólo por la silueta
de los edificios.
Y el verde de la vegetación recorta
a contraluz un paisaje de ciudad del futuro donde la naturaleza se presenta en
primer plano.
En los jardines crecen hongos (Medellín, Colombia)
De todos es sabido que en los jardines crecen hongos,
y con profusión, sobre todo en los climas tropicales como el nuestro; pero que
dichos organismos tan diferentes a las plantas que hasta se clasifican en un
reino aparte, aparezcan en un jardín gracias a la imaginación de un artista puede
que sólo pase en esta ciudad.
En el jardín de una de nuestras bibliotecas más representativas surgió
hace años una zeta gigantesca, permaneciendo imperturbable en este lugar para
satisfacción consciente o inconsciente de quienes transitan por los alrededores.
Lleva tanto tiempo medrando allí que hasta la vegetación
natural tapó la firma con la que fue marcado este hongo por la mente que lo creó.
Y a pesar de la inquietud que genera, uno siente vergüenza
de pisotear las plantas que cobijan su tronco para satisfacer curiosidades de
historiador o curador amateur. De todas maneras no faltará algún visitante,
asiduo o no, que se acerque y con mano indagadora deshierbe momentáneamente el piso
para conocer aunque sea el nombre de esta obra, presentada a una olvidada bienal
de arte de la ciudad.
Textura de jardín (Medellín, Colombia)
Con las plantas pasa lo mismo que sucede con las creaciones humanas: durante algún tiempo se ponen de moda algunos
colores, formas y hasta texturas.
De pronto uno empieza a ver en la mayoría de
los jardines un determinado tipo de vegetación que le imprime a la ciudad un
aspecto particular, diferente a como lucía en otras épocas o a como lucirá en
el futuro.
Pero eso es normal, supongo, si tenemos en
cuenta la necesidad del ser humano por la novedad.
Estas plantas aparecieron de pronto en los
jardines públicos y de pronto invadieron antejardines y materas a lo largo y
ancho tanto de la ciudad como de las poblaciones vecinas.
Lo cierto es que sus tonos combinan de tal manera
que parecen diseñados para crear allí donde se siembran un hermoso efecto decorativo.
Memory (Medellín, Colombia)
Basta hacer girar la manivela y la melodía de
la extraordinaria canción de Barbra Streisand revive las memorias que uno ha ido
recopilando en la vida. No es necesario rememorarlas todas, basta saber que ahí
están en la mente; que son el producto de todas las experiencias que lo han
hecho a uno ser lo que es.
Este desnudo mecanismo de una caja de música recuerda
con su sonido que no hay que rendirse cuando la madrugada se acerca, que la
noche se convertirá también en recuerdo como dice la canción y que un nuevo día
se está preparando en algún lugar para ser vivido con intensidad.
En aguas desconocidas (Medellín Colombia)
El imaginario de la sociedad que ha construido
las diferentes ciudades se puede observar en detalles que pasan desapercibidos
para la mayoría, como lo es éste medallón de una vieja fachada.
Un barco que remonta un río o tal vez
atraviesa un mar desconocido lleva y trae mercancías incesantemente y con ellas
las ilusiones de los habitantes de este valle.
Allí quedó plasmado para la posteridad un barco que tal vez nunca fue
visto directamente por el autor de esta maravilla -es quizá la representación
de una vieja enciclopedia o un libro de viajes que por azar vino a parar entre
estas montañas-. Y allí estará surcando un mar o un río de leyenda hasta que una
mano criminal decida que este edificio de la calle Boyacá debe desaparecer para
dar paso a un edificio de cristal y acero o a una de esas bodegas infames en
las que han convertido tantas joyas de la ciudad.
El color intenso de las flores (Medellín, Colombia)
Cada vez que se abren los botones de esta
planta es una fiesta para los ojos.
Es como si un pintor manierista se hubiera
entregado a la tarea de mezclar colores en su mente y en su paleta para salvar
el espacio que hay entre la imaginación y el lienzo con unos colores de una brillantez
casi inverosímil.
Una vieja planta de jardín se entrega incansable a producir,
además de oxígeno, flores de colores tan vivos que atraerá bastantes insectos y las miradas de
aquellos que se solazan en la belleza que por todas partes adorna estas tierras.
Desde la ventana (Medellín, Colombia)
Hay lugares en esta ciudad que todavía invitan
al recogimiento.
Grandes patios, corredores amplios flanqueados
por arcos que permiten la circulación del aire y la luz con plena libertad, son
las características de los edificios que se construían antes, permitiendo a la
mirada extraviarse en la vegetación de los jardines interiores.
Un soñador, parado frente a una ventana, podía
entregarse a la contemplación en una época donde el tiempo no se acortaba como
ahora por las múltiples actividades a las que debe dedicarse una persona
contemporánea.
Ahora, por fortuna, esos edificios atrapan algunos
desprevenidos que sin saberlo pueden ensimismarse en ellos de igual manera a como
lo hicieron tantas personas en otras épocas.
Viajando en globo por La Playa (Medellín, Colombia)
Por este valle han pasado todo tipo de
viajeros, desde los que nos visitaban por allá en la época de la colonia y no
encontraban nada digno de mención a sus coterráneos, hasta los trotamundos de
hoy en día que se maravillan de encontrarse una tal ciudad floreciendo entre las
estribaciones de los Andes.
En la actualidad hay quienes hasta se las arreglan
de manera ingeniosa para visitar esta urbe.
No es necesario ningún tipo de vehículo
convencional para recorrer los cielos y las calles de la ciudad, basta un poco
de imaginación.
Desde 1874 (Medellín, Colombia)
El aspecto del edificio de la Compañía Colombiana
de Seguros que se levanta sobre la carrera Carabobo no hace dudar al observador
acerca de las posibles actividades que se realizan en su interior, o que se
realizaban en otros tiempos -quizá la dicha Compañía funcione ya en una de esas
torres de cristal sin identidad que se han ido construyendo en la ciudad-
cuando este sector era parte importante de toda la actividad financiera paisa.
Hasta las palomas que parecen habitar el árbol
al lado de este edificio dan la impresión de estar allí desde 1874, el año de
la fundación de la empresa, afirmando su solidez tanto arquitectónica como
empresarial; aunque la construcción del edificio no se remonte hasta el siglo XIX.
Es otro de esos inmuebles de El Centro que
mantienen con su silueta imperturbable algo de la ciudad de siempre.
Entre los árboles (Medellín, Colombia)
A veces uno mira la ciudad desde un lugar nuevo
y siente como si por fin estuviera despidiéndose de ella. O como si regresara
de un viaje muy largo y los sentimientos que le ha imbuido durante el tiempo
que la ha habitado se vigorizaran con una fuerza demoledora al parecer.
De todas formas es inevitable que la ciudad donde
se ha pasado la mayor parte de la vida marque nuestra existencia, y se sienta
como un vuelco, o un tropiezo en el paso inquieto del corazón cuando se la ve
desde un ángulo diferente, novedoso.
La dueña de la orquídea (Medellín, Colombia)
Cualquier día uno está mirando la orquídea que
en el jardín de su casa han cuidado con tanto esmero y de pronto como si se
materializara frente a nuestra mirada aparece una pequeña avispa visitando sus
dominios.
Un lugar bastante conocido para ella si se va
a juzgar por la seguridad con que recorre las hojas de la planta; como si
llegara a un lugar de su propiedad.
No deja uno de hacerse la eterna pregunta, quién
es en realidad el dueño de este planeta: los humanos o los insectos que por
cantidades desmesuradas habitan cada lugar de la tierra.
Un hecho maravilloso, si los hay, es la manera como
estas pequeñas criaturas se han apropiado, sin aspavientos, todos los rincones de
este planeta que llamamos nuestro.
Jaulas errantes (Medellín, Colombia)
Algunos juegos infantiles que recorren los
parques y plazas de la ciudad, parecen en realidad una serie de jaulas
ambulantes que no sólo atrapan a quienes se atreven a utilizar estos aparatos
sino que crean en el ambiente una mezcolanza visual que no siempre es saludable
para el observador.
Hasta un transeúnte desprevenido siente la
necesidad de pararse a mirar y preguntarse cómo es posible que alguien experimente algún
placer en encerrarse voluntariamente en estas canastas. O tal vez se pregunte en realidad cómo es posible tal derroche de color en un área tan pequeña.
Pero los habitantes de las ciudades
latinoamericanas se han acostumbrado a que en las calles se encuentre tal miscelánea
de colores y formas que ya es poco probable que alguien se cuestione esta
necesidad latina del desorden visual: porque no lo considere como tal o porque conoce
la inutilidad de su preocupación.
La fuente del parque (Medellín, Colombia)
Aunque la plazuela de la iglesia de la
Veracruz no es un parque en realidad, la fuente que sirve de asiento a tantas
palomas del sector se ha convertido para aquellas personas que pasan por allí
diariamente en un hito arquitectónico que, tenga agua o no, siempre se identifica
con un lugar para refrescar la mirada.
Al fondo la centenaria iglesia de la Veracruz,
cuya superficie ha sido modificada tantas veces, mantiene su forma inconfundible
para los habitantes de esta ciudad.
Esta es una imagen donde la composición no
desentona en un sector que no se caracteriza por su coherencia arquitectónica.
La textura del cielo (Medellín, Colombia)
Mirar hacia arriba en algunos lugares de la
ciudad, sobre todo en esas calles bordeadas por viejos árboles, es ver el
espacio con una textura contraria a lo impalpable del aire.
Y es que esos árboles retorcidos se pegan al azul
del firmamento con una tenacidad tan real que le dan a éste, a primera vista,
una calidad que el observador cree poder sentir la rugosidad de los troncos convertidos en cielo.
Al son de la música marcial (Medellín, Colombia)
No importa el motivo, pero las procesiones de todo tipo que
a veces sacuden las calles y las avenidas de la ciudad con la música marcial
siempre sorprenden a los desprevenidos que pasan por El Centro, que en esta
ciudad como en cualquiera de regular tamaño son bastantes.
Los tambores resuenan y los rostros impertérritos
de quienes desfilan pasan frente a la gente con el orgullo escrito en las
facciones. Estos herederos de tantos otros colombianos que tal vez nunca hayan
desfilado por una calle citadina, pero que si lo han hecho por la geografía de
estas montañas con la fortaleza que se necesita para vivir en las, a veces inhóspitas
montañas antioqueñas, muestran en sus rostros los rasgos distintivos de los
hombres latinos tan característicos en cualquier lugar del planeta.
Por el camino verde (Medellín, Colombia)
En la literatura y en el cine, incluso en la
fotografía los árboles se han identificado con el proceso de crecimiento por el
que pasan todos los seres vivos. Pero también, si le creemos a la famosa canción
podría decirse que un árbol es un camino que representa para muchos la ruta que
nos lleva al lugar de los recuerdos, y tal vez por eso para muchos la imagen del
musgo que cubre los troncos sea un motivo para sumergirse en la memoria.
Por la superficie de los árboles pasan, durante su
existencia, infinidad de pequeñas criaturas para las que tal vez la capa
vegetal que crece en sus troncos sea también un camino hacia el recuerdo o
hacia el crecimiento.
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