Piscina de plástico (Medellín, Colombia)

En un lugar de la ciudad el plástico se convierte, cada cierto tiempo, en un centro de atención para muchos (niños y adultos). Es como si los colores, tan intensos, al representar de alguna manera el estilo de vida de la gente de la ciudad actual produjeran una atracción desmesurada.
Hasta podría compararse esta imagen con una fotografía gigantesca y aquellos que se introducen allí pudieran creer que penetran la foto por entre los puntos de los que está formada en una pantalla.
Pero no, son simples colores al azar que atraen la mirada de los visitantes y prometen a quien se sumerja parcialmente en estas olas artificiales unas impresiones que pueden ser novedosas, pero que nunca igualarán la sensación del agua alrededor del cuerpo en una piscina de verdad.

Flor de selva (Medellín, Colombia)

Uno de los primero antropólogos y etnólogos de América: Fray Bernardino de Sahagún quien escribió Las cosas de la Nueva España por allá en los años de la colonia se hubiera maravillado al ver esta flor desmesurada y quizá, si hubiera vivido en estos rumbos y no en México, nos hubiera podido dar noticias de los usos que los habitantes del Valle de Aburra le daban a este arbusto y sus flores.
En el jardín de la Biblioteca Pública Piloto para América Latina se abren estas flores de un anaranjado extravagante para todo aquel que desee contemplarlas y extasiarse con su tamaño y color como le debe pasar a esa multitud de insectos diminutos que conviven con los seres humanos sin que apenas nos percatemos de ello.

Árboles, edificios y montañas (Medellín, Colombia)

Mientras la luz trata, sin conseguirlo, de deshacer las montañas que enmarcan este valle los árboles le dan sombra a las calles de un sector de la ciudad.
La cordillera parece a punto de desaparecer como si fuera parte de un espejismo anclado en nuestra mirada sólo por la silueta de los edificios.
Y el verde de la vegetación recorta a contraluz un paisaje de ciudad del futuro donde la naturaleza se presenta en primer plano.

En los jardines crecen hongos (Medellín, Colombia)

De todos es sabido que en los jardines crecen hongos, y con profusión, sobre todo en los climas tropicales como el nuestro; pero que dichos organismos tan diferentes a las plantas que hasta se clasifican en un reino aparte, aparezcan en un jardín gracias a la imaginación de un artista puede que sólo pase en esta ciudad.
En el jardín de una de nuestras bibliotecas más representativas surgió hace años una zeta gigantesca, permaneciendo imperturbable en este lugar para satisfacción consciente o inconsciente de quienes transitan por los alrededores.
Lleva tanto tiempo medrando allí que hasta la vegetación natural tapó la firma con la que fue marcado este hongo por la mente que lo creó.
Y a pesar de la inquietud que genera, uno siente vergüenza de pisotear las plantas que cobijan su tronco para satisfacer curiosidades de historiador o curador amateur. De todas maneras no faltará algún visitante, asiduo o no, que se acerque y con mano indagadora deshierbe momentáneamente el piso para conocer aunque sea el nombre de esta obra, presentada a una olvidada bienal de arte de la ciudad.

Textura de jardín (Medellín, Colombia)

Con las plantas pasa lo mismo que sucede con las creaciones humanas: durante algún tiempo se ponen de moda algunos colores, formas y hasta texturas.
De pronto uno empieza a ver en la mayoría de los jardines un determinado tipo de vegetación que le imprime a la ciudad un aspecto particular, diferente a como lucía en otras épocas o a como lucirá en el futuro.
Pero eso es normal, supongo, si tenemos en cuenta la necesidad del ser humano por la novedad.
Estas plantas aparecieron de pronto en los jardines públicos y de pronto invadieron antejardines y materas a lo largo y ancho tanto de la ciudad como de las poblaciones vecinas.
Lo cierto es que sus tonos combinan de tal manera que parecen diseñados para crear allí donde se siembran un hermoso efecto decorativo.

Memory (Medellín, Colombia)

Basta hacer girar la manivela y la melodía de la extraordinaria canción de Barbra Streisand revive las memorias que uno ha ido recopilando en la vida. No es necesario rememorarlas todas, basta saber que ahí están en la mente; que son el producto de todas las experiencias que lo han hecho a uno ser lo que es.
Este desnudo mecanismo de una caja de música recuerda con su sonido que no hay que rendirse cuando la madrugada se acerca, que la noche se convertirá también en recuerdo como dice la canción y que un nuevo día se está preparando en algún lugar para ser vivido con intensidad.

En aguas desconocidas (Medellín Colombia)

El imaginario de la sociedad que ha construido las diferentes ciudades se puede observar en detalles que pasan desapercibidos para la mayoría, como lo es éste medallón de una vieja fachada.
Un barco que remonta un río o tal vez atraviesa un mar desconocido lleva y trae mercancías incesantemente y con ellas las ilusiones de los habitantes de este valle.
Allí quedó plasmado para la posteridad un barco que tal vez nunca fue visto directamente por el autor de esta maravilla -es quizá la representación de una vieja enciclopedia o un libro de viajes que por azar vino a parar entre estas montañas-. Y allí estará surcando un mar o un río de leyenda hasta que una mano criminal decida que este edificio de la calle Boyacá debe desaparecer para dar paso a un edificio de cristal y acero o a una de esas bodegas infames en las que han convertido tantas joyas de la ciudad.

El color intenso de las flores (Medellín, Colombia)

Cada vez que se abren los botones de esta planta es una fiesta para los ojos.
Es como si un pintor manierista se hubiera entregado a la tarea de mezclar colores en su mente y en su paleta para salvar el espacio que hay entre la imaginación y el lienzo con unos colores de una brillantez casi inverosímil.
Una vieja planta de jardín se entrega incansable a producir, además de oxígeno, flores de colores tan vivos que atraerá bastantes insectos y las miradas de aquellos que se solazan en la belleza que por todas partes adorna estas tierras.

Desde la ventana (Medellín, Colombia)

Hay lugares en esta ciudad que todavía invitan al recogimiento.
Grandes patios, corredores amplios flanqueados por arcos que permiten la circulación del aire y la luz con plena libertad, son las características de los edificios que se construían antes, permitiendo a la mirada extraviarse en la vegetación de los jardines interiores.
Un soñador, parado frente a una ventana, podía entregarse a la contemplación en una época donde el tiempo no se acortaba como ahora por las múltiples actividades a las que debe dedicarse una persona contemporánea.
Ahora, por fortuna, esos edificios atrapan algunos desprevenidos que sin saberlo pueden ensimismarse en ellos de igual manera a como lo hicieron tantas personas en otras épocas.

Viajando en globo por La Playa (Medellín, Colombia)

Por este valle han pasado todo tipo de viajeros, desde los que nos visitaban por allá en la época de la colonia y no encontraban nada digno de mención a sus coterráneos, hasta los trotamundos de hoy en día que se maravillan de encontrarse una tal ciudad floreciendo entre las estribaciones de los Andes.
En la actualidad hay quienes hasta se las arreglan de manera ingeniosa para visitar esta urbe.
No es necesario ningún tipo de vehículo convencional para recorrer los cielos y las calles de la ciudad, basta un poco de imaginación.

Desde 1874 (Medellín, Colombia)

El aspecto del edificio de la Compañía Colombiana de Seguros que se levanta sobre la carrera Carabobo no hace dudar al observador acerca de las posibles actividades que se realizan en su interior, o que se realizaban en otros tiempos -quizá la dicha Compañía funcione ya en una de esas torres de cristal sin identidad que se han ido construyendo en la ciudad- cuando este sector era parte importante de toda la actividad financiera paisa.
Hasta las palomas que parecen habitar el árbol al lado de este edificio dan la impresión de estar allí desde 1874, el año de la fundación de la empresa, afirmando su solidez tanto arquitectónica como empresarial; aunque la construcción del edificio no se remonte hasta el siglo XIX.
Es otro de esos inmuebles de El Centro que mantienen con su silueta imperturbable algo de la ciudad de siempre.

Entre los árboles (Medellín, Colombia)

A veces uno mira la ciudad desde un lugar nuevo y siente como si por fin estuviera despidiéndose de ella. O como si regresara de un viaje muy largo y los sentimientos que le ha imbuido durante el tiempo que la ha habitado se vigorizaran con una fuerza demoledora al parecer.
De todas formas es inevitable que la ciudad donde se ha pasado la mayor parte de la vida marque nuestra existencia, y se sienta como un vuelco, o un tropiezo en el paso inquieto del corazón cuando se la ve desde un ángulo diferente, novedoso.

La dueña de la orquídea (Medellín, Colombia)

Cualquier día uno está mirando la orquídea que en el jardín de su casa han cuidado con tanto esmero y de pronto como si se materializara frente a nuestra mirada aparece una pequeña avispa visitando sus dominios.
Un lugar bastante conocido para ella si se va a juzgar por la seguridad con que recorre las hojas de la planta; como si llegara a un lugar de su propiedad.
No deja uno de hacerse la eterna pregunta, quién es en realidad el dueño de este planeta: los humanos o los insectos que por cantidades desmesuradas habitan cada lugar de la tierra.
Un hecho maravilloso, si los hay, es la manera como estas pequeñas criaturas se han apropiado, sin aspavientos, todos los rincones de este planeta que llamamos nuestro.

Jaulas errantes (Medellín, Colombia)

Algunos juegos infantiles que recorren los parques y plazas de la ciudad, parecen en realidad una serie de jaulas ambulantes que no sólo atrapan a quienes se atreven a utilizar estos aparatos sino que crean en el ambiente una mezcolanza visual que no siempre es saludable para el observador.
Hasta un transeúnte desprevenido siente la necesidad de pararse a mirar y preguntarse cómo es posible que alguien experimente algún placer en encerrarse voluntariamente en estas canastas. O tal vez se pregunte en realidad cómo es posible tal derroche de color en un área tan pequeña.
Pero los habitantes de las ciudades latinoamericanas se han acostumbrado a que en las calles se encuentre tal miscelánea de colores y formas que ya es poco probable que alguien se cuestione esta necesidad latina del desorden visual: porque no lo considere como tal o porque conoce la inutilidad de su preocupación.

La fuente del parque (Medellín, Colombia)

Aunque la plazuela de la iglesia de la Veracruz no es un parque en realidad, la fuente que sirve de asiento a tantas palomas del sector se ha convertido para aquellas personas que pasan por allí diariamente en un hito arquitectónico que, tenga agua o no, siempre se identifica con un lugar para refrescar la mirada.
Al fondo la centenaria iglesia de la Veracruz, cuya superficie ha sido modificada tantas veces, mantiene su forma inconfundible para los habitantes de esta ciudad.
Esta es una imagen donde la composición no desentona en un sector que no se caracteriza por su coherencia arquitectónica.

La textura del cielo (Medellín, Colombia)

Mirar hacia arriba en algunos lugares de la ciudad, sobre todo en esas calles bordeadas por viejos árboles, es ver el espacio con una textura contraria a lo impalpable del aire.
Y es que esos árboles retorcidos se pegan al azul del firmamento con una tenacidad tan real que le dan a éste, a primera vista, una calidad que el observador cree poder sentir la rugosidad de los troncos convertidos en cielo.

Al son de la música marcial (Medellín, Colombia)

No importa el motivo, pero las procesiones de todo tipo que a veces sacuden las calles y las avenidas de la ciudad con la música marcial siempre sorprenden a los desprevenidos que pasan por El Centro, que en esta ciudad como en cualquiera de regular tamaño son bastantes.
Los tambores resuenan y los rostros impertérritos de quienes desfilan pasan frente a la gente con el orgullo escrito en las facciones. Estos herederos de tantos otros colombianos que tal vez nunca hayan desfilado por una calle citadina, pero que si lo han hecho por la geografía de estas montañas con la fortaleza que se necesita para vivir en las, a veces inhóspitas montañas antioqueñas, muestran en sus rostros los rasgos distintivos de los hombres latinos tan característicos en cualquier lugar del planeta.

Por el camino verde (Medellín, Colombia)

En la literatura y en el cine, incluso en la fotografía los árboles se han identificado con el proceso de crecimiento por el que pasan todos los seres vivos. Pero también, si le creemos a la famosa canción podría decirse que un árbol es un camino que representa para muchos la ruta que nos lleva al lugar de los recuerdos, y tal vez por eso para muchos la imagen del musgo que cubre los troncos sea un motivo para sumergirse en la memoria.
Por la superficie de los árboles pasan, durante su existencia, infinidad de pequeñas criaturas para las que tal vez la capa vegetal que crece en sus troncos sea también un camino hacia el recuerdo o hacia el crecimiento.

Luz natural (Medellín, Colombia)

Colgando del cielo, como esas luces navideñas que adornan profusamente en los diciembres las calles de esta ciudad, uno puede encontrarse unas flores como estas en algunos jardines.
Parecen alumbrar el lugar con su forma y su color.
En estos días de equinoccio cuando los elementales de las plantas según algunas creencias están en su mayor actividad sería posible verlos, para quien tenga la mente abierta, desplazarse bajo estas hermosas flores que como lámparas deben iluminar los caminos secretos del bosque.

Morado claro (Medellín, Colombia)

Algunas flores de esas de las que nadie conoce el nombre y que aparecen en algunos jardines sin que nadie las siembre, o cuidadas por manos desconocidas tienen unas formas tan complicadas que parecen diseñadas específicamente para hacer su aparición en la decoración barroca de alguna iglesia latinoamericana de la época colonial o de un palacio europeo.
Es posible que la creatividad de los arquitectos y decoradores de aquellas épocas se haya basado en la observación de flores como ésta, cuyo suave color resalta lo complicado de su dibujo.
 

La mirada de los pájaros (Medellín, Colombia)

La mirada de los pájaros es inquietante cuando se fija de frente en nosotros y aunque los ojos estén disimilados por una línea de plumas oscuras, no deja uno de pensar en cuál será la idea que se mueve al interior de sus pequeños cerebros.
Se establece de inmediato la referencia a la película de Alfred Hitchcock: Los pájaros, y en particular la amenazadora escena donde todas esas aves empiezan a reunirse para atacar.
La cuestión es: será este el momento en que se repetirá una situación como la de la película y seremos agredidos por una bandada fuera de control. Nadie sabe... Nadie sabe...
Sólo hay uno por ahora, pero pueden llegar los demás.

Curiosidad (Medellín, Colombia)


La curiosidad canina es proverbial. Es incluso mayor que la de los seres humanos.
Los perros sienten una necesidad innata de enterarse de todo lo que pasa a su alrededor. Basta verlos en las ventanas de las casas, de los automóviles o como en este caso en la ventanilla de un bus de transporte público con la nariz dispuesta, analizando todos los olores que llegan a su magnífico aparato olfativo.
En las ciudades modernas o antiguas, y ésta no es la excepción, siempre ha sido una escena común la de los perros desplegando su interés por cualquier objeto inerte o en movimiento, recolectando información para compartirla entre los de su especie y elaborar su propia teoría sobre la vida y la gente, sus aparentes amos.
Sin embargo, todo lo aprendido por ellos no está disponible para nosotros, tal vez ellos suponen que no estamos preparados para tal flujo de conocimientos.

Tormenta en occidente (Medellín, Colombia)

Las nubes se reunieron esa tarde, como lo hacen en una novela del siglo XIX para una escena dramática, presagiando una gran tormenta.
Parece como si los truenos se pudieran escuchar mientras las casas y los edificios levantados sobre las laderas se preparan para el gran evento: una de esas tempestades que a veces castigan la ciudad.
El tiempo impredecible en estas montañas nos regala imágenes como ésta donde la fuerza de la naturaleza es más que evidente.

Destinos (Medellín, Colombia)

Cruzando… cruzando caminos pasan hombres y mujeres por las calles de esta ciudad. Lentamente en ocasiones y a veces con imprudencia por en medio de las calles para los carros o por los andenes para los peatones.
Nos dejamos llevar por el afán y exponemos la vida diariamente, sin saber que el lugar donde nos aguarda el destino nos espera con paciencia.
Hay citas que se cumplen inexorablemente con independencia del tiempo que nos tome llegar.

Color en la ciudad (Medellín, Colombia)

No es sólo la variedad del color de la piel de los habitantes de esta ciudad, es el color de los atuendos a que son tan aficionados los colombianos, lo que se resalta en esta escena, tan común en cualquier lugar público de este país.
La gente se reúne en los centros comerciales y por unas horas escapan a la rutina de sus vidas, aunque para algunos visitar estos lugares y sentarse en espacios amplios, los que no encuentran en los lugares donde viven, puede convertirse también en rutina.
Las horas pasan y a medida que el sol declina el color que la luz natural de esta ciudad resalta en la gente y en sus vestidos se va difuminando en esos tonos sin gracia evidenciados por las luces artificiales tan características de las ciudades modernas.

La abstracción de la mirada (Medellín, Colombia)

A veces, basta mirar hacia arriba para encontrarnos con una imagen poco corriente que en un primer momento no se parece a nada conocido.
Una sección de un edificio corriente puede convertirse en una imagen extraña o impactante, dependiendo del ángulo y de la luz.
En una ciudad la atención es capturada por escenas aparentemente normales que crean en el cerebro composiciones impactantes como ésta, que parece diseñada por el más creativo de los arquitectos.

Sol de la tarde (Medellín, Colombia)

No era una tarde tan soleada como las que se suelen ver en la ciudad, sin embargo la luz que se reflejaba en los edificios, el cielo apenas matizado por girones de nubes y el tráfico pesado de las calles hacían sentir como si fuera una de esas tardes de verano que a veces nos agobian en el valle.
Al fondo las infaltables montañas servían de telón al paisaje urbano al que estamos acostumbrados a ver desde las laderas de occidente.
Y como siempre el viajero, y hasta el habitante de “toda la vida” de este valle, comprueban una y otra vez (en una imagen cotidiana) el dinamismo de esta ciudad perdida, aparentemente, entre las montañas de la cordillera de los Andes bajo el sol de la tarde y un cielo azul.

Cruce de la carrera Girardot con la calle Ayacucho (Medellín, Colombia)

Quien recorra la carrera Girardot, desde La Avenida Argentina hasta la calle Pichincha al menos, la sorpresa no lo abandonará (si observa con cuidado) pues la arquitectura va desde edificios de apartamentos sin ninguna relevancia arquitectónica hasta fachadas de tiempos idos; como estas donde se aprecia parte del Paraninfo de la Universidad de Antioquia y el lado oriental de una de las sedes de la Caja de Compensación Comfama: el Claustro (además de una punta del Instituto Confucio que funciona en el antiguo edificio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia).
Y es que una de las características que enriquecen, sin proponérselo tal vez, a nuestras ciudades americanas es el eclecticismo en la combinación de sus construcciones.
Cuando se ha decidido conservar estos edificios para la memoria colectiva de sus habitantes, se ve con claridad cuáles han sido sus intereses y gustos a lo largo de la historia.

La impresionante belleza de lo diminuto (Medellín, Colombia)

El delicado color lila de esta florecita (resaltado por el amarillo del centro de su corola) se destaca con intensidad sobre el verde de las hojas. No es difícil apreciarla pues, este “arbolito” de apenas unos cuantos centímetros de altura contribuye profusamente a matizar su follaje con muchas flores.
Basta con mantener la atención puesta en todas las manifestaciones de la flora que abundan en esta ciudad para percibir la belleza que la naturaleza nos regala constantemente en este lugar rodeado de montañas, que tal vez por eso, puede darse el lujo de maravillarnos con tal abundancia, tanto en lo grande como en lo diminuto.
Ni siquiera es necesario conocer el nombre de esta planta o saber a cuál especie pertenece; con admirarla y protegerla es suficiente.

Máximos y mínimos (Medellín, Colombia)

Sobre la superficie de un pequeño tronco, encontrado en una matera, unos hongos diminutos realizan su insaciable labor de descomponer la materia de la que está hecho.
Así como en las extensas selvas americanas son los mínimos organismos los encargados de sustentar la exuberancia de los altísimos árboles y las plantas descomunales, así en el pequeño mundo de una matera en un jardín, estos mínimos devoradores se dedican a realizar el trabajo en el que se han especializado sus congéneres selváticos.
Sólo la planta, objeto de los mimos de la dueña de casa, presencia dicha labor a la expectativa de que el tronco pronto se convierta, gracias a la imparable labor de estos hongos, en su futuro alimento.

La seducción de las orquídeas (Medellín, Colombia)

Las orquídeas esas creaciones tropicales por excelencia, siempre atraen con los colores, con la manera como combinan sus tonos, pero sobre todo con ese toque exótico que la naturaleza le imprime a las formas que adoptan para seducirse entre ellas y a sus polinizadores, así como a nosotros sus más fervientes admiradores.
Aunque el reino vegetal siempre se supera a sí mismo en la manera que tiene para sorprender con las flores, las orquídeas están en primer plano en cuanto a belleza y extravagancia (en el mejor sentido del término).

Un tótem rojo (Medellín, Colombia)

En una pequeña glorieta se levanta una escultura que llama la atención por el color rojo intenso de su superficie pero sobre todo por la forma que recuerda de manera extraña e incomprensible a los tótems precolombinos; esos tótems que se dirigían hacia el cielo invocando quién sabe a cuáles dioses.
Esta escultura quizá no tenga la finalidad de apaciguar o exaltar deidades, pero lo que si logra es tranquilizar el espíritu como tantas creaciones humanas que con su forma modular no perturban la mente de quienes las miran con detenimiento.

Una palmera entre dientes prehistóricos (Medellín, Colombia)

Para una persona sin imaginación o simplemente desprevenida, las formas grises y amenazadoras de donde parece surgir esta palmera podrían ser sólo una escultura moderna, es decir el producto de la creación de un artista. Pero para otros, para los que se asombran con los objetos inesperados que se encuentran en las calles de esta ciudad podrían ser los dientes de algún animal prehistórico y descomunal que fueron surgiendo, sin que la gente se diera cuenta, del lugar donde descansaron durante millones de años. O por qué no los últimos vestigios de las fauces gigantescas de un tiburón varado en una antigua playa.
De todas manera la composición que forman esas figuras inanimadas y grises con las hojas de la palmera no deja de ser impactante, así sea una simple cooperación entre las creaciones humanas y la naturaleza.

La mesura de la historia (Medellín, Colombia)

Uno de esos edificios cuya arquitectura no necesita grandes decoraciones para resaltar entre las innumerables edificaciones de este sector se levanta en una de las esquinas más conocidas y frecuentadas de la ciudad (Avenida Oriental con la calle Colombia). Sin embargo su construcción sencilla lo destaca y le imprime a esta zona una atmósfera mesurada y tranquila, atmósfera que de manera continua e imparable ha ido perdiendo El Centro por cuenta del tráfico, las multitudes y los vendedores ambulantes que invaden los andenes.
Desde la piedra de la fachada hasta la línea sobria de ventanas y balcones le dan a este edificio un aire de otro tiempo, como si a su alrededor se hubiese detenido un poco la historia de la ciudad.
La mirada se posa tranquila en su superficie y le hace meditar a quien observa sin afanes, en esos barrios europeos donde los edificios guardan tantos relatos de amores y pasiones que tal vez no lleguen a conocerse jamás.

Corazón de maíz (Medellín, Antioquia)

El maíz que está en la base de tantas civilizaciones americanas aparece en este plato, y en primer plano, para seducir con su color y forma el ojo del comensal.
En segundos nos evoca a algunos Hombres de maíz la novela del poco recordado por estos días nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, centrada en el conflicto que enfrenta a dos clases de hombres: los que consideran el maíz como un alimento sagrado y, por ende, hacen un uso racional de él, contra los que lo ven simplemente como una mercancía, un producto comercial. Una obra que mediante un lenguaje surrealista se adentra en las tradiciones orales y ancestrales de los pueblos indígenas centroamericanos, incluyendo mitos, leyendas, poemas y canciones.
Pero también nos recuerda el extenso poema Memoria sobre el cultivo del maíz del año 1866 escrito en “antioqueño” como lo dijera el gran autor, tan cercano a la tierra y a nuestro acervo cultural: Gregorio Gutiérrez González, quien con un lenguaje realista y directo describe la existencia en esta tierra de este don de la naturaleza.
Todo eso me pasó por la mente mientras saboreaba con anticipación esta cazuela en cuyo interior esperaban los no menos deliciosos fríjoles, que combinados con los otros ingredientes siempre son una buena elección; sin olvidar la arepa, complemento infaltable de nuestra cocina, a la que se le dio, en este caso, el original toque de una forma de corazón.

A bailar porro se dijo (Medellín, Colombia)

El porro (palabra que en Colombia evoca, afortunadamente, la alegría que proporciona el ritmo y el movimiento del baile) es una música de toda la vida en este país y sirve de inspiración a mucha gente para entregarse a una de las actividades más placenteras del ser humano: el baile.
Este estilo de baile que siempre se asocia con la fiesta colombiana desde el siglo pasado, es interpretado con gracia y soltura por esta pareja que a juzgar por su sincronización y elegancia le dejan en claro al observador que no es la primera vez que se entregan al placer del cuerpo y el espíritu que da esta música.
Absolutamente concentrados en el sonido de las gaitas, los clarinetes y los tambores se alejan del exterior y se entregan a su mundo personal.

Anturios "on the rocks" (Medellín, Colombia)

El rojo intenso de los anturios (Anthurium andreanum) se destaca al fondo de las que parecen columnas talladas en hielo. El agua que refresca la vista en esta imagen se ha congelado para agregar dramatismo a la belleza de las flores.
En esta ciudad el color de las flores aparece por todas partes, solo o combinado con los tonos verdes de las hojas o con el blanco translúcido del agua que todavía, en esta ciudad, se puede utilizar como un elemento más de la decoración en los lugares públicos.

Una fachada en la carrera Girardot (Medellín, Colombia)

Una hermosa fachada, construida en la época en que este sector de la ciudad era habitado por esas familias numerosas, tan características de esta zona del país, da paso, en la actualidad, a una serie de edificios donde ni la estética ni la comodidad tienen cabida. Son sólo una sumatoria de salones dedicados a albergar estudiantes durante todo el día y parte de la noche. Es como si ningún arquitecto se hubiera tomado la tarea de distribuir el espacio interior que la vista de esta construcción promete.
Parece como si se hubiese querido, de alguna manera, negar las horas que debió pasar sobre la mesa de dibujo el creador del edificio original para lograr una edificación sobria y elegante.
La delicada factura de los maestros albañiles que todavía se puede apreciar incluso en el revoque de las paredes exteriores y en la calidad de los arcos de puertas y ventanas brilla por su ausencia, una vez que el visitante interesado franquea los portones de este lugar.
Pero al menos hay que agradecer a quienes tomaron la decisión de no demoler esta muestra de lo que fuera en otros tiempos la cara de la ciudad y mantener de cierta forma el ambiente que reina en los alrededores de la Plazuela San Ignacio.

El mercado de la calle (Medellín, Colombia)

Una imagen cotidiana en las mañanas de algunos barrios de la ciudad. La gente espera la llegada del camión que traerá verduras y frutas. En lugares ya conocidos por los habitantes del sector se forman estos pequeños mercados y las personas, sobre todo las mujeres, escogen allí con ese ojo crítico que da la experiencia los productos que mejor se acomoden a sus gustos culinarios.
Tal vez sea por la frescura o por el precio, lo cierto es que estas esquinas se ven atestadas de compradores. Una forma ágil de aprovisionarse a cielo abierto, que para muchos es más agradable que las tiendas o “revuelterías” como se las llama en este país.
Así deben nacer las tradiciones: costumbres que se repiten durante años y que de pronto se vuelven imprescindibles para la vida de las comunidades.

El expreso de las flores (Medellín, Colombia)

Tal vez en cualquier otra ciudad diferente a esta, llame la atención ver un carro cubierto de macetas llenas de flores, expuestas al público para ser vendidas.
Pero en esta ciudad no es raro ver esta imagen dada la gran pasión que sienten sus habitantes por la naturaleza.
No en vano ha sido conocida durante tantos años como la ciudad de la Eterna Primavera, no sólo por el suave clima que durante todo el año acompaña el valle donde se asienta, sino también por la profusión de plantas que se entremezclan con las obras humanas de las formas más originales, como en este caso donde se expone en abundancia el colorido de las flores.

Llamaradas (Medellín, Colombia)

Según dicen es gracias a la taxonomía de Carlos Linneo que este arbusto tiene como nombre crotón que en griego significa garrapata; al parecer porque sus semillas se parecen a este insecto. Pero en nuestra ciudad se le conoce como croto que seguramente no hace referencia a ninguna palabra conocida en español.
Debo confesar que nunca le he visto una semilla, ni siquiera recuerdo haber visto una de sus flores pero la denominación por la que se le conoce hace pensar en una planta exótica.
Lo que si se es que son innumerables los colores de sus hojas que a veces lo hacen ver como un árbol en llamas.
Habrá que agradecer por siempre a la naturaleza malaya por este hermoso regalo que campea, aunque no lo suficiente, en los jardines de nuestra ciudad.

Como una pintura de un ministro chino (Medellín, Colombia)

Una fotografía que evoca una de esas pinturas que aparecen en los biombos chinos, copias a su vez de los ejercicios pictóricos a los que debían dedicarse los ministros del imperio para demostrar su capacidad de gobernar.
Es como si en cualquier lugar del mundo pudieran verse imágenes que han despertado la sensibilidad del ser humano frente al espectáculo que ofrece diariamente la naturaleza.
En medio de la ciudad un guayacán florece y contrasta la profusión de flores con el verde intenso de las hojas que todavía no han caído para dar paso al amarillo absoluto de la florecida.

Bodegón (Medellín, Colombia)

De la época en que los artistas empezaron a pintar naturalezas muertas y bodegones han corrido muchos regueros de acuarela y se han producido muchos manchones de óleo, y sin embargo aun es posible encontrarse por ahí, en cualquier sala, una composición donde se utilizan unos objetos que tuvieron usos cotidianos sin ninguna relación entre sí, pero que además de la belleza con la que han sido revestidos por el pasar de los años remiten al observador a una época donde el tiempo se medía con otros parámetros.
El contraste entre texturas, colores y materiales le da a esta imagen una calidez especial.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...